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Reportaje desde el Amazonas: el río Iriri muestra ejemplos de negocios sostenibles y no sostenibles

  • Un equipo de investigación sube por el río Iriri y los terrenos del pequeño puerto de rio Maribel para hablar con los locales quienes, sorprendentemente, desean dejar sus hogares para establecerse en una nueva reserva indígena —siempre que el gobierno cumpla con las promesas de reasentamiento y compensaciones.
  • En la convergencia con el río Nova, una pequeña empresa familiar de procesamiento de nueces de Brasil opera legalmente y de forma sostenible dentro de la Reserva Extractiva del Río Iriri —un territorio de conservación en el que se permite una limitada actividad económica. Sus 20 negocios familiares utilizan el bosque sin destruirlo.
  • El equipo de investigación se detiene para visitar las ruinas del que una vez fue el enorme rancho ganadero del empresario brasileño Julio Vito Pentagna Guimarāes. Era famoso por su brutalidad y por cometer uno de los fraudes más grandes de la Amazonía. El gobierno incautó el rancho y lo convirtió en una estación ecológica; él se enfrenta a cargos civiles y criminales.
The Iriri River in the Amazon basin, site of the town of Maribel, and of the sustainable family-run Brazil nut mini-factory and the unsustainable ghost ranch of Julio Vito Pentagna Guimarāes. Photo by Mauricio Torres.
El río Iriri en la cuenca amazónica, sede de la ciudad de Maribel y de la pequeña y sostenible empresa familiar de nueces de Brasil y del insostenible rancho fantasma de Julio Vito Pentagna Guimarāes. Fotografía de Mauricio Torres.

Maribel es un pequeño y agradable puerto de río, situado en el territorio indígena de Cachoeira Seca en el lado opuesto del rio Iriri desde la Estación Ecológica Terro do Meio (ESEC-TM).

La ciudad consta de una plaza central, rodeada de barras pintadas en colores llamativos: azul, rosa, púrpura, turquesa, verde. Cada establecimiento tiene un tejado de palma y una gran baranda, donde la gente se reúne a comer, hablar, beber y extender sus hamacas.

Cuando cae la noche de esa forma tropical repentina, los lugareños charlan relajados con nuestro equipo de investigación sobre la creciente escasez de pescado causada, según dicen, por el incremento de la demanda de Altamira —ciudad en expansión de la cuenca amazónica que ha aumentado su población a alrededor de 100.000 habitantes con los trabajadores que han llegado para construir la gigantesca presa Belo Monte. Además, constantemente llegan más pescadores, explican, e invaden áreas de pesca de los demás, algo que jamás ocurría en el pasado.

Los parlanchines de las primeras horas de la noche mencionan otro tema popular: las restricciones impuestas por las autoridades de la conservación, ICMBio (Instituto Chico Mendes de Conservaçāo da Biodiversidade). Las autoridades no van tras los verdaderos responsables, dicen, los madereros clandestinos, grandes granjeros y pescadores comerciales que desobedecen las normas y vacían el río con sus redes.

“Nosotros somos los únicos que no podemos defendernos”, se quejan los lugareños. “No podemos sacar ni un solo pescado de la zona para llevárselo a nuestros parientes en Altamira”. Sin embargo, cuando se les presiona, admiten que la situación ha mejorado con respecto a hace dos años —aunque todavía les molesta el constante monitoreo.

Biologist Ricardo Scoles explained why one rarely sees large animals along Amazon rivers, but plenty of small ones, such as mosquitos. Photo by Natalia Guerrero
El biólogo Ricardo Scoles explica por qué apenas se ven animales grandes a lo largo de los ríos amazónicos y sí muchísimos pequeños, como los mosquitos. Fotografía de Natalia Guerrero.

La conversación deriva hacia el territorio indígena de Cachoeira Seca y los terrenos que reclaman los lugareños allí. Algunos se asentaron en el pasado en territorios que ahora se incluyen dentro de la recientemente designada reserva de 750 000 hectáreas (2896 millas cuadradas); sin saber que algún día les pedirían que se fueran.

Sin embargo, los lugareños no muestran resentimiento hacia los indianos, lo que es raro en este tipo de conflictos, y reconocen los derechos de los indianos a la tierra. Los lugareños incluso añaden que están preparados para trasladarse, pero no sin ninguna lógica. Quieren que el gobierno respete la ley y que los reasentamientos sean en terrenos igual de buenos y les compensen por la casa y las cosechas que pierden.

El gobierno acaba de completar el largo proceso de discernir a los genuinos primeros colonos de los grileiros(ladrones de tierras), quienes se instalaron después de que se proyectara la reserva para conseguir dinero rápido. El largo proceso de implantación de la reserva está en marcha pero los funcionarios parecen reacios a dar el último paso: la (casi) irreversible creación del nuevo territorio indígena.

Por lo tanto, nadie ha salido de la reserva indígena todavía y eso está generando una gran incertidumbre. “Es inquietante no saber qué está ocurriendo”, dice un colono.

Castanheira, a giant Brazil nut tree. Photo courtesy of Wikipedia
Castanheira, un árbol gigante de nueces de Brasil. Fotografía cortesía de Wikipedia

Extendimos nuestras hamacas en una de las barandas y pasamos una noche tranquila. A la mañana siguiente nuestro equipo se dirigió río arriba en nuestra voadeira (canoa con motor fueraborda). El Irisi está bajo, debido a que las lluvias tan solo acaban de empezar —vienen muy tarde este año— y nuestro piloto tiene que elegir cuidadosamente su camino alrededor de las zonas rocosas.

El sol aparece entre las nubes y vemos cigüeñas, loros rojos y azules (arara) y ocasionalmente un martín pescador aleteando a lo largo de la ribera. De vez en cuando descubrimos un jacaré (caimán) tomando el sol sobre las rocas. Sorprendentemente, vemos pocos animales grandes. Le pregunto a Ricardo Scoles, uno de los biólogos, por qué y nos explica que aunque en parte se debe a que los animales grandes no son fáciles de ver dado que la mayoría vive en lo profundo de la selva, hay otro factor que tiene que ver con los trópicos: como no hay estaciones definidas, no hay una eclosión repentina de vida (hierba, vainas, frutas) como ocurre cada primavera en las zonas templadas, por lo tanto no hay un gran incremento en la procreación y por eso no hay animales en grupos disfrutando a lo largo del río. El bosque amazónico sigue una dinámica regular durante el año. Sin embargo, añade, si bien vemos pocos vertebrados, el Amazonas tiene un gran número de invertebrados (animales pequeños como hormigas y mosquitos), que están a la vista constantemente para todos los visitantes.

Un próspero y pequeño negocio familiar

Pronto paramos en una pequeña fábrica situada en la confluencia de los ríos Iriri y Novo. Aquí hay gente que vive y trabaja en la Reserva Extractiva del Río Iriri, un terreno de conservación en el que se permite alguna actividad económica asignada. El apoyo financiero de dos ONG —ISA (Instituto Socioa-Ambiental) e Imaflora— ha permitido a 20 familias crear pequeños negocios de nueces de Brasil.

Family workers preparing Brazil nuts at their mini-factory within the Iriri River Extractive Reserve. Photo by Natalia Guerrero
Los trabajadores familiares preparando nueces de Brasil en su pequeña fábrica en la Reserva Extractiva del Río Iriri. Fotografía de Natalia Guerrero

Las familias colectan los ouriços (cáscara leñosa, cada una del tamaño de una pequeña pelota de playa) cuando caen de los gigantescos árboles de la nuez de de Brasil. Hierven los ouriços en una gigantesca cocina a presión para ablandar la cáscara externa, tras romperlos los abren y sacan las nueces. Una vez que se les ha quitado la cáscara, las nueces las secan y empaquetan. Es un proceso de trabajo intenso pero más fácil de lo que solía ser; ahora, gracias a la ayuda del gobierno, los trabajadores tienen un equipo básico que les permite ser competitivos.

Las familias gestionan todo el proceso, eliminando su dependencia del regatão (intermediario), lo que les permite obtener alrededor del 30 por ciento más de sus nueces y también pagar menos por la mercancía que compran.

Los lugareños están empezando el procesamiento de otros productos de la selva, produciendo aceite y harina de nueces de babasú, por ejemplo. Al ver el éxito, otros grupos familiares de la región están repitiendo su sistema. Una situación en la que todos los involucrados ganan.

Sorting through a Brazil nut pile within view of the Iriri River. Photo by Natalia Guerrero
Seleccionando en un montón de nueces de Brasil con el río Iriri de fondo. Fotografía de Natalia Guerrero

De regreso a bordo de nuestra voadeira, subimos el río y somos azotados por una terrible lluvia tropical. Divisamos un derruido embarcadero, que una vez fue parte de un enorme rancho de animales llamado Juvilândia, nombrado así por su propietario, Julio Vito Pentagna Guimarāes, un fabricante textil procedente de Sao Paulo. Él implantó su expansión a finales de los años 70 en un tiempo en el que el gobierno militar daba un generoso apoyo financiero a los industriales del sur de Brasil para que crearan operaciones ganaderas en el Amazonas.

La justificación detrás del sistema de la Junta de la Guerra Fría se basaba en el jocoso reclamo de que el Amazonas era “una tierra sin habitar” que necesitaba ser “ocupada” en nombre de la seguridad nacional. En la época, unos cientos de guerrillas de izquierdas estaban intentando desestabilizar el gobierno militar con llamativas acciones armadas, incluyendo el secuestro del embajador de los EE.UU. Un grupo más pequeño (quizá de unas 70 personas) había intentado, también, crear un foco de guerrilla rural a lo largo del río Araguaia, un afluente amazónico al Este del Xingu. El esfuerzo apenas cuajó, pero los generales brasileños que gobernaban estaban nerviosos. Querían que la Amazonia fuera tomada por “verdaderos brasileños”, o lo que es lo mismo, miembros de clase media que habían apoyado el golpe militar de 1964.

Incluso entonces, estaba claro para muchos que el sistema no funcionaba. El Amazonas no estaba vacío, había numerosos grupos indígenas y miles de pequeñas comunidades tradicionales, como los beiradeiros a los que íbamos a visitar río arriba. La densidad de población era baja, pero eso era lo que se necesitaba para mantener un ecosistema frágil. Los ecologistas de los años 70 ya advirtieron que el terreno bajo la lujosa selva húmeda era tremendamente infértil y que la tierra de arado y quema no mantendría la cría de ganado nada más que unos pocos años.

A tough nut to crack. A family worker prepares Brazil nuts for market, a sustainable business that is much easier to operate with the simple machines provided through government support. Photo by Natalia Guerrero
Una nuez dura de roer. Un trabajador de la familia prepara nueces de Brasil para el mercado, un negocio sostenible que es mucho más fácil de trabajar con las sencillas herramientas suministradas por el gobierno. Fotografía de Natalia Guerrero

Robert Goodland, el primer ecologista a tiempo completo del Banco Mundial, estaba tan horrorizado con los ranchos amazónicos que escribió un libro titulado “La jungla amazónica: ¿de infierno verde a desierto rojo?”. Llevó mucho tiempo cambiar los comportamientos: conocí a Goodland en 2012, poco antes de que muriera. Estaba atormentado por la duda de si, al haberse unido al “otro lado”, como él dijo, había conseguido algo.

Visita a un rancho fantasma amazónico

Los oportunistas como Julio Vito, que sabían poco y les importaba menos la sostenibilidad, reconocieron una buena oportunidad de hacer dinero cuando la vieron, por eso registró su compañía textil, Cia. Fiaçāo e Tecidos Santa Rosa, y obtuvo buenos incentivos fiscales para crear un rancho de 840 000 hectáreas (3243 millas cuadradas) cerca del río Iriri.

A map of the Iriri River showing Maribel and the now abandoned Juvilândia ranch, now part of the new ecological station. Map by Mauricio Torres
Un mapa del río Iriri muestra Maribel y el rancho abandonado Juvilândia, que ahora es parte de la nueva estación ecológica. Mapa de Mauricio Torres

Cuando llegó en 1979 se encontró (como era de esperar) alrededor de 250 personas que ya estaban allí, la mayoría de ellos recolectores de caucho. Los ancianos beiradeiros todavía recuerdan la brutal violencia con la que les desalojó, incluyendo la “masacre del Morro do Galego”, cuando los cuerpos de los recolectores de caucho muertos fueron quemados.

Desde el principio, Julio Vito tuvo títulos legales tan solo por una parte del terreno que reclamaba, pero su avaricia parecía no tener límites. Dio forma a la extensión de su imperio, a menudo usando títulos falsos y a la larga reclamó hasta la enorme superficie de 1 365 667 hectáreas (5273 millas cuadradas). Posteriormente, a principios de los años 90 tuvo un golpe de suerte —la demanda de caoba aumentaba en el mundo y su rancho tenía un montón. Julio Vito firmó un ventajoso contrato con el maderero más importante de la región y ganó un buen dinero.

Desafortunadamente para él, el acaparamiento de tierras a tan gran escala era difícil de conciliar y mantener en un gobierno democrático. En 1997, su fábrica fue a la bancarrota y dejó de invertir en el rancho. Además, cuando el gobierno anunció una oleada de nuevas unidades de conservación en 2005, su rancho estaba dentro de los límites de una unidad de conservación donde no se permitía ninguna actividad económica, la Terra do Meio Ecological Station.

Las autoridades abrieron una investigación para ver cómo Julio Vito había obtenido un trozo tan grande del Amazonas. En 2008, el MPF (Ministerio Público Federal) comenzó procesos legales contra él para recuperar zonas que había obtenido de forma fraudulenta. Fue, según el MPF, uno de los casos más graves de grilagem (robo de terreno) que jamás se ha tenido en la Amazonía. Aunque Julio Vito se enfrenta a cargos tanto civiles como criminales, todavía está libre y aparentemente viviendo en el estado de Río de Janeiro.

The team heads upriver in their voadeira (a canoe with outboard motor). The Iriri River was very low in January, with the rains coming very late this year likely due to an intense El Nino that triggered an Amazon drought and serious wildfires. Photo by Natalia Guerrero
El equipo va río arriba en su voadeira (canoa con motor fueraborda). El río Iriri estaba muy bajo en enero porque las lluvias han venido muy tarde este año debido probablemente a un intenso Niño que desencadenó en el Amazonas sequías e incendios forestales. Fotografía de Natalia Guerrero.

No me podía resistir a hacer una visita a esta casa desértica. El piloto me advirtió que tuviera cuidado porque el ganado que había abandonado Julio Vito ahora era salvaje y, a menudo presa, de los jaguares. Tres de nosotros subimos por la ribera del río, nos abrimos paso por un camino lleno de maleza y encontramos las ruinas. La atmósfera era sobrecogedora: en el intenso calor, cientos de mariposas blancas y amarillas revolotean en los destrozados azulejos que en el pasado formaban parte de la baranda.

A nosotros nos parece otro espectacular abuso del bosque tropical, siguiendo los erróneos pasos de Henry Ford de los años 20 cuando el fabricante de coches buscaba establecer Fordlândia, una plantación de goma maldita; o cuando el empresario norteamericano Daniel K. Ludwig en los 70 presentó el proyecto Jari, una extraordinariamente ambiciosa y fracasada tentativa de plantar especies de árboles no autóctonas. Una y otra vez, los forasteros del Amazonas buscan fortunas doblegando el ecosistema a sus deseos, pero una y otra vez pagan por su arrogancia cuando el Amazonas aplica sus propias reglas inflexibles.

De regreso a la voadeira subimos el Iriri, hacia el pueblo indígena de Tukaya, que celebra su fiesta anual. Nuestro equipo de investigación espera reunirse con algunos de los beiradeiros con quienes necesitan hablar para completar nuestra misión.

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