- Según información del Consejo Nacional de Áreas Protegidas, la deforestación en las concesiones forestales es del 0,4 %, muy inferior a 1,8 % del resto del país.
- Actualmente 14 000 personas tienen un trabajo directo gracias a las concesiones y 90 000 personas se benefician indirectamente, según información proporcionada por la Asociación de Comunidades Forestales de Guatemala (ACOFOP).
- “El objetivo de las concesiones forestales no es generar renta, sino que las comunidades tengan un buen vivir en armonía con la naturaleza, y que ese buen vivir contribuya a estabilizar toda la Reserva de la Biósfera Maya”, explica el ingeniero Raúl Maas, del Instituto de Agricultura, Ambiente y Recursos Naturales (IARNA) de la Universidad Rafael Landívar.
Un árbol de caoba (Swietenia macrophylla) sobresale entre los demás. Un árbol grande, de hoja ancha, espigada, cuyo tronco puede diferenciarse de los otros ejemplares que se avistan como una masa infinita que se ve desde un mirador construido a la entrada de Uaxactún. Este árbol de madera preciosa, una de las más ambicionadas en el mundo, ha demostrado su pervivencia en las concesiones que gestionan las comunidades de la Reserva de la Biósfera Maya (RMB) gracias a un método que prefiere la sostenibilidad antes que el lucro.
Un estudio, publicado en 2015 por el Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (CATIE), analiza el método utilizado para el manejo de las concesiones forestales en la RBM. Hoy en día, estas ocupan 530 000 hectáreas, alrededor de la cuarta parte de toda la Reserva de la Biósfera Maya. Son zonas donde apenas hay incendios, caza furtiva o tala ilegal.
Para el análisis se revisaron cinco de las especies de árbol que más comercializan estas comunidades: cedro español (Cedrela odorata), manchiche (Lonchocarpus castilloi), pucté (Bucida buceras), palo María (Calophyllum brasiliense) y caoba de hoja ancha. El estudio se centró en esta última especie, que aporta el 92 % de los ingresos totales de las concesiones para el periodo 2003-2013, según información del Consejo Nacional de Áreas Protegidas (CONAP).
Los expertos simularon tres cosechas para la caoba y una para las demás especies. La conclusión fue que “las poblaciones de caoba recuperarán su densidad y volumen comercial inicial durante los ciclos de corta entre cosechas sucesivas”. El estudio añade que el método utilizado por las comunidades es “intuitivamente obvio y excepcionalmente raro en el manejo de los bosques tropicales del mundo”.
James Grogan, ecologista forestal y responsable del estudio, dijo en la presentación del mismo que el método utilizado, basado en la sostenibilidad y no en cuestiones de mercado, garantiza la regeneración del bosque y del árbol de caoba, una madera amenazada en gran parte de los trópicos. “Lo cual sugiere un modelo de desarrollo sostenible y conservación forestal que podría replicarse internacionalmente”, añadió.
El método concreto
José Román, director regional de Rainforest Alliance para Centroamérica y Caribe, fue el primer director del Consejo Nacional de Áreas Protegidas de Petén y uno de los artífices de este modelo. Consultado sobre cómo se ha logrado asegurar la pervivencia de la caoba, explica a Mongabay Latam que en las concesiones forestales no se interviene todo el bosque, sino un área específica cada año. “El área de aprovechamiento la dividen en 40 años de corta. El primer año cortan aquí, pero son solo 500 hectáreas, el siguiente año aquí, el siguiente aquí. Y al llegar al área inicial de corta, 40 años más tarde, ya se ha regenerado”, explica.
Cuando cada comunidad firmó con el Estado el contrato que le permitía usufructuar el área concesionada, se comprometió a elaborar un inventario anual de especies que aprovecharía ─entre 20 y 25 especies maderables y no maderables─ y un plan de manejo forestal. Las comunidades están obligadas a contar con el certificado de calidad FCS, voluntario en el resto del mundo. Cada año las comunidades son sometidas a una revisión de los sistemas de gestión y sus resultados en el terreno, para evaluar las condiciones sociales, económicas y ambientales.
“Para cada especie de árbol, con base a la curva de población que te da el inventario, se determina cuál es el diámetro mínimo de los árboles que vas a cortar”, explica a Mongabay Latam Fernando Baldizón, actual responsable de las concesiones del Consejo Nacional de Áreas Protegidas y partícipe del estudio del CATIE. “Y no es que escampen un área específica, sino que se tala un árbol y se arrastra, el impacto es imperceptible en el paisaje. Vas un año o dos después y la regeneración del bosque es impresionante”, detalla.
De la teoría a la comunidad
Estamos nuevamente en Uaxactún, una de las comunidades más antiguas asentadas en la selva guatemalteca que, después del esplendor de la época maya, quedó prácticamente inhabitada. La comunidad que vive actualmente en Uaxactún se conformó hace 150 años en torno a la extracción de la resina del árbol chico-zapote, que compañías extranjeras explotaban para la producción del chicle.
El centro de Uaxactún es una pista de aterrizaje, la única vía de acceso en la época chiclera, rodeada de casitas de madera pintadas de colores caribeños. Antes de la entrega de la concesión forestal, las personas que habitaban en Uaxactún no vivían del lucro de la madera, sino de productos no maderables de la selva, como el xate, el chicle y la pimienta. En 1999 recibieron la concesión forestal de más terreno: 83 000 hectáreas.
De esta gran porción de selva, los vecinos aprovechan 600 hectáreas al año y extraen un aproximado de un árbol o dos por hectárea al año. El área de aprovechamiento forestal se encuentra a 20 kilómetros de la comunidad; y el aserradero, donde pueden verse apilados los troncos de caoba y de cedro, al concluir la pista de aterrizaje.
Rubén Hernández, de 39 años y asistente de manejo forestal, está atendiendo a un comprador de madera. Se le pregunta por la forma en que gestiona la selva. “Cada año, primero realizamos el censo de todos los árboles que hay en el área de aprovechamiento. Los mejores árboles no los talamos, se dejan como semilleros. Después del censo hacemos el marcaje y tres mapas, uno de los semilleros, otro de los que se extraerán ese año y otro de futuros”, explica a Mongabay Latam. Este año, cuenta, de las 600 hectáreas se llevaron 598 árboles.
Cómo llegaron las comunidades de la selva al manejo forestal
La gestión forestal por las comunidades de la selva guatemalteca fue, desde un inicio, algo controversial, pues contravenía el método de conservación que prevalecía en aquel momento. “En 1990, cuando se genera la Reserva de la Biósfera Maya, en un principio se decide sacar a las comunidades que la habitan y que el espacio quedara intacto. El problema es que los 2 millones de hectáreas de la reserva pasaron a la administración del CONAP, una institución sin recursos para otorgar una salida digna a las poblaciones”, explica el ingeniero Raúl Maas, del Instituto de Agricultura, Ambiente y Recursos Naturales (IARNA) de la Universidad Rafael Landívar.
Finalmente se optó por permitir que las comunidades siguieran con su forma de vida, basada en los recursos de la selva. Y el Estado, con el acompañamiento técnico de organizaciones ambientales internacionales, llegó al método para su preservación. Así, comenzó a otorgar contratos de concesión forestal de 25 años. La primera, a modo experimental, se entregó en 1994; la última, en 2002.
La entrega de concesiones forestales a comunidades fue también uno de los puntos plasmados en los Acuerdos de Paz que el país centroamericano firmó en 1996 para poner fin a una guerra civil que dejó 200 000 víctimas mortales. Este punto de los Acuerdos ha sido, de hecho, uno de los pocos en cumplirse.
Las comunidades que gestionan la selva no son homogéneas, explica el ingeniero Maas, están divididas en cuatro grupos diferentes: el de las comunidades que vivían en la selva, que eran solo Uaxactún y Carmelita (campamentos chicleros que terminaron convirtiéndose en poblaciones residentes); el de las comunidades creadas por personas llegadas de otros puntos del país, que vivían de la extracción furtiva de madera, ubicadas en el área fronteriza con Belice; el de las comunidades que llegaron en busca de tierra cultivable; y el de las concesiones otorgadas a empresas.
“El manejo de concesiones se inicia sobre la duda de qué tan factible sería que los comunitarios se hicieran cargo de un área en específico”, explica Fernando Baldizón, responsable de las concesiones forestales del CONAP. La segunda duda, explica Baldizón, fue “que pudieran hacer una ejecución técnica y sostenible”.
Al día de hoy, de las 12 concesiones comunitarias y dos a empresas que se otorgaron, solo dos fueron anuladas: las otorgadas a poblaciones que habían llegado al área buscando expandir la frontera agrícola. “En esas concesiones se infiltró el narcotráfico, hubo problemas sociales y se tuvieron que suspender”, explica José Román de Rainforest Alliance. Las demás han dado muestra de la factibilidad del proceso.
“Este modelo de concesiones es una joya en el mundo en términos de manejo de recursos naturales, de conservación de la biodiversidad, con aportes al clima muy positivo en reducción de emisiones, manejo responsable para miles de años y beneficios económicos para las comunidades”, indica Román.
Actualmente 14 000 personas tienen un trabajo directo gracias a las concesiones y 90 000 personas se benefician indirectamente, según información proporcionada por la Asociación de Comunidades Forestales de Guatemala (ACOFOP), que apoya a las comunidades con la gestión de sus recursos, así como a conseguir contratos madereros.
Su actual directora, Teresita Chinchilla, explica a Mongabay Latam que el gran logro ha sido el desarrollo de las personas que viven de la selva. Los fondos obtenidos –un aproximado de 5 millones de dólares anuales─ sirven también para el desarrollo comunitario: “Aulas, puestos de salud, pago de enfermeros, medicinas, becas escolares, carreras intermedias”, dice Chinchilla.
Ella cuenta que también emplean cerca de 350 000 dólares en prevención de incendios. “Las comunidades se organizan en la limpieza y mantenimiento anual de las brechas en las concesiones, y también para patrullar”, explica Chinchilla. Esto ha llevado a que se logre una deforestación casi nula en la extensión de las mismas. Según información del CONAP, la deforestación en las concesiones forestales es del 0,4 %, muy inferior al 1,8 % del resto del país.
“El objetivo fundamental de la Biósfera Maya no es generar riqueza, sino ayudar a que los procesos ecológicos permanezcan en el tiempo. El objetivo de las concesiones no es generar renta, sino que las comunidades tengan un buen vivir en armonía con la naturaleza. Y que ese buen vivir, contribuya a estabilizar toda la reserva”, concluye Raúl Maas.