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El gobierno turco persigue la resistencia rural contra los proyectos mineros e hidroeléctricos

Los habitantes de la exuberante región del Mar Negro se enfrentan a las fuerzas policiales, obstáculos legales y las formas más sutiles de represión en su lucha por proteger el entorno.


The Fol Creek Valley outside of Trabzon, Turkey. Residents are fighting plans to build a cement factory, several rock quarries, a gold mine, and three hydropower plants in the area. Photo: Jennifer Hattam.El valle Fol Creek a las afueras de Trabzon, Turquía. Los habitantes están luchando contra los planes de construir una fábrica de cemento, varias canteras de roca, una mina de oro y tres plantas hidroeléctricas en la zona. Fotografía: Jennifer Hattam.



El valle Fol Creek asciende drásticamente desde la costa del Mar Negro de Turquía; el hormigón gris de las ciudades costeras nos lleva hasta frondosas colinas verdes salpicadas con casas, graneros y puntualmente los minaretes gemelos de una mezquita. En los meses de verano, sus habitantes llevan sus ganados a través de las montañas cubiertas de bosques de pinos para que pasten en el yayla, o los pastizales de arriba.

“Aquí las vacas pastan 400 tipos diferentes de plantas lo que le da a la mantequilla que se hace de su leche un sabor y aroma especial. Incluso la gente de Estambul la busca”, dice a mongabay.com Pekir Uzun. Portavoz de la Plataforma de Medioambiente de Tonya, Uzun trabaja como fabricante de muebles en la ciudad más grande del valle, Tonya, que tiene una población de 7.000 personas más otros 8.000, aproximadamente, que viven en los pueblos cercanos.

En febrero, 250 de sus residentes se reunieron con sus homólogos de los alrededores del Mar Negro para participar en una manifestación de 800 kilómetros (500 millas) en la capital turca, Ankara, para protestar por el desarrollo urbanístico que daña el medioambiente en la región. En la zona de Tonya, incluyen planes de construir una fábrica de cemento, varias canteras de roca, una mina de oro y tres plantas hidroeléctricas.

“No queremos tener la contaminación industrial aquí; queremos conservar esta naturaleza tan rica y que nuestros hijos la hereden”, dice Uzun.

En las últimas dos décadas, la industria ha invadido rápidamente la región del Mar Negro de Turquía, un área poco visitada del país que se extiende alrededor de 1.300 kilómetros (800 millas) desde la frontera de Georgia hasta casi Estambul. Acoge tan sólo el 10 por ciento de la población de Turquía, que asciende a un total de 75 millones de habitantes, y contiene algunas de las zonas más bonitas del país y más ricas en biodiversidad natural. Según se multiplican las amenazas a estos lugares, también crece la resistencia local. Pero las protestas como las de Tonya pueden estar plagadas de peligros.

En mayo del 2012, los habitantes de Köknar y Karaçam en el Valle de Solaklı, a cerca de 100 kilómetros (60 millas) al este de Tonya, querían parar la construcción de uno de los más de 30 proyectos hidroeléctricos planificados para este pequeño valle. Los locales que intentaban bloquear la carretera a la compañía eléctrica se encontraron cara a cara no solo con las excavadoras de la constructora, sino con un batallón completo de la policía paramilitar rural de Turquía.

“El estado llevó 600 gendarmes para respaldar a la compañía — uno por cada hombre, mujer y niño que protestaba”, dice İhsan Bektaş a mongabay.com. Bektaş representa al grupo activista la Hermandad de los Ríos en Trabzon, la provincia que incluye Tonya y el Valle Solaklı. Lanzaron gas lacrimógeno a los habitantes. Decenas de ellos fueron detenidos por la policía con cargos por bloquear la carretera y otras acusaciones que pueden conllevar penas de cárcel y multas de hasta 3.000 $ — cerca de ocho veces el salario mínimo mensual.


Mapa de Turquía. Cortesía de Google Maps. Haga clic para aumentar.


El pasado abril, un fiscal del estado abrió un caso contra 56 habitantes de Zile, un pueblo del Mar Negro del interior. Los habitantes, a cuyas protestas en marzo contra los proyectos hidroeléctricos se respondió con gases lacrimógenos por parte las fuerzas policiales, se enfrentaron a múltiples acusaciones, incluyendo “resistencia a los servicios públicos”, “insultos” y “violación de la ley por manifestarse”.

“Si la gente toma las calles, se arriesgan a tener casos abiertos contra ellos por el gobierno y por las compañías que pueden denunciarles por daños”, cuenta a mongabay.com Alp Tekin Ocak, abogado residente en Estambul que hace labor de voluntariado al representar a los habitantes del Mar Negro que luchan contra las amenazas medioambientales. “La gente normalmente no acaba perdiendo los casos pero les presionan [para que se mantengan callados]”, dice Ocak.

Mucha gente teme que el riesgo de protestar en Turquía crezca. A finales de marzo, el parlamento aprobó una nueva ley de seguridad interna por la cual Amnistía Internacional advirtió que “dará demasiadas competencias a la policía para reprimir la disidencia”, incluyendo mayor autoridad para detener a los protestantes y usar la fuerza contra ellos.

“Para facilitar que la policía sea más violenta, pueden entrar en las casas de la gente sin una orden judicial y detenerles con la intención de que haya menos gente que quiera protestar”, cuenta a mongabay.com el socio de Ocak, Murat Deha Boduroğlu.

Para eliminar las protestas en Turquía también fomentan otros métodos más sutiles. La gente de los alrededores de la región del Mar Negro habla de los gobernantes locales elegidos, o del imán empleado del estado en la mezquita local, que alientan a los habitantes para que no se opongan a la construcción de plantas eléctricas, minas u otros proyectos.

En la montaña del este de Artvin, los activistas dicen que los gobernantes locales, que poseen la única sala grande de reuniones de la zona, han parado los permisos para que los grupos anti-mineros alquilen el espacio para mesas redondas y conferencias de prensa. La gente que protesta o se manifiesta contra el desarrollo industrial a menudo es difamada por los funcionarios públicos y la prensa pro-gubernamental del país como miembros “marginales” de la sociedad, “provocadores” e incluso “terroristas”..

El Partido de Justicia y Desarrollo (AKP) gobernante en Turquía, en el poder desde 2002, perdió su mayoría parlamentaria en las elecciones del 7 de junio. Se espera que en los próximos meses se realice una coalición en el gobierno o se convoquen nuevas elecciones; se desconoce aún si las restricciones de la libertad de expresión relacionadas con el medio ambiente y los temas sociales serán mayores o menores.

Sin embargo, de momento, el sistema legal y regulador en Turquía a menudo parece desfavorable para los ecologistas. “Las leyes están cambiando muy rápidamente y es caro para un ciudadano abrir un caso [contra un proyecto de desarrollo]”, dice Bedrettin Kalan, abogado y activista de la Asociación Artvin Verde. Un granjero de 70 años de la región del Mar Negro se ha convertido en una especie de héroe por vender su vaca para pagar los costes legales. Incluso aunque se gane, hay que mantener la vigilancia para mantener la victoria.

“Si los ciudadanos ganan en los juzgados, la compañía puede cambiar unas líneas en la valoración del impacto ambiental y hay que comenzar todo el proceso de nuevo”, dice Kalan.

A traditional stone-and-timber house and tiers of tea bushes in the Çağlayan Valley, where eight hydropower projects are planned. Photo: Jennifer Hattam
Una casa tradicional de piedra y madera y niveles de plantas de té en el Valle Çağlayan, donde han planificado ocho proyectos hidroeléctricos. Fotografía: Jennifer Hattam


La gente de Fındıklı de los alrededores del Mar Negro ha estado luchando durante cerca de una década por mantener el desarrollo hidroeléctrico alejado de sus valles, hasta ahora han bloqueado, uno tras otro, cada uno de los más de veinte de proyectos. Con la mayoría de los ríos más grandes ya condenados, los proyectos hidroeléctricos para Fındıklı, Tonya y algunos otros alrededor del Mar Negro son generalmente inversiones pequeñas para redirigir parte de un río a un túnel o tubería más que para bloquear todo el río y llenar una reserva. Planificados adecuadamente, estos proyectos en el “curso del río” son normalmente considerados mejores para el medio ambiente que las grandes presas, pero cuando se construye uno tras otro en el mismo río, como ocurre frecuentemente en Turquía, incluso las pequeñas presas pueden tener un efecto devastador.

“Todo en esta zona depende de nuestros ríos: nuestras avellanas y plantas de té, las frutas y verduras que plantamos son para alimentarnos, las vacas son para hacer yogur, queso y mantequilla”, dice Seniya Özkaya, profesor que vive en el valle Çağlayan en la zona de Fındıklı, donde se han planificado ocho proyectos hidroeléctricos.

Los avellanos crecen fuertes a lo largo de ambos lados de la pequeña carretera que lleva al valle; los lugareños cosechan cada agosto sacudiéndolos y recogiendo lo que cae. Las casas tradicionales de piedra y madera se asientan a los pies de las colinas bajo las escalonadas filas de plantas de té. En el centro de Çağlayan Village, de 500 habitantes, el puente de piedra de la era otomana todavía cruza sobre el río cristalino proporcionando sombra al pescador solitario en la rivera.

“Ahora mismo, todo está tranquilo, pero seguro que no se ha terminado”, dice Özkaya. “De momento no han sido capaces de implantar ningún proyecto aquí. Si Dios quiere, nunca podrán”.

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