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Nuevo estudio argumenta que la preservación de territorios es beneficiosa para las aves también

  • Compartir los territorios o preservarlos: los científicos han estado debatiendo durante décadas si es mejor dejar de lado bloques de zonas salvajes y enfocar sus alrededores en la agricultura intensiva, o crear ecosistemas como mosaicos donde las fincas y los bosques puedan coexistir. 
  • El nuevo estudio concluye que tierras boscosas contienen muchas más familias de aves que aquellos en comunidades de pequeños agricultores, las cuales pueden contener muchas especies pero no muchos grupos diferentes. 
  • Sin embargo, los críticos dicen que el estudio no toma en consideración los escenarios futuros o migraciones.

¿Cuál es la mejor forma de salvar la vida en el Planeta Tierra? ¿Acaso deberíamos dejar de lado grandes bloques de zonas salvajes y enfocar sus alrededores en la agricultura intensiva, o crear ecosistemas como mosaicos donde las fincas y los bosques y el resto puedan coexistir?

Los conservacionistas, ecologistas y agricultores han estado debatiendo esta dicotomía — lo que llaman la “preservación de la tierra” o “compartir la tierra” — durante décadas. No es un argumento elitista: con 7 mil millones de bocas humanas a las cuales alimentar (y que crecen más cada día) y con la crisis actual de la extinción de especies, la respuesta a la pregunta tiene gran importancia en el mundo real. El mes pasado, un nuevo estudio en Current Biology ofreció una nueva perspectiva sobre el debate, preguntando no solamente qué era mejor para las aves, sino cuál sería la mejor solución para preservar la evolución de las aves, algo que los científicos denominan la “diversidad filogenética”.

La conservación de tierras para la diversidad filogenética

El estudio, liderado por  David Edwards de la Universidad de Sheffield y James Gilroy de la Universidad Noruega de Ciencias Naturales, encontró que la conservación de tierras (por ejemplo, grandes parques cercanos a la agricultura intensiva) es la mejor manera de preservar la gran herencia evolutiva de las aves — al menos en el ecosistema de Chocó y los Andes en Colombia.

“Chocó y los Andes son un epicentro del endemismo y se han visto afectados por la agricultura de baja intensidad, provocando que las especies que viven ahí sean de las más amenazadas en el planeta”, dijo Edwards en una nota de prensa. “Es muy importante pensar en la mejor forma de cultivar ahí, pero también en cómo usar esta región como un modelo de cómo sembrar en otros lugares”.

Al comparar 318 especies de pájaros en tres lugares de la región (incluyendo en tierras boscosas así como en tierras para ganado) los investigadores lo describen como “encontramos un agotamiento de la diversidad filogenética en fincas de baja intensidad [ejemplos de tierras comunales] relativas al bosque”.

En otras palabras, los terrenos boscosos contenían muchas más familias de pájaros distintos que los terrenos con fincas de pequeña escala, las cuales pueden contener muchas especies pero no tantos grupos diferentes.

“Esto es porque las especies a las que les va bien en terrenos sembrados tienden a venir de algunas familias: aves como comesemillas y pinzones, oropéndolas y mirlos. Las comunidades en el bosque están conformadas por pájaros de muchas familias, desde perdices hasta hormigueros y trogones”, explicó Edwards a Mongabay.

Un par de loros cabeza de águila (Deroptyus accipitrinus). Foto de Rhett A. Butler.

En términos generales, los investigadores explican que el cambio de bosque virgen a la agricultura de baja intensidad representó una pérdida de “650 millones de años de historia evolutiva”. ¿Pero cómo fue que los científicos calcularon un número tan alto?

“Para cada especie podemos especular sobre el número de años que tomó desde que se separó de las especies hermanas más cercanas — estos representan años de una historia evolutiva única”, dijo Edwards. “Añadimos todos estos años de historia para toda la comunidad, y cuando hacermos esto, nos damos cuenta de que toda la historia resulta más corta bajo la ‘preservación de la tierra’ que bajo ‘tierras compartidas'”.

Edwards también dijo que su estudio en particular sólo se enfocó en las aves, y que posiblemente pueda ser aplicado también en otras especies.

“Las aves tienden a ser buenos indicadores de patrones en otros grupos, así que es posible que estos patrones puedan ser aplicados en otros. Por ejemplo, hemos descubierto patrones parecidos en la diversidad de especies de escarabajos, pero aún no hemos estudiando la historia evolutiva de los escarabajos”.

Otras investigaciones han llevado a resultados parecidos. Un estudio en Science en 2011 descubrió que la conservación de tierras era mejor que las tierras compartidas tanto para las especies de aves como de árboles en Ghana y en la India. Es más, las investigaciones encontraron que la agricultura que era “amiga de la biodiversidad” producía menos alimento (en términos de energía) y producía menos ganancias.

“En la era de la expansión de la agricultura en hábitats naturales, necesitamos buscar mecanismos que nos permitan producir más en tierras donde ya se practica la agricultura”, dijo Edwards. “Aunque ya existe mucha evidencia de que la agricultura de bajo impacto mantiene la vida salvaje mejor que la agricultura a gran escala, el desafío está en producir suficiente alimento para satisfacer las necesidades de la sociedad… Nuestro temor es que el método de tierras compartidas no podrá generar suficiente comida sin dejar cada vez menos espacio para los hábitats naturales. En un mundo ideal, haríamos ambos, pero desafortunadamente las decisiones difíciles sobre el futuro de la expansión agrícola deben hacerse ahora”.

Guacamayas rojas volando (Ara macao). Foto de Rhett A. Butler.

Pero aquéllas personas opuestas a la intensificación de la agricultura argumentan que el hambre a nivel global no está causado por la falta de alimento, sino mas bien por los desafíos de llevar los productos a la gente que lo necesita.

Efectivamente, las investigaciones de Edwards y Gilroy tienen sus críticos.

Debatiendo los resultados

John Vandermeer, un ecologista con la Universidad de Michigan quien ha estudiado la biodiversidad en los mosaicos de tierras compartidas en Centroamérica, le dijo a Mongabay que el apreciaba el hecho de que el nuevo estudio “va más allá que la mayoría de los cálculos simplistas sobre la biodiversidad que examinan [la biodiversidad filogenética]”.

Sin embargo, Vandermeer explicó que el estudio tiene una falta grave.

“Sigue promoviendo un error de otros estudios que dan por hecho que el estado actual de la biodiversidad, así sea en fincas o en preservas naturales, de alguna manera representará la biodiversidad en el futuro”, mencionó Vandermeer. “Sus simulaciones reflejan este error, y por ello predicen el futuro a través de patrones estáticos en diferentes tipos de hábitats”.

Para muchos defensores de las tierras compartidas, la agricultura en mosaico que promueve la biodiversidad representa un espacio para que las especies salvajes puedan moverse o migrar como les sea necesario, al contrario de las condiciones desérticas que se crean a través de los monocultivos intensivos.

“Lo cierto es que la biodiversidad es determinada a largo plazo por un balance entre la extinción a nivel local y la migración regional, un proceso profundamente dinámico que no puede ser comprendido desde la perspectiva estática que utilizan [Edwards y Gilroy]”, dijo Vandermeer.

Luke Frishkoff, un graduado reciente de la Universidad de Yale quien también ha comparado la biodiversidad en los bosques, fincas y plantaciones — incluyendo a investigaciones citadas en el estudio de Edwards y Gilroy – está de acuerdo con que la investigación actual lleva estos argumentos muy lejos. Él mencionó que tampoco estaba “convencido” de que “la conservación de tierras sea definitivamente mejor para la diversidad filogenética”.

Un águila harpía (Harpia harpyja), la especie de águila más grande del mundo. Foto de Rhett A. Butler.

Para empezar, Frishkoff dice que el estudio ignoró preguntas sobre rendimiento. En otras palabras, dió por hecho simplemente que los rendimientos de la agricultura serían más altos en territorios conservados a largo plazo.

“Como el rendimiento responde a las tierras compartidas es algo para lo cual no tenemos repuestas, y probablemente sea muy dependiente de los contextos locales y del tipo de agricultura. Dentro de los pastos para el ganado (el tipo de agricultura que fue investigado en el estudio), los campesinos a menudo pueden incluir hábitats salvajes con árboles, ya que los árboles ofrecen sombra y barreras contra el viento para beneficio del ganado. En este caso, el rendimiento y las especies salvajes son beneficiados por las tierras compartidas. Una declaración demasiado entusiasta de que la conservación de tierras es mejor sin medir el rendimiento puede tener el efecto de estimular al tipo de producción agrícola que le causa daño a las especies salvajes, y hasta causa menor rendimiento”.

Frishkoff también se refirió al hecho de que los investigadores habían hecho sus evaluaciones basados en un área de estudio que incluía un área amplia de bosque.

“Todas las simulaciones que usamos aquí requieren la existencia de un bosque bien conservado, porque la preservación de la tierra implica que cualquier territorio extra se añadirá a un área ya protegida. No entiendo como estos resultados se darían si no existiera ya un bosque continuo”.

Frishkoff añade que los así llamados bosques conservados podrían convertirse en “viviendas de baja densidad” o en “productos agrícolas de lujo”. En otras palabras, en el mundo real, los terrenos conservados de la agricultura intensiva podrían volverse en otra cosa — en vez de en un área de biodiversidad protegida.

“El debate entre los territorios conservados o compartidos depende de la idea de que este es un juego de suma cero — por ejemplo, que aumentos en rendimiento [a través de la conservación de terrenos] llevará a la disminución de terrenos usados para la agricultura, y en un incremento en los territorios que se dejen de lado para las especies salvajes”, dijo Frishkoff a Mongabay. “Este puede que sea o que no sea el caso. Un aumento en el rendimiento puede provocar la disminución en el precio de una mercancía mientras que sigue usando el mismo espacio para la producción agrícola”.

Edwards llamó esto el “escenario de pesadilla”. Para contrarrestarlo, Edwards sugirió a que los gobiernos consideren cambiar sus inversiones: de iniciativas de tierras compartidas a dejar de lado bosques.

“Siento que los modelos de preservación — como las compensaciones por biodiversidad, que pueden proteger grandes territorios de hábitats naturales — están llamando cada vez más la atención. Pero aún falta mucho por hacer para expandir estas políticas”, dijo Edwards. El explicó a Mongabay que la “capacidad de gobiernos tropicales” puede llegar my lejos en la creación de tales políticas.

Pero Frishkoff argumentó que la respuesta no es una carta blanca para la conservación de terrenos, sino para él una mezcla entre los dos métodos.

“La pregunta sobre tierras compartidas debe enfocarse en: ¿cuándo y por cuánto?”

No existe mucho chance de que el nuevo estudio de Edwards y Gilroy vaya a aclarar el debate entre la conservación de terrenos y los terrenos compartidos, pero sin duda ofrece más datos.

“Este es un sólo estudio en una sola región con un solo grupo de organismos dentro de un solo modelo de agricultura”, dijo Frishkoff. “Este estudio se centra en una pequeña pieza de todo el rompecabezas, y usa varios modelos para hacerlo. Pero al final de la cuenta, no sabemos cómo se debe mejorar la manera de preservar la historia evolutiva del Planeta Tierra”.

Las plumas de una guacamaya roja (Ara macao). Foto de Rhett A. Butler.

 

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