- Los proyectos de colaboración pública para la conservación generalmente se enfocan en recoger información, opiniones, o trabajo de grupos de personas en vez de personas en particular o expertos.
- La técnica está siendo aplicada en docenas de estudios sobre peces, anfibios, invertebrados, aves, mamíferos, y otras especies, y está cada vez más aceptada dentro de la literatura científica y de bases de datos.
- Sin embargo, quedan dudas sobre la calidad de los datos de colaboración pública.
Después de muchos años de trabajo, los científicos han calculado el estatus de unas 77.000 especies de plantas y animales en la Lista Roja de animales amenazados de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Los datos científicos sobre la distribución y la abundancia de las especies a lo largo del tiempo permiten evaluar cuán cerca está una especie al borde de la extinción. Pero a los científicos todavía les faltan los datos necesarios para estudiar las 1,5 millones de especies que existen, y mucho más aún los 7 millones que aún falta por conocer.
Resulta difícil que una especie pueda atraer atención o apoyo para su conservación si no se la clasifica en peligro de extinción. Pero si no hay fondos, no se puede estudiar la información necesaria para ver cuál es el riesgo de una especie. Así que para superar esta contradicción, algunos conservacionistas han estado aprovechándose de un recurso que no cuesta nada y que siempre ha estado disponible: el voluntariado.
Entre las multitudes del mercado de Lorengau en la Isla Manus, Papúa Nueva Guinea, existe mucho conocimiento — y en particular, datos — que podría tomar meses y miles de dólares para compilar si estuviera a cargo de un equipo de investigación en una expedición en la jungla. Nathan Whitmore, un biólogo enfocado en demografía con la organización Wildlife Conservation Society, estuvo con estas comunidades locales para aprender de “la sabiduría de las multitudes” y para tener una idea sobre la abundancia y la distribución del caracol Manus de árbol (Papustyla pulcherrima). Sus resultados fueron publicados recientemente en la revista Oryx.
Este caracol, a pesar de ser impresionante con su caparazón verde adornado de una raya ondulante amarilla, se enfrenta a varias dificultades en generar la empatía del público internacional y los fondos necesarios para su conservación. Las especies que reciben la mayor cantidad de fondos tienen la suerte de causar una atracción intangible, típicamente gracias a su pelaje o a sus plumas.
Un caracol Manus de árbol. Foto de Nathan Whitmore.
“La situación es particularmente severa para los invertebrados — solo un bajo porcentaje de especies han sido estudiadas”, le dijo Whitmore a Mongabay. “En la competencia por fondos, los tigres les ganan a los caracoles, hasta a los más lindos, una y otra vez”.
A lo largo de la historia, la gente de Manus usaba los caparazones esmeralda de los caracoles en sus ropas y ornamentos ceremoniales en la época de festivales. Finalmente, la exportación de los caparazones llevó a la disminución de las especies, y en 1975, los llevó hasta el Appendix II de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES), un tratado multilateral que restringe el comercio de especies de animales y plantas amenazadas. Desde ese entonces, los científicos han recogido poca información sobre su estatus. El caracol podría haber estado en peligro, pero la comunidad de conservacionistas no podía saberlo.
Organizar un equipo que pueda estudiar al caracol de árboles requeriría expediciones por las copas de los árboles y obtener permisos de los dueños de terrenos. Ese trabajo sería muy intensivo. Costaría al menos entre 30.000 a 40.000 dólares. Para hacer el trabajo bien, harían falta 60.000 dólares, de acuerdo a Whitmore. Pero la gente de Manus ha compartido su territorio con el caracol, y a menudo lo ha visto al cortar sus árboles. Whitmore y su equipo se dieron cuenta de que el conocimiento que le faltaba a la comunidad científica podría encontrarse ahí, en la gente de la comunidad. Esta era una multitud sabia.
Así que en vez de organizar estudios extensos de campo, Whitmore decidió colaborar con el público para conseguir los datos. El modelo es especialmente útil cuando se cuenta con poco tiempo y aún menos fondos, y se enfoca en recoger la información, opiniones, o trabajo de grupos de personas en vez de personas en particular o de expertos. Whitmore se beneficiaría de la información recogida por la gente de Manus.
La idea de aprovechar de la sabiduría colectiva está ganando popularidad en nuestra sociedad, y es una técnica especialmente nueva en la ciencia de la conservación. Pero sus orígenes son antiguos — Aristóteles fue el primero en tomar la idea seriamente. “Los muchos, quienes no son hombres excelentes de forma individual, sin embargo pueden ser mejores cuando se juntan, así como las fiestas a las que muchos contribuyen son mejores que las fiestas que van a las expensas de una sola persona”, escribió Aristóteles en Política III.
Mientras que Aristóteles posiblemente se refería al intercambio de argumentos en un foro público, el fenómeno de que muchas mentes son mejores que pocas ha sido explorado desde entonces en experimentos de estadística. Hace más de un siglo, el famoso estadista Sir Francis Galton pidió a participantes de una feria de campo que adivinaran el peso de un buey muerto. Ochocientas personas participaron y el promedio de los cálculos colectivos resultó ser apenas una libra menos de la respuesta correcta.
La fórmula de Whitmore para recoger sus datos de conservación no se centró en adivinanzas sino más bien en acumular el conocimiento ya existente. Él y su equipo preguntaron al azar a 400 personas en un mercado sobre la abundancia y la distribución de los caracoles. También les preguntaron sobre la especie durante un evento muy recordado de 15 años atrás, con la ayuda de mapas de la isla. Gracias a los recuerdos colectivos, Whitmore pudo producir mapas de la distribución de los caracoles en un pasado y en el presente, y pudo calcular la tasa de reducción de la población.
La sabiduría de aquella multitud fue lo suficientemente confiable para que la UICN incluyera al caracol en su Lista Roja de Especies Amenazadas, luego de haber sido incluido como un caso que no contaba con suficientes datos. La nueva categorización significa que la población de caracoles está decayendo, pero no está en riesgo inmediato de extinción. “Eso significa, en teoría, que habrá más fondos para otras especies que lo necesiten”, dijo Whitmore.
Whitmore consiguió sus datos a través de la colaboración pública. Sin embargo, los avances modernos también ayudan a que otros científicos puedan hacer lo mismo con su fuerza de trabajo. Gracias a la expansión del internet, el cual es usando por más de 3 mil millones de personas, la gente alrededor del mundo puede fácilmente colaborar con datos o fotos en bases de datos científicas.
Esto ha permitido que científicos ciudadanos — miembros del público que desean participar en un esfuerzo científico — se conviertan en un ejército global de contribuidores de datos, que ayudan a crear proyectos que los científicos no podrían completar por su propia cuenta.
El Global Freshwater Fish BioBlitz es uno de esos proyectos, dirigido por un consorcio de organizaciones de conservación. El proyecto motiva a la gente a que salga y tome fotos de peces de agua dulce en sus hábitats el día 4 de febrero, el Día Mundial de los Humedales. Desde que empezó en el año 2014, 169 personas han participado montando sus fotos junto a los detalles sobre donde y cuando vieron los peces, los cuales son identificados por voluntarios que conocen su taxonomía.
“Al crear un modelo a través del cual los científicos y naturalistas de todo el mundo puedan colaborar, podemos construir una base de datos más sofisticada sobre los peces de agua dulce y su distribución. Y a lo mejor también podremos descubrir algo nuevo”, dijo Michele Thieme, una bióloga de conservación que trabaja para WWF, uno de los grupos responsables del bioblitz. “Si no sabemos cuáles son las especies y donde están, resulta difícil planear su conservación”.
El proyecto fue inspirado por el éxito de otro similar, el Global Amphibian Bioblitz. Desde que se inició en 2011, el proyecto ha recogido más de 40.000 observaciones de anfibios y hasta llevó a la descripción de una especie completamente nueva.
A diferencia de los invertebrados, los peces, y las ranas, el cóndor de California (Gymnogyps californianus) no sufre de una falta de datos sobre su abundancia y distribución para su clasificación. Se encuentra en la lista como “en peligro crítico” gracias a una intervención prolongada, después de haber sido catalogado como Especie Extinta en la Naturaleza luego de mucha persecución. Sin embargo, la colaboración del público para la conservación aún le puede ser útil.
Condor Watch es un proyecto que ni siquiera requiere que los participantes salgan de sus hogares. Está organizado de la misma manera que otros proyectos de la plataforma en línea Zooniverse. Condor Watch pide a participantes que miren fotografías de cóndores en los lugares donde se alimentan y que documenten información sobre el número de aves, sus identidades, y la distancia a su comida, así como notas sobre otros animales que estén presentes en el lugar.
Hasta el momento, los voluntarios han presentado 340.000 clasificaciones. Los líderes del proyecto esperan que la documentación de la ubicación y el comportamiento de los cóndores de acuerdo a las fotos de los últimos 10 años, ayuden a entender cómo el estatus social de las aves las predispone a que sean contaminadas por el plomo. El consumo de fragmentos de balas de plomo en restos animales es una de las amenazas que más afectan a este ícono de la conservación de especies.
No sabemos cuántos proyectos de colaboración pública de conservación existen por todo el mundo, pero sabemos que hay al menos docenas, o hasta cientos de ellos. ¿Existe la posibilidad de que todos estos datos adquiridos por personas que no son expertas sean publicados en la literatura científica? Parecería que sí. A principios de este año, un análisis de más de 500 estudios de los últimos 74 años de investigaciones sobre las mariposas monarcas, reveló que el 17 por ciento de los estudios usaron datos de estudios científicos por ciudadanos. Desde el 2000, dos-tercios de las investigaciones de campo sobre las mariposas monarcas usaron datos de personas no-expertas, muchos de ellos participaban en proyectos de colaboración pública.
Sin embargo, hubo algunas evaluaciones sobre la veracidad de los datos obtenidos por colaboraciones públicas, y dudas sobre sus usos científicos persisten en algunos lugares.
El trabajo de Whitmore se enfrentó a sus críticas también. Whitmore indicó que su jefe, quien mostró escepticismo en un principio, le sugirió que sus datos debían ser corroborados por encuestas de campo. Pero eso lo llevó a otro desafío: conseguir los fondos para hacer la encuesta.
Aunque el comprende las dudas, Whitmore insiste que su método de encuestas a un costo de 1.500 dólares fue una solución pragmática. “Considerando la información que pudimos recoger, ¿como es posible que gaste más de 30.000 dólares — un monto enorme para cualquier estudio sobre invertebrados — para estudiar una especie que no está la necesidad urgente de una intervención? ¿Acaso ese dinero no podría usarse en otra cosa?”
Sin embargo, Whitmore está de acuerdo con que su técnica tenga que ser comparada con métodos de campo para determinar su veracidad. “La gran ironía es que por razones de costos, tendremos que gastar mucho en otro proyecto sobre especies carismáticas para verificar nuestras técnicas”.
Por ahora, los datos obtenidos por voluntarios parecen ser lo suficientes para apoyar algunas decisiones básicas de conservación. Aunque una multitud sean cientos de personas en una isla remota, o miles dispersas en varios países y conectadas por el internet, los científicos están descubriendo que la sabiduría de las masas puede ayudar a conservar hasta las especies menos amadas y reconocidas del planeta.
Citaciones
Whitmore, N. (2015). Harnessing local ecological knowledge for conservation decision making via Wisdom of Crowds: the case of the Manus green tree snail Papustyla pulcherrima. Oryx. doi:10.1017/S0030605315000526.
Ries, L., Oberhauser, K. (2015). A Citizen Army for Science: Quantifying the Contributions of Citizen Scientists to our Understanding of Monarch Butterfly Biology. BioScience, 65(4), 419-430.
Brown, G., Weber, D., de Bie, K. (2015). Is PPGIS good enough? An empirical evaluation of the quality of PPGIS crowd-sourced spatial data for conservation planning. Land Use Policy 43:228–238.