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Gasoducto Tuxpan-Tula: comunidades otomíes denuncian que afectará la biodiversidad en la sierra de Puebla

  • ¿Por qué las comunidades indígenas otomíes se oponen a la construcción del gasoducto?
  • ¿Qué tipo de ecosistema y qué especies serían afectados según los expertos?

(Este artículo es una colaboración periodística entre Mongabay Latam y LADO B de Puebla, México)

San Pablito es una comunidad indígena enclavada en un paraíso de montañas verdes, agua abundante y helechos con anchas hojas que parecen salidas de un paisaje prehistórico.

Se ubica en el municipio de Pahuatlán del Valle, en la Sierra Norte del estado de Puebla, el sexto más grande de México, que está localizado apenas a dos horas de la capital del país.

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En San Pablito todos se conocen, por eso supieron de inmediato que las camionetas que andaban a orillas del pueblo, al pie de los cerros, en territorio sagrado otomí, no eran de ahí. Como tampoco eran de ahí los hombres que fueron vistos en el cerro del Brujo, donde nacen los manantiales de agua pura, considerada sagrada.

Para la población otomí que habita en San Pablito, Pahuatlán, los cerros son sagrados, pues ahí habitan los dioses. Crédito: Marlene Martínez | LADO B

Lo que estaban haciendo esos hombres eran mediciones para enterrar tubos de 36 pulgadas (casi un metro) de diámetro: un gasoducto de 260 kilómetros que se extiende por tres estados, 22 municipios y la Región Terrestre Prioritaria del Bosque Mesófilo de Montaña, donde está San Pablito.

La comunidad señala que este megaproyecto de la empresa TransCanada amenaza los lugares sagrados del pueblo otomí, pero también los mantos freáticos, la captación de agua del subsuelo y por consiguiente la recuperación de las fuentes de agua.

Uno de los enclaves más importantes de los otomíes y que más preserva las tradiciones es la comunidad de San Pablito, Pahuatlán. Crédito: Marlene Martínez | LADO B.

El proyecto ya atrajo la atención de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en México, quien realizó una misión de observación en febrero pasado por las denuncias de violaciones a los Derechos Humanos reportadas por los pueblos indígenas, así como los daños al medio ambiente.

La amenaza del gasoducto

En la zona norte de Puebla, a 180 kilómetros al noreste de la capital del país y al occidente de la Sierra Madre Oriental —una cadena montañosa de aproximadamente 1350 kilómetros de longitud que atraviesa al menos ocho estados— hay una zona conocida como el “bosque de niebla” por la presencia constante de nubes y altas precipitaciones que forman parte de la región del Bosque Mesófilo.

Este ecosistema ocupa el 1 % del territorio de México pero alberga el 10 % de todas las especies de flora y fauna del país. Su existencia es central sobre todo para la captación de agua y el crecimiento de los mantos freáticos.

A pesar de su importancia, la flora y la fauna de la subregión de los bosques Mesófilos, localizada en Pahuatlán no están catalogadas. Crédito: Marlene Martínez | LADO B.

Por su dispersión y las extensiones tan diversas que abarca, el Bosque Mesófilo está dividido en varias regiones. La parte ubicada en el norte de Puebla es una subregión conocida como Bosques Mesófilos de la Sierra Madre Oriental. Esta es considerada una Región Terrestre Prioritaria (RTP) por la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), por su riqueza ecosistémica mayor al resto del país, su integridad ecológica funcional y sobre todo porque existe una oportunidad real para su conservación.

En los bosques Mesófilos habita el 10% de la flora y fauna de México. Crédito: Marlene Martínez | LADO B.

Pero este ecosistema singular está hoy amenazado por la construcción del Gasoducto Tuxpan–Tula, según denunciaron las comunidades locales, un proyecto de la empresa TransCanada y su filial mexicana Transportadora de Gas Natural de la Huasteca (TGNH), que planea cruzar los estados de Puebla, Veracruz e Hidalgo, para transportar gas natural desde el Golfo de México hacia el centro del país. Un proyecto que desarrollará la compañía italiana Bonatti SPA, que ha sido subcontratada para realizar la obra.

TransCanada es la compañía detrás del polémico proyecto del oleoducto Keystone XL en Estados Unidos, prohibido por el expresidente Barack Obama pero reactivado por el actual presidente Donald Trump. Las voces a favor del Keystone XL dicen que hará a Estados Unidos menos dependiente del petróleo de otros países. Sin embargo, sus opositores han advertido los riesgos ambientales que traería el proyecto por la contaminación, el impacto directo al calentamiento global y los daños a las fuentes de agua.

El bosque sagrado otomí

La región por donde pasará el gasoducto Tuxpan–Tula comprende importantes centros indígenas de la cultura otomí, cuyo idioma, el otomí o hñahñu, es la séptima lengua indígena más hablada en México.

Maqueta del gasoducto Tuxpan–Tula, un proyecto de la empresa TransCanada y su filial mexicana Transportadora de Gas Natural de la Huasteca, que desarrollará la compañía italiana Bonatti SPA. Crédito: Marlene Martínez | LADO B.

Uno de los enclaves más importantes de los otomíes y que más preserva las tradiciones está en Pahuatlán: la comunidad de San Pablito. Aunque no son los únicos porque también está presente el pueblo nahua, que conserva su idioma y tradiciones y convive con los otomíes.

San Pablito se ubica a tres horas de Puebla, a 150 kilómetros de la Ciudad de México. La comunidad, abundante en manantiales, está situada en medio de un conglomerado de cerros, en el corazón de la Sierra Madre Oriental. Su territorio abarca desde la parte alta del Bosque Mesófilo de montaña hasta las regiones más bajas, donde el clima es más cálido.

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El nombre indígena de San Pablito es “Nvite”, que quiere decir “a los pies del cerro”. El agua que utilizan y beben los otomíes de la comunidad viene directo de los cerros y además de ser totalmente potable, es considerada sagrada y con poderes curativos.

Los manantiales que nacen en los cerros sagrados bajan a San Pablito por una tubería que permite proveer al pueblo del agua a la que confieren incluso poderes curativos. Crédito: Marlene Martínez | LADO B

El Cerro del Brujo, en San Pablito, es el más sagrado de todos para los otomíes. En él se encuentran árboles y helechos que forman un tejido de hojas tupidas, guardan calor y humedad. Hay plantas con inflorescencias moradas, amarillas, rojas, naranjas y rosas, y lo único que no está cubierto de verde es el diminuto sendero de tierra que indica el camino hacia la cima.

Izel Victoriano Espíritu es uno de los habitantes de San Pablito que están organizados ante la amenaza que representa el megaproyecto. Su casa está situada casi a los pies del Cerro del Brujo, muy cerca de una cueva a la que solo pueden entrar los curanderos.

Izel Victoriano Espíritu es uno de los habitantes de San Pablito, Pahuatlán, que se han organziado ante la amenaza que representa el gasoducto. Crédito: Marlene Martínez | LADO B.

Victoriano aclara que la comunidad no se opone a la construcción del proyecto en sí, sino a la destrucción del medio ambiente y sobre todo de una zona que es sagrada.

“Esos cerros son muy sagrados para el pueblo otomí de la sierra norte de Puebla porque nos defienden, es como que nos protegen de cualquier mal, por eso la gente nos levantamos, estamos en pie de lucha para proteger esos cerros, porque si dejamos que pasen, si dejamos que se destruyan, se van a enojar los dioses”, dice Izel Victoriano mientras emprende la caminata hacia el cerro del Brujo.

Supieron de la existencia del proyecto Tuxpan-Tula cuando vieron camionetas de la empresa entrando al pueblo, haciendo mediciones en los terrenos. Lo que más les llamó la atención fue que las personas estuvieron justamente en el Cerro del Brujo, fuente de agua y lugar sagrado.

“Los curanderos dicen que esa agua que viene ahí es como agua bendita, y esa agua es, ahora sí que toma todo el pueblo, toma la gente, toman todas las personas del pueblo y de otras localidades, por eso si dejamos que pase ese megaproyecto de muerte que anda tratando de imponernos el gobierno prácticamente se contaminaría el agua”, explicó el poblador otomí.

San Pablito es una comunidad indígena otomí enclavada en la Sierra norte de Puebla, en el municipio de Pahuatlán, apenas a dos horas de la Ciudad de México. Crédito: Marlene Martínez | LADO B.

Pero Izel Victoriano agregó además que no se les consultó nunca acerca del proyecto. Dice que las autoridades municipales decidieron con la empresa y las comunidades fueron excluidas del proceso.

El Artículo 15 del convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) establece el derecho de los pueblos indígenas a ser consultados sobre proyectos que tengan que ver con recursos naturales, minerales y tierras donde habitan. La consulta debe hacerse informada y antes de autorizar cualquier programa de explotación de los recursos en su territorio.

En el caso del Gasoducto Tuxpan–Tula, la consulta previa no se realizó antes de trazar y construir, ha sido solo después de señalamientos y manifestaciones en contra que la compañía se ha acercado a las comunidades.

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TransCanada explicó que el procedimiento le corresponde a la Secretaría de Energía (Sener), la cual, según la empresa, ha identificado ocho poblaciones en cuatro municipios sujetas a consulta, aunque el proceso solo se completó en dos, ninguna en Pahuatlán.

El Maestro Eduardo Morales Sierra, investigador del Instituto de Derechos Humanos Ignacio Ellacuría (IDHIE) de la Universidad Iberoamericana, dijo que la oposición al proyecto Tuxpan–Tula ha sido diferente en cada una de las regiones de los tres estados donde hay comunidades afectadas –Hidalgo, Puebla y Veracruz. En el caso de Puebla está más vinculado a la defensa del territorio, el derecho a la consulta y la información sobre la destrucción del bosque.

San Pablito es abundante en manantiales, su población los considera sagrados. Crédito: Marlene Martínez | LADO B.

El consejo Xangu Yamui es una agrupación integrada por indígenas y mestizos de las distintas comunidades afectadas, no solo del municipio de Pahuatlán sino de otros como Tlacuilotepec. Este consejo se creó para evitar la destrucción ambiental que causaría el gasoducto.

Desde 2016 el consejo advirtió sobre esta obra y manifestó su temor a que destruya la forma de vida de las comunidades, y que las afectaciones al medio ambiente modifiquen el clima y dañen las semillas.

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“En este trayecto que está imponiendo el gobierno nos quieren destruir 600 hectáreas de bosque mesófilo aparte de que hay centros ceremoniales de la cultura otomí, de la cultura totonaku (totonaca)”, dijo Oliveria Montes, integrante del consejo Xangu Yamui, durante un foro en la Universidad Iberoamericana.

Los pobladores (sobre todo los de San Pablito) han acusado al presidente municipal de Pahuatlán, Arturo Hernández Santos, de estar a favor del gasoducto. En septiembre de 2016 medios locales documentaron que incluso amenazó a los opositores. El diputado federal Carlos Barragán Amador, denunció que Arturo Hernández recibió 2 millones de pesos (cerca de 100 000 dólares) de TransCanada para permitir el paso de la obra, pese a la oposición de sus gobernados.

El plan del gasoducto

Según Yolanda Esquivel Castro, gestora de la empresa TGNH (filial mexicana de TransCanada) y encargada de la oficina en el municipio de Tlacuilotepec, el gasoducto traerá gas natural desde Estados Unidos para abastecer una termoeléctrica en Tula, Hidalgo, a cargo de la Comisión Federal de Electricidad (CFE).

La versión más reciente de la empresa, ofrecida a través de una entrevista vía correo electrónico, es que el gasoducto sí pasará por Pahuatlán y otros cinco municipios de Puebla: Tlacuilotepec, Honey, Francisco Z. Mena, Venustiano Carranza y Jalpan; además de 16 municipios de los estados de Hidalgo y Veracruz.

El 17 de diciembre de 2015 la empresa TGNH, presentó la Manifestación de Impacto Ambiental (MIA) ante la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat).

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La MIA minimiza la importancia del Bosque Mesófilo y en general de los ecosistemas que se presentan en todo el trazo del gasoducto, pues afirma que solo en el 12 % del área de influencia modificada en el nuevo estudio hay áreas con vegetación natural.

Las modificaciones al trazo y especificaciones del proyecto están en un documento público en el sitio oficial de la Semarnat. Ahí se describen las medidas de mitigación que harán en cada ámbito: “una vez terminada la construcción se procederá a la restauración de la franja de desarrollo y la franja de afectación temporal, que incluye la colocación del suelo fértil recuperado y la inducción de la revegetación natural”.

Pero remover la flora puede generar lo que la Doctora en Biología Etelvina Gándara, investigadora de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) describe como “efecto de borde”. Esto sucede cuando nuevas especies crecen después de la deforestación. Si estas especies son nativas no hay problema, pero si son especies ajenas al ecosistema, con el paso del tiempo pueden ir desplazando a las originales y causando un desequilibrio ambiental.

TransCanada no aclaró qué tipo de especies serán las que se volverán a plantar después de la construcción del gasoducto. En la entrevista, Juan Carlos Hernández, de Comunicación Corporativa y Relación con Medios de la compañía, dijo que se identifican las especies de flora y fauna que puedan resultar afectadas, se resguardan y son reinstaladas en el hábitat, pero no dio más detalles.

El nombre indígena de San Pablito es “Nvite”, que quiere decir “a los pies del cerro”. Crédito: Marlene Martínez | LADO B.

Rogelio Marroquín, presidente auxiliar de la comunidad de San Pablito, confirma que ni las autoridades municipales ni las empresas han mostrado alguna prueba de lo anterior, es decir, que el proyecto no afectará el bosque de niebla ni al medio ambiente.

A la fecha, todavía no existe un trazo definitivo del gasoducto. La propia empresa dijo que se refieren más que a un trazo final a una “ruta propuesta”, “pues no podemos hablar de manera definitiva hasta no llegar a acuerdos con los propietarios de los terrenos o completar el proceso consultivo en los casos que así se requiera y contar con los permisos correspondientes”.

En esta nueva “ruta propuesta” las principales comunidades opositoras, San Pablito y Montellano, no quedan libres del gasoducto, pues el gasoducto queda “en las cercanías de la comunidad de Montellano y a 2600 metros de San Pablito”, como lo indicó la empresa. Es decir, a 15 cuadras de distancia.

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Eduardo Morales Sierra, investigador del Instituto de Derechos Humanos Ignacio Ellacuría (IDHIE) de la Universidad Iberoamericana, quien ha acompañado los procesos de resistencia en la Sierra Norte de Puebla, dijo que existen tres daños que suelen estar vinculados a la construcción de gasoductos.

Primero, que ningún ducto de gas o petróleo dejará de sufrir fugas durante su vida. Como ejemplo está el controvertido proyecto Keystone XL de TransCanada, el cual según señala el experto contemplaba que durante sus 50 años de operaciones sufriría alrededor de 90 derrames. Otro daño está asociado con la devastación de fuentes de agua y la afectación de los mantos freáticos. La tercera consecuencia negativa es el impacto a los procesos de biodiversidad en cuanto a la interacción de flora y fauna, y la generación de una mayor fragmentación del ecosistema.

Megaproyectos, amenazas constantes

Esta no es la primera vez que la construcción de un gasoducto se enfrenta a la oposición de las comunidades poblanas, lo mismo ocurrió —sin éxito— con el proyecto del Gasoducto Morelos, parte del Proyecto Integral Morelos (PIM) que atraviesa los estados de Puebla, Tlaxcala y Morelos, también a cargo de la empresa Bonatti, la misma que ha subcontratado TransCanada para construir el gasoducto en el Bosque Mesófilo.

Desde 2014 habitantes de comunidades indígenas en la parte centro-occidente del estado de Puebla han denunciado amenazas, invasión de tierras y despojos. Incluso, ante la férrea oposición y organización de los pobladores, el gobierno del estado solicitó continuamente la presencia de las fuerzas de Seguridad Pública y del Ejército Mexicano.

Enedina Rosas Vélez, comisariada de San Felipe Xonacayucan, fue detenida en abril de 2014, a sus 60 años, tras haber sido acusada de robar el celular de un empleado de Bonatti, luego que su comunidad se negó a firmar la autorización para que el Gasoducto Morelos pasara por ahí.

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Ese mismo mes fue detenido Juan Carlos Flores Solís, integrante del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra y Agua Morelos-Puebla-Tlaxcala (FPDTA-MPT), la organización que se opuso al Gasoducto. Juan Carlos fue acusado de motín, despojo, extorsión y delitos contra la infraestructura hidráulica.

Enedina Rosas pasó nueve meses encarcelada –más tres en prisión preventiva en su domicilio debido a su grave condición de salud–  y Juan Carlos diez meses. Pese a todo, el gasoducto se construyó, los tubos se instalaron en la parte que corresponde a Puebla, pero todavía no se ha puesto en marcha. Los tubos pasan por comunidades que están en la zona de mayor riesgo volcánico por la presencia del volcán Popocatépetl.

Ya desde mayo de 2016, los megaproyectos en Puebla habían sido considerados como focos de alerta por la amenaza que representan para los derechos humanos. El relator especial de las Naciones Unidas, Michael Forst, hizo una visita extraoficial a México y llegó a Puebla. Los dos principales temas que se trataron fueron la libertad de expresión y la defensa del territorio en contra de la instalación de los megaproyectos planteados.

El gasoducto Tuxpan–Tula se suma a los megaproyectos planteados para la zona, que conectan la utilización de agua y energía para la explotación de minerales.

Además del Gasoducto Tuxpan-Tula, la subregión del Bosque Mesófilo en Puebla también está amenazada por otros megaproyectos: el gasoducto Tuxpan–Atotonilco, el oleoducto Tuxpan–Arco Norte–Tula y la hidroeléctrica Puebla.

La importancia del bosque mesófilo

De acuerdo con un estudio realizado por la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), cerca de 3000 especies de flora viven en el Bosque Mesófilo, uno de los ecosistemas terrestres más frágiles –ya que su existencia depende de las nubes y las lluvias que varían por el cambio climático, una de sus principales amenazas– y es uno de los que albergan la mayor cantidad de especies en el país.

Los bosques Mesóflos es uno de los ecosistemas terrestres más frágiles, actualmente el cambio climático es una de sus principales amenazas. Crédito: Marlene Martínez | LADO B.

Una de las riquezas del ecosistema es que las especies que convergen son tanto de climas templados como tropicales, un fenómeno que no suele ocurrir.

La Doctora Etelvina Gándara, especialista en botánica y profesora investigadora de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), dijo que por desgracia no hay muchos estudios sobre este ecosistema en el sector de Puebla, por lo que no se conocen a fondo las especies e interacciones del bosque de niebla. Solo se han realizado investigaciones científicas en los sectores ubicados en los Estados de Hidalgo y Veracruz.

Una de las consecuencias negativas del gasoducto que instalarán en la zona de Pahuatlán es su impacto en los procesos de interacción de flora y fauna. Crédito: Marlene Martínez | LADO B.

“Se me hace curioso que no haya tantos estudios en Puebla como pensaríamos, porque, bueno, está colindando con la parte del mesófilo de Hidalgo y hay muchos investigadores de la UNAM que han desarrollado sobre todo trabajos biogeográficos, que es como ver la historia evolutiva de las especies. Es un ecosistema que nos provee de muchísima agua, pensando en servicios ambientales, obviamente captación de agua, captación de carbono, es como un pulmón muy importante”, explicó la experta.

Gándara agregó que es complejo investigar este ecosistema porque el Bosque Mesófilo está fragmentado, es decir, hay “parches” separados por asentamientos humanos o extensiones dedicadas a la ganadería y agricultura, y por la propia formación montañosa de la región.

Cada área tiene su particularidad, pero en general este ecosistema es muy importante por su variedad de especies epífitas, que son las que crecen encima de un tronco, como las orquídeas, que se dan de manera silvestre en la Sierra Norte de Puebla, y las bromelias, flores generalmente de tonos naranjas y rosas, de pétalos grandes, que crecen en medio de hojas gruesas como si fueran frutos de la piña.

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En 2010 la Universidad Autónoma del estado de Hidalgo presentó, junto con la delegación estatal de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), el Estudio Previo Justificativo para el establecimiento del Área Natural Protegida Reserva de la Biosfera “Corredor Biológico del Bosque Mesófilo de Montaña en Hidalgo, Puebla y Veracruz”.

Esta propuesta buscaba que la región del bosque de niebla, que abarca los tres estados por los que pasaría el trazo del Gasoducto Tuxpan-Tula, fuera considerada como un área natural protegida por la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp).

Sin embargo la Conanp no ha elaborado un decreto oficial para esta zona e incluso algunas de las personas que hicieron dicho estudio, ya no laboran en esa dependencia federal. Y mientras no haya un decreto publicado, el bosque mesófilo de Veracruz, Puebla e Hidalgo no está protegido. La propia Conanp no sabe qué pasó con ese estudio.

La bióloga Daniela Arreola, actual encargada del Jardín Botánico del Área de Educación y Divulgación del Jardín Botánico de la BUAP, dice que este ecosistema es muy importante por la capacidad que tiene para captar agua. Y explica que lo que ocurre es que al haber una gran variedad y cantidad de plantas de diversos tamaños y alturas, como pinos y helechos, el agua entra con menos fuerza al suelo, permaneciendo los espacios porosos para que esta se filtre hacia los mantos freáticos y así continúen creciendo los nacimientos de agua.

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“Tienes mucha vegetación arriba y eso permite que parte de la niebla que se capta, toda el agua que baja por las hojas y por los troncos de los árboles llega con una velocidad muy baja al suelo, y eso permite que pueda absorberse. Digamos no hay una compactación gracias a la vegetación que se tiene arriba”, explicó.

Y sobre este tema Arreola advirtió que si se talan árboles para la construcción de una carretera —o en este caso el gasoducto, cuyo paso contempla un tubo de 36 pulgadas de diámetro y un derecho de vía de 10 metros a cada lado—, se afectará directamente la compactación del suelo. Sin este soporte de flora los espacios porosos del suelo se reducen, lo que deja sin lugar al agua y evita que se incrementen los mantos freáticos, además de que existe la posibilidad de que haya encharcamientos e inundaciones.

El proyecto en la mira

El 14 de febrero de 2017, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en México realizó una misión de observación en la Sierra Norte de Puebla, específicamente en las comunidades de San Pablito, Montellano y Zacacuautla, para recabar más información sobre el proyecto del gasoducto y conocer el alcance de las afectaciones.

Aunque todavía no se emiten comentarios respecto al resultado de la misión, la ONU-DH dijo que buscaría reunirse con las contrapartes de las denuncias de los habitantes, para darle seguimiento a la situación.

Las biólogas Etelvina Gándara y Daniela Arreola insistieron en la necesidad de sensibilizar a las personas acerca de la importancia del bosque de niebla. “Es una experiencia única. Hasta que no te veas envuelto en la niebla no entenderás el valor y la importancia”, contó Gándara.

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Ellas creen que las personas se dan cuenta demasiado tarde del valor del bosque de niebla, y como ejemplo está la parte de este ecosistema ubicado en la ciudad de Xalapa, capital del estado de Veracruz, donde antes la temporada de lluvias duraba casi todo el año y ahora apenas unos meses. Los habitantes no lo notaron hasta que ya habían perdido esas precipitaciones características del ecosistema.

Ambas, Gándara y Arreola, coincidieron en que la remoción de la cobertura vegetal y el cambio de uso de suelo harán que se pierdan muchas especies de las cuales aún no se tiene un registro ni un estudio sobre su importancia e interacción.

Y a este escenario hay que sumarle el impacto que podría generar el megaproyecto en la cultura ancestral otomí.

Foto principal: Marlene Martínez.

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