- Medidas políticas han llevado a un peor mantenimiento en la industria petrolera; los derrames han aumentado desde 2009.
- Hasta ocho barriles diarios de crudo pueden verterse por numerosas fallas en los más de 25.000 kilómetros de tuberías lacustres que cubren el lecho del ecosistema estuarino del lago más grande de Sudamérica.
- Pescadores revelan que muchas especies han escaseado or desaparecido completamente desde que se expropiaron las compañías que sustituían y reparaban las tuberías.
El 31 de julio de 1914 se inició formalmente la explotación petrolera en el estado Zulia, en el occidente de Venezuela, con la apertura del histórico pozo Zumaque I en la Costa Oriental del Lago de Maracaibo.
La llegada del oro negro transformó la economía y cultura de un país de producción agrícola, altamente rural y pobre, a uno que empezó a desarrollarse rápidamente con la entrada de los petrodólares. Esto trajo la llegada de decenas de empresas transnacionales que se instalaron en las riberas que antes ocupaban campesinos e indígenas, mientras que el impacto ambiental sobre el ecosistema lacustre alteró las costumbres y la historia de los pueblos pesqueros y la disponibilidad de agua potable.
El Lago de Maracaibo es una bahía semicerrada y salobre que se conecta con el Golfo de Venezuela, frente al Mar Caribe, el cual es sala de parto de mariscos, peces y tortugas marinas en sus bosques de manglares.
Es una de las zonas petrolíferas más ricas del mundo con más de 25.000 kilómetros de tuberías sumergidas en los más de 13.000 kilómetros cuadrados del cuerpo de agua. Es el lago más grande de Sudamérica, lo que le permite alojar 15 mil pozos perforados en su fondo, muchos de ellos inactivos y abandonados. En momentos de máxima explotación más de 450 pozos bombeaban el oro negro, mientras la superficie estaba llena de buques tanqueros, gabarras, y lanchas de mantenimiento.
Contaminación contenida
Alfredo Borges trabajó en transporte y mantenimiento para Petróleos de Venezuela S.A., o PDVSA, durante toda su vida. Se jubiló una semana antes del paro petrolero de 2002 que dejó muchos depósitos abandonados.
En un día reciente, inspeccionó el muro de contención de Lagunillas, donde antes hubo un poblado de viviendas indígenas construidas sobre el agua, el cual fue arrasado por el fuego causado por un derrame petrolero en 1939. Hoy el área está ocupada por torres, pozos y plataformas, muchas de ellas inactivas, mientras la orilla rocosa está completamente ennegrecida y llena de basura plástica.
Del otro lado del muro se encuentran muchas instalaciones de la industria petrolera que vieron mejores tiempos. Los estacionamientos están desolados, la pintura de las paredes se está cayendo, y el deterioro se apodera en forma de óxido de los muchos tanques que están a la vista. Hay basura y charcos putrefactos en escuelas y clubes sociales antes considerados privilegiados.
“Después del paro de 2002, a PDVSA solo le importó elevar la producción y se descuidó completamente el mantenimiento”, dice Borges. Los militares tomaron las instalaciones, cientos de miles de empleados fueron despedidos, muchos de ellos emigraron hacia Colombia, y en 2009 se expropiaron las 76 contratistas que hacían mantenimiento.
Ahora la empresa estatal admite 15 pequeños derrames diarios, por una cantidad de ocho barriles de petróleo. Según el Instituto para el Control y la Conservación del Lago de Maracaibo (ICLAM), un ente oficial nacional creado en 1981, en el agua se han conseguido cantidades importantes de sulfuro, flúor, nitrógeno, detergentes y coliformes fecales.
Ante el aumento de los incidentes, así como la falta de acciones para contener y limpiar, en 2010 distintas ONG se pronunciaron en conjunto demandando mayor responsabilidad a PDVSA y empresas asociadas, pero se siguen reportand0 decenas de incidentes importantes desde entonces.
Se dañaron el Lago y los camarones
En el estudio “Los derrames de petróleo en el Lago de Maracaibo entre 1922 y 1928” (2006) de la investigadora de La Universidad del Zulia, Nilda Bermúdez Briñez, se recopilan testimonios y documentos históricos que muestran la evolución de las denuncias realizadas por pobladores, pescadores y periodistas, así como las medidas tomadas por las autoridades locales y nacionales para la actuación por parte de las petroleras, incluyendo la primera ley de 1928 para sancionar los derrames petroleros según su gravedad.
Para 1923 las autoridades civiles de Cabimas y Lagunillas, en la costa oriental, reclamaban que el agua se había vuelto “inservible por la gran cantidad de petróleo que contiene”, mientras los pescadores denunciaban que habían perdido el 60 % de su actividad, con la destrucción de sus redes.
Según la web Estudios y Desastres de la Fundación Venezolana de Sismología (Funvisis), el derrame más reciente sucedió el 20 de mayo de 2015, afectando a 40 pescadores. Pero en septiembre de ese mismo año también hubo otro derrame, esta vez en Maracaibo.
Los ojos de Ana Rincón, presidenta de la Asociación de Pescadores del Lago en Cabimas (Asolagomar) lucen rojos y cansados. Tiene el virus del zika y está desilusionada porque desde mayo de 2015, cuando ocurrió el último gran derrame, el gobierno no les ha encargado más limpiezas de petróleo.
Por recolectar el petróleo en cestas y bolsas para ser retiradas por PDVSA, les pagaban 4.500 bolívares semanales (cerca de 5 dólares en el mercado negro). Lo hacen con palas, picos y sus propias herramientas, que se dañan rápidamente. Recuerda que antes lograban capturar hasta una tonelada de pescado por semana, mientras ahora les cuesta pasar 300 kilos. Hay días que ni siquiera alcanzan los 20 kilos.
A pocos metros, varios pescadores sumergen sus redes en envases llenos de gasolina, cuyo precio está altamente subsidiado desde hace décadas y cuya venta está controlada en la zona para combatir el tráfico hacia Colombia. Esto reduce su vida útil de varios años a apenas meses, mientras otros lavan sus pies y manos, manchados de petróleo mientras desembarcan. El dengue y la chikungunya, enfermedades transmitidas por el zancudo Aedes, son comunes en la zona, así como las dolencias respiratorias producto de las emanaciones tóxicas de los derrames. “El pescador se va a morir de hambre” dice la dirigente, al señalar que especies como el bocachico y el camarón desaparecieron.
El doctor Elíos Ríos, director de salud ambiental del Zulia, médico de profesión y ambientalista, explica cómo la industria petrolera ha afectado la armonía ecosistémica de un lago al que le otorga una gran capacidad de resiliencia ecológica.
“Es una especie de delta de cien ríos que buscan el mar, que puede vertirse y recibir de éste. Como el petróleo y el agua no se mezclan, se puede volatilizar por el efecto del sol, evaporándose, mientras los componentes asfálticos se hunden. Es lo que ya sucedía con los ‘menés’, las salidas espontáneas de petróleo desde el lecho marino. Por esto es que no termina de morirse”, sentencia.
Llegado desde el Mar Caribe, el camarón entra al Golfo de Venezuela por el norte, donde el agua es más salobre. Allí los manglares funcionan como sala de parto, ahora afectados por la deforestación y la contaminación petrolera.
Allí cumple la primera etapa de su ciclo vital, la metamorfosis. Luego el marisco se dirige hacia el sur, donde el agua es más dulce, para crecer y reproducirse. De allí nada hasta la Costa Oriental del Lago –donde coinciden la explotación, los derrames y la pesca- para volver a La Guajira. “Si llega a pasar, se llena de petróleo, por eso los pescadores tienen años que no los ven, pero no están extintos”, explica Ríos.
Polémicas millonarias
En mayo de 1997 el buque Plate Princess, de nacionalidad maltesa, derramó 3,2 toneladas de crudo cerca de Los Puertos de Altagracia, en la Costa Oriental del Lago. Esto causó un lucro cesante de al menos seis meses, aunque los pescadores cuentan que durante al menos cinco años la pesca desapareció y aún hoy sufren consecuencias.
El proceso judicial contra el Fondo Internacional de Indemnización de Daños Debidos a la Contaminación por Hidrocarburos (FIDAC), el dueño del buque y el capitán del barco por parte del Sindicato Único de Pescadores ha causado una batalla legal en Maracaibo, Caracas y Londres, por el reclamo de la máxima indemnización estipulada, 60 millones de dólares.
Aunque la FIDAC considera el caso como cerrado y caduco, en junio de 2015 un tribunal de Reino Unido aceptó la demanda. Aún así, en los Puertos de Altagracia, dicen que “ganamos pero no sabemos por qué no han pagado”.
En 2014, dos derrames de petróleo por la falla de un oleoducto causaron que el petróleo invadiera decenas de viviendas en la población de Punta de Palmas, en el mismo municipio, y en la segunda ocasión el hidrocarburo invadió las tuberías de aguas negras, causando que saliera por los grifos de las viviendas.
Sin embargo, en 2015 Venezuela logró la indemnización por otro derrame ocurrido en 1997 en el Lago de Maracaibo, esta vez con el buque de bandera griega Nissos Amorgos que derramó 25 mil barriles de petróleo en sus aguas, muy cerca de donde lo hizo el banco maltés.
Millones de moluscos han perecido
El experto en ecología estuarina, Héctor Severeyn de la Universidad del Zulia, encontró que solo éste incidente que llevó 14.000 barriles de crudo que cubrieron 48 kilómetros de costas arenosas, aniquiló más de 7,5 millones de macroinvertebrados, eliminando así 51 especies de moluscos, artrópodos y anélidos que habitaban en el Lago de Maracaibo.
Se perdieron un total de cinco millones de almejas comerciales, de consumo tradicional en Venezuela como las Tivela mactroides y Donax striatus, mientras la investigación encontró que tras cinco años han regresado solo el 40 % de las especies que originalmente allí se encontraban y que tomaría diez años más regresar a condiciones previas.
El estudio argumenta que la pérdida total de biodiversidad no se puede cuantificar pues no se habían estudiado antes del derrame otras poblaciones relacionadas como los invertebrados microbentónicos, meiofaunales y el zooplancton. Pero el estudio sí señala la importancia de fijarse en las llamadas “especies raras”. Entre ellas está el camarón de playa (Ogyrides alphaerostris) que no se había encontrado en el norte de Sudamérica desde un hallazgo en las costas brasileras en los años 60.
Severyn no encontró ni un solo ejemplar cinco años después del derrame, lo que coincide con los testimonios de los pescadores de Cabimas, Los Puertos y Maracaibo, quienes reclaman como los derrames petroleros —ya sean por parte de infraestructura en mal estado de PDVSA o por buques petroleros— han destruido la vida en la zona.
PDVSA siempre ha ofrecido la versión sobre las constantes fugas de crudo por presuntos “saboteos” en contra de las tuberías. Cuando se han admitido importantes derrames –-dentro y fuera del Lago– varios días después de su denuncia, siempre han asegurado que se encuentran complemente bajo control.
Sin embargo, ni los expertos, ni las comunidades afectadas alrededor del Lago de Maracaibo están claros sobre qué medidas de biorremediación y recolección se han tomado.