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Comunidades en México dan un paso al frente en la protección de un bosque que desaparece

  • Con unos 1,9 millones de hectáreas en México y Guatemala, el ecosistema lacandón se considera uno de los más biodiversos del mundo. Sin embargo, la selva lacandona está experimentando una deforestación significativa, y la parte guatemalteca del ecosistema está aún más afectada.
  • En México, las comunidades de la selva lacandona y sus alrededores están desarrollando iniciativas para ayudar a proteger el bosque a través del ecoturismo.
  • Los líderes del movimiento afirman que han visto el éxito de su trabajo en partes del ecosistema, pero insisten en la necesidad de institucionalización de su modelo y más colaboración con Guatemala para proteger la selva lacandona al completo.

Un sábado por la tarde en enero, Julia Carabias, una de las biólogas más respetadas de México, trabajaba en algo: daba una capa fresca de pintura azul a las paredes del nuevo restaurante, aún sin nombre, que espera que abra a tiempo y dentro del presupuesto. Ella y la comunidad de Adolfo López Mateos, en el de Chiapas al sur de México, cuentan con ello mientras dibujan los patrones a kilómetros de distancia. Los cocineros saldrán de la comunidad local y la ubicación es perfecta, encajado en la ladera de una montaña, con vistas panorámicas de la selva lacandona por debajo y, si aciertas con la hora, de una deslumbrante puesta de sol en tonos rojos y anaranjados.

Puede parecer una actividad extraña para Carabias, bióloga y antigua ministra de medioambiente de 62 años y voz suave, pero aun así formidable. Sin embargo, para aquellos cercanos a ella, no lo es. Un estudiante que trabaja con ella dice que lo que representa para la selva de México es lo mismo que Jane Goodall representa para los chimpancés en África. Su afán por abrir este restaurante y hacer que sea rentable está inextricablemente unido a su objetivo general: salvar la flora y fauna de uno de los ecosistemas más biodiversos del mundo y revertir su rápida pérdida.

“Este restaurante representa 2000 hectáreas que se están protegiendo”, dice Carabais. “Todo el ejido [la aldea] decidió preservar el bosque”.

La porción mexicana del ecosistema lacandón cuenta con unos 1,3 millones de hectáreas, en su mayor parte bosque tropical. Sin embargo, la actividad humana como la agricultura de roza y quema y la tala han cambiado mucho grandes partes del paisaje; los datos de la Universidad de Maryland indican que la selva lacandona perdió más del 11 por ciento de sus cubierta arbórea entre 2001 y 2014. La parte guatemalteca del ecosistema (no incluida en la imagen) perdió mucha más cubierta forestal en ese tiempo, incluyendo su último paisaje forestal intacto (IFL) — un área de cobertura vegetal nativa lo suficientemente grande e intacta como para retener sus niveles originales de biodiversidad. El IFL del Lacandón mexicano permanece, ubicado en su mayor parte en la Reserva de la Biósfera Montes Azules.

En 1992, 154 países firmaron el Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. En el cuarto de siglo que ha pasado desde entonces, una certeza ha emergido, según conservacionistas como Carabias: el esfuerzo internacional por reducir el cambio climático requiere un ejército de biólogos, conservacionistas y líderes de las comunidades locales que no solo estén intensamente comprometidos con la prevención de la deforestación, sino también dispuestos a ser trabajadores sociales, economistas o incluso pintores y restauradores si se quiere que los enormes cambios sociales que hacen falta para hacer efectivo el desarrollo sostenible tengan posibilidades.

Establecer alternativas de negocios viables que conserven los bosques es crítico para el desarrollo sostenible. Según Carabias, convencer y después ayudar a las comunidades locales para que hagan cambios fundamentales en sus vidas requiere un inmenso esfuerzo sobre el terreno a lo largo de los años. Ninguno de los objetivos se ha realizado de forma significativa.

“Estoy completamente convencida de que lo que necesitamos ahora es acción”, dijo Carabias a Mongabay. “Tenemos que ir a la base, a los movimientos comunitarios, para intentar aplicar todas las cosas en las que hemos pensado, y que no se están aplicando en las regiones locales”.

Agricultores convertidos en conservacionistas

Para las comunidades en esta pequeña porción de la selva lacandona, de 1,9 millones de hectáreas —donde trabaja la organización de Carabias, Natura Mexicana— volver a la base ha significado navegar un laberinto complejo y, a veces, displicente de derechos territoriales entre los tres grupos indígenas principales de la zona. Esos grupos, enzarzados en conflictos, también se han encontrado en desacuerdo con familias de todo México que se trasladaron a la zona en los 60 y los 70 cuando el gobierno ofrecía un terreno en el área a cualquiera que quisiera reubicarse. La iniciativa se diseñó para aliviar la pobreza.

La niebla cubre la selva lacandona en las primeras horas de la mañana. 28 de enero de 2017, Reserva de la Biósfera Montes Azules, México. Foto: Jonathan Levinson para Mongabay

Las comunidades lacandonas son principalmente ejidos, tierras comunales donde los residentes tienen derechos permanentes sobre sus parcelas individuales de tierra pero no son los propietarios directos. La gente que vive en los ejidos se sustenta casi exclusivamente con la agricultura de subsistencia.

Pasar de la economía agraria a un ecoturismo basado en los servicios ha demostrado ser un desafío.

“Trabajaban para ellos mismos. Si quieren levantarse ese día, lo hacen; si quieren parar a las 12, lo hacen. Son dueños de su tiempo”, dice Carabias sobre la vida típica del ejido.

Carabias añadió que dirigir un negocio de hostelería en el que los turistas tienen hambre si no estás en pie y cocinando a las 6 de la mañana significa ajustarse a una vida mucho más disciplinada y estructurada.

“Es una forma completamente diferente de pensar, actuar y vivir”, afirma. “Es difícil”.

Guacamayos macaos posados en un árbol en el centro de la estación Chajul de Natura Mexicana el 27 de enero de 2017, en la Reserva de la Biósfera Montes Azules, México. Foto: Jonathan Levinson para Mongabay

El modelo que emplea Natura Mexicana en la región lacandona se basa en el sistema REDD+, que ha sido acogido por la comunidad internacional. REDD, que significa Emisiones Reducidas de la Deforestación y la Degradación, es un mecanismo polémico que pretende transferir pagos de países desarrollados a otros países tropicales menos desarrollados con bosques intactos. La idea es que conservar esos bosques ayuda a compensar y evitar las emisiones de carbono.

El “+” en REDD+ indica la inclusión de pagos por servicios sociales y programas de desarrollo sostenible. Se añadió después de que los ejecutores de REDD descubrieran que ofrecer pagos para preservar los bosques sin ofrecer una alternativa a las comunidades locales hacía que muchos lugareños se quedaran sin medios de subsistencia.

Los defensores de las políticas REDD+ dicen que los programas incentivan la conservación en los países menos desarrollados mientras fomentan el desarrollo y reducen rápidamente las emisiones de carbono.

No obstante, los programas REDD han sido criticados por numerosas razones.

Ejemplo de ello es el programa internacial de compensación de carbono que el antiguo gobernador de California, Arnold Schwarzenegger, intentó negociar el 2010 entre California, el estado brasileño de Acre y Chiapas, donde se encuentra la selva lacandona.

Los críticos del programa, ahora archivado, lo llamaban escépticamente “contamina localmente, restaura globalmente”. Su intención era compensar las emisiones de carbono de California pagando a Chiapas y Acre para que conservaran sus bosques. Básicamente, estos programas requieren que ambas partes midan con exactitud el carbono que emiten y preservan — y eso es mucho pedir, según los grupos de conservación.

Gary Hughes, director en Amigos de la Tierra, grupo activista ambiental, dice que es virtualmente imposible saber cuánto carbono se almacena en los bosques.

“Es absolutamente inútil hacer cuentas porque hasta los mejores trabajadores en el sector del carbono forestal dirán que el margen de error de más/menos 30 por ciento.”

Por eso Carabias se apresura a señalar que lo que hacen en la selva lacandona se basa en REDD pero es diferente. El dinero para financiar el programa proviene del gobierno y de donantes, no de un acuerdo de compensación de carbono con otro país o estado. Miden su éxito en cuestión de las hectáreas de bosque conservado y en la estabilidad de los negocios de ecoturismo que ayudan a crear.

Una iniciativa comunitaria

El mismo sábado por la tarde que Carabias estaba pintando el nuevo restaurante, otros biólogos que trabajan para ella pasaron el día enseñando informática en una escuela primaria en Galacia, una comunidad de la zona. Puede que no sean la biología ni la conservación que estudiaron, pero para conservacionistas como Carabias, la tecnología está en primera línea en la reducción de la deforestación y la pérdida de biodiversidad.

Para Carabias, su enfoque local refleja su visión global.

“Lo que es absolutamente necesario es cambiar la forma en la que se da el desarrollo en el mundo”, afirma. “Eso también implica organización de la sociedad, gobernanza, democracia”.

Esa, según Carabias, es una de las razones por las que los trabajos de conservación concebidos por organizaciones internacionales requieren un esfuerzo tan enorme en los niveles más bajos, donde suceden la organización de la sociedad y la gobernanza.

Julia Carabias, fundadora de Natura Mexicana, tiene una reunión por la noche con otros biólogos de la Estación Chajul de la organización el 27 de enero de 2017 en la Reserva de la Biósfera Montes Azules, México. Foto: Jonathan Levinson para Mongabay

Conservar la selva en un ejido exige la cooperación de toda la comunidad. Ampliar el objetivo exige la cooperación de muchas comunidades. En Chiapas eso significa gestionar antiguos conflictos por la tierra entre muchos grupos indígenas y recién llegados de otras partes de México.

Un extraño aspecto de la ley Mexicana es que el propietario original de la tierra sigue siendo propietario cuando el gobierno define esa tierra como protegida, simplemente no puede utilizarla.

En 1978 cuando el gobierno apartó 331 200 hectáreas de la selva lacandona para la Reserva de la Biósfera Montes Azules, los grupos indígenas perdieron el control de su tierra. Los Chol y los Tzeltal, dos grupos indígenas locales, se aliaron con los Zapatistas, un grupo guerrillero de izquierdas radicado en Chiapas que lucha por los derechos territoriales de los indígenas, y se ha resistido a los trabajos de conservación.

Sin embargo, las comunidades que han acogido la conservación afirman estar encantadas con los esfuerzos.

En El Pirú, un ejido de unas 150 personas y 31 hogares, un negocio de ecoturismo está despegando. El pueblo está dos kilómetros más abajo de una carretera de tierra que sale de la Ruta 307 y pasa desapercibida, una carretera de dos carriles que marca la frontera entre México y Guatemala.

La primera casa en El Pirú pertenece a Ascención Hernández Carbajal, más conocido como Choncho. Vive allí con su mujer y cuatro hijos. Su madre vive en la casa de al lado.

Cada mañana al amanecer, Choncho se sube a su vehículo de cuatro ruedas y conduce 10 minutos hasta una carretera estrecha y sin asfaltar, invadida por la selva que intenta reclamar su territorio constantemente. Cruza un riachuelo y llega a sus campos, donde siembra alubias y maíz.

Los campos se topan con la selva tropical virgen, su silueta es visible a través de la niebla de la mañana. En la línea de árboles los gruñidos de los monos aulladores se alzan sobre la incesante cacofonía de los chirridos de los insectos.

Es una demostración envolvente del alarde de biodiversidad del la selva lacandona.

Ascención Hernández Carbajal trabaja en el campo con su hijo Ernesto. 28 de enero de 2017, El Pirú, México. Choncho, como es conocido, ha contribuido con 30 hectáreas de selva prístina a los proyectos comunitarios de conservación y ecoturismo. Foto: Jonathan Levinson para Mongabay

Más tarde ese día, Choncho está en una plataforma, elevada sobre la selva, y guía a los visitantes en un recorrido por el dosel de la selva que dirige la comunidad. Dice que a veces los curiosos monos araña se posan en las tirolesas a observar a los visitantes.

Además de sus tierras de labranza, Choncho ha apartado 30 hectáreas de bosque para conservación y ecoturismo. En total, El Pirú ha cedido 3000 hectáreas de selva contigua.

“Luchamos por conservar la selva y al mismo tiempo, con este proyecto, ganar lo suficiente para mantener a nuestras familias”, dice Choncho, que lleva un arnés y un casco, mientras observa a una mujer bajar por la tirolesa a través del dosel de la selva.

Choncho no siempre fue conservacionista. Se mudó a la selva lacandona en 1994 desde Guerrero, un estado en la costa oeste de México, para encontrar una parcela de tierra para él y su familia. Cuando llegó era habitual desmontar el bosque y plantar cultivos.

Sin embargo, hace unos años eso cambió, cuando Natura Mexicana ofreció su apoyo para desarrollar negocios de ecoturismo. Ahora la comunidad dirige excursiones por el dosel y viajes en kayak por el río Lacantún.

Un esquife que lleva a biólogos y estudiantes se abre camino por el río Lacantún hacia la estación Chajul de Natura Mexicana en la Reserva de la Biósfera Montes Azules el 27 de enero de 2017, en Boca Chajul, México. El río marca la frontera sur de la Reserva de la Biósfera Montes Azules, 330 000 hectáreas de selva tropical preservada. Foto: Jonathan Levinson para Mongabay

Juan Carlos, vecino de Concho y colega en el negocio de ecoturismo, dice que el apoyo recibido ha sido crucial.

“Hace unos años, esta forma de conservación era desconocida para nosotros, y Natura vino a dar charlas, aumentar la concienciación y enseñar la importancia de la conservación a la comunidad”.

Ampliar el enfoque de una comunidad a muchas es un desafío, y los esfuerzos para trabajar a través de las fronteras están aún muy lejos.

Diferentes enfoques más allá de la frontera

Si en lugar de girar hacia el norte desde la Ruta 307 hacia El Pirú, se gira al sur y se cruzan unos dos kilómetros de campos agrícolas, se llega a la frontera con Guatemala y se entra en la Reserva de la Biósfera Maya, el intento de Guatemala de conservar su porción de selva.

Allí, los conservacionistas guatemaltecos han tomado un enfoque diferente.

La reserva se divide en tres secciones: una zona núcleo donde los asentamientos, la tala y la agricultura están prohibidos; una zona de uso múltiple donde los asentamientos, la agricultura y algo de tala se pueden llevar a cabo con permiso; y una zona de amortiguamiento donde la conversión del bosque para ganadería y agricultura está permitida.

La mezcla de resultados es un síntoma de la falta de participación significativa de las comunidades y el gobierno, según afirman los conservacionistas.

En la Reserva de la Biósfera Maya se sigue experimentando una actividad ilegal importante, como grupos armados que compiten por el control de la tierra y un flujo continuo de familias que se mudan al bosque en búsqueda de su propia parcela de tierra. Además, las plantaciones lucrativas y destructivas de aceite de palma están aumentando su presencia en la zona de amortiguamiento de la reserva y añadiendo presión para que se deforeste.

Carabias dice que hay algunos ejemplos de iniciativas específicas entre ONG mexicanas y guatemaltecas, pero apenas existe cooperación transfronteriza significativa entre las dos jurisdicciones.

“En lo que respecta a la cooperación gubernamental, no tenemos ninguna en absoluto”, dice Carabias acerca de los intentos de trabajar con Guatemala. “Las autoridades de Guatemala han sido reacias a trabajar con esta zona. No hay colaboración”.

Y aunque Natura Mexicana ha tenido sus victorias, Carabias modera su optimismo.

“Sigue habiendo presión. La estamos estabilizando en los ejidos en los que trabajamos pero solo tenemos influencia en el 5 por ciento de la región”.

Existe la necesidad urgente, afirma, de institucionalizar su modelo.

“Si no, necesitamos muchas Natura Mexicanas que no existen”.

Niños de la localidad nadan en el río Lacantún el 28 de enero de 2017 en Boca de Chajul, México. El río marca la barrera sur de la Reserva de la Biósfera Montes Azules, de 360 000 hectáreas, que se ve al otro lado del río. Foto: Jonathan Levinson para Mongabay

 

 

Citas:

CartoCrítica. “Mexico protected areas.” Accessed through Global Forest Watch on 03/15/2017. www.globalforestwatch.org.

Greenpeace, University of Maryland, World Resources Institute and Transparent World. “Intact Forest Landscapes. 2000/2013” Accessed through Global Forest Watch on 03/15/2017. www.globalforestwatch.org

Hansen, M. C., P. V. Potapov, R. Moore, M. Hancher, S. A. Turubanova, A. Tyukavina, D. Thau, S. V. Stehman, S. J. Goetz, T. R. Loveland, A. Kommareddy, A. Egorov, L. Chini, C. O. Justice, and J. R. G. Townshend. 2013. “High-Resolution Global Maps of 21st-Century Forest Cover Change.” Science 342 (15 November): 850–53. Data available on-line from:http://earthenginepartners.appspot.com/science-2013-global-forest. Accessed through Global Forest Watch on 03/15/2017. www.globalforestwatch.org

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