- ¿Cómo una pequeña mosca frutera puede afectar a la población de pinzones?
- ¿Qué tienen en común un pingüino enano, un cormorán que no alza vuelo y los elegantes albatros?
La vida en Galápagos te sorprende a cada instante. Una visita a este archipiélago es como entrar en un laboratorio natural en el que aprendes sobre la evolución de las especies, observando, sintiendo. Te topas con lobos marinos, tortugas, aves, pingüinos y hasta amigables tiburones que aparecen delante de ti sin sentirse amenazados. Es lógico, las reglas dentro de la Reserva Marina de Galápagos son muy estrictas y se sanciona con penalidades de miles de dólares para aquel que haga daño a alguna especie del lugar o intente llevarse cualquier cosa, así sea un poco de arena como souvenir. Ya están advertidos los más de 200 000 turistas que llegan al año a este inhóspito rincón del planeta, cuya primera isla se formó hace cinco millones de años, e impresiona a científicos e investigadores de todo el mundo por cómo la vida en Galápagos se sigue moviendo.
Las especies continúan evolucionando, cambiando de formas y de tamaños, y algunas islas, como Isabela o Fernandina, se encuentran todavía en proceso de formación. Un ejemplo de ello fue la erupción volcánica registrada en 2009. Y para mostrar lo impresionante que es la Reserva Marina de Galápagos, hay un grupo de personas que están buscando su mejor conservación, produciendo más información e investigación, y cuya base es la Fundación Charles Darwin, una institución belga fundada en 1959 y que trabaja junto con el Servicio del Parque nacional Galápagos (SPNG), promoviendo la investigación científica en el archipiélago. Dicen que para conocer el parque, tienes que conocer las especies que viven en él. Esta vez, nos concentraremos en sus peculiares y endémicas aves terrestres y marinas (que viven y pasan la mayor parte del tiempo en el océano Pacífico).
Un paraíso natural
Galápagos tiene una extensión de 133 000 kilómetros cuadrados y está ubicado a 1000 kilómetros o dos horas de la costa de Ecuador. Comprende trece islas grandes con una superficie mayor a diez kilómetros cuadrados, seis islas medianas de entre uno y diez kilómetros cuadrados, y unos 215 islotes pequeños. Para llegar hay vuelos diarios desde Guayaquil o Quito. Es la segunda reserva marina más grande del mundo, después de la Gran Barrera de Coral de Australia, y recibe visitantes de todas partes que buscan bucear en sus afamadas aguas. La reserva fue creada en 1998 y en este año se cumplió su diecinueve aniversario. En las últimas décadas, se ha realizado mucha investigación, primero de parte de la Fundación Darwin y luego de distintas organizaciones que han visto como prioridad la conservación de este lugar único en el planeta. Su importancia fue reconocida por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en 1978, cuando la nombró Patrimonio Natural de la Humanidad. Además, en los últimos años, se le ha otorgado distintas figuras internacionales de conservación, como Sitio Ramsar, Santuario de Ballenas y Reserva de Biósfera. Y no es para menos. Se han identificado más de 2200 especies que viven en la reserva y el 25 % de ellas son endémicas, es decir, que en todo el planeta solo se pueden encontrar en Galápagos. Por ello, tampoco sorprende que el 97,5 % de la superficie terrestre del archipiélago esté protegida. Solo el 2,5 % puede ser conocido por los visitantes y la población local. Y esa pequeña muestra es impresionante.
De tierra: el pinzón de Darwin en peligro
Desde que pisas Galápagos sientes su energía especial. Árboles y cactus que nunca has visto en tu vida. Aves que se posan en tu silla para recibirte con un hermoso silbido. Lobos y manta rayas que brincan a unos metros de la orilla. Sigues contemplando y tus días en esta reserva se hacen cada vez más sorprendentes. Solo basta imaginarse a Charles Darwin, allá por los años 1835, observando con detenimiento a estos animales, viendo sus diferencias y similitudes. El ave representativa de Galápagos llegó hace un millón y medio de años, y es el pinzón. Para muchos también, el símbolo de la evolución. Mide entre diez y veinte centímetros y pesa unos veinte gramos, tanto como una cajetilla de cigarros. Es un ave pequeña, de colores marrones y negros, que es poco llamativa si la comparamos con las tortugas gigantes o los tiburones martillo. Según, Leif Anderson de la Universidad de Upsala en Suecia, en un estudio publicado por la Revista Nature, Darwin se quedó muy sorprendido por la diversidad de picos que encontró en esta especie. En el archipiélago, se pueden encontrar diecisiete especies distintas de pinzones y todas ellas se diferencian principalmente por su pico. Cada una evolucionó dependiendo del alimento que tuviera más cerca y del ambiente en el que vivía. No se encuentran los mismos pinzones en todas las islas. Se distinguen por lo que comen, que pueden ser semillas, frutas o insectos. Los que tienen picos grandes y gruesos pueden partir semillas y tener un canto más sencillo y fácil de reproducir. Los que tienen los picos más pequeños y delicados, se adaptaron para comer insectos. En 1973, Peter y Rosemary Grant, profesores de Princeton en Estados Unidos, analizaron casi 20 000 ejemplares de pinzones de veinticinco generaciones, y demostraron que estos fueron cambiando sus picos y tamaños en respuesta a los cambios ambientales.
“Cada isla tiene su rango de especies. Algunas están distribuidas en muchos lugares, como el pinzón pequeño de tierra (Geospiza fuliginosa), o el papamoscas de Galápagos (Myiarchus magnirostris). Otros solo se encuentran en una isla, como el pinzón mediano de árbol (Camarhynchus pauper) en Floreana. Las especies se adaptan a su entorno. Todo dependerá de la fuente de alimento, de otras especies ya presentes y la competencia entre ellos. Los picos funcionan como herramientas que facilitan la explotación de un tipo de alimento. Y esta especialización de cada una de las especies, reduce la competencia con otros. Con el aislamiento de los sitios, es muy probable que en algunos miles de años tengamos varias especies nuevas para la ciencia”, dijo para Mongabay Latam, Birgit Fessi, investigadora austriaca encargada del proyecto de conservación de aves terrestres de la Fundación Charles Darwin, que además hace una distinción. “A las aves terrestres se les llama así porque se alimentan de semillas y animales que se encuentran en la tierra. Lo contrario a las aves marinas que pasan la mayor cantidad de tiempo sobre el mar y se alimentan de lo que encuentran ahí”, nos contó Fessi, que viene trabajando con aves terrestres de Galápagos desde los años noventa.
En las últimas décadas, estas aves han tenido muchas amenazas que la reserva ha tenido que controlar, como plaga de ratas o presencia de gatos que son sus principales depredadores y que veremos más adelante. Sin embargo, en 1997 se reportó la amenaza más fuerte que enfrentan hasta hoy: una mosca (Philornis downsi) que debilita los huevos y las crías de las aves. “Fue de casualidad. Estábamos estudiando al pinzón carpintero (Camarhynchus pallidus), queríamos saber si su manera de utilizar otras herramientas como hojas o ramas para construir o defenderse, era algo aprendido o adquirido. Sacamos a dos pichones de sus nidos, los llevamos al laboratorio y al día siguiente uno de ellos murió. Encontramos unas larvas grandes como de dos centímetros, todas llenas de una sustancia negra. Nunca había escuchado de estos en Galápagos”, recuerda Birgit Fessi, que afirma que en la actualidad han identificado cincuenta especies de esta mosca que están parasitando aves. ¿Cómo atacan? “La mosca pone sus huevos en el nido y las larvas de las moscas se desarrollan con la sangre de los pichones. Pasan hacia dentro del cuerpo de las aves, hasta matarlos. Hay una mortalidad muy alta”, dice Fessi.
Según la doctora Charlotte Causton de la Fundación Darwin, “es una de las especies más invasoras en Galápagos” y la más seria amenaza para muchas aves terrestres. “Estamos realizando investigación y todavía no tenemos una línea base para determinar qué tanto ha afectado esta mosca a las aves en Galápagos. Sin embargo, en algunas especies sí podemos determinar algunas cosas. Como en el pinzón mediano de árbol (Camarhynchus pauper), cuyo éxito reproductivo es nulo. A las justas bordea el 10 %. Eso es muy preocupante”, sostiene Fessi, quien junto a un equipo de profesionales y organizaciones internacionales, está trabajando en distintas estrategias para erradicar este problema.
En 2012 se formó el equipo internacional Philornis, que agrupa a veinte instituciones de ocho países: Ecuador, Estados Unidos, Australia, Austria, Argentina, Israel, Panamá y Trinidad y Tobago. Es liderado por la Fundación Charles Darwin y apoyado principalmente por la Dirección del Parque Nacional de Galápagos, biólogos de BirdLife Austria, el Ministerio de Agricultura de Galápagos (MAGAP), el Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados de España (IMEDEA) y decenas de científicos e investigadores ecuatorianos y extranjeros que llegan a aportar con sus conocimientos y experiencia. Estos vienen estudiando los nidos y haciendo recolección de moscas para desarrollar métodos menos riesgosos para la supresión de esta plaga en las islas. “Estamos trabajando distintas formas. La primera, por pesticidas. Colocando en los lugares inferiores del nido, por donde pasan las larvas, para eliminarlas. O también introduciendo pesticidas que los esterilice. Esto es bien laborioso porque hay que hacerlo nido por nido. La otra técnica que estamos desarrollando es crear un olor que atraiga a las moscas. Sin embargo, es bien complicado porque por ejemplo el año pasado fue muy seco y no habían moscas para hacer las pruebas. También estamos analizando la forma de esterilizar a los machos para que cuando tengan relaciones con las hembras, éstas pongan huevos estériles y se termine con la plaga”, sentencia Birgit Fessi, que se muestra optimista con el trabajo realizado y el futuro que se viene.
En ambientes tan frágiles como en Galápagos, un mínimo cambio se siente y se hace evidente. “Por ejemplo, esta plaga debe de haber llegado como moscas adultas, en la fruta dañada, hace varias décadas. Ahora creo que eso no pasaría porque han mejorado los controles y hay un buen protocolo para el ingreso de productos a Galápagos”, cuenta Fessi, que también se maravilla por la fragilidad de esta reserva. “Las condiciones extremas que hay en Galápagos atraen a científicos de todo el mundo, que se encantan con los cambios que se ven con facilidad. Las condiciones de vida de los animales y plantas cambian muy rápido. En pocas generaciones de aves y plantas puedes ver cómo se adaptan”, resaltó la conservacionista austriaca que espera terminar con una primera línea base de la población de pinzones en un par de años. Por el momento, la Fundación Charles Darwin y la Dirección del Parque Nacional de Galápagos han tomado medidas para criar los pinzones en cautiverio y proteger a los juveniles de esta imparable plaga, hasta el momento. No está de más señalar que el pinzón de manglar (Camarhynchus heliobates) vive sus momentos más críticos. Solo quedan ochenta individuos en estado silvestre.
El vuelo de las marinas
El pingüino de Galápagos (Spheniscus mendiculus), el cormorán no volador de las Galápagos (Phalacrocorax harrisi) y el albatros de las Galápagos (Phoebastria irrorata) son aves marinas que solo se pueden encontrar en este rincón del planeta. Y en el mismo archipiélago tampoco te las cruzas tan fácil. Cada una tiene sus motivos. Es más sencillo toparse con tortugas, pinzones, lobos marinos o iguanas, nadando por ahí o tomando sol en alguna de las paradisíacas playas, que con ellas. Es así que su presencia hace delirar a los miles de turistas que quieren llevarse a casa la figurita difícil.
Desde hace siete años un grupo de profesionales de Ecuador y el resto del mundo, viene trabajando en un proyecto de aves marinas, que hace un monitoreo ecológico de estas tres aves principales de las islas, con el único objetivo de lograr su conservación a largo plazo, identificando sus amenazas y trabajando para controlarlas o eliminarlas. Prepárate para conocer algo más sobre el único pingüino tropical, al espectacular cormorán que dejó de volar y a los albatros, una de las aves más grandes y rápidas del mundo.
“Escogimos a estas tres especies porque las consideramos clave. Si se analiza y se tiene información de estas especies representativas, se puede saber qué está pasando con el ecosistema, con el hábitat, con las islas. Además, son especies que están en la lista roja de la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza) y necesitamos conservarlas. Por ejemplo, con el pingüino y el cormorán, podemos saber qué está pasando dentro de Galápagos y con el albatros vemos qué está pasando en las afueras, ya que estos llegan hasta Colombia, Perú y Chile”, declaró para Mongabay Latam, Gustavo Jiménez, investigador senior, especialista en pingüinos, cormoranes y albatros, de la Fundación Charles Darwin, que empezó este proyecto con albatros en 2009, para al año siguiente sumar a los pingüinos y cormoranes.
Los pingüinos de Galápagos (Spheniscus mendiculus) son endémicos de este archipiélago y su población es la que vive más al norte en todo el mundo. No pesan más de dos kilos y medio, y sus no más de cincuenta y dos centímetros de estatura, los hacen tan altos como una escalón. Solo un ojo entrenado puede diferenciarlos a lo lejos. Su cabeza color negro y su vientre blanco con pequeñas manchas negras, se confunden con las rocas volcánicas que suelen estar alrededor de las islas. Gran parte de estas peculiares aves se encuentran en las islas Fernandina e Isabela, ubicadas en el extremo occidental del archipiélago.
“Es la tercera especie de pingüinos más pequeña del mundo. La única que vive en la zona tropical y se reproduce en el hemisferio norte. Su población en estos momentos se encuentra estable pero es fluctuante debido al cambio climático. Cuando se da el Fenómeno El Niño, que cada vez se presenta con mayor frecuencia e intensidad, encontramos menos cantidad de alimento disponible, los pingüinos se tienen que alejar más para alimentarse y se exponen mucho más a sus predadores (tiburones). También sufren otras amenazas, como la competencia con otras especies y hasta la misma presencia humana”, dijo Jiménez, que investiga a estos pingüinos en la isla Isabela y en los poco visitados islotes Marielas, donde viven las más grandes poblaciones de esta especie: entre 50 y 100 individuos.
Como dice Jiménez, el Fenómeno El Niño es su principal amenaza. En 1982, la población se redujo de 1500 a 300. En 1998, el cambio fue de 1200 a 400. Y en 2015, se vio menos mermada, llegando a unos 800. “El problema cuando sucede esto es que tampoco hay reproducción”, agregó Jiménez. Esta especie pasa la mayor parte del tiempo comiendo, nadando, cuidando a sus crías o con los demás pingüinos. Solo salen durante el día y en la noche se guardan. Están acostumbrados a estar cerca de la costa, nadan largos espacios, hasta 50 kilómetros al día, y bucean profundo. Dicen los especialistas que se los han encontrado buceando hasta los 50 metros de profundidad. Suelen alimentarse de peces pequeños, como la anchoveta (Cetengraulis mysticetus) o las sardinas (Sardinops sagax). Sin embargo, el estrés provocado por la falta de alimento cuando se presenta El Niño o La Niña, y las distintas amenazas que no los dejan vivir en paz, hacen que no se reproduzcan y se vea mermada, mucho más, su ya reducida población.
“En la actualidad hay una población en Galápagos que bordea los 2000 pingüinos. Y venimos realizando monitoreos ecológicos donde se analiza la supervivencia, la mortalidad, la reproducción, sus enfermedades, su vida en relación al cambio climático y también el impacto de las actividades del ser humano como la pesca y el turismo”, dijo Jiménez, que viene trabajando con los pingüinos, junto a la Dirección del Parque Nacional Galápagos, la Universidad San Francisco de Quito, la Universidad Estatal de Colorado y la Universidad de Misuri. En los próximos meses se tendrán más novedades sobre la situación de las aves marinas y su estado de conservación.
El cormorán no volador o cormorán de las Galápagos (Phalacrocorax harrisi) para muchos, es una de las aves más raras que existen. Aparentemente, la casi nula existencia de depredadores, hizo que estas perdieran sus alas y sean las únicas en su especie que no pueden alzar vuelo. Casi todo lo hacen en tierra firme y nadando en el agua. No se aleja mucho de la orilla y busca alimento en el fondo, llegando hasta los 70 metros de profundidad. Sus fuertes patas le ayudan a moverse rápidamente en el agua. Se alimenta de pulpo y de peces pequeños. No alcanza más de 100 centímetros de alto y tampoco supera los cinco kilos de peso. Es de color negro y gris. No tiene colores llamativos en su plumaje, tal vez para pasar desapercibido, pero lleva un pico fuerte para poder luchar y cazar sus preferidos pulpos, y unos ojos color turquesa que te enamoran. Su plumaje no es impermeable, así que se demora más en secar cada vez que se zambulle en busca de alimento.
Así como los pingüinos, también sufren con el cambio climático. Después de 1982, de ser 800 individuos, pasaron a ser 400. “La población de cormoranes tiene caídas con el Niño, pero no son tan drásticas como con los pingüinos. En los últimos diez años su población ha crecido pero se encuentran dispersos. En Fernandina e Isabela los podemos encontrar en colonias grandes. Pero cuando te digo grandes, estamos hablando de entre 30 y 20 individuos. Sin embargo, en los últimos años hemos registrado récords, como más de 2400. Con esos datos, podríamos decir que están estables con aumento”, comentó con optimismo para Mongabay Latam, Gustavo Jiménez, quien afirmó también, que están trabajando en producir más información para eliminar o controlar a sus principales amenazas: las ratas y los gatos, “especies introducidas que debieron llegar por barco desde que llegó el ser humano a las islas”, que son el principal dolor de cabeza de los científicos, técnicos y conservacionistas del parque. Aunque tampoco se escapan de las serpientes, búhos, gavilanes y tiburones.
Los estudios de estas especies se realizan en dos lugares distintos, para analizar sus comportamientos en diferentes situaciones. “Los encontramos en Fernandina que es una isla prístina y también en Isabela, que es una isla donde hay especies introducidas como gatos. Estamos analizando sus comportamientos y vemos cómo se están desenvolviendo en estos dos lugares con distintas amenazas”, sentencia Jiménez, que además resalta el trabajo que se realiza con el apoyo de todas las instituciones involucradas como Galapagos Conservancy Trust, Lindbland National Geographic, Penguin Fund Japan, Blue Planet Film, la Universidad San Francisco de Quito, Colorado State University y University of Missouri.
Es el turno de los albatros de las Galápagos (Phoebastria irrorata), albatros ondulado. Esta imponente ave anida precisamente en la isla de la Española en el archipiélago de Galápagos. Llega a fines de marzo y se queda hasta fin de año. Suele construir sus nidos en las zonas de lava y su recorrido cuando no está en las islas, va desde Colombia, Ecuador, Perú hasta Chile. Le encantan los calamares, la base de su alimentación junto a peces pequeños. Esta ave te impresiona con su tamaño y rapidez. Cuando se extiende sus alas es tan larga como un carro. Puede vivir hasta los 40 años y llegar a velocidades que bordean los 90 kilómetros por hora. Se encuentra en peligro crítico de extinción, así como los pingüinos y cormoranes, por lo que existe una intención clara del parque nacional Galápagos y diferentes instituciones ecuatorianas y extranjeras, para producir más información de esta especie y protegerla de la mejor manera.
“Ahora los estamos estudiando en dos puntos de la isla Española, en Punta Suárez y en Punta Cevallos. Calculamos que su población está alrededor de los 30 000 individuos. Queremos ver si el tiempo de vida se ha visto afectado en los últimos años. Estamos tratando de trabajar con varias colonias para ver si estas muestras nos dan una idea clara de lo que es el universo de estas especies. El cambio climático afecta a los albatros, como a los pingüinos y cormoranes, pero su principal amenaza es la pesquería a mar abierto, ya que muchas aves mueren a causa de pesca incidental”, resaltó para Mongabay Latam, Gustavo Jiménez, que además menciona la importancia del Acuerdo de Conservación de Albatros y Petreles (ACAP), que busca desde 2004 conservar los albatros y petreles a través de la coordinación de actividades internacionales que tienen como objetivo disminuir las amenazas de las poblaciones de estas aves marinas. Protege a 31 especies de albatros, petreles y pardelas. Trece países son miembros: Argentina, Australia, Brasil, Chile, Ecuador, Francia, Nueva Zelanda, Noruega, Perú, Sudáfrica, España, Reino Unido y Uruguay. Y al igual que en albatros de Galápagos, en todos los lugares del mundo, estas aves tienen como su principal amenaza la pesquería no sostenible. “Es importante este acuerdo, porque nos ayuda a generar más información en todo el planeta. Siempre estamos compartiendo la data que tenemos y estamos en constante comunicación. Esto nos va a permitir implementar medidas efectivas de conservación para las aves marinas, en tierra y mar”, dijo Jiménez. Sin embargo, otra amenaza son las especies introducidas, como los mosquitos que molestan tanto a los albatros, que los obligan a abandonar sus nidos. Situación que han empezado a estudiar más a fondo para promover medidas que enfrenten ese aparentemente inofensivo insecto. Además, de los posibles patógenos que pueden afectar a estas especies.
Enfrentando las amenazas
La principal amenaza de estas especies es el cambio climático que se ve reflejada en el Fenómeno El Niño, que cada vez se presenta con mayor regularidad e intensidad. Contra esos embates no se puede hacer mucho, es por ello que los esfuerzos de la Fundación Charles Darwin, de distintas organizaciones y del Servicio del Parque nacional Galápagos (SPNG), están dirigidos a reducir las otras amenazas. Controlar o exterminar las especies introducidas como los gatos y las ratas para que no sigan atacando a las aves, tener un control de los trabajos de las pesquerías y embarcaciones, para evitar las pescas incidentales y otras enfermedades. “Todos nuestros esfuerzos e investigaciones se hacen con la intención de reducir el impacto de las distintas amenazas en las especies. La idea es poder controlar las plagas, las especies introducidas como gatos y ratas, y los trabajos de las pesquerías que transitan en las afueras de la reserva marina, más precisamente frente a las costas de Ecuador y Perú”, afirmó Gustavo Jiménez, que además puntualizó que “trabajar en la disminución de estas amenazas es clave, ya que le estamos dando una oportunidad a estas especies para que estén más fuertes y preparadas a la llegada de El Niño, cuando el alimento escasea y siempre sus poblaciones se ven mermadas”.
Y así pasan los días a 1000 kilómetros de la costa de Ecuador. Con gente generando información, con especies evolucionando constantemente y miles de personas que llegan aquí para sorprenderse y maravillarse con este lugar que más parece la isla de la fantasía.
Foto portada: Fundación Charles Darwin.