Este articulo apareció por primera vez en la portada de Environmental Health Perspectives de Mayo de 2014 y se financió a través de Mongabay.com gracias a su Iniciativa de Reportes Especiales llamada Innovation in tropical biodiversity conservation.
Una fina capa de niebla cubre los escarpados picos del Parque Nacional de la Selva Impenetrable de Bwindi, un parque de 318 kilómetros cuadrados situado en el flanco oriental del Albertine Rift en el sudoeste de Uganda. Declarado patrimonio de la humanidad, este paraje de pronunciadas laderas y abruptos barrancos alberga 400 de los aproximadamente 880 gorilas de montana que quedan en el mundo. El guía Omax llama por radio a los rastreadores que han localizado a la familia de gorilas Habinyanja. Mientras ocho turistas y sus porteadores les alcanzan, todo el mundo se reúne para observar atónitos a dos gorilas comiendo ortigas plácidamente. De repente, un gorila macho llamado Kavuyo se abalanza sobre una mujer de mediana edad. Ella, con los ojos como platos, se mantiene firme y no retrocede. “Este es un gamberro” les dice Omax después de ahuyentar a Kavuyo.
Los turistas sólo disponen de una hora para ver a los gorilas y deben guardar una distancia de siete metros con los animales, pero si tenemos en cuenta a turistas, porteadores, rastreadores, y guardas, en total más de 60.000 personas, sin incluir a los lugareños, visitan cada año el parque para ver a los gorilas, exponiendo a ambas especies a las enfermedades del otro. Los humanos y los grandes simios están tan estrechamente relacionados que los agentes infecciosos (que van desde el virus del resfriado común a enfermedades potencialmente mortales como la tuberculosis), se pueden transmitir entre ambas especies. Un estudio descubrió que el 30% del personal del parque y el 85% de los residentes locales reconocieron que defecaban en el parque y no enterraban las heces, y muchos arrojan basura con restos fecales, pudiendo exponer a los gorilas a parásitos, patógenos y otras amenazas para la salud.
Un niño ugandés recolecta lianas de batata cerca del Parque Nacional de la Selva Impenetrable de Bwindi. Copyright (C) 2014 Wendee Nicole. |
Fuera del parque, los riesgos potenciales para la salud son incluso mayores. La mayor parte de las familias que habitan inmediatamente a las afueras del parque, que es donde también tienen las tierras que cultivan, no disponen de letrinas de pozo y aún menos de inodoros con cisterna; el 78% menciona que defecan directamente en sus jardines, y el 50% dice que lo hace en los arbustos cercanos. Cuando llueve, la materia fecal que ha quedado en el suelo se vierte a los cursos fluviales que usan tanto la ganadería y la fauna como las personas para beber y bañarse.
Durante las dos últimas semanas, la población humana situada a los alrededores del parque se ha incrementado, al igual que lo ha hecho el turismo, por lo que los gorilas ya se han acostumbrado a la presencia humana y ya no se asustan tanto de la gente. Los conflictos entre el hombre y la vida silvestre ocurren cuando los animales salvajes se comen los cultivos o causan daños a las propiedades de las personas. Curiosos y osados, los gorilas suelen asaltar los jardines de la gente; para los más pobres de todos que viven al lado de la frontera con el parque, esto es un serio problema. Tal conflicto puede incrementar la pobreza y la propagación de enfermedades, también puede poner en peligro a la gente debido a las emergentes epidemias de enfermedades zoonóticas, y a veces puede provocar que la gente mate o dañe a la fauna silvestre, una consecuencia desastrosa para las especies más amenazadas como los gorilas de montana. En 1996 un bebe gorila murió, ya que su familia contrajo la sarna, muy probablemente al haber inspeccionado con curiosidad un espantapájaros de algún vecino y cuya ropa estaba infestada de ácaros. Los científicos han documentado otros casos de infecciones que los humanos pueden transmitir a los gorilas.
Un chimpancé descansa en el bosque Budongo, una reserva que alberga una población de animales relativamente extensa. El IJG está promocionando la reforestación de otros bosques cercanos con la esperanza de que los chimpancés también pueblen esas áreas. Copyright © 2014 Wendee Nicole.
El dilema de los conflictos entre el hombre y la vida silvestre ha propiciado recientemente una gran oportunidad para resolver algunos de los problemas más urgentes tanto de las personas como de los ecosistemas. El movimiento emergente “One Health” (Una Salud) reconoce de manera explícita las inextricables relaciones entre la salud humana, animal y medioambiental, y no sólo está conduciendo a una nueva investigación científica, sino que también crea proyectos que ayudan a la gente a salir de la pobreza, a mejorar su salud, a reducir los conflictos con la fauna silvestre y a preservar ecosistemas, como el bosque de montana tropical de Bwindi.
En África y alrededor del mundo, el enfoque integrado y holístico One Health está haciendo que los conservacionistas puedan mejorar la salud de las comunidades y los medios de subsistencia de éstas y que los profesionales de la salud estén participando en la conservación. Los autores de la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio han dicho que cualquier esperanza de cumplir con los Objetivos de Desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas, no sólo los relacionados con la sostenibilidad medioambiental sino también los que tratan sobre la erradicación de la pobreza y la mejora de la sanidad, debe considerar explícitamente el ecosistema del cual dependen las personan. El enfoque de One Health es prometedor para ayudar a que los países en desarrollo consigan estos objetivos.
La trayectoria de One Health
La relación entre la salud animal y humana ya fue reconocida incluso en épocas antiguas; más adelante en el siglo XIX, el físico Rudolf Virchow acuñó el término “zoonosis”, y dijo que “ni existen ni deberían existir líneas divisorias entre la medicina humana y animal”. Fue a finales del siglo XX, cuando Calvin Schwabe propuso por primera vez la idea de “One Medicine” (Medicina Global), que abarque tanto a la medicina humana como a la animal. Pero desde entonces, la medicina ha ido perdiendo la visión del conjunto, y más aún en la actualidad, dice Laura Kahn, médica e investigadora en el Woodrow Wilson School of Public and International Affairs de la Universidad de Princeton.
Los Batwa son “refugiados de la conservación”, expulsados de su hogar con la creación del Parque Nacional de la Selva Impenetrable de Bwindi en 1991.Hoy día, el programa de turismo ecológico y cultural llamado Batwa Experience permite a los Batwa transmitir sus tradiciones a generaciones más jóvenes y a los visitantes, y las ganancias obtenidas van a parar a las comunidades Batwa. Copyright (C) 2014 Wendee Nicole. |
“Se ha ido creando un cisma en la medicina durante décadas”, dice Khan. Y también se pregunta si la medicina debería centrarse exclusivamente en la atención individual o si en cambio, debería adquirir un enfoque más amplio y que abarcase a toda la población. Justo después de los ataque de ántrax que siguieron al 11/9, Kahn estaba repasando la bibliografía sobre medicina veterinaria y se quedó sorprendida al descubrir que muchas de las enfermedades de bioterrorismo (como el ántrax), son zoonóticas. “Aun así descubrí que [la gente que trabaja] en la medicina veterinaria y humana y la que trabaja en la agricultura a penas se comunica entre sí”, cuenta Kahn. “Estamos haciendo frente a nuevos retos del siglo XII apoyándonos en paradigmas del siglo XX que se han quedado obsoletos”.
El surgimiento en décadas recientes de la encefalitis del Nilo occidental, el SRAS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo), la fiebre hemorrágica del Ébola, la gripe porcina y otras enfermedades zoonoticas ha alertado a los científicos y a los profesionales de la salud. En 2004, la Wildlife Conservation Society celebró la conferencia llamada One world, One Health (Un Mundo, Una Salud) con el objetivo de reunir a líderes de distintas disciplinas. La conferencia culminó en los 12 Principios de Manhattan, los cuales instaban a dirigentes mundiales y científicos y a la sociedad a considerar de una manera más holística las interrelaciones entre las enfermedades zoonóticas y los ecosistemas. Desde entonces, cada vez son más los investigadores que han empezado a abordar explícitamente el impacto que los cambios dramáticos en los ecosistemas tienen en la salud humana. En 2008 Kahn cofundó la página web de One Health Iniciative, un centro de intercambio de información en el que se publican noticias sobre el movimiento.
Puede que en los países en vías de desarrollo reconozcan más que en Estados Unidos el valor del enfoque One Health. “El mundo en desarrollo es capaz de ver mejor que los países desarrollados las conexiones que existen entre la salud humana, animal y medioambiental”, dice Kahn. La gente aún convive con el ganado, interactúa con la vida silvestre más a menudo y comparte las fuentes de agua con los animales, entre otras cosas. “Aún se da la defecación al aire libre, lo cual resulta impactante”, confiesa Kahn. “Hoy en día nos enfrentamos a las presiones demográficas, a la agricultura intensiva y al comercio mundial. Todas estas cosas están pasando factura a los ecosistemas”- por no mencionar el impacto sobre los medios de subsistencia humanos.
Un hospital que aplica el enfoque “One Health”
Una mamá gorila junto a su bebé en el Parque Nacional de la Selva Impenetrable de Bwindi. Copyright (C) 2014 Wendee Nicole. |
Cuando se formó el Parque Nacional de la Selva Impenetrable de Bwindi en 1991, el pueblo Batwa fue desterrado de su hogar selvático y se convirtieron en “refugiados de la conservación” y en la actualidad, la mayoría vive en la miseria alrededor de las afueras del parque. En el año 2000, el médico misionero estadounidense Scott Kellermann llegó a Uganda para hacer un estudio sobre los pigmeos Batwa, una población indígena, y fue allí donde encontró su vocación. Lo que comenzó con Kellerman tratando a pacientes a la sombra de un árbol, eventualmente se convirtió en el Hospital Comunitario de Bwindi, el cual, según Kellermann, cuenta actualmente con uno de los programas de difusión sobre salud más sólido e integral del África subsahariana, ya que aborda la pobreza, la salud y la conservación del medio ambiente de la región de una manera holística. “Si realmente quieres ayudar a los gorilas y si crees que existe un conflicto entre el hombre y la vida silvestre, entonces lo que debes de hacer es mejorar la calidad de vida de las personas”, dice Kellermann.
El hospital, inicialmente exclusivo para la población Batwa, ahora atiende a más de 100.000 personas al año en un área de 190 kilómetros cuadrados. En 2008 Scott y su mujer fundaron el Programa de Desarrollo Batwa (BDP) para ayudar a los Batwa a recaudar fondos para poder mantenerse a sí mismos. Para conseguir este objetivo, tejen cestos usando materiales locales y enseñan sus tradiciones a sus hijos y también a los turistas a través de un programa de turismo ecológico y cultural llamado “The Batwa Experience” (La experiencia Batwa). En febrero de 2014 Scott y Carol fueron condecorados con el premio Unsung Heroes of compassion por el Dalai Lama.
Desde el principio, Kellermann supo entender que un simple hospital no basta para acabar con la pobreza y las enfermedades asociadas. “Por lo general se cree que los hospitales mejoran la salud de una población, lo cual no es cierto. Los hospitales normalmente tratan solamente a los enfermos. La asistencia sanitaria sólo se puede mejorar a través de programas de prevención. El agua potable, el saneamiento, la seguridad alimentaria y el acceso a la educación para la salud mejoran la salud y disminuyen la pobreza”, dice Kellermann.
Otras familias recibieron cabras Boer de Sudáfrica, que son más grandes y crecen más rápidamente que las especies locales. Estas cabras también tienen una mayor tasa de gemelos, y las crías se comparten con otras familias. Copyright (C) 2014 Wendee Nicole.
Los Batwa siempre han tratado sus enfermedades usando plantas medicinales y practican la caza silvestre y cosechan miel para poder sobrevivir. Pero estas actividades se convirtieron en ilegales el momento en que se estableció el parque, haciendo que la gente perdiese un medio de subsistencia y hoy día está prohibido tener acceso a los productos forestales sin un permiso.
Cambiar una cultura lleva su tiempo, sin embargo, la gente sana es menos propensa a acceder al bosque a recoger plantas medicinales o a cazar furtivamente, dice Kellermann. Si los Batwa recibieran una atención y educación sanitaria adecuada (mosquiteras para prevenir la malaria e información sobre la importancia de la higiene y el saneamiento, por ejemplo), tal vez la reducción de la incidencia de las enfermedades se traduciría en una disminución de la búsqueda de plantas medicinales. Puede que si recibieran proteínas adecuadas no se verían en la necesidad de cazar furtivamente. Varias organizaciones están continuamente abordando estos problemas.
El BDP y el hospital realizan actividades de divulgación semanales para las comunidades de todos los rincones y no sólo recogen datos sobre las enfermedades infecciosas, los nacimientos y las muertes, sino que también van a las casas de las familias para asesorarles sobre temas como la salud, la higiene, el saneamiento e incluso la conservación. “Hay que educar a los niños, especialmente a las chicas”, dice. “Las chicas que acuden al colegio tienden a tener familias más pequeñas, a tener menos incidencia del VIH, a sufrir menos abuso conyugal y es más probable que defiendan sus derechos”.
En marzo de 2014 el hospital envió a cuatro voluntarios (entre los que se encontraban tres mujeres Batwa) a Tanzania para aprender a hacer cocinas eficientes a base de combustible, las cuales producen menos humo. “La gente desconoce que la contaminación creada por la leña y las llamas abiertas es peligrosa. Se trata de un asesino silencioso”, explica Birungi Mutahunga, director ejecutivo del hospital. “[Los voluntarios] formarán a la comunidad para que puedan hacer las cocinas ellos mismos…esto reducirá al mínimo la necesidad de entrar en el bosque para buscar leña, una situación en la que las personas entran en contacto con los gorilas”.
El programa de divulgación del hospital también enseña a los miembros de la comunidad cómo construir lavamanos de fabricación casera, convirtiendo unas jarras de agua y unos palos en lavamanos operados a pie. El hospital aumentó el porcentaje de letrinas con lavamanos instalados de un 12% a un 91% en los colegios cercanos en tan sólo 12 meses, y también instalaron lavamanos caseros en muchos hogares. Durante ese mismo periodo, el número de personas admitidas en el hospital debido a enfermedades diarreicas disminuyó un 50%, dice Mutahunga.
Una solución económica
Salvar ecosistemas y mejorar los medios de subsistencia de las personas suelen ser dos cosas opuestas y por ello es considerado un clásico dilema socio-ecológico. Mejorar la salud de las personas muchas veces significa que la gente vivirá más tiempo y tendrá más hijos, lo que conlleva a una mayor degradación de los ecosistemas ya dañados. Igualmente, conservar ecosistemas muy a menudo provoca la expulsión de los pueblos indígenas o la restricción del uso de los bienes forestales.
Teniendo esto en cuenta, ¿El enfoque One Health podría realmente ayudar a la gente y a los ecosistemas a largo plazo? La teoría económica clásica sostiene que las personas actúan por naturaleza en base al “propio interés racional” que muchas veces va en contra de los intereses de la comunidad, lo que Garrett Hardin apodó en 1968 como la “tragedia de los bienes comunes”. Muchos ecologistas, economistas y políticos asumen desde hace tiempo que la única manera de proteger los recursos naturales es a través de una propiedad de arriba hacia abajo a través de un gobierno centralizado (creando, por ejemplo, un parque nacional), o en el extremo opuesto, asignando valores de mercado a los productos y servicios que brindan los ecosistemas.
Gorila pensativo en el Parque Nacional de la Selva Impenetrable de Bwindi. Copyright (C) 2014 Wendee Nicole.
En la década de los 90, una economista política optimista desafió la teoría de que las personas siempre actúan de forma egoísta y no trabajan en colaboración para administrar los recursos de un modo sostenible. Elinor Ostrom llamó a estas ideas “peligrosas” cuando se usan incondicionadamente como la base para la adopción de políticas. Ostrom, que fue profesora de ciencias políticas en la Universidad de Indiana hasta su muerte en el año 2012, ganó el Premio Nobel en ciencias económicas en 2009 por su trabajó que llevó a un cambio de paradigma. Tras revisar miles de estudios de caso y realizar sus propias investigaciones, Ostrom descubrió que los mercados y los estados no solían ser capaces de proteger a los ecosistemas y los medios de subsistencia humanos. En cambio, ella encontró una tercera solución para resolver este dilema socio-ecológico: Otorgar el derecho de opinar sobre la gestión de un bien común a aquellos que más hubieran invertido en aquel bien.
Ostrom defendió la idea de que los ciudadanos normales pueden salvar ecosistemas y mejorar la salud y los medios de subsistencia de las personas, sobre todo si los niveles superiores del gobierno no interfieren en los acuerdos a nivel local. Ostrom también identificó varios principios que logran el éxito de tales situaciones, entre los que se incluyen permitir que aquellos que usen un recurso común puedan crear y modificar las normas de uso, establecer normas especificas sobre quién puede y quién no puede utilizar ese recurso, hacer que las autoridades externas (gobiernos locales y nacionales) respeten las normas locales, asegurarse del correcto funcionamiento de un sistema de control con sanciones apropiadas y disponer de unos medios para la resolución de conflictos que sean accesibles.” Cuando las personas disponen de derechos y libertades para tomar sus propias decisiones, es posible que consigan resultados mucho mejores que los que consiguen un gobierno centralizado que es incapaz de entender la problemática real”, dice Catherine Tucker, profesora adjunta de antropología en la Universidad de Indiana.
Aplicación de la teoría de Ostrom
Muchos gobiernos, incluyendo el de Uganda, están reconociendo la importancia de dar más poder a las autoridades locales y han aprobado formalmente políticas de descentralización, permitiendo que las entidades locales y regionales tomen más decisiones. Pero no siempre traspasan este poder a los ciudadanos locales. “Lo que vemos es una mayor interferencia con las medidas locales, algunas de las cuales han funcionado bien durante siglos o milenios”, dice Tucker.
Un pronunciado límite separa el Parque Nacional de la Selva Impenetrable de Bwindi, hogar de los famosos gorilas de montaña, y las tierras agrícolas y las fincas que lo rodean. Copyright (C) 2014 Wendee Nicole.
Ostrom descubrió que expulsar a los pueblos indígenas o restringir el uso de los recursos de los bosques tras la creación de parques nacionales a menudo conduce a un aumento y no a una disminución de la caza furtiva y la cosecha ilegal de los bienes forestales, lo que provoca una batalla campal debido a que las normas locales, que ya han sido consolidadas, son interrumpidas. Cuando las personas se encuentran de repente con que han perdido derechos sobre los recursos a los que anteriormente podían acceder, se sienten poco motivados para obedecer las normas.
En un estudio, Abwoli Yabezi Banana, profesor de la Universidad de Makerere y colaborador regular en el seminario de Ostrom, comparó cinco bosques de Uganda gestionados de diferentes maneras. En el bosque en el que habitaban indígenas Batwa dentro de sus fronteras disminuyó la cosecha ilegal por parte de los residentes, a quienes se les permitía cosechar productos forestales una vez por semana. El estudio de Banana está en línea con los principios de Ostrom, en especial con aquel que dice que disponer de observadores forestales operados localmente ayuda a prevenir la tragedia de los bienes comunes. El gobierno de Uganda ha comenzado a distanciarse de sus iniciales estrictas políticas “proteccionistas” en los parques, permitiendo a los lugareños un uso limitado de los recursos del parque, con resultados dispares. Esto ha hecho que los lugareños tengan una opinión más positiva sobre el parque, pero la evidencia sugiere que aquellos ciudadanos más pobres y necesitados no se están beneficiando tanto como el resto.
Más al norte en Uganda, Tony Goldberg, profesor de epidemiologia en la Universidad de Wisconsin-Madison ha aplicado los principios de Ostrom en un esbozo de One Health en su trabajo dentro y alrededor del Parque Nacional Kibale, un bosque tropical y un conjunto de pastizales con vistas a las abruptas montañas Rwenzori. A las afueras del parque, los lugareños se enfrentan a un conflicto entre humanos y la vida silvestre similar al que sufren aquellos que viven cerca de Bwindi, solo que en vez de gorilas tienen que lidiar con la presencia de chimpancés, elefantes y otros animales salvajes asaltando sus jardines. Las personas que viven en las cercanías sufren a causa de la pobreza y de las enfermedades asociadas.
En su trabajo como director del Kibale EcoHealth Project, Goldberg ha documentado la relación entre la salud de las personas y la salud de los ecosistemas. “He visto desaparecer glaciares [en las montañas Rwenzoris]. He visto cómo los bosques se fragmentaban y también he observado cómo las poblaciones humanas aumentaban”, dice Goldberg. “Y estamos viendo cómo esto afecta de una manera muy clara a la transmisión de enfermedades y a la salud humana y animal.”
El Kibale EcoHealth Project ha ido más allá de la investigación científica y ha puesto en marcha soluciones prácticas a problemas locales. “Cuando hablamos con las personas de la comunidad, notamos que su principal preocupación era el acceso a la atención sanitaria.”, dice Goldberg, por lo que él y varios colegas suyos de la Universidad McGill colaboraron juntos para construir y dirigir una clínica dentro del parque, un valioso servicio sancionado por la Autoridad de Fauna y Flora Silvestre de Uganda.
Varias familias que participaron en el Proyecto de Formas de Vida Sostenibles organizado por el Instituto Jane Goodall (IJG) recibieron colmenas para que así pudieran producir y vender miel. Esto no sólo mejora la economía de las familias, sino que también hace que los residentes no se vean tan forzados a cosechar miel de manera ilegal en el bosque. Copyright (C) 2014 Wendee Nicole.
“El trabajo que estamos realizando actualmente abarca tanto aspectos ecológicos como sociales, y nuestra labor es coherente con las conclusiones generales de Ostrom, dice Goldberg. “La conclusión que extraigo de su trabajo es que la solución debe ser elaborada al mismo nivel que el problema. Trabajamos a nivel de las aldeas para poder solucionar los problemas que se dan en ellas”. Sustainable Livelihoods.
Este año celebra su octogésimo cumpleaños Jane Goodall, cuyo legado aún perdura en África. El Instituto Jane Goodall (IJG), en la región centro occidental de Uganda ha creado un Proyecto de Formas de Vida Sostenibles que aparte de seguir la línea del enfoque One Health, también incorpora varios de los principios propuestos por Ostrom. Debido a la expansión de las poblaciones humanas, las poblaciones de chimpancés han disminuido en toda su distribución en África Central, lo que constituye un clásico dilema socio-ecológico. Sólo quedan 175.000 chimpancés en su zona de distribución nativa, de los cuales 5.000 están en Uganda. Mientras tanto, la población humana ha pasado de 8 millones en 1962 a 34 millones en 2012, con una de las poblaciones más jóvenes del mundo (el 78% de la población tiene menos de 30 años) y con una de las tasas más elevadas de fecundidad (un promedio de 6.4 niños por mujer).
“Debido al rápido crecimiento de las poblaciones humanas, se ha producido una gran fragmentación en lo que hace siglos constituía un bosque continuo” dice Peter Apell, el director del programa de campo del IJG en Uganda. El IJG quería volver a conectar dos poblaciones aisladas de chimpancés que habitan en los parches de bosque de Bugoma y Wambabya. “Fue una tarea descomunal porque conectar los diferentes fragmentos significaba quitarles las tierras a las comunidades que habitan a lo largo del corredor”, dice Apell.
El instituto en cambio comenzó a trabajar con las siete aldeas que se encuentran a lo largo de los 6,4 kilómetros de la tierra que conecta los parches de bosque. El personal del IJG se reunió con miembros de la comunidad y escucho sus problemas y también las soluciones que proponían. “Muchos contaban cómo su nivel de pobreza les empuja a buscar una manera de mejorar sus medios de subsistencia”, comenta Apell. “Muchos de ellos nos han contado que salen a cazar y que se adentran en el bosque para cosechar miel silvestre, y esto les está trayendo problemas ya que son arrestados. “Si tuviera dinero, no cazaría. Si tuviera ovejas, cabras o cerdos, no estaría cazando”, dice un lugareño.
Pero más que dinero o carne, lo que las comunidades necesitaban era agua. Los ríos se habían secado debido a que los lugareños cultivaban hasta los bordes de los ríos y éstos estaban llenos de sedimentación. Como resultado las mujeres y los niños caminaban durante horas para recoger agua cada día, provocando que a veces los niños no pudieran ir al colegio. El IJG también notó que sus prácticas agrarias eran pobres, ya que estaban usando semillas de mala calidad, cultivaban en pendientes pronunciadas sin aterrazar y ni rotaban cultivos ni formaban mantillo de una manera apropiada.
El hospital Comunitario de Bwindi, que se localiza en la aldea Buhoma, justo a las afueras del Parque Nacional de la Selva Impenetrable de Bwindi, atiende a más de 100.000 aldeanos de las zonas circundantes. El fundador del hospital, Scott Kellermann, dice que sus actividades de divulgación abordan la pobreza, las enfermedades y la conservación del medio ambiente de la región de una manera holística. Copyright (C) 2014 Wendee Nicole.
Los aldeanos no sólo no creían que los arboles podrían restablecer el río o que implantar nuevas técnicas de agricultura representaría una mejora, sino que temían que el gobierno pudiera arrebatarles sus tierras si se restablecían los bosques y las poblaciones de chimpancés, dice Apell. El IJG tenía que convencer a una comunidad escéptica.
El Instituto empezó demostrando su buena voluntad. Se encargaron de instalar un pozo en cada aldea, renovaron cinco manantiales de agua dulce y pronto reclutaron a nuevos expertos. Los participantes o bien recibieron semillas de mejor calidad, colmenas, cabras boer (que crecen más rápido y son más grandes que las especies locales) y cerdos, o bien recibieron formación en silvicultura básica para que pudieran plantar árboles de semillero para crear parcelas arboladas. Las especies exóticas de rápido crecimiento podían ser cosechadas para obtener ingresos, mientras que los árboles autóctonos se destinarían a mantener un bosque sostenible.
A cambio, el Instituto pedía a los participantes que mejoraran la higiene y alimentación domestica emprendiendo ciertas actividades como instalar una letrina de pozo, crear un huerto casero o construir un escurridor para no dejar los platos en el suelo. “Estas comunidades lavaban los vasos y platos con agua sucia y después los ponían en el suelo mismo para que se secaran al sol” dice Apell, señalando a la tierra de un intenso color rojo. También animaron a los aldeanos a construir cocinas para reducir la inhalación de humo.
La gente vio que el Instituto estaba mostrando un verdadero interés por su comunidad, por lo que la participación aumentó rápidamente. Después de ver cómo mejoraban los cultivos y los ingresos de los pocos participantes iniciales, todo el mundo quería unirse, dice Apell.
Haciendo caso a los principios de Ostrom, según los cuales, se debería dejar a las comunidades crear sus propias normas, el JGI se distanció del proceso de toma de decisiones pero les proporciono la estructura necesaria para que pudieran liderar el proceso ellos mismos, según Apell. Los residentes crearon una asociación comunitaria con representantes de todas las aldeas. Entre todos eligieron a su presidente y dirigentes y después se dividieron entre grupos de interés─algunos grupos querían miel, otros querían arboles, semillas, etc.
Ya que el Instituto carecía de los fondos para ofrecer animales o semillas a todas las familias, adoptaron la propuesta “haz un regalo”, usada ampliamente por Heifer International, un socio del proyecto. Cuando una cabra de una familia tiene crías, por ejemplo, esa familia regala una hembra a otra familia. Y lo mismo se hace con los cerdos y las semillas. “Incluso después del proyecto, hay familias que siguen compartiendo cabras, semillas y arboles de semillero”, dice Apell. El proyecto fue diseñado de tal manera que fuera autosuficiente incluso después de que la participación del IJG concluyera el año pasado.
Aunque los nuevos árboles aún necesitan crecer al menos cinco años más para que regresen los chimpancés, ya se ha restaurado el 90% del bosque ribereño, y los colobos negros y blancos han vuelto al corredor fluvial. “Durante el tiempo de estructuración de las aldeas, la zona era más pacífica y menos peligrosa [para la vida silvestre]”, dice Apell. “Puede que los chimpancés también estén observando”.
Desafíos del siglo XXI
Aunque Ostrom identificó los principios que ayudan tanto a la salud de los bosques como a los medios de subsistencia humanos, ella solía recalcar que no existe una panacea para este dilema. Sin embargo, su legado deja claro que para poder lograr un éxito a largo plazo, tanto en África oriental o en cualquier parte del mundo, los proyectos One Health deben representar explícitamente los contextos políticos, sociales y económicos en los cuales se dan los problemas. Con proyectos que van desde la implementación sobre el terreno de iniciativas sobre la conservación y la salud pública hasta la investigación científica en todas las partes del mundo, One Health resulta un enfoque prometedor para la creación de planteamientos holísticos que solucionen los problemas más urgentes y mas interconectados del mundo.
“La gente que promueve una salud global tiene que darse cuenta de que es imposible conseguir una salud humana global sin un ganado y una fauna silvestre sanos. No vivimos en una burbuja”, dice Kahn. “Debido a los desafíos a los que nos enfrentamos en el siglo XXI, necesitamos ser creativos en la lucha contra las amenazas multidisciplinares. One Health es un concepto creativo y flexible que promueve la colaboración y la reflexión interdisciplinaria”.
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