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Creación de un bien común: pesca y caza sustentables en la Amazonía colombiana

  • Los resguardos son territorios indígenas que se establecieron en Colombia en 1991 y que cubren ahora alrededor de un tercio del territorio colombiano.
  • Las comunidades locales han creado una propiedad común manejada de forma conjunta a partir de lo que había sido un recurso de libre acceso, en donde no había reglas, donde muchos pescadores sacaban todos los peces que podían para vender en los mercados locales.
  • Sin embargo, el turismo comercial ha experimentado un relativo crecimiento en la región desde que Puerto Nariño recibió la certificación como la primera municipalidad ecoturística de Colombia.
Lisette Johanna Escobar checking paperwork with the fishermen on the monitoring houseboat on Lake Tarapoto. Photo by Elvira Durán.
Lisette Johanna Escobar verifica la documentación con los pescadores en la casa flotante de vigilancia, en el lago Tarapoto. Foto: Elvira Durán.

Es el momento del cambio de turno en el bote de vigilancia en el lago Tarapoto, en lo profundo de la Amazonia colombiana. Lisette Johanna Escobar, investigadora estudiante de grado de la Universidad Nacional de Leticia, se pasa del bote de aluminio que nos trajo desde el municipio pesquero de Puerto Nariño a la rústica casa flotante y rápidamente se hace cargo del control. Tres pescadores pasaron la última semana en la casa flotante para monitorear y hacer cumplir los acuerdos de pesca que se establecieron en 2009 para el lago, luego de tres arduos años de encuentros regionales con veintidós comunidades.

De manera muy rápida, Escobar repasa la situación. “El programa de monitoreo es lo que hace que funcione el acuerdo; es un símbolo de vigilancia”, le dijo al pescador, y se fija cuántos días estuvieron en la casa flotante. “Tres días”, dice un pescador joven. Escobar le recuerda que el compromiso es por siete días. “Si tienes que irte por unas horas o unos días, deberías hacérselo saber a la Fundación”. La Fundación Omacha, una organización ambiental no gubernamental con sede en Bogotá, ha estado trabajando en la región durante veintiocho años y fue clave en la administración de los acuerdos de pesca que Escobar está ahora evaluando.

Escobar mira la documentación. Luego, mientras termina con el cambio de turno, les dice a los pescadores si tienen algún comentario o pregunta. Urbano Ferreira, un hombre delgado y curtido, apoyado contra una de las paredes del bote —alta hasta la cintura—, con el lago Tarapoto a sus espaldas, brillante por el sol, tiene algo que decir. “¡Queremos que esto continúe!”, dijo con entusiasmo. “Es realmente bueno para aquellos que tienen hijos, que ellos puedan conservar todos los peces que tenemos. Si no cuidamos todo esto, los peces y la vida silvestre van a desaparecer, y es un beneficio para todos nosotros, para los turistas. Todos los del resguardo deberían ayudar con esto para que no se vayan los delfines y los peces”.

Los resguardos son territorios indígenas que se establecieron en Colombia en 1991 y que ahora cubren alrededor de un tercio del territorio colombiano. El resguardo TICOYA —llamado así por los tres grupos étnicos que lo habitan: los tikunas, los cocamas y los yaguas— se extiende a lo largo de 383 400 acres (1551,5 km2) y ocupa más del 92 % del municipio de Puerto Nariño, al sudoeste de Colombia. Alrededor del 10 % se superpone con el parque nacional Amacayacu, con una extensión de 792 450 acres (3207 km2) de selva baja y humedales. El Tarapoto es el más grande de un complejo de seis lagos, los que solo son en realidad lagos estacionales. Con cada desbordamiento anual del Amazonas, los crecientes pulsos de agua conectan los lagos con el río a través de amplios tramos de bosque inundado y se crea así un enorme cuerpo de agua.

Entre 2006 y 2009, los pobladores desarrollaron un programa de monitoreo. Estaban decididos a encontrar una forma de lidiar contra el declive de la población de peces, lo que habían notado durante años. Esto fue un tema de gran preocupación para los pescadores y sus familias, ya que las investigaciones de la Fundación Omacha mostraron que el 24 % de los alimentos y de los ingresos en efectivo provenían de la pesca. En general, el 82 % del sustento de estos pescadores nativos proviene de la venta y del consumo directo de la exuberante naturaleza que los rodea, entre los que se incluyen la producción de alimento en sus campos o chagras, la pesca, el aprovechamiento de la madera y de la leña y, en menor medida, la caza.

Los acuerdos para implementar normas locales para la pesca han tenido un éxito sorprendente en muchas partes de la Amazonía. En Mamirauá, en el estado brasileño de Amazonas, los acuerdos para la pesca generaron un 350 % de incremento de la población del enorme pirarucú, el sostén de la dieta amazónica. Un folleto publicado por la Fundación Omacha expone el fundamento del esfuerzo de manera bien clara: “La construcción colectiva de las reglas del juego —simples y claras—, desarrolladas y respaldadas por la mayoría de la gente que habita la zona, es el primer paso de las comunidades locales para construir un sistema de gobierno propio para administrar de forma colectiva los recursos naturales”.

Lo que hicieron las comunidades fue crear una propiedad común administrada conjuntamente a partir de lo que había sido un recurso de acceso libre, en donde no había reglas, donde muchos pescadores sacaban todos los peces que podían para vender en los mercados locales. Durante los años en que se reunieron, elaboraron diez reglas simples, incluidas la prohibición de la pesca para todo aquel que no fuera del resguardo o de Puerto Nariño, la limitación de la pesca diaria a 20 kilos por pescador, la utilización de equipos de pesca tradicionales solamente, la prohibición de toxinas, armas de fuego y redes grandes y la prohibición de la pesca durante los períodos de reproducción. Además, los pescadores tienen permitido meterse en los lagos solo con canoas o con peque peques (canoas con un pequeño motor fuera de borda). Sin embargo, los acuerdos para pescar son solo una de las muchas iniciativas y dificultades que enfrentan los medios de vida sustentables en el resguardo.

El día posterior a la visita a la casa flotante, nos dirigimos río arriba por el Loretoyacu, un tributario del Amazonas, con un horizonte poblado de enormes montones de nubes algodonosas que se reflejan en la superficie vidriosa del río. El bosque, inundado a ambos lados, genera la ilusión de que la vegetación está apoyada sobre el agua; el follaje formado por cientos de sombras de verdes con diferentes texturas.

Vamos a visitar la última aldea pesquera de Colombia, San Pedro de Tepisca, antes de que el Loretoyacu fluya por una esquina aún más remota de Perú, pasando por una cadena de aldeas pesqueras sobre la margen derecha mientras navegamos. El difunto y legendario etnobotánico de Harvard, Richard Evans Schultes, pasó gran parte de la Segunda Guerra Mundial y también después de esta en la Amazonia colombiana buscando árboles de caucho de elevada productividad y libres de enfermedades para las plantaciones como parte esencial del esfuerzo de la guerra. Schultes vivió, por períodos que fueron de 1944 a 1946, en una granja de caucho ubicada en la boca del Loretoyacu, donde desemboca en el Amazonas, cerca del actual municipio de Puerto Nariño. Durante ese tiempo, estudió ciento veinte mil árboles de caucho, los que hoy en día no son más que algo en la selva, casi olvidados completamente, incluso por la gente de la zona.

Llegamos después de media hora a la colección de cuarenta casas de madera y unos doscientos setenta habitantes que conforman San Pedro de Tepisca y enseguida localizamos al curaca o líder elegido por la comunidad, Arley Ferreira, de treinta y cuatro años. Ferreira nos contó que el lago Tarapoto les queda demasiado lejos para ir a pescar, así que dependen más de la caza y no tanto de la menos productiva pesca, pero que ahora tienen que ir más lejos todavía para encontrar presas. Esto ha llevado a nuevas iniciativas para criar algunos de los animales de caza y solicitar una nueva legislación que permita la venta de carne silvestre, en particular la de la paca, roedor carnoso y de rápida reproducción.

Las actividades de reproducción se enfrentaron a unos cuantos desafíos. Las crías de los tapires se pueden amansar y domesticar con relativa facilidad. Una de ellas, criada en la aldea, comenzó a desaparecer durante el día entre el forraje de la selva y regresaba por la noche, pero un día no volvió. Ferreira relató la triste historia: “Un día regresó con una grave herida de bala en la mandíbula; la gente de la comunidad más próxima le había disparado, por lo que tuvimos que matarla y luego comerla”. La paca, por otro lado, al ser un roedor, no necesita mucha ayuda en la reproducción. Un grupo de investigación internacional está actualmente realizando estudios con cámaras trampa para determinar el número de la población con la esperanza de promover una legislación que legalice la venta de pacas para generar otra fuente de ingreso para las comunidades.

Children playing in the water on the basketball court flooded by the Amazon, in the lower part of Puerto Nariño. Photo by Elvira Durán.
Niños jugando en el agua en una cancha de básquet inundada por el Amazonas, en la parte baja de Puerto Nariño. Foto: Elvira Durán.
Children in the flooded community of Santa Clara de Tarapoto. Photo by Elvira Durán.
Niños en la inundada comunidad de Santa Clara de Tarapoto. Foto: Elvira Durán.

Durante nuestra estadía en el resguardo, en mayo de 2015, el Amazonas llegó a una histórica fase elevada de inundación —la segunda marca alta de los últimos años—, lo que algunos consideran como un preludio del cambio climático. Muchas de las aldeas están construidas sobre terrazas incluso más arriba de esta marca de agua, donde solo se inundan las partes bajas. En Puerto Nariño, las inundaciones se producían casi a un pie por debajo del aro de la cancha de básquet, lo que le daba a los felices niños que nadaban alrededor insólitas oportunidades de meter la pelota. Sin embargo, algunas de las aldeas más pequeñas vieron cómo el agua del río se metía en sus casas. Mientras me balanceaba sobre un grueso tablón que subía y bajaba en el agua, tuve una entrevista con Ciro Laulate Gómez (30 años) en la diminuta aldea de Santa Clara de Tarapoto, que tiene solo once familias y es la única que está sobre el lago.

Laulate se entusiasmó con el acuerdo de pesca y dijo que este había ayudado a repoblar el lago, pero me contó sobre un problema que no se anticipó en estos acuerdos: el turismo comercial ha experimentado un relativo crecimiento en la región desde que Puerto Nariño recibió la certificación como la primera municipalidad ecoturística de Colombia. Ahora, los botes rápidos se alejan de Leticia, paran para almorzar en Puerto Nariño y pasan zumbando por el lago Tarapoto antes de volver río abajo. Las embarcaciones turísticas tienen enormes motores fuera de borda, mientras que los pescadores están restringidos a usar los peque peques. “Los turistas hacen un montón de ruido. Una vez atrapé uno de esos peces, pero uno grande”, dice Laulate, señalando una cadena de brillantes pececitos a rayas amarillas que flotan cerca de la canoa atada a su casa. “Se lo di a mi esposa para que preparara sopa de pescado y tenía gusto a gasolina. Los botes están contaminando el lago”.

Las comunidades no han podido conseguir que los operadores de turismo se sienten en la mesa de negociaciones para que se los incluya en las normas del lago Tarapoto y la contaminación causada por la gasolina es solo una de las muchas presiones ambientales que están haciendo mella en toda la Amazonía.

En Bogotá, pude reunirme con el director científico de la Fundación Omacha, Dr. Fernando Trujillo, quien detalló algunos de estos problemas mayores. “Hay ciento cincuenta represas hidroeléctricas en el sur de la cuenca amazónica, con otras ciento setenta en construcción o planeadas”, comentó. “Y luego está el tema del mercurio. La mayoría de las especies de peces del Amazonas tiene ahora mercurio en su organismo. Es un tema que se trata con sumo cuidado debido a las repercusiones en la salud humana. Los peces también están contaminados en regiones donde no hay actividad minera, dado que muchas de las especies son migratorias”.

Los pescadores que crean sus propias reglas para establecer un bien común, regular la pesca local y encontrar maneras de generar ingresos provenientes de la caza se ven a sí mismos como parte clave del rompecabezas de la gobernanza y la sustentabilidad del Amazonas y sus tributarios. “Es tiempo de comenzar una nueva etapa en la historia de los pueblos de la Amazonía —dijo Trujillo—, una etapa en la cual evaluamos los recursos que tenemos y cómo podemos usarlos sabiamente para que así perduren”.

La visita de la autora a la región fue subvencionada por la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional de la Universidad Internacional de Florida y la Universidad Javeriana de Bogotá.

The Loretoyacu River. Photo by Elvira Durán.
The Loretoyacu River. Photo by Elvira Durán.
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