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Redescubriendo el Macizo Colombiano: Expedición al corazón de la biodiversidad Andina

Como una región en la geografía colombiana se nos ha descrito siempre al Macizo Central o Macizo Colombiano; como el lugar donde se divide en tres ramales la cordillera de los Andes; como el lugar donde nacen los principales ríos de Colombia; como la Estrella Hidrográfica y muchas cosas mas, algunas veces relacionadas con los cultivos ilícitos, otras con el conflicto armado y otras con la prodigiosa naturaleza allí presente.



Todas estas afirmaciones son relativamente ciertas, aunque algunas parecieran recuerdos de los libros de geografía del siglo pasado; gracias a una reciente oportunidad ofrecida por la Fundación Papallacta pudimos adentrarnos en esta fascinante ecorregión y comprobar que realmente es mucho más de lo que nos imaginábamos y de lo que nos habían enseñado en la escuela. El Macizo es un mundo propio, un universo para quienes allí viven, animales, plantas y humanos.



Saliendo de Neiva temprano en la mañana, nos dirigimos por la carretera de La Plata hacia el parque nacional del Puracé, en la vía hacia Popayán. Luego de dejar atrás los matorrales y bosques espinosos del valle del Magdalena, la carretera asciende abruptamente para cruzar la cordillera Central justo por el sector norte de la ecorregión. Pasamos sobre la franja de potreros y cafetales, entonces empiezan a aparecer estupendas selvas de montaña, robledales y cascadas de aguas abundantes. En medio de este paisaje de selvas y montañas aparece un pequeño letrero a orillas del camino, Reserva Natural de Meremberg, a la cual hacemos una merecida visita, luego de muchísimos años, mas de quince, de no haber vuelto debido a la situación socio-política de Colombia.



La finca Meremberg, por fortuna, la encontramos en muy buen estado; las casas han sido reparadas, los potreros están con su ganado, los jardines llenos de flores; incluso las tumbas de los propietarios y de Doña Matilde se encuentran bien atendidas y con sus cruces nuevas. La Diane Fossey colombiana, dice Aldo, recordando a otra valiente mujer que también dio su vida por los primates y alcanzó el reconocimiento mundial por su trabajo con los gorilas de montaña. A Doña Matilde la asesinaron por no dejar cazar los monos aulladores de su propia reserva natural, pero nunca alcanzó a tener el reconocimiento de su colega en el África, acá simplemente ingresó como otra cifra a la estadística de las víctimas de las violencias que azotan a Colombia.



El arduo y pionero trabajo de Don Gunther por fin parece alcanzar resultados tangibles; hoy hay mas de trescientas reservas naturales civiles en Colombia, a partir de su ejemplo. Los bosques de pinos colombianos, robles y carisecos que dejó plantados están en pleno desarrollo, irreconocibles por la cantidad de especies de aves, insectos, epífitas y hongos que alojan. La reserva sigue más viva que nunca, a pesar de tantos procesos destructivos que se vienen dando en su entorno en las últimas décadas.

Luego de un delicioso almuerzo en la reserva continuamos hasta Santa Leticia para de allí, ir ascendiendo por la carretera hacia el parque nacional del Puracé, donde al poco tiempo estamos rodeados de hermosos páramos muy bien conservados; la cascada del Bedón es un sitio tradicional de parada, así que bajamos y nos dedicamos todos a la fotografía y a la observación de un paisaje único y espectacular.



El frío se empieza a sentir por la tarde, entonces decidimos continuar para llegar a Popayán por la noche, para dormir y alistarnos para la siguiente etapa, la de llegar al centro del Macizo, accediendo por el Valle de Las Papas y la población de Valencia, en el Cauca y de allí cruzar hacia San Agustín, en el Huila.



Llegamos a Popayán con el vehículo desbaratándose; que el exhosto, que el radiador, que los frenos, que vamos al taller y ya volvemos; volvieron como a las 9:30 a.m. para encontrarnos listos y animosos de continuar con la expedición, sin saber aún lo que se nos venía por delante.



Salimos al fin de Popayán, no sin antes hacerle visita a la estatua y los árboles del Sabio Caldas, sus madroños Garcinia (Rheedia) montana, gigantescos y hermosos al frente de la catedral y al lado del Humilladero.



El cañón del río Guachicono es el principal elemento de la geografía una vez nos adentramos en el Macizo, pasando por La Sierra, donde almorzamos. Acabamos de pasar de la cuenca Caucana Magdalénica a la Patiana Pacífica; Aquí no les gusta que anden tomando fotos, nos advierten a Aldo y a mí, por andar retratando todo a toda hora, pero la realidad era muy diferente; aquí, al igual que a todo lo largo de la ruta, la comunidad, tanto colona como indígena, nos daba la bienvenida con la característica hospitalidad del campesino colombiano; que bueno que están volviendo los turistas, nos decían, con seguridad por la variedad de pintas y figuras que presentábamos los veintipico de miembros de la tercera expedición interdisciplinaria por el Macizo Colombiano, de la cual como que los gringos éramos los dos mas raros.



La carretera, la cual técnicamente sería una trocha ancha, pasa al lado de una espectacular cascada, la cual nos detiene inmediatamente; el cañón del Guachicono, con sus paredes de piedra, nos empieza a mostrar la grandeza de la región y la abundancia de agua que destila por infinidad de ríos y quebradas.



De nuevo fotos, bocas abiertas y sentimientos de grandeza, pero hay que continuar, apenas estamos empezando, nos dice Don Liberio, director de la expedición y ducho en el trajín de cruzar el páramo, y quien estaba siempre al tanto de todo. Seguimos ascendiendo y la cascada se deja ver en su esplendor, surgiendo de entre grandes paredes de roca rodeadas de niebla; mirá vé, parece un tepui, exclama un caucano.



El ascenso es fuerte, el bus ronca y silba por todos sus exhostos, hasta que aparece el páramo; es el de Barbillas, desafortunadamente degradado al tope, talado, arado, destrozado; pero no porque los nativos lo hayan hecho, o porque estén cultivando las papas, precisamente allí, en el páramo de Las Papas; increíblemente el proceso empezó porque el mismo gobierno que hoy dice preocuparse tanto por la conservación de la biodiversidad, en ese entonces el gobierno de la Colombia desarrollista, promovió la cría de ovejas de lana en lo que para ellos técnicamente era un páramo improductivo, como calificaban a todos los páramos; cercaron con malla mas de tres mil hectáreas, a las cuales les arrancaron todos y cada uno de los frailejones y la vegetación no gramínea, tal como hoy se erradica la coca; luego metieron ovejas importadas, por miles, no se sabe cuantas, pero como no podía haber nada mas exótico que una oveja en un páramo andino per-húmedo, el fracaso fue rotundo, las ovejas se enfermaron y murieron y la destrucción quedó hecha para siempre; hoy todavía se ven perfectamente los potreros y páramos extensos, y sin frailejones. A orillas de quebradas y barrancos aún queda la muestra de lo que fue la rica vegetación: orquídeas, ericáceas, fucsias, anturios, bromelias, epífitas por doquier!



Pronto aparece un río de aguas oscuras y turbulentas, que desciende por entre unas vegas llenas de árboles y que recuerdan, sólo desde lo lejos, a una planicie africana; pero nada que ver, estamos a casi tres mil metros de altura, en el valle de Las Papas, el Papallacta y el río que tenemos al lado es nada menos que el mítico Caquetá, el río colombiano mas grande y gran afluente del Amazonas.



En Valencia termina la trocha carretera; allí llegamos y de inmediato nos recibe una comisión del pueblo; ellos saben ya de la expedición y nos dan calurosa bienvenida y cálida posada; también están Don Alberto Jiménez, quien coordina todo lo relacionado con la logística y las bestias; están los baquianos, los guías, los presidentes de las juntas de acción comunal, es un momento importante, antes de que nos den de cenar una deliciosa trucha y nos manden a dormir . El clima ha estado lluvioso, lloviznas intermitentes, neblina, frío; clima de páramo, estamos a 2750 msnm. UUUUhh, pero sólo hoy porque toda la semana estuvo haciendo bueno! nos dice una señora como para darnos ánimo.



Hay que reacomodar el chivo, dice Aldo, que si llevamos esliping o no, que si las botas, poncho para la lluvia, que dejamos; yo decido llevar todo solo por no tener que desbaratar el morral, que parecía la caparazón de una tortuga galápago; el tiene que volver a armar el morral, recargar las pilas, ajustar el equipo, las fotos, la maquinita para descargar, la de recargar, el trípode. Como hay que madrugar yo me acuesto primero y me arrulla el clic click de la maquinita y los planes b c y d que toca tener en estos casos.



Hasta ahora todo marcha a la perfección, mañana temprano debemos salir, a lomo de bestia, por dos días hasta Quinchana. Como yo venía desde Cali, vía el Patía, La Cocha, el Sibundoy, el Alto Putumayo, Mocoa y San Agustín, para caer a Neiva, cuando me desperté no sabía ni en que departamento estaba.

Rápido nos vestimos como lo hacen los bomberos y salimos a ver que está pasando; el pueblo aún duerme pero los baquianos ya tienen a las bestias, caballos y mulas, reunidas y las están ensillando; una por una revisan las herraduras, el largo de los estribos, el ajuste de la cincha, mientras nosotros desayunábamos algo parecido a un tamal, en todo caso delicioso. Afuera, varias bandadas de loras se dirigen a sus lugares de alimentación, gritando.



Los mas afortunados o con mas influencias recibieron las cabalgaduras como mejores, pero yo, sabiendo por referencias lo que se nos venía por delante, preferí una mula; me tocó Muñeco, un mulo gris de buen tamaño, fuerte y con una manera de ser característica de estos híbridos: terco y mañoso a mas no poder, pero con un paso firme y experimentado para los tan tremendos caminos de piedra y barro que debíamos cruzar. A Aldo, al final, le tocó un caballo bastante patilargo, que era mejor para poder cargar con tanto equipo y morral.



Salimos finalmente a las 7:30 de la mañana, el cielo oscuro y lloviznando, pero con el ánimo muy en alto, pues ahora si empezaba la expedición; al principio el camino se aleja de Valencia hacia la vereda de Oyola, por medio de arboledas, potreros y relictos de selvas nubladas; la diversidad de la flora es impresionante, las orquídeas y las bromelias abundan, y aparece la legendaria orquídea negra, una especie de Epidendrum de flor no resupinada, es decir, volteada hacia arriba, endémica al sur de Colombia, sobre los 3000 msnm. Como hay tantas se notan las variaciones y vemos que realmente es color rojo muy oscuro, en casos llegando al berenjena. Pienso que el mito de la orquídea negra es pura fantasía!



En dos horas mas cabalgando llegamos al páramo, extensísimo pero muy nublado; Don Liberio nos dice que desmontemos que hay que caminar para ver la laguna de Santiago, donde nace el Caquetá; entonces nos empiezan a gustar nuestras botas plásticas, pues el barro y la humedad estaban por doquier. Al llegar al mirador, un barranco alto desde donde se debería divisar la laguna, sólo se miraba una nube densa, pura niebla espesa combinada con lloviznas. Así esperamos una hora, recibiendo páramo y borrasca, estrenando ponchos de plástico, hasta que la laguna se dejó entrever; estábamos parados precisamente sobre la línea divisoria entre las dos grandes macrocuencas y provincias biogeográficas, la Magdalénica y la Amazónica; unas fotos y de nuevo a montar, ahora si camino abajo, hacia San Agustín.



Antes pasamos a un lado de la laguna de La Magdalena, nacimiento del río de Las Tumbas, el Huacasmayo o Magdalena. Esta, aunque muy bella, solo se podía divisar a lo lejos en medio de la niebla. Las Gencianas de flores azul celeste sobresalían en medio de los pajonales; también el raro borrachero de páramo o espino Desfontainea. Varias especies de Puya conviven juntas aquí. Por el clima, creemos, las aves estaban fuera de vista, excepto un gorrión de páramo y un colibrí color dorado.



En el horizonte, al final del páramo, divisamos una cadena de montañas y cañones de paredes verticales; a lo largo del principal va el camino hacia las huacas sagradas; es el del Magdalena, por el cual empezamos a descender. Ahora la vegetación se torna arbustiva y pronto estamos en medio de una selva de montaña en estado prístino, y las trochas y huellas de las dantas aparecen a orillas del camino, al igual que hordas de zancudos, jejenes y tábanos; es por las dantas, nos dice el guía Gustavo Papamija, a ellas las persigue mucho la plaga! Entonces no es gratuito tal ataque de los chupasangres, que por nubes se nos meten en los oídos, ojos, boca, y eso que vamos cabalgando; al ser las dantas las primas mas cercanas de los caballos y mulas, y estando nosotros al final de la recua, debemos estar atrayendo a todos los que normalmente se alimentan de la sangre de dantas y cristianos.



Con Gustavo hacemos un recuento de la fauna del lugar: en el páramo hay venados conejo y moro, con cuernos en rama; también están la danta, el león, el oso, el lobo…en la montaña están el churuco, el maicero y el aullador, también la guagua y el erizo; en las peñas el águila real, el guácharo y el gallo de roca! Con todo el detalle nos ha descrito a cada uno, siendo el primer reporte del venado de cuernos Odocoileus virginianus ustus para la cordillera Central en muchos años, pues ya se creía extinto ahí; casi todas las demás, especies propias a los Andes, son hoy en su mayoría raras o están muy amenazadas.



La trocha es ahora un antiguo camino indígena, empedrado pero abrupto, que va a lo largo del río, cruzando por peñascos y paredes de roca con unos precipicios y voladeros como para no creer. El camino debe tener más de mil años pues ya era usado cuando llegaron los españoles y pasa por San Agustín, lo que denota la importancia de este en las culturas ancestrales de la región.



A ratos es mejor desmontar, para no correr el riesgo de una caída ya que el camino es difícil hasta para ir a pié; a ratos, las piedras parecen gradas y por allí pisan nuestras cabalgaduras; estoy orgulloso de Muñeco, entonces lo monto de nuevo justo cuando llega un escalón de mas de un metro en bajada; sin tiempo para pensarlo, se tira y cae de rodillas, yo paso por encima de la silla y quedo a horquetas sobre el pescuezo, a unos centímetros del precipicio. Cuando me empiezo a ladear Muñeco se levanta de un solo golpe y de nuevo quedo sentado en la silla, habiéndome salvado de una caída libre de muchos metros, con morral y mochilas encima. Ni chance de tomar fotos, a pesar de la flora y paisajes espectaculares; cuando el Muñeco oye que la cámara se prende, acelera el paso y por nada es posible hacerlo quedar quieto, ni para una foto.




Avanzamos varias horas mas, siempre por un camino tremendo, con precipicios y paredes de roca a ambos lados; no se divisa ninguna intervención humana, fuera del camino; la selva es exuberante y muy diversa, las epífitas abundan y se oyen varias aves cantar: ese es el sachapollo, nos dice Gustavo cuando preguntamos por el escándalo que se escucha tras unos árboles grandes; es el mismísimo pollo de monte, Sericossypha.

También escuchamos a los comprapanes, a las chorolas y a un águila que pita sin dejarse ver. La hermosa orquídea Telipogon hausmannianus se nos muestra en plena floración, aquí con las venas color negro, a diferencia de los ejemplares de La Cocha, que tienen las nervaduras de los sépalos color rojizo.



Algunos resbalones y caídas mas y estamos, al final de la tarde, en San Antonio, la primera vivienda, o finca que se encuentra en la ruta; por suerte es también excelente posada; nos reciben las bestias y nos acomodan en confortables cuartos; antes de que oscurezca nos dedicamos a observar los alrededores; la diversidad y el tamaño de los árboles son notables; en la horqueta de un Sietecueros observo juntas, siete especies diferentes de orquídeas miniatura. El comprapán despide el día y con el trasero, las piernas, la espalda y el pescuezo adoloridos nos dedicamos a la cena; menos mal que vine, pues por acá no volveré nunca, dice uno, y luego no estaba tan contento el miércoles dizque porque venía pa’l macizo? le replica su compañero. Esa noche, unos fuertes ronquidos asustan a una de las chicas expedicionarias: yo creí que era el tigre! Pero nadie asume la responsabilidad, pues como que todos habíamos roncado.



Al amanecer el canto de las aves llena el ambiente; algunos, los mas resueltos, deciden bañarse en una ducha helada y estrecha; Yo no! Soy calentano, y me voy a mirar aves y epífitas: que abundancia, que riqueza, que belleza!



Pronto están las arepas y las bestias listas, excepto una que decidió regresarse a Valencia y como el baquiano no la podía alcanzar debido al estrecho camino, la dejaron que se regresara sola. Muñeco estaba listo junto a Don Alberto y luego de un rápido desayuno de nuevo a montar; no me di cuenta que la cincha estaba floja, pero me daría cuenta pronto, justo en medio de los precipicios mas aterradores, para este caso, pero espectaculares por el paisaje y la vegetación de alta montaña. Pasando por uno de estos sitios, al caballo de Aldo se le fue una pata trasera al precipicio; alcanzó a saltar mientras los baquianos sujetaban al animal por la cola y el cabresto y lo lograron salvar: menos mal que saltó para este lado! le dice Edgar, el baquiano, a Aldo, pues hay unos que con el susto se tiran para el otro lado!



Los cañones que forman los ríos Majuas y Magdalena son gigantescos, profundos y muy anchos, totalmente cubiertos de selvas intocadas, eso nos deja con la boca abierta; tanta selva, tanta montaña, tanto espectáculo, precisamente en las cabeceras del río Magdalena, precisamente en el centro de Colombia.



Fuertes ascensos se alternan con bajadas tremendas; hay que ir bien agarrado a la silla para no irse de jeta! nos advierten de nuevo, pero yo ya estoy ladeado y colgando de la nuca de Muñeco, la silla se aflojó y si me suelto voy a dar, con morrales y todo, al fondo; la adrenalina me ayuda a enderezar, y Marlon con toda tranquilidad me dice, hermano creo que hay que ajustarle la cincha.





Luego de unas horas, un letrero nos advierte: Zona de Amortiguación del PNN Puracé: aparecen los primeros claros y parches talados, rezagos de la bonanza amapolera de hace unos años; gigantescas palmas de cera aparecen de cuando en cuando, también una escuela abandonada; a lo lejos, se observan cascadas espectaculares, selvas, montañas y mas selvas. Imposible tomar fotos, el ritmo y movimiento de las bestias hacen que todas salgan movidas. Las riendas no funcionan con una mula que quiere llegar pronto, así que ensayamos el método del arriero antioqueño: a todo pulmón gritamos: haber mula hijuetantas, opa granhijuetanta, quieta mula malnacida, que para sorpresa, funciona por un rato.



Pero solo por un rato; pronto estamos ante las Peñas Secas, unas paredes verticales de rocas inmensas, con sus respectivos precipicios al otro lado; una escalera de piedras se interpone, entonces desmonto y Muñeco pasa en puntillas, con toda naturalidad; una vez pasado el peligro, decido ponerme a observar aves mientras el Muñeco come hierbas a la orilla del camino, como si fuera lo mas normal; mientras observo unas tángaras azules enfoco al camino como un kilómetro mas adelante, cuando veo, ante los binoculares, pasar rauda y veloz a una mula con las orejas agachadas y a un indígena baquiano al pleno trote detrás de ella: era nada menos que Muñeco! Salgo detrás, rezagado y adelante viene la cuesta empinada, pero Muñeco ya va superándola. Otros madrazos mas y con la lengua afuera llego a un puente, donde los compañeros tienen cogida, por el cabresto, a la mula.



Por suerte, al llegar al puente una Elzunia humboldt, una mariposa propia a los Andes de Colombia revolotea entre las patas de las bestias; saco la cámara y la fotografío a solo cinco centímetros del lente, espectacular; luego de las fotos decido cogerla con las manos, pero la dejo libre; después de tantos años de colectar, me da lástima tener que llevarla a una colección; se salvó de quedar como papa en tenedor, dice un compañero, versado en la colecta de insectos.



Una vez terminada la tarea de fotografía volvemos a montar; de nuevo subidas, bajadas, paredes, barrancos, barro, mas barro, tragandales y un camino extensísimo se nos muestra por delante, zigzagueando en medio de las montañas; en unas horas mas llegamos a Quinchana, donde nos espera el bus, la comitiva de recepción y un suculento almuerzo. Nos bajamos de las bestias y empezamos a caminar como cascorvos: Así me sentía yo después de la luna de miel, dice uno; Como que perdimos la virginidad, dice otro; en todo caso, lo peor, o mas bien, lo mejor, ya ha pasado; ahora nos espera un viaje de varias horas hacia Neiva, con escala en San Agustín, donde compramos algunas artesanías como para llevar de regalo.



Para la mayoría el viaje había terminado, yo en cambio, tenía por delante el regreso a Cali, de nuevo por la ruta de La Plata; como hay tantas cosas para ver en el Huila, decidí visitar al otro día la Reserva Natural Takywaira, en Gigante, acompañado por Jorge Melo, compañero expedicionario y director de la única reserva natural que protege a nuestra flor emblemática, la Cattleya trianae.

Luego, en la ruta, se me muestran el páramo y la montaña espectaculares, el cielo azul y sin nubes, a diferencia de los días en expedición. El páramo del Puracé y los termales de San Juan están en todo su esplendor, radiantes y solitarios; me dedico a recorrerlos y fotografiarlos; a las seis de la tarde retomo el camino y a las diez de la noche estoy de nuevo en Cali. Ningún contratiempo, todo naturaleza, pura vida!



Que felicidad saber que aún tenemos regiones así, que son la prueba de la riqueza natural de nuestro hermoso país! Haber tenido la oportunidad de recorrer tan impresionante región, el haber observado la naturaleza de la montaña prístina y a la vez recorrer nuevamente caminos antiguos fue muy enriquecedor, pero talvez lo mejor, una vez regurgitada la experiencia, es saber que las comunidades han alcanzado un alto grado de conocimiento y compromiso con la conservación de la naturaleza, cosa que hace unos años no se notaba; todos querían mostrarnos las bellezas naturales del lugar, todos querían que volviéramos, el conflicto armado y los cultivos de narcóticos parecieran cosas de un lejano pasado.



Gracias a la Fundación Papallacta, a Don Liberio, a todos los guías, baquianos y colegas expedicionarios, la experiencia resultó única e inolvidable.





Viaje realizado entre el 28 de noviembre y el 03 de diciembre del 2007



Anexo: Especies de fauna observadas o registradas durante la expedición



Loras    Aratinga wagleri, Leptosittaca branickii

Colibrí dorado   Aglaeactis cupripennis

Gorrión de Páramo  Phrygilus unicolor

Pollo de monte   Sericossypha albocristata

Comprapán   Grallaria gigantea, G. squamigera

Venado conejo   Pudu mephistophiles

Venado moro   Odocoileus virginianus ustus

Danta de montaña  Tapirus pinchaque

León de montaña  Puma concolor

Oso andino   Tremarctos ornatus

Lobo andino   Lycalopex culpaeus

Churuco de montaña  Lagothrix lagothricha lugens

Mico maicero   Cebus apella

Mono aullador   Alouatta seniculus

Guagua de montaña  Agouti taczanowskii

Erizo de montaña  Coendu sp.

Águila real de montaña  Oroaetus isidori

Guácharo   Steatornis caripensis

Gallo de roca   Rupicola peruviana aequatorialis

Chorola    Tinamus sp., Nothocercus sp.

Tángara azul   Tangara nigroviridis   








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