Hijo de un migrante japonés y de una mujer indígena, Otsuka vivió sus primeros años en la comunidad nativa El Pilar (distrito de Tambopata). A él le gusta contar que, cuando niño, debía caminar varios kilómetros –a veces descalzo– para conseguir agua potable o para ir a la escuela, y que para solventar la magra canasta familiar aprendió de muy chico a trabajar en minería artesanal. “Yo no he nacido en cuna de oro, yo sé lo que es la necesidad, por eso entiendo a los mineros informales, porque fui uno de ellos”, dijo una vez. Cuando se le interpeló por el hecho de construir una carretera en una zona de alto riesgo biológico, apeló a los mismos argumentos: pobreza, atraso, sensibilidad social. Otsuka alega que esa carretera ayuda a interconectar a las comunidades indígenas circundantes para que puedan comercializar sus productos y tener un contacto más rápido con Puerto Maldonado.
Ante las advertencias reiteradas de que esta vía beneficia directamente a mineros y madereros ilegales, además de los comerciantes informales de combustible, él lo niega o minimiza la situación. A veces también se victimiza, como en una reciente entrevista concedida a OjoPúblico: “Por esa carretera soy denunciado en Cusco como un vulgar delincuente por depredación, delitos ambientales. Yo no entiendo cómo nosotros podemos desarrollar nuestros pueblos si no tenemos una carretera”.
“Yo no he nacido en cuna de oro, yo sé lo que es la necesidad, por eso entiendo a los mineros informales, porque fui uno de ellos”.
Luis Otsuka, gobernador de Madre de Dios.
Otsuka ya no es un dirigente de un gremio civil, sino una autoridad sujeta a los controles del Estado, y por lo tanto la situación jurídica es distinta. Desde mediados del 2015, cuando el gobierno regional inició los trabajos para extender la carretera en la zona de amortiguamiento de la Reserva Comunal Amarakaeri, hasta que se terminó la trocha, hubo seis modificaciones técnicas y los trabajos comenzaron sin el visto bueno del Ministerio del Ambiente. Tampoco se cumplió el proceso de consulta previa ante las comunidades que habitan la zona. Por tales razones, el Juzgado de Investigación Preparatoria Transitorio-Ambiental de Cusco ordenó que se paralizaran las obras por “depredación de bosques”, y la fiscalía de Madre de Dios inició una investigación por presuntos delitos ambientales. Otsuka no solo no acató las indicaciones y no se allanó a las investigaciones, sino que tuvo constantes enfrentamientos verbales con el anterior ministro del Ambiente, Manuel Pulgar-Vidal.
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La muerte del nativo Francisco Areque en una protesta de mineros y la construcción forzosa de una carretera cerca de la Reserva Comunal Amarakaeri parecen hechos aislados, pero apuntan a una misma conclusión: la minería en Madre de Dios está desarticulando lenta pero sostenidamente la identidad indígena en esta región. Diversas personas consultadas para este reportaje, desde dirigentes indígenas actuales y anteriores hasta funcionarios del gobierno regional encargados de la vigilancia de las zonas comunales –quienes piden la reserva de sus nombres por temor a represalias de otros líderes o del propio Otsuka–, coinciden en que los indígenas manejan una agenda propia respecto de la actividad minera, y que no quieren ser vinculados a los gremios de mineros no nativos, pero están de acuerdo también en que cada comunidad afronta una situación particular. Algunas se oponen tajantemente a la presencia de cualquier foráneo que quiera extraer oro, pero otras en cambio permiten en cambio que trabajen en suelos comunales a cambio de regalías.
Los grupos indígenas de Madre de Dios, agrupados en la Fenamad, no pueden afrontar como un bloque los cambios sociales causados por los embates de la minería porque los liderazgos se han dispersado y las visiones foráneas se han filtrado.