¿Le conviene a la conservación ser tan pesimista, inclusive en aras de su propia causa? Cascadas de Tad Lo en Laos. Foto por: Rhett A. Butler.
He aquí un desafío: lleve a un(a) conservacionista a tomar un trago y pregúntele sobre su trabajo. Nueve veces de cada diez—o quizás más—le pasará su frustración y desánimo y le quitará toda esperanza. Oirá hablar de selvas taladas para producir aceite de palma o palillos o de alguna especie acabada de descubrir que quizás ya se haya acabado de extinguir o de un gobierno que es peor que ambivalente: es corrupto o de una sombría empresa que hace cosas horribles a ecosistemas y a lugareñas(os) para satisfacer a accionistas angurrientas(os). Si la charla se prolonga—y los tragos se multiplican (es mejor que pague porque las(los) conservacionistas no ganan mucho)—tal vez oiga hablar de temperaturas en alza y glaciares derritiéndose, de océanos casi vacíos que se acidifican, de muchos bosques primarios que se pierden, de una población humana que no deja de aumentar y de la probabilidad de que, de todas formas, el grueso de las especies del mundo se extingan en unos doscientos años.
Aun así, algunas personas en ciencias de la conservación no se limitan a salvar a especies de la extinción sino también a salvar su área—el trabajo de su vida—de la desesperanza total, y argumentan que quizás sus colegas estén desalentando a futuras(os) científicas(os) con sus malos agüeros y pasando por alto las muchas experiencias positivas que se viven en su área. Lo peor de todo es que es probable que este invariable pesimismo esté llevando al público a dejar de prestar atención.
“Se podría decir que la biología de la conservación se ha convertido en la más deprimente de las ciencias”, le dijo James K. Sheppard, científico conservacionista del Zoológico de San Diego, a mongabay.com.
En 2010, Sheppard y su colega Ron Swaisgood, Director General Científico de la Estación Biológica de Cocha Cashu en Perú, publicaron un artículo en BioScience sobre ese tantito de esperanza que precisa la ciencia de la conservación. Con varias cartas de respaldo, Sheppard afirma que éste probó ser su artículo más popular.
Un panda con un collar GPS. En gran medida, según el experto Ron Swaisgood, las poblaciones de pandas se han estabilizado y quizás inclusive estén aumentando. Foto por la Academia de Ciencias de China. |
“No podemos ignorar las malas noticias; son reales, y disimularlas sería un flaco favor”, dijo Swaisgood en una entrevista, “pero el cerebro humano está programado para redoblar el esfuerzo sólo si cree que vale la pena. Llámenlo como quieran, pero yo llamo ‘esperanza’ a este creer que nuestras acciones ayudan a mejorar”.
Swaisgood lo ilustra con los sombríos mensajes sobre el cambio climático que, por lo menos en los EE.UU. y según varios estudios psicológicos recientes, contribuyeron en mucho a retardar la acción y a provocar negación.
Dijo que “la espada de Damocles no es la imagen que hace actuar a la gente. Tenemos que comprometerla a unirse a un movimiento por mejorar; no mejor de lo que era pero sí mejor de lo que sería si nada hacemos”.
Sheppard afirma que la actual visión conservacionista de miseria y desolación también amenaza con espantar a futuras(os) conservacionistas de personalidad más optimista.
“Una cultura de negatividad impregnando la conservación corre el riesgo de atraer sólo a personalidades ultra pesimistas y no a una combinación saludable de esperanza y pragmatismo”, dijo Sheppard. “Quizás estas personalidades pesimistas estén hundiendo a la cultura de la conservación en mayor desesperanza y atrayendo a más pesimistas, en una espiral que desciende hacia un futuro negro”.
Swaisgood agregó que en las cátedras de conservación se debe sopesar la influencia de esta negatividad en estudiantes jóvenes e impresionables que quieren hacer una diferencia en el mundo y que, desanimadas(os), opten por buscar otra carrera.
En su artículo de 2010 escribieron, “mientras la biología de la conservación habla de la rapidez con la que se extinguen las especies, la física nuclear narra el emocionante descubrimiento de las nuevas partículas cuánticas”. “Mientras buscamos remarcar la destrucción de hábitats y advertir que el cambio climático depaupera la Tierra, la astronomía publica gloriosas imágenes de mundos nuevos y prístinos reflejados por intrépidas sondas y telescopios espaciales”.
Y no es que a la ciencia de la conservación le falten maravillas análogas sino que no se enfoca en sus descubrimientos y éxitos sino en puntualizarle a la prensa los desastres.
Cóndor de California con etiquetas GPS. A los últimos cóndores de California se los sacó de su hábitat natural en la década de los 80; hoy se los reintrodujo en California, Arizona y México. Sin la intensa acción de conservación es casi seguro que la especie se hubiese extinguido. Foto por: James Sheppard/San Diego Zoo.
“Si compartimos nuestros logros probaremos que las acciones positivas pueden tener resultados positivos; tenemos que contar más de estas historias y no sumirnos en nuestros peores temores y nuestras pérdidas más decepcionantes”, dijo Swaisgood. “Las(los) científicas(os) conservacionistas deben liderar este esfuerzo y no limitarse a menospreciar la candidez de quienes se animan a compartir éxitos de la conservación que confortan y hacen sentir bien”.
De acuerdo a estos científicos, hay muchas formas de devolver la esperanza al área sin por ello ignorar los grandes desafíos.
“Quizás se deba incluir experiencias exitosas en conservación en las sesiones y los talleres de conferencias y simposios internacionales; tal vez las revistas especializadas deban pedir a sus articulistas que expliquen la esperanza que aporta su labor de conservación a la especie o al hábitat que estudian. El ámbito educativo debiera equilibrar la visión de los temas de conservación que transmite al estudiantado de Biología y alentarlo a dar mensajes más esperanzadores a la prensa y en su trabajo de extensión”, sugirió Sheppard.
Tanto Sheppard como Swaisgood han visto de cerca el acierto de la conservación de los cóndores californianos en México y de los pandas en China, respectivamente.
“No se oye hablar lo suficiente de hábitats críticos que están siendo bien protegidos por nueva legislación o de especies recuperadas del filo de la extinción por los heroicos esfuerzos de conservacionistas “, dijo Sheppard, “lo cual da pie a que, en vez de inspirar esperanza y acción, promovamos cinismo y apatía”.
Imagínense volver a ir a tomar un trago con esa(e) conservacionista, pero esta vez oírle hablar del rinoceronte blanco que pasó de una población de 50 a una de 20.000, del extraordinario logro del Brasil en combatir la deforestación o de que se está volviendo a oír aullidos de lobos a lo largo y ancho de EE.UU. y Europa, de los precios de la energía eólica y solar que caen en picada y de pueblos indígenas que se hallan protegiendo sus propios bosques, del ambicioso Corredor de Jaguares o de la súbita explosión de Áreas Marinas Protegidas, del intrépido heroísmo en conservación que día a día y año tras año lucha por amparar la naturaleza y, con ella, a todas y todos, o de lo maravilloso de pasar un mes en los bosques andinos de neblina, lo fabuloso de bucear en un arrecife de coral o la belleza de una polilla de Atlas. Quizás después de estas historias sea mucho más fácil prestarle atención a los retos ecológicos que encara la humanidad.
UNA ENTREVISTA CON JAMES K. SHEPPARD Y RON SWAISGOOD
A la larga, la historia del rinoceronte blanco es un acierto increíble. Hoy, la especie cuenta con decenas de miles de especímenes, aunque empezaron siendo unos 50. No obstante, sobre ella se cierne la amenaza de la caza furtiva. Foto por: Rhett A. Butler.
Mongabay: ¿Qué quiere decir con una “cultura de desesperanza” en conservación?
James K. Sheppard: Notamos que el desánimo invade la cultura de la conservación, especialmente en conferencias de profesionales conservacionistas y reuniones de quienes estamos en la zona de combate de la preservación y restauración de especies y hábitats. Para citar un caso, hace poco, después de una conferencia internacional, me uní a un grupo de estudiantes de posgrado, y de científicas(os) en los primeros años de su carrera en conservación, para tomar unos tragos en el lobby del hotel. Todas(os) estaban de acuerdo en que era excelente el nivel de la investigación científica en las exposiciones de la conferencia, pero también concordaron en que la mayoría de las conclusiones eran excesivamente sombrías. Se podría argumentar que la biología de la conservación se ha vuelto ¡la más deprimente de las ciencias!
Mis amigas(os) en otras áreas hablan de descubrimientos nuevos y emocionantes en la investigación biomédica que apuntan a mejorar la atención a la salud, o revelan imágenes asombrosas de mundos exóticos en nuestro sistema solar, mientras las(los) científicas(os) en conservación se enfocan en la inminente desaparición de un animal en peligro crítico de extinción o la inexorable devastación de un hábitat singular.
Ron Swaisgood: A muchas(os) conservacionistas nos atribulan las malas noticias; las vivimos a diario, no sólo en los titulares sino en las realidades que enfrentamos. Estamos peligrosamente cerca de adoptar al pesimismo como cosmovisión. Cual oficinistas que viven quejándose de la mala administración de la empresa, las(los) conservacionistas viven bajo una perenne ducha de agua fría de lo mal que está todo, lo irreflexiva que es la humanidad y lo negro que se ve el futuro. Es cierto que hay razones para desesperar pero si nos sentimos así de desesperados, entonces nos estamos limitando a trabajar por un sueldo. Nos toca reformar nuestra cosmovisión.
Mongabay: ¿De qué manera empeora la situación lo que comunican las(los) conservacionistas?
James K. Sheppard. Foto cortesía de James K. Sheppard.
James K. Sheppard: Es de esperar un tanto de desaliento dada la dificultad del trabajo, en el que pequeños grupos de conservacionistas dedicadas(os) suele encarar, con poco financiamiento, fuerzas inevitables de burocracia, ambición, conflicto e ignorancia. Son gajes del oficio con los que debemos lidiar a diario. Lastimosamente, sin embargo, también promulgamos desesperanza con nuestra forma de lidia—nos excedernos en informar sobre los aspectos negativos de los retos de la conservación y solemos omitir muchos aciertos. Las historias de conservación que más se difunden son, típica pero no únicamente, la caza furtiva, la decoloración de los corales o la extinción de un animal icónico. Se oye hablar mucho menos de hábitats críticos protegidos por nueva legislación, o de especies recuperadas del filo de la extinción por los heroicos esfuerzos de conservacionistas; con esto, en vez de infundir esperanza y acción, promovemos cinismo y apatía.
Ron Swaisgood: No se puede ignorar las malas noticias porque son reales y el pasarlas por alto sería un flaco favor, pero el cerebro humano está programado para esforzarse sólo si hay razón para creer que logrará algo. Llámenlo como quieran pero yo llamo “esperanza” a este creer que nuestro accionar mejorará las cosas.
La conservación tiende a apelar al miedo para acuciar a la gente, lo cual puede ser contraproducente y llevar a renunciar a la esperanza y labrar una cultura de desánimo. Sin esperanza, más vale divertirse mientras se pueda. La buena nueva es que estamos siendo testigos de un mar de cambios en los mensajes públicos de organizaciones conservacionistas, que van inclinándose por lo que se puede hacer y no por lo que se ha ocasionado. La espada de Damocles no es acicate de la acción. Debemos comprometer a la gente a unirse a un movimiento que busque lo mejor; no mejor de lo que era pero sí mejor de lo que sería si nada hacemos.
Mongabay: ¿Qué puede decir la psicología a las(los) conservacionistas sobre la forma de abordar al público y a los medios de comunicación?
Un campo de soya bordea la Amazonía. Aunque quedan varias dificultades, Brasil ha avanzado mucho en contener la deforestación en la última década. Foto por: Rhett A. Butler.
Ron Swaisgood: No soy psicólogo pero ya es hora de que las(los) conservacionistas aprendamos de la creciente investigación empírica que muestra lo que motiva a la gente a actuar. En esencia, la conservación es una agenda que depende de la acción y nuestros mensajes deben motivar a la gente a hacer algo más que escribir un cheque para la ONG de su opción. No se puede mentirle al público ni pasar por alto las malas noticias, no sería honesto, pero podemos aprender de los ingentes esfuerzos por cambiar comportamientos, por ejemplo, en aras de la salud pública y la seguridad.
Para mí, uno de los ejemplos más contundentes que nos deja la psicología es el gran esfuerzo, y en gran medida fallido, por lograr que la ciudadanía estadounidense asuma la idea del cambio climático. Ningún otro tema en esta época ha dominado los mensajes de la conservación. Sin embargo, la gente ya ni cree que el cambio climático sea real, y es poco el apoyo político y público a las duras decisiones y sacrificios que deben hacerse para reducir la emisión de gases de efecto invernadero. ¿Por qué fracasamos tan miserablemente en tratar un problema tan decisivo en nuestros días? De acuerdo a un prestigioso grupo de reflexión convocado por la Asociación estadounidense de Psicología (American Psychological Association), podría tratarse de que la “buena intención de forjar urgencia respecto al cambio climático, apelando al miedo a los desastres o a los riesgos a la salud, tiende a generar lo opuesto: negación, parálisis, apatía o acciones de mayor riesgo que el que se está mitigando” (Swim J, Clayton S, Doherty T, Gifford R, Howard G, Reser J, Stern P, Weber E. 2010. Psychology and Global Climate Change: Addressing a Multi-faceted Phenomenon and Set of Challenges [La psicología y el cambio climático en el mundo: Para tratar un fenómeno multifacético y una serie de desafíos]. American Psychological Association.)
Los mensajes que apelan al miedo o los enfoques que apocan tienen menos posibilidades de logro que los mensajes positivos y empoderadores. El esperar que nuestras acciones den resultados positivos (esto es, la esperanza) es mucho más persuasivo y provechoso en lograr cambios. Para trasladar esta lección a la conservación tenemos que enfocarnos en acciones que nos auguren un futuro más promisorio, no en la ruina a la que nos llevará nuestra inacción. Contar nuestros logros en conservación probará que las acciones positivas pueden llevar a resultados positivos; tenemos que compartir más de estas experiencias y no nuestros peores temores y nuestras pérdidas más decepcionantes. Las(los) científicas(os) en conservación deben liderar este esfuerzo y no demeritar la candidez de quienes se animan a contar historias exitosas en conservación que confortan y hacen sentir bien.
Mongabay: ¿Cómo pueden las(los) conservacionistas decir la verdad sobre temas reales y a veces deprimentes sin dejar de alentar la acción esperanzada?
Ron Swaisgood. Foto cortesía de Ron Swaisgood.
James K. Sheppard: Jamás debiéramos acobardarnos de alertar al público sobre problemas urgentes de conservación mientras la biodiversidad declinante, las especies en vías de extinción, los hábitats fragmentándose siguen afectando ecosistemas, poniendo en riesgo medios de sustento y degradando la función y la belleza de nuestro planeta viviente. De hecho, una de las funciones centrales de la ciencia de la conservación es caracterizar amenazas, hacer sonar la alarma y aunar esfuerzos por afrontar con efectividad estos desafíos.
No obstante, una corriente constante de advertencias funestas y deprimentes acaba por insensibilizar al público sobre la seriedad de la situación en lugar de galvanizar una respuesta útil. No es de sorprender que las recientes encuestas muestren que se da prioridad a preocupaciones como la deuda nacional o la inmigración por sobre urgencias ecológicas como el cambio climático. Nos toca equilibrar las advertencias con las historias positivas de cuán duraderamente han beneficiado los esfuerzos en conservación a las especies y los hábitats en riesgo de extinción, y mostrar que todas y todos podemos en efecto hacer una diferencia real y significativa.
Ron Swaisgood: Será un delicado acto de malabarismo aunar la realidad luctuosa de las pérdidas reales y significativas de la naturaleza y las historias de esperanza y logros. Es de suma importancia darnos cuenta de que la meta ni es ni debe ser convencer a la gente de que el medio ambiente está mejorando y que la Naturaleza está bien, sino de que su acción da más chances a la naturaleza que su inacción.
Bajo esta versión más esperanzadora de la conservación yace una triste corriente que reconoce que hubo y seguirá habiendo pérdidas importantes, a veces brutales, en la lucha por conservar los trozos que quedan de nuestra heredad natural.
Mongabay: ¿Cómo es que una conservación sumida en pesimismo repele a futuras(os) conservacionistas, especialmente si son de un grupo diverso?
El órice de Arabia es la única especie a la fecha que ha pasado, en la Lista Roja de UICN, de Extinto en su hábitat natural a Vulnerable. Foto del Dominio Público. |
James K. Sheppard: Si hacemos un paralelo con el mundo natural, veremos que las poblaciones animales con personalidades diversas tienden a tener conductas más flexibles y mayores posibilidades de supervivencia que los grupos más uniformes. Por ejemplo, es más probable que una población con individuos audaces y tímidos responda de manera óptima a la oportunidad de recursos alimenticios (los animales audaces) o a la amenaza de depredadores (los animales tímidos). Esta regla puede extrapolarse a las decisiones de grupos humanos. Una de las características que contribuyeron al éxito de la presidencia de Franklin Roosevelt fue la diversidad sin precedentes que le otorgó a su gabinete al elegirlo con pinzas. Una personalidad calmada y un tanto pesimista surcaría mejor que una Pollyanna irrealista la realpolitik, o política pragmática, en conservación, pero una cultura conservacionista negativa supone el riesgo de atraer únicamente personalidades por demás pesimistas y no una mezcla saludable de esperanza y pragmatismo. Quizás estas tipologías pesimistas empujen aún más la cultura de la conservación hacia la desesperanza y sigan atrayendo pesimistas al área en una espiral que desciende a un futuro negro. La conservación necesita una dosis tonificadora de esperanza y buenas noticias para lograr un equilibrio de personalidades que resistan las piedras y flechas de los desafíos a la conservación, a la par que desarrollan e implementan estrategias efectivas de conservación
Ron Swaisgood: Yo pediría que quien contemple los efectos del pesimismo en la conservación se tome un momento para ponerse en el lugar de universitarias(os) jóvenes que están por elegir la trayectoria de su carrera y a quienes les gusta trabajar duro, unirse a una causa altruista, buscar únicamente (quizás cándidamente) ayudar a hacer del mundo un lugar mejor y poner su grano de arena, aun viendo la dura realidad de un mundo en mala situación. Les pediría imaginar ese estudiantado en una cultura de desesperanza, rodeado de profesionales quejándose continuamente de cuán mal está todo y de que lo único por hacer es reducir drásticamente la población mundial. La disonancia cognitiva entre su cosmovisión y la que impera en la comunidad conservacionista pueden empujarlo a abandonar el área o a buscar otra avenida en la cual aplicar su industria para hacer una diferencia—quizás luchando contra el cáncer o rescatando mascotas para una organización humanitaria.
Ahora consideren la comunidad conservacionista que dejó atrás, empobrecida por su ausencia y la de otra gente que, como ese estudiantado, cree tanto en su causa que en verdad acaba escribiendo sus propios logros en conservación. Aparentemente, la conservación es más atractiva para gente mayor de raza blanca. ¿Podría otro enfoque atraer un grupo más diverso de colaboradoras(es)? La conservación requiere de todo tipo de personas para generar aciertos.
Mongabay: ¿Qué es la esperanza estructurada? ¿Cómo puede ayudar a las(los) conservacionistas a cambiar su perspectiva y sus mensajes?
¿Se necesita un ejemplo de supervivencia? El almiquí ha sobrevivido al cometa que destruyó a los dinosaurios, a la separación de los continentes, a la llegada de humanos hambrientos, a la tala de bosques, a la invasión de especies foráneas como ratas y perros, al desembarco de europeos despiadados y al surgimiento del mundo moderno. Hoy sobreviven dos especies, una en la República Dominicana (y tal vez Haití) y la otra en Cuba. Foto por: Jeremy Hance.
James K. Sheppard: Hace poco hubo un debate prometedor sobre la necesidad de más esperanza en la conservación dentro de la literatura general y la científica, pero creemos que para que esta conversación realmente se aleje del pesimismo, debemos desarrollar y promover un cambio de paradigma hacia la esperanza estructurada. Para albergar esperanzas, como para ser feliz, se requiere de práctica.
La esperanza estructurada se refiere a las prácticas, hábitos e instrumentos que nos estimulan a desarrollar y mantener una perspectiva más esperanzada sobre la conservación, a la par que nos mantienen pragmáticas(os) antes sus retos. Quizás se deba incluir experiencias exitosas en conservación en las sesiones y los talleres de conferencias y simposios internacionales; tal vez las revistas especializadas deban pedir a sus articulistas que expliquen la esperanza que aporta su labor de conservación a la especie o al hábitat que estudian. La educación debiera equilibrar la visión de los temas de conservación que transmite al estudiantado de Biología y alentarlo a dar mensajes más esperanzadores a la prensa y en su trabajo de extension. A quienes trabajan en conservación se les debe recordar asiduamente que confíen en el futuro.
Ron Swaisgood: Tener esperanza, como ser feliz, no siempre es fácil. Los estudios en el campo de la “psicología positiva” indican que la gente es más feliz cuando activamente cultiva hábitos que la hacen sentirse feliz. En la idea de la esperanza estructurada, proponemos que para actuar más esperanzadamente debemos confiar más en el futuro y, para hacerlo, debemos bregar conscientemente por albergar esperanzas y por contar experiencias que nos den una visión más positiva del futuro. Proponemos que las(los) profesionales en conservación (sí, inclusive en el ámbito académico) institucionalicen hábitos contra la desesperanza. Está claro que requerirá un esfuerzo consciente hasta que se haga lo más natural del mundo.
Mongabay: ¿Pasar más tiempo en contacto con la naturaleza nos ayuda a lograrlo?
Ron Swaisgood: El estar en medio de la naturaleza quizás se torne en antídoto para el pesimismo debido a los efectos, bien documentados, de la naturaleza en la salud mental. Esos efectos deberían ser pronunciados en las(los) conservacionistas pues, presumiblemente, optaron por esta área porque aman la naturaleza profundamente y, en casi todos los casos, pasaron mucho tiempo en la naturaleza. El pasar harto tiempo en la naturaleza se está convirtiendo en un lujo, conforme la sociedad se aleja de ella en esta Era de la Información o Era del Vídeo o, en el caso de conservacionistas, acaso la Era del Papeleo (digital o en árboles muertos y procesados)..
Es posible que el tiempo que se pasa en contacto con la naturaleza sea sumamente restaurador y se sabe que la naturaleza es capaz de levantar el ánimo. La gente se beneficia de mejor salud física y mental, la conservación se favorece al incorporar más gente a su causa y las(los) profesionales en conservación redimen lo que sentían cuando se unieron al movimiento y se sienten mucho más motivadas(os) para sostener sus esfuerzos y quizás cultivar un poco más de esperanza.
Hallarán más sobre este tema en los siguientes blogs:
- Swaisgood 2013. Conservation exhaustion and the children and nature movement. [El agotamiento de la conservación, y la niñez y el movimiento naturista].Children and Nature Network.
- Swaisgood, RR. 2010. From the neighborhood creek to the Institute for Conservation Research: transformational experiences in nature. [Del riachuelo de vecindario al Instituto para la Investigación en Conservación: experiencias transformadoras en la naturaleza]. San Diego Zoo’s Conservation Blog.
- Swaisgood, RR. 2010. The gift of nature, shared: how we launched our family nature club. [El don de la naturaleza, compartido: cómo lanzamos nuestro club naturista familiar]. Children and Nature Network.
Mongabay: Demos a esto un final feliz. ¿Dónde ve hoy esperanza en la conservación?
Gracias a las(los) conservacionistas, el cóndor californiano vuelve a remontarse por los aires. Foto por: James K. Sheppard/San Diego Zoo.
James K. Sheppard: Hoy, lo verdaderamente alentador de la esperanza en la conservación es que de hecho nos rodea por completo—muchas veces basta con cavar un poco para encontrarla. Por ejemplo, San Diego Zoo Global, en donde trabajamos, tiene muchas historias locales, nacionales e internacionales de las que enorgullecerse y que ilustran muy bien lo que pueden lograr grupos comprometidos de científicas(os), veterinarias(os), agencias de gestión, intereses del sector privado, y gente interesada cuando se unen y coordinan programas realmente efectivos de conservación.
Hace sólo unos años que los cielos de México se vieron privados de los cóndores californianos. Ahora, con la ayuda de colegas en México, hay más de 30 de estas magníficas aves sobrevolando el norte de Baja, inclusive los primeros polluelos que nacieron en su hábitat natural desde que la especie se extirpó en la década de los 40. La esperanza está ahí, sólo tenemos que divulgarla mejor.
Ron Swaisgood: La gente que está en la zona de combate de la conservación gana batallas diarias con la esperanza. A veces se le olvida pero en verdad está avanzando en muchos de los temas importantes de conservación de hoy en día. La ciencia de la conservación ha madurado y florecido, y contamos con un vasto almacén de conocimientos para guiar la acción. Sin duda restan muchos retos pero la verdadera esperanza reposa en las acciones de quienes custodian la naturaleza infatigablemente.
En lo personal, mi gran esperanza son las nuevas circunstancias en las que está el panda gigante, una especie icónica con la que trabajé por 19 años. Cuando comencé, la perspectiva era sombría, de allí el título del trabajo fundamental de George Schaller, “El último panda”. En estos años se ha avanzado ostensible y continuamente pese a contratiempos y hechos preocupantes. Se puede esperar bastante de la voluntad del gobierno chino, que reservó más de 60 áreas protegidas para los pandas (y otros ocupantes), prohibió la tala e instigó un programa masivo de reforestación. De hecho, la cobertura forestal está aumentando en China. Junto a estos esfuerzos, las(los) científicas(os) buscaron entender mejor los requerimientos ecológicos de los pandas, mejoraron las estrategias de manejo de la conservación y dieron un vuelco total a un desfalleciente programa de conservación dedicado a la cría, otrora notorio por sus fallas. El resultado es que la población en su hábitat natural se está estabilizando y quizás esté aumentando. Me siento privilegiado de haber sido parte de esos esfuerzos y me llena de esperanzas en lo personal.
Citas:
- Swaisgood, Ronald R., and James K. Sheppard. “The culture of conservation biologists: Show me the hope!. [La cultura de las(los) biólogas(os) conservacionistas: ¡Pongan la esperanza sobre la mesa!].” BioScience 60, no. 8 (2010): 626-630.