- En septiembre, el Servicio de Conservación de Recursos Naturales del USDA anunció su ronda de Subsidios para la Innovación en la Conservación. La agencia galardonó 45 subsidios que suman un total de cerca de 20 millones de dólares en proyectos para mejorar la salud de la tierra y para desarrollar los mercados ambientales.
- Los proyectos de mercados ambientales son parte de una aproximación a la conservación relativamente nueva conocida como “pagos por servicios ecosistémicos”. La idea es tener la capacidad de cuantificar ciertas funciones ambientales aparentemente intangibles, como la captura y el almacenamiento de carbono, y hacer que comprarlas y venderlas sea más fácil y atractivo para los inversores en un intento de poner más dinero en la conservación de recursos naturales.
- La aproximación del pago por servicios ecosistémicos ha ganado muchos defensores desde que fue popularizada en el 2005, pero también ha ganado detractores.
Hubo un momento durante la temporada de cosecha en el 2012, después de que una sequía devastadora golpeara el granero del medio oeste de los Estados Unidos, en que un vistazo mostraba que era evidente que Dave Brandt había manejado su granja mejor que sus vecinos.
El “Obi-Wan Kenobi del suelo”, como el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos le llama, fue beneficiado con 75 000 dólares de un Subsidio para la Innovación en la Conservación (CIG, por sus siglas en inglés) de una división del USDA, llamada el Servicio para la Conservación de Recursos Naturales (NRCS, por sus siglas en inglés). Con el subsidio convirtió su granja en Carroll, Ohio, en un área de demostración a la cual pueden ir a estudiar especialistas en agricultura y granjeros de todas partes. La industria granjera podría revolucionarse debido a lo que Brandt está haciendo.
Brandt no labra sus 1100 acres, tampoco usa mucho fertilizante ni control de plagas. Planta cultivos de cobertura —cosas como trébol encarnado, veza, avena, un poco de centeno— cuyas raíces penetran la tierra, sostienen una galaxia de microorganismos y lombrices y mantienen gran parte del exceso de calor fuera. Durante la sequía del 2012, estas técnicas permitieron que la poca lluvia que cayó sobre la tierra de Brandt permaneciera allí en lugar de escurrirse, como sucedió a muchos de sus vecinos, y mantuvieron su tierra lo suficientemente fresca como para no asar el maíz.
“Algunos de los campos convencionales se calentaron hasta los 140 grados [60 grados Celsius] en la superficie”, dijo Brandt a Mongabay, refiriéndose a sus vecinos, quienes labran y no usan cultivos de cobertura. “El nuestro estuvo entre 96 y 97 grados [35.5 y 36 grados Celsius]”.
Brandt se paró allí con Jason Weller, jefe del NRCS, en un camino donde acababa su maíz y empezaba el de su vecino. Observaron el maíz en el campo de Brandt y miraron el maíz al otro lado del camino. Ambos estaban secos, dorándose bajo el calor opresor, pero la tierra en un lado era superior a la del otro. El vecino de Brandt obtuvo 45 busheles de maíz (1143 kilogramos aproximadamente) por acre ese año. Brandt obtuvo 142 (3607 kilogramos aproximadamente).
Éste es el tipo de innovación agrícola que está empezando a contagiarse entre los granjeros de Estados Unidos, y que Weller espera que contribuya a una nueva forma de pensar respecto a la conservación.
La idea de Brandt era educar a la gente que se encuentra en el sector agrícola industrial, asesorarlos a través de un nuevo modo de hacer granja —¿o es, quizá, un regreso al modo ancestral? — Brandt utiliza mucho menos herbicida que la mayoría de los granjeros, reduciendo así la cantidad de contaminación que sale de su granja hacia el depósito local de agua. Usa menos fertilizante, lo cual reduce las cantidades de óxido nitroso, un importante gas de efecto invernadero, que llegan a la atmósfera. Tampoco labra, lo cual mantiene el carbono en la tierra, donde puede nutrir sus cultivos. También ahorra combustible diesel. Cuando viene la temporada de cosecha, año tras año, la tierra de Brandt se encuentra saludable, sus campos están llenos y llega más dinero a sus bolsillos.
Como Weller dijo a Mongabay, la meta de CIG es cambiar la forma en que los americanos piensan en la conservación, no solo en la agricultura. En septiembre, el NRCS anunció sus subsidios CIG para el 2015. Cuarenta y cinco subsidios que suman un total de 20 millones de dólares fueron galardonados en dos categorías principales, los proyectos de salud de la tierra como el de Brandt y los mercados ambientales. Se los llevaron una serie de beneficiarios —individuos, organizaciones con fines no lucrativos, universidades y gobiernos estatales— que idearon maneras innovadoras de conservar los recursos naturales.
En la última década, el NRCS ha invertido alrededor de 250 millones de dólares en casi 700 proyectos a través de los CIGs. El subsidio más cuantioso es de un millón de dólares. La mayoría de las inversiones que la agencia hace son igualadas por el beneficiario, dólar por dólar. Hubo unas 300 propuestas este año, según dijo Weller a Mongabay. “Fue una respuesta realmente robusta”, comentó. “Cada año se vuelve más competitivo. Existen muchas grandes ideas y realmente mucho potencial”.
Cerca de la mitad de los proyectos financiados recientemente se centran en lo que Weller describió como “el crecimiento, desarrollo y maduración de los mercados ambientales”. El NRCS y mucha gente y organizaciones a las que financia están persiguiendo una nueva estrategia conservacionista llamada “pago por servicios ecosistémicos”. Aunque el NRCS no avala explícitamente este enfoque, muchos de los programas y proyectos de investigación que la agencia financia lo están siguiendo. La idea es, esencialmente, ser capaces de cuantificar ciertas funciones ambientales aparentemente intangibles, como la captura y el almacenamiento de carbono, y hacer más atractivo para los inversionistas comprarlas y venderlas. Colocar el símbolo del dólar al lado de un servicio ecosistémico, dice la teoría, hará que más personas se interesen y pongan dinero en el esfuerzo por conservar los recursos naturales que le quedan a la Tierra.
Como Wellers dijo: “¿Cómo identificamos nuevas formas de abordar los retos del manejo de los recursos en granjas y praderas de tal modo que realmente acelere la identificación, incorporación y difusión de nuevas aproximaciones para la conservación?”.
Uno de los beneficiados del NRCS de este año en la categoría de mercados ambientales es Ducks Unlimited, una organización que tiene su sede en Tennessee y que intenta proteger el hábitat de aves acuáticas. Ducks Unlimited recibió más de 200 mil dólares para hacer crecer un proyecto ambicioso financiado en un CIG previo en la Región Prairie Pothole de Dakota del Norte, una franja de praderas y lagos de aguas superficiales que se extiende al norte y el oeste desde Iowa hasta Canadá. Ducks trabajó con Climate Trust, una organización sin fines lucrativos que tiene radicada en Oregón, para crear la primera transacción de todos los tiempos con créditos de carbono de praderas en un mercado voluntario.
Las dos organizaciones trabajaron con terratenientes para poner unos 11 000 acres de prados en Dakota del Norte bajo servidumbre, permitiendo que los no propietarios usaran la tierra para otros propósitos como la caza de patos. Cuantificaron el beneficio ambiental de proteger esa área y dejaron claro a los terratenientes que, esencialmente, al no emplear su tierra para la agricultura intensiva o la vivienda, hicieron algo que le valió dinero a alguien.
Ese alguien resultó ser General Motors. Chevrolet compró decenas de miles de créditos de emisión de CO2, como parte de un compromiso para reducir su huella de carbono.
“Fue todo un éxito en buen número de frentes”, escribió en un email a Mongabay el especialista en mercados ambientales, Billy Gascoigne, de Ducks Unlimited. “Nos gusta enfatizar que protegimos pastizales en uso”. De tal modo que la tierra no es totalmente silvestre y libre, pero tampoco ha sido convertida para agricultura industrial o centros comerciales.
“Estas son algunas de las fuentes más grandes de tierra con carbono que tenemos en los Estados Unidos”, dijo a Mongabay Peter Weisberg, gerente de proyecto en Climate Trust. “Cuando labras la tierra para prepararla para ser tierra de cultivo, pierdes mucho carbono. Así que proporcionamos financiamiento adelantado para que los terratenientes supieran que el carbono tendrá algún valor cuando su tierra se encuentre bajo servidumbre, y después trabajamos con Ducks Unlimited para intentar encontrar el valor que retribuyera esa inversión”.
Climate Trust ganó un nuevo subsidio este año —un millón de dólares, el máximo galardón de NRCS. Su propuesta fue crear lo que tentativamente es llamado Working Lands Carbon Facility (Servicios de carbono en tierras de cultivo).
“Es un fondo que financia proyectos de carbono”, dijo Weisberg. En los pasados 20 años, explicó, Climate Trust ha usado subsidios de fundaciones privadas e instituciones públicas como NRCS para investigar y financiar proyectos innovadores de conservación. Ahora, habiendo demostrado que muchos de esos proyectos pueden funcionar, quiere atraer a nuevos inversores privados e individuales que habitualmente se asustan frente a productos y mercancías nacientes.
Los proyectos en los que Climate Trust intentará invertir caen dentro de tres categorías diferentes, según dijo Weisber; digestivos anaeróbicos en complejos de ganado que produzcan energía renovable a partir del estiércol; proyectos de conservación de praderas que detengan la conversión de estas a tierras de cultivo (lo cual liberaría gran cantidad del carbono resguardado en la tierra), y proyectos innovadores de conservación forestal para la captura de más carbono en los árboles.
“Todas esas actividades generan compensaciones de carbono” que los países o compañías están comprando cada vez más para lograr sus objetivos relativos a la emisión de gases de efecto invernadero, como dijo Weisberg. “Lo que estamos haciendo de forma única es invertir en proyectos a cambio de poseer las compensaciones de carbono que ellos generarán a lo largo de un período de 10 años”.
Construir mercados ambientales y exhortar a que los inversionistas pongan su dinero en productos basados en el carbono son aspectos importantes del acercamiento de los servicios ecosistémicos a la conservación. La meta es demostrar que conservar diversos tipos de recursos naturales es valioso para alguien, en algún lugar, y atraer nuevo capital a proyectos innovadores que los proteja en lugar de explotarlos.
Esta aproximación fue popularizada en un informe del 2005 respaldado por las Naciones Unidas. “Aunque la especie humana tenga amortiguación contra cambios ambientales debido a la cultura y la tecnología, depende fundamentalmente del flujo de servicios ecosistémicos”, señala dicho informe.
Tomemos, por ejemplo, el agua. El agua de un río es valiosa para el salmón, que depende de ciertas profundidades y temperaturas como señales de cuándo y dónde reproducirse. El salmón, por su parte, es valioso para el ser humano. Un río de salmones puede ser contaminado por algo como una planta de tratamiento de aguas residuales en deterioro. Esto es exactamente lo que le pasó al Río Rogue en Oregón. Una planta en Medford estaba descargando agua demasiado caliente al río, lastimando al salmón. La ciudad se planteó actualizar la planta instalando refrigeradores que enfriaran las aguas residuales, un esfuerzo costoso. En lugar de ello, tomó un enfoque distinto: una organización sin fines lucrativos que tiene su sede en Portland, Freshwater Trust, con un CIG del NRCS, trabajó con granjeros y otras personas para plantar árboles a lo largo del río y sus afluentes. Los árboles echan sombra sobre el río y enfrían el agua.
“Calcularon la capacidad de enfriar de estos árboles —cuántas millas había que plantar para obtener el mismo efecto que los refrigeradores hubieran tenido”, dijo Weller a Mongabay. “Entraron en un contrato a 20 años con los granjeros. De modo que la ciudad, en lugar de pagar por la construcción, está pagando a los granjeros para que administren estos árboles, para que los mantengan intactos y provean amortiguamiento a lo largo de sus campos. Ese es un ejemplo de infraestructura verde de baja tecnología que tiene beneficios gratuitos —está ofrenciendo amortiguamiento, evitando que los sedimentos corran de los campos al río, está proporcionando un hábitat y está mejorando la experiencia recreativa en el río para los pescadores”.
Antes del alza de la idea de los pagos por servicios ecosistémicos, la mayoría de los conservacionistas pensaba en la conservación como una forma de proteger a la naturaleza de los hombres. La idea subyacente era que los humanos dañan a la naturaleza, aunque esa no sea su intención. Desde la Revolución Industrial, el daño se ha acelerado, y en los viejos tiempos los conservacionistas apartaban lo que podían de la naturaleza y la biodiversidad que quedaban en la Tierra para protegerlas de la mejor forma posible: con la legislación, parques, cuidadosos manejos o una cerca si era necesario. Con el aumento de muestras de que este acercamiento tradicional a la conservación estaba fracasando en la prevención del declive masivo de la fauna y de la degradación del ecosistema, el pago por servicios ecosistémicos intentó integrar acciones de conservación dentro de las actividades humanas en lugar de mantener ambas separadas.
Aunque el nuevo enfoque tiene muchos entusiastas, también cuenta con su cuota de detractores. Bill Adams, profesor de conservación en la Universidad de Cambridge, en Inglaterra, es uno de ellos. En el 2009, Adams fue coautor de un estudio en la revista Conservation Biology que advirtió contra del abandono de la conservación tradicional en favor del enfoque de pagos por servicios ecosistémicos. En una entrevista con Mongabay, Adams esbozó algunos de los posibles inconvenientes de centrarse enteramente en el pago por servicios ecosistémicos.
“Si estás interesado en conservar todos los tipos de biodiversidad, puede que quieras conservar más cosas que las que tienen un valor económico. Entonces podrías descubrir que las babosas no tienen valor económico, por ejemplo, en cuyo caso dices, ‘Ok, genial, eso está bien, las ballenas son buenas, las babosas no son buenas. No necesitamos babosas’, y el conservacionista dice, ‘¡Espera! Las babosas tienen derecho a existir. Las babosas son hermosas, las babosas son diversas’. Sin embargo [con la aproximación de los servicios ecosistémicos] dices, ‘Eh, no le veo el valor económico’, y ése es el riesgo”.
El famoso conservacionista y columnista de The Guardian, George Monbiot, advierte en contra de la rapacidad y corporativización de la naturaleza, que según él subyacen en el enfoque de los servicios ecosistémicos.
“Nos merma a nosotros, merma la naturaleza. Al convertir el mundo natural en un subsidiario de la economía corporativa, se reafirma la doctrina bíblica del dominio. Se rebana la biósfera por las mercancías que la componen… El dinero que se hace protegiendo la naturaleza casi nunca rivaliza con el que se hace al destruirla. La naturaleza ofrece bajos rangos de retribución en comparación con otras inversiones. Si permitimos que la discusión cambie de los valores al valor —del amor a la avaricia— cedemos el mundo natural a las fuerzas que lo están destruyendo”.
No obstante, gran parte de la gente que trabaja en las nuevas aproximaciones a la conservación, entre ellos aquellos que hablaron con Mongabay para este artículo, afirman que los métodos antiguos ya no funcionan, y un pensamiento fresco es vital si queremos seguir conservando los recursos del mundo y la fauna más valiosos y que son cada vez más escasos.
Es posible, defendieron, colocar un valor en dólares en la preservación o extensión de un ambiente natural al no explotarlo. No emplees tu tierra, fue el mensaje a los terratenientes de Dakota del Norte — encontremos una forma de que consigas dinero conservándola. En última instancia, la idea es permitir a los humanos continuar recogiendo recursos del planeta, pero de un modo —apelando a nuestras carteras— que no mate ecosistemas enteros dentro de unos años, provea hábitat y apoye los espacios que sean útiles para los humanos y la naturaleza por igual.
¿Es el dinero el factor crucial? ¿Dejó de ser posible preservar un área de la naturaleza —para mantener algo salvaje y libre del impacto humano— simplemente por su belleza natural y su valor intrínseco? ¿Necesitamos ahora un incentivo financiero? ¿Y si pagamos a la gente para preservar la naturaleza y encuentran la forma de abusar del mercado, y terminan haciendo más daño que bien?
Adams sospecha que podría suceder: “Si premias a la gente por la cantidad de carbono que hay en el ecosistema, entonces lógicamente intentarán maximizar la cantidad de carbono”. El problema, dijo, es que podrían hacerlo de maneras que, en efecto, no fueran beneficiosas para los ecosistemas y la biodiversidad. Como ejemplo, sugirió que al querer capturar más carbono en un bosque, la gente podría verse tentada a desarraigar los árboles que ya están allí y plantar unos nuevos que capturen más carbono. Esto incrementaría la habilidad del bosque para almacenar el carbono, pero llevaría a todo un abanico de nuevos problemas con la biodiversidad y el monocultivo, dijo.
Sin embargo, como Weisberg explicó, “ya no se trata de trinchar lugares hermosos y nombrarlos protegidos. Cuando los problemas medioambientales se vuelven los problemas de la gente, la gente está dispuesta a pagar para arreglarlos”.
“No criticamos la forma en que la conservación se ha hecho históricamente”, concluyó, “estamos intentando llevarla a una escala mayor. Para hacer esto necesitamos maneras en que los proyectos de conservación generen flujo de efectivo y se vuelvan invertibles”.
Wellers espera que los subsidios a la innovación del NRCS puedan guiar el camino en los mercados ambientales que hacen que esas inversiones sean posibles. Aunque la cantidad de dinero es relativamente pequeña, los subsidios han visto algunos éxitos positivos, algunos incluso sorprendentemente innovadores.
“Lo que es emocionante es que algunos de estos mercados están naciendo… Queremos llevar esto al siguiente nivel”, dijo.
Citas
- Millennium Ecosystem Assessment, 2005. Ecosystems and Human Well-being: Synthesis. Island Press, Washington, DC.
- Redford, K.H. and Adams, W.M. (2009). Payment for Ecosystem Services and the Challenge of Saving Nature. Conservation Biology, 23: 785–787.