- El 7 de noviembre, 2012, la Policía Federal de Brasil lanzó la Operación Eldorado con una redada dirigida a destruir una mina de oro ilegal en Teles Pires, una aldea Mundurukú. Durante el ataque, un indígena fue abatido por la policía —“ejecutado”—, según una investigación del Ministerio Público Federal (MPF).
- El gobierno ha permitido operar ilegalmente a la mina de oro que se destruyó ese día —y otras en el territorio indígena a lo largo del río Teles Pires en la cuenca del Tapajós— durante años.
- Recientemente, los ingresos procedentes de las minas de oro han sido usados para financiar la oposición indígena a la megapresa Belo Monte y la resistencia a más de 40 presas propuestas para la cuenca del Tapajós. La extrema violencia de la Operación Eldorado ha quebrado la confianza de los Mundurukú en el gobierno de Brasil.
- Según los indígenas, la policía les dijo que mintiesen sobre estos acontecimientos o se enfrentarían a persecuciones. Las entrevistas con testigos grabadas por Mongabay han resultado en la apertura de una nueva investigación de la Operación Eldorado por parte del MPF; el MPF reclama 2,9 millones de dólares en daños para los Mundurukú.
(Leia essa matéria em português no The Intercept Brasil. También se puede leer la serie de Mongabay sobre la cuenca del Tapajós en portugués en The Intercept Brasil)
La cuenca del río Tapajós está en el corazón del Amazonas y en el centro de una polémica explosiva: si construir más de 40 presas, una línea de ferrocarril y autovías, que convertirían la cuenca en un corredor de exportación de productos ampliamente industrializado; o frenar este impulso de desarrollo y conservar una de las regiones más ricas del planeta tanto biológica como culturalmente.
Aquellos que luchan por moldear el destino de la cuenca sostienen posturas divergentes, pero debido a que el Tapajós es una región aislada, no muchos de estos puntos de vista son difundidos en los medios de comunicación. La periodista Sue Branford y el científico social Mauricio Torres viajaron hasta allí para Mongabay y durante las próximas semanas esperan arrojar algo de luz sobre el acalorado debate que determinará el futuro del Amazonas. Este es el tercero de sus informes.
Pariwat en el lenguaje Mundurukú tiene dos significados: no indígena y enemigo. Quizás si los agentes de la policía encargados de la Operación Eldorado hubiesen conocido esta palabra, habrían considerado con mucho cuidado el orgulloso carácter guerrero de la población Mundurukú y su compleja y problemática relación con el mundo “blanco”.
En su lugar, las autoridades ordenaron a un grupo de hombres fuertemente armados y mal preparados entrar en el territorio indígena, donde el lenguaje, la cosmología, el sistema político y legal, los valores e, incluso, las formas de pensar, son muy diferentes.
Todo con resultados predecibles: la redada federal en la comunidad indígena del Amazonas salió terriblemente mal. Un indígena Mundurukú murió de un disparo, otros todavía sufren debido a heridas debilitadoras, mientras que la confrontación ha provocado un daño profundo y duradero a las relaciones entre la nación Mundurukú y el estado brasileño.
Iandra Waro Mundurukú recuerda: “La policía llegó a nuestra casa y entró a la fuerza. Registraron toda la casa. Con sus armas apuntándonos, nos dijeron que pusiéramos las manos sobre la cabeza y que saliéramos de la casa. Les estaba pidiendo que se calmaran”. Estaba estupefacta: “Nunca nos imaginamos que un policía federal nos hiciera esto. Confiábamos mucho en ellos. Pensábamos que la Policía Federal era nuestra amiga”.
En busca del oro del Amazonas
Como con muchos conflictos indígenas a lo largo de la historia de América Latina, la Operación Eldorado estaba centrada en el oro. Se lanzó en noviembre 2012, cuando un juez federal en Cuiabá ordenó la destrucción de las barcazas que dragaban, ilegalmente, en busca de oro en el territorio indígena de los Mundurukú, los Apiaká y los Kayabi que viven a lo largo del río Teles Pires en la cuenca del Tapajós, en el corazón del Amazonas.
El agente de la Policía Federal, Antônio Carlos Moriel Sanchez, encabezó un destacamento de la Fuerza Nacional de Seguridad Pública para realizar el trabajo. Representantes de Funai, la Agencia Indígena de Brasil, e Ibama, la agencia medioambiental, también participaron.
En una nota explicativa emitida inmediatamente después de la violenta redada, la Policía Federal nombró su objetivo: desmantelar un sistema criminal en el que empresas legítimas, conocidas como DTVMs (Distribuidoras de Títulos de Valores Mobiliarios) compraban, ilegalmente, oro en el territorio indígena.
Al actuar como intermediarios en el mercado financiero y el de capitales de Brasil, estas empresas servían como plataformas para blanquear dinero, ocultando el origen ilegal del oro, con resultados sumamente rentables para los inversores: más de 150 millones de reales brasileños (46 millones de dólares) en diez meses.
Lo que hizo esta operación encomiable problemática fue que no solo persiguió a las empresas, sino que también procedió a cortar el flujo de oro en su origen —con la destrucción de las barcazas de las minas de oro por parte de la policía—. Aunque la minería era ilegal, se había llevado a cabo durante años pacíficamente y estaba contribuyendo, significativamente, a la economía indígena.
Los Mundurukú han trabajado la minería de oro desde el siglo XVIII. A partir de la década de 1970, desde que se descubrió que los mayores depósitos de oro del mundo estaban bajo su territorio, los indios participaron más activamente en su gestión, conscientes de que corrían el riesgo de que su territorio fuese invadido por bandadas de mineros de oro autónomos si no ejercían el control.
La extracción de oro ha proporcionado durante mucho tiempo a los Mundurukú unos ingresos de gran utilidad, sin los que les hubiera resultado muy difícil operar en el mundo moderno. El oro también alimentó la movilización indígena contra la construcción de las presas hidroeléctricas en el Amazonas. Ayudó a financiar las dos ocupaciones de la obra de la megapresa Belo Monte en el río Xingú por parte de los Mundurukú. Y hasta hace poco, el oro Mundurukú, ayudaba a alimentar la campaña internacional de los indígenas contra las más de 40 presas planeadas para la cuenca del Tapajós —territorio de los Mundurukú—.
Todo esto significa que, tanto si lo sabía cómo si no, cuando el juez de Cuiabá ordenó poner fin a la extracción de oro en la cuenca del Tapajós, estaba atacando una fuente de ingresos de los Mundurukú (que la población indígena veía como legítima).
Una vez en Mundurukânia…
Hoy en día, más de 13 000 Mundurukú viven en 112 pueblos en los tramos altos del río Tapajós y sus afluentes, incluido el río Teles Pires. Esta cultura guerrera antes ocupaba y dominaba completamente una extensa región del Amazonas que los colonos europeos conocían como Mundurukânia.
Aunque en la actualidad su tamaño y poder se ha reducido mucho, Mundurukânia sigue siendo su propio mundo con sus propias reglas y rituales —costumbres que, según parece, la Policía Federal y la agencia indígena, Funai, no tuvieron en cuenta—.
Una de las barcazas que extraían oro en el punto de mira operaba cerca de la aldea indígena de Teles Piros. Era propiedad de un indígena Mundurukú llamado Camaleão, que vivía en una aldea vecina y con quien la población de Teles Pires tenía una estrecha relación (algunos indios de la zona incluso trabajaban en la barcaza de manera ocasional).
El primer error de las autoridades federales: la policía y Funai celebraron una reunión de cinco horas con los Mundurukú de Teles Pires el 6 de noviembre 2012 y aquellos presentes acordaron que la barcaza sería destruida.
Las autoridades consideraron que está reunión era concluyente. Los Mundurukú no.
Dentro de su tradición, un acuerdo requiere muchas reuniones, con todos los miembros de la comunidad. Eso es porque, como cualquiera que haya pasado tiempo en un pueblo Mundurukú sabe, la comunidad no es jerárquica, sino que está organizada horizontalmente. Nunca se decide nada con el voto de unos pocos. Todos deben de estar de acuerdo y se debe alcanzar un consenso para que la acción tenga lugar —sin importar cuánto tiempo lleve—.
Una visita adecuada
Cualquier persona que llegue a una aldea Mundurukú debe seguir un protocolo riguroso, como aprendimos en nuestro primer viaje a Tele Pires el pasado noviembre. Habíamos sido invitados por adelantado a visitar la aldea, y llegamos como era de esperar, cansados después de un largo viaje por el río. Aun así, tuvimos que esperar en el muelle mientras un joven guerrero nos anunciaba al cacique y solicitaba nuestra entrada en la aldea. Después de unos minutos el hombre regreso y nos llevó a la cabaña comunal, para la primera de muchas reuniones para negociar nuestros objetivos periodísticos.
Fuimos presentados al cacique, al vicecacique y otros indígenas que esperaban para recibir a los pariwat. Todos se pusieron ropas de ceremonia para nuestra visita —las mujeres en faldas de paja, con la cara pintadas con diseños que representaban la cola de un pájaro conocido como ukpisuesue; los hombres con los arcos y flechas levantados, sus cuerpos pintados con figuras en forma de rombos semejantes al caparazón de una jabutí (tortuga), una criatura mítica que siempre derrota a sus poderosos enemigos mediante estratagemas inteligentes.
Por fin, nos guiaron hasta nuestra habitación para dormir y al día siguiente despertamos con una campana que nos llamaba al desayuno colectivo y luego más discursos. Llevábamos preparado un programa para nuestra visita, pero no se cumplió y a menudo nos encontramos con que de repente se había organizado una actividad nueva.
Las únicas constantes eran las reuniones diarias, a la hora del desayuno y al anochecer. Paulatinamente fuimos descubriendo que el programa acordado, aunque alterado, no significaba que no fuese importante: funcionaba como un ritual prescrito. (Aquellos que ven esto como algo extraño pueden preguntarse como respondería un guerrero Mundurukú al protocolo formal que envuelve una visita al Palacio de Buckingham o la Casa Blanca).
Tan desconcertante como esto era para nosotros, pronto entendimos que no seguir el protocolo era cometer un grave delito. De hecho, fueron precisamente estos rituales los que el estado brasileño intentó aplastar en su esfuerzo a lo largo de los siglos por “integrar” las muchas naciones indígenas en una denominada “sociedad nacional”.
Como Erika Yamuda, especialista en Derechos de la Población Indígena de las Naciones Unidas, nos contó más tarde, las actitudes brasileñas de falta de respeto hacia los rituales indígenas siguen siendo frecuentes. En su opinión, la forma en la que el estado brasileño habitualmente ignora las costumbres indígenas es “una forma de racismo de Estado al que se necesita prestar una gran atención si se quiere poner fin a la violencia y la discriminación y convertir a Brasil en un país que reconoce y respeta la diversidad sin discriminación”.
“Un día de terror”
La Policía Federal pisoteó estos protocolos durante la Operación Eldorado, a pesar de que el oficial a cargo, Antônio Carlos Moriel Sanchez, tenía seis años de experiencia en dirigir la unidad para la prevención de crímenes contra las comunidades indígenas.
Temprano en la mañana del 7 de noviembre, el día después de la primera reunión con los Mundurukú, la policía armada llegó abruptamente, en helicóptero y lancha, e inmediatamente se pusieron a destruir la barcaza de la minería de oro.
Iandra Waro Mundurukú, la hija del que entonces era el cacique, recuerda: “Nos dijeron que estuviéramos listos para esta visita, que nos preparáramos, como nos ves aquí preparados para ti [en ropaje ritual]… Nos dijeron que íbamos a tener una reunión con ellos. Así que vinimos pero en su lugar recibimos este terror. Fue un día de terror”.
En un choque de culturas desastroso, la Policía Federal malinterpretó a los indígenas en ropas de ceremonia. En su nota explicativa, la policía alegó, erróneamente, que los Mundurukú habían preparado “una emboscada” donde “más de 100 indígenas en pintura de guerra atacaron con armas de fuego y arcos y flechas a unos 35 policías”.
La referencia a “armas de fuego” también parece ser errónea: según un informe elaborado por el Ministerio Público Federal (MPF), una unidad independiente del estado brasileño, y también según los indígenas con los que hablamos, ninguno de los Mundurukú tenía armas, a parte de sus arcos y flechas ceremoniales.
La nota también se refiere a “grabaciones telefónicas autorizadas”, que demostraban que “se había planeado atacar a la policía”. Nunca se ha presentado ninguna de estas grabaciones. La nota tampoco menciona el hecho de que un indígena murió de un disparo. La Policía Federal no contestó a una solicitud de entrevista por parte de Mongabay.
“Vi mucha sangre bajo la barcaza, era la sangre de nuestro pariente”
La erupción irrespetuosa de la policía en la aldea enfadó a la comunidad. Entonces, según el MPF, las cosas escalaron. Camaleão, el propietario de la barcaza —probablemente furioso ante la posibilidad de perder su inversión de 500 000 dólares— se acercó al policía Sanchez y le dijo que dejase de destruir su propiedad.
Supuestamente Sanchez empujó a Camaleão, y entonces otro indígena, Adenilson Krixi Mundurukú, chocó contra Sanchez. Según los testigos indígenas, Sanchez tropezó en la empinada y resbaladiza orilla y cayó al río. De píe con el agua hasta su cintura, Sanchez disparó a Adenilson tres veces en la pierna. También él cayó al agua.
El hermano de Adenilson, Genivaldo Krixi Mundurukú, cuenta la historia: “Le dije [a la policía] que parase, que mantuviesen la calma… Mi hermano ya estaba en el agua, sangrando. Tenía dificultades para salir del agua, yo estaba intentado ayudarle, estaba saliendo del agua cuando un policía le disparó en la cabeza… No tengo ninguna duda de que [la policía] quería matarlo”.
Exámenes posteriores confirmaron que Adenilson murió de un disparo en la nuca. O, en las palabras del MPF, fue ejecutado.
El asesinato desencadenó acciones policiales violentas adicionales. Empezaron a disparar munición real y balas de goma y a tirar bombas de gas lacrimógeno. Los guerreros indígenas dispararon flechas para protegerse e hirieron a unos pocos policías. Varios indígenas resultaron heridos, algunos de gravedad.
Genivaldo continuó: “Estaba aturdido. Demasiados tiros. Demasiado humo. Mis ojos estaban ardiendo. Estaba casi ciego. Encontré a mi hijo, un niño pequeño, de menos de dos años. Lo cogí y lo llevé a casa”.
Valmira Kirixi Biwün, una de las hermanas de Adenilson y guerrera muy respetada, continua: “Estaba escondida en la selva. La policía estaba tirando bombas y los niños estaban huyendo aterrorizados. Casi me morí de miedo. Casi toda mi familia estaba conmigo en la selva. Y entonces oí que mi hermano había sido asesinado”, dijo sollozando. “Pensaba que iban a matar a más gente”.
Eurico Kirixi Mundurukú, un anciano Mundurukú, cuenta su experiencia: “Vi un montón de sangre debajo de la barcaza, era la sangre de nuestro pariente. Me asusté y empecé a irme. Entonces el brazo empezó a pesarme y no pude correr más. Una bala me había dado en el brazo. Mi nieto me ayudó a llegar a casa”.
La mujer de Adenilson, Ivete Saw, estaba tostando harina de mandioca cuando oyó que su marido había sido asesinado: “Podía oír las bombas, los disparos, todo desde la choza de la mandioca. Entonces mi hijo vino y dijo: ‘Mamá, han matado a Papá’. Tiré el pienso de mandioca y se dispersó por el suelo. Y entonces empecé a correr hacia el río. La gente decía ‘No vayas. Te matarán’. Dije: ‘¡Debo ir! ¡Debo ir!’ Pero me frenaron, si hubiese ido, habría muerto con él”.
La mayoría de los habitantes se retiraron a sus hogares, pero la policía les persiguió, derribaron las puertas y asaltaron todas las casas. Danilo Krixi Mundurukú, otro de los hermanos de Adenilson, recuerda: “La policía nos dijo que saliéramos de nuestras casas o tiraban una bomba dentro. Las mujeres salieron, gritaban de miedo. Ellos [la policía] nos llevaron al centro de la aldea. Nos apuntaban con sus armas, no hicieron echarnos en el suelo y nos esposaron. Dijeron que, si un policía resultaba muerto, nos matarían a todos. Estuvimos echados allí durante horas. Hacía mucho calor y teníamos mucha sed”.
Algunos indígenas intentaron grabar lo que estaba pasando con sus teléfonos móviles. La policía incautó los teléfonos y destruyó las tarjetas de memoria, pero algunos indiígenas escondieron sus teléfonos por lo que algunas imágenes sobrevivieron.
La policía hizo a todos los hombres, incluido el padre de Iandra, poner las manos sobre la cabeza y tumbarse. “Yo seguía diciendo: ‘¡Pero mi padre es el cacique! ¡Tenéis que tratarlo con respeto!’” Pero no cambió nada. “Les trataron como criminales. Mi abuelo, que tenía 86 años, fue tratado como los demás. Me disgustó mucho verle arrastrado por el suelo”.
Edvaldo Moris Borô Mundurukú resultó gravemente herido, con disparos de bala en la espalda y el brazo. Dijo que ya tenía el brazo fracturado cuando la policía entró en su casa pero se lo retorcieron todavía más.
La policía persiguió a Eurico Krixi: “La Policía Federal derribó la puerta de mi casa. Entraron a la fuerza. Me cogieron, aunque estaba herido y me metieron dentro del helicóptero. Me capturaron como si fueran a tomarme como rehén. Empecé a encontrarme muy mal. Quería agua pero solo me dieron un poco. Perdí el conocimiento. Me sentía como si estuviese muriendo”.
Las consecuencias
Diecisiete hombres, incluido el herido Eurico Kirixi Mundurukú, fueron llevados prisioneros y enviados a una cárcel en Cuiabá, la capital del estado de Mato Grosso, una gran ciudad que nunca habían visto. Los hombres estaban desorientados, sin saber dónde estaban y temerosos de que no les permitieran volver nunca a casa.
En entrevistas con nosotros, dos de los hombres dijeron que querían contarnos lo que realmente había pasado. Mientras estaban detenidos, habían empezado contando la verdad y acusaron al agente de la policía de la violencia y la muerte de Adenilson, pero bajo intimidación policial, cambiaron su historia.
Eliano Waro Mundurukú explica: “Nunca he dicho esto antes pero lo diré ahora. Nos dijo [la policía] que acusásemos a Camaleāo [el líder indígena que poseía la barcaza]. Nos dijeron que, si decíamos la verdad, nos arrestarían, no volveríamos a la aldea. Estábamos traumatizados. Nunca creímos que la Policía Federal nos haría esto. Confiábamos en ellos. Así que le echamos la culpa a Camaleāo”.
Cuatro años después, el horror de la Operación Eldorado todavía es muy real para los indígenas. Los restos de la barcaza detonada permanecen en el muelle, un recordatorio diario del terror por el que pasaron.
Algunos indígenas no se han recuperado de sus heridas. Edvaldo Moris Mundurukú, a quien rompieron el brazo por dos sitios, ha sufrido efectos duraderos: tiene el antebrazo atrofiado y no puede mover los dedos, por lo que ya no puede trabajar la tierra. El anciano, Eurico Kirixi Mundurukú, no puede mover el brazo derecho: “Ya no puedo pescar. No puedo mover mi brazo derecho, solo el izquierdo”. Ni siquiera puede lanzarse harina de mandioca a la boca con la mano derecha, como hacen todos los otros indígenas, sino que tiene que usar una cuchara, lo cual le parece mortificante.
Según Genivaldo, su padre nunca se recuperó de la muerte de su hijo: “El día después de la operación, apareció el cuerpo de Adenilson. Flotó a la superficie [del río]. Mi padre lo vio y nunca se recuperó… Se quedó callado y se niega a hablar. Hoy en día sigue sin hablar”.
Los niños se asustan cuando oyen un helicóptero. La gente llora cuando hablan sobre la redada. La comunidad ha perdido la fe completamente en Funai, la agencia indígena, que dicen, no hizo nada por protegerlos.
La Policía Federal se mostró conmocionada por el clamor que siguió a la muerte de Adenilson. La Operación Eldorado se suspendió y nunca se reanudó. Aunque el agente de la policía Antônio Carlos Moriel Sanchez no ha sido acusado de ningún delito, nos dijeron que había sido destinado a Bolivia, donde realiza funciones secundarias. Solicitamos una entrevista con él para oír su versión de los hechos pero no se nos concedió.
Algunos en la aldea están empezando a recuperarse. Valmira dice: “Me ha llevado mucho tiempo superarlo e involucrarme una vez más en la lucha. Pero nosotras, las mujeres Mundurukú, somos fuertes. Lucharemos contra cualquier cosa que esté mal. El creador del mundo, Karosakaybu, hizo esta ley por la que las mujeres serían fuertes, serían guerreras. Lavamos a las niñas con una hierba de la selva que las hace fuertes”.
Sin embargo, nos pareció a nosotros, forasteros, que la comunidad tardaría mucho tiempo en recuperar su antigua confianza. Aunque no hay ninguna evidencia de que las autoridades diseñaran la Operación Eldorado como un medio para debilitar a los Mundurukú, esa fue la consecuencia. La pérdida de su mina de oro significa que los indígenas ya no pueden financiar su campaña contra las presas Teles Pires y Tapajós.
El estado brasileño está siendo procesado, nuevas amenazas para los Mundurukú
Al enterarse de nuestra visita, la fiscal del MPF, Janaína Andrade de Sousa pidió ver el video de las entrevistas que habíamos grabado en la aldea y decidió, el 17 de noviembre 2016, empezar un procedimiento contra el estado brasileño por el “daño moral colectivo” que se infligió en los indígenas Mundurukú ese día. Es muy inusual que un fiscal adopte dicha acción en nombre de una comunidad indígena, y pide el pago de una gran indemnización —10 millones de reales brasileños (2,9 millones de dólares).
Desafortunadamente para los Mundurukú, los golpes sufridos por los indígenas en la aldea Teles Pires no acabaron con la Operación Eldorado. Solo unos meses más tarde, el consorcio que construía la presa Teles Pires destruyó el lugar sagrado de Sete Quedas —un lugar santo que es comparable al “Cielo” Cristiano, un golpe temible que todavía está resonando por la cultura Mundurukú—.
Más asaltos en las comunidades indígenas podrían ser inminentes, con el gobierno de Temer, el congreso nacional y el grupo de presión de la agroindustria (bancada ruralista) moviéndose decididamente hacia la aprobación de una vasta vía fluvial industrial a lo largo del río Teles Pires. La ruta del transporte de las mercancías destruiría otros lugares sagrados y perturbaría el estilo de vida y de subsistencia tradicional de los Mundurukú —arruinaría zonas de pesca y representaría una importante deforestación que impactaría en la caza—.
Sin embargo, puede que esto solo sea el primero de muchos asaltos modernos en la forma de vida indígena. En el proceso de investigar este artículo, descubrimos que Vale S.A., una de las empresas mineras más grandes del mundo, ha obtenido derechos de minería para el suelo debajo de la aldea Teles Pires.
En la actualidad, la minería en terreno indígena está prohibida bajo la constitución brasileña, pero esto podría cambiar rápidamente si es aprobada una nueva ley que ya está en el congreso y es apoyada por un poderoso grupo de presión de la minería.
Vale S.A. es bien conocida en Brasil por la dura manera en la que trató a la población indígena en el pasado. También era la sociedad matriz responsable por el peor desastre medioambiental de Brasil en el río Doce en el que 19 personas murieron en una ola de lodo tóxico y que contaminó la longitud de las 440 millas del río hasta el océano Atlántico en noviembre 2015.
Mientras que la Operación Eldorado conmocionó a la sociedad Mundurukú hasta su núcleo psíquico, la población sigue unida como una nación guerrera. Después de todo, son los descendientes de los grandes “cortadores de cabezas”, conocidos por su comportamiento bélico hasta principios del siglo XX. Y superaron muchos desafíos en el pasado, sobrevivieron la llegada de los barones del caucho, los invasores de terrenos y otros Pariwat.
Hoy en día, se mantienen firmes, con su legión de guerreros y guerreras, respaldados por el dios de toda la creación, Karosakaybu. A nuestros ojos, como periodistas visitantes, parecen estar listos y dispuestos a enfrentarse con valentía al gobierno brasileño, el grupo de presión de la agroindustria y los constructores de presas.
(Leia essa matéria em português no The Intercept Brasil. También se puede leer la serie de Mongabay sobre la cuenca del Tapajós en portugués en The Intercept Brasil)