- Los manchales de intimpas del Santuario Nacional de Ampay ocupan casi el 20 % del Área Natural Protegida según el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado.
- Comunidades de los alrededores de Abancay utilizan técnicas ancestrales para retener el agua y combatirá estrés hídrico.
Son las siete de la mañana y la bruma sigue impidiendo que observemos con claridad las figuras que dibujan las ramas de los árboles cargadas de epífitas que conforman el bosque frondoso y lleno de vida que recorro en compañía de Constantino Rivas Chahuillco, esforzado guardaparque del Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (SERNANP).
La humedad agobia y las gotas de rocío que van cayendo por todas partes entorpecen los pasos que vamos dando sobre la tupida hojarasca. Las avecillas se mueven con disimulo: una cola espina del Apurímac (Synallaxis courseni) canta entre el follaje mientras que un colibrí picoespada (Ensifera ensifera) bate con más prisas sus alas al atisbar nuestra presencia.
Es un escenario soberbio, pienso, mientras admiro por última vez la silueta fantasmal de un Podocarpus glomeratus, intimpa o romerillo para los conocedores, un árbol nativo que en este bosque sorprendente forma un manchal de 600 hectáreas de extensión.
Esta historia transcurre en la provincia altoandina de Abancay, en las faldas del nevado Ampay, en un paraje donde el frío arrecia y respirar, para muchos, podría ser un imposible.
En el Santuario Nacional de Ampay
El bosque de intimpas del Santuario Nacional de Ampay, un área natural protegida de 3635,50 hectáreas, es el más grande, en su género, de todo el país; tanto así que su creación en 1987 respondió a la ineludible necesidad de salvar de la desaparición tan importante asociación de Podocarpus. Por entonces las intimpas eran las piezas forestales más requeridas por la población de Abancay que las utilizaba para leña, carbón, madera y, aunque parezca mentira, como arbolitos de Navidad llegado el mes de diciembre.
“Ya no las cortamos —comenta don Constantino, 63 años, quechuahablante y nativo de estas quebradas— hemos aprendido a protegerlas. Son otros los problemas que tenemos en el Santuario en la actualidad”, advierte.
El guardián de los bosques que recorro se refiere a un problema ambiental que está diezmando lo que con tanto celo ha venido cuidando su institución: las llamadas quemas de temporada que en un santiamén se convierten en incendios.
El año pasado, para muestra un detalle, uno de estos incendios forestales logró colarse entre las intimpas y los pastizales del cerro Chupapata, muy cerca a la visitada laguna Uspacocha, uno de los íconos turísticos del Santuario, destruyendo por lo menos ochenta hectáreas de vida silvestre.
Hemos ingresado al bosque de intimpas del Ampay, al lado de la laguna Angascocha, con la intención de tomar el sendero que nos habrá de llevar a una zona donde empezaron, a inicios del mes de octubre, los incendios del 2017 en el área protegida que acabaron, según cifras preliminares del SERNANP, con 17 hectáreas del Santuario Nacional de Ampay.
Una tragedia que se repite invariablemente en pastizales y bosques de la sierra del Perú y del resto de países que se arremolinan alrededor de la Cordillera de los Andes, la columna vertebral de Sudamérica. Una catástrofe que amenaza con destruir los otrora majestuosos y continuos bosques de nuestro continente.
Bosques andinos, despensa de futuro
Los datos a veces dejan de lado su frialdad exasperante para expresar con elocuencia realidades que aterran: según HELVETAS Swiss Intercooperation, una institución europea con más de 30 años de trabajo en el Perú, el 60 por ciento del agua disponible de la cuenca amazónica nace en las alturas de los Andes.
Y no solo eso, los bosques andinos cumplen un rol clave en la provisión de bienes y servicios ecosistémicos indispensables para la vida en las ciudades y en el campo. Regulan el clima, atenúan las inundaciones y las sequías, mitigan las emisiones de gases de efecto invernadero, permiten la pervivencia de los hábitats donde se aglomera la biodiversidad de la que tanto nos preciamos.
Los bosques andinos reducen la erosión del suelo, regulan los regímenes hídricos de todas las cuencas hidrográficas del área, son fuente inagotable de bellezas escénicas: gran parte de los turistas que visitan la región lo hacen para conocer las joyas que se acomodan entre sus pliegues.
Los ecosistemas de los Andes tropicales tienen una gran riqueza; sin embargo, el cambio de uso de la tierra (para favorecer desarrollos agrícolas y pecuarios) y los repetidos incendios forestales los están reduciendo.
Quemas y más quemas
¿Por qué se propagan con más facilidad que antes los incendios forestales en las sierras de los países andinos? ¿Qué está pasando con nuestros ecosistemas serranos?
Para la Dra. María Isabel Manta, experta en la materia y profesora principal del Departamento Académico de Manejo Forestal de la Universidad Nacional Agraria La Molina (UNALM), universidad adscrita a la Red de Manejo del Fuego de América del Sur y a la Red Mundial de Incendios Forestales, la respuesta es sencilla: “el cambio en el uso de la tierra asociado al aumento de la temperatura y al descenso de las precipitaciones en las regiones andinas está generando una situación de recurrencia, severidad y aumento de la época de incendios en casi todo el territorio peruano, que no conocíamos”.
Nos comentó que el 99 % de los incendios son provocados por el hombre. “Se están descapitalizando los servicios ambientales que tenemos sin darnos cuenta de que son nuestros bosques, bofedales, gramadales, yaretales, la mayor fuente hídrica del Perú. Si no logramos desarrollar una cultura de prevención la situación se va a tornar muy grave”.
¿Por qué queman los pastos y los bosques?, le pregunto a Constantino mientras acelero el paso para dejar atrás el inmenso bofedal que nos separa de la zona del incendio. El nevado Ampay, con sus imponentes 5235 metros, pareciera querer saludarnos a la distancia. “Los campesinos hemos crecido convencidos de que quemando las pasturas y rastrojos agrícolas va a llover, me dice. Cuando las lluvias demoran o hay sequía, se pueden ver fuegos por todas partes”.
Apremios del crecimiento
Abancay es una ciudad populosa y en visible crecimiento urbano. De la villa campesina, bucólica, rural que recreara José María Arguedas en “Los ríos profundos” queda muy poco. Los problemas que afronta en la actualidad la capital de Apurímac, una región ubicada en el centro sur del Perú, son los típicos problemas de una megalópolis moderna: expansión urbana, inseguridad ciudadana, falta de empleo, polución ambiental, servicios básicos insatisfechos.
En las oficinas del Centro de Estudios y Desarrollo Social – CEDES nos reunimos con el ingeniero Roberto Mallma con el propósito de entender lo que está sucediendo en Abancay y en el resto del departamento.
Su institución preside la Comisión Ambiental Regional (CAR), la máxima instancia de gestión ambiental en Apurímac. Para CEDES el deterioro de los ecosistemas de la región, consecuencia de la exacerbada presión humana y el cambio climático, es lo que está causando los severos problemas ambientales que la ciudad de Abancay y sus ámbitos rurales vienen padeciendo.
“Los bosques y pasturas de las cabeceras de cuenca se han reducido notablemente debido a la tala indiscriminada”, declaró Mallma a Mongabay Latam. “Si a esto le agregamos la alteración en los flujos regulares de las lluvias y las temporadas de fuerte exposición solar o ‘veranillos’ que sacuden la región, el escenario se torna explosivo. En tiempos como estos, de tierras deshidratadas, de campos resecos, sin agua suficiente, los incendios se propagan con una facilidad sorprendente”, agregó.
Lo mismo refirió el biólogo Francisco Medina, Gerente de Recursos Naturales y Gestión de la Biodiversidad del Gobierno Regional de Apurímac. Para el funcionario regional la degradación de la tierra y el estrés hídrico que esto supone, están íntimamente relacionados con el uso insostenible de los recursos naturales por parte de una población que ha perdido el vínculo cultural que tuvo con la tierra.
Las quemas que más preocupan a la autoridad regional son aquellas que tienen que ver con la ampliación —a la mala, no planificada— de la frontera agrícola. Pérdida del bosque para decirlo sin eufemismos.
“Es un problema social que no hemos visto en su real dimensión”, agrega Medina. “Asistimos a procesos de transculturización graves que debemos resolver de manera rápida, el campesino actual ha perdido la cultura de la quema controlada que sus padres supieron manejar”.
Sembrar bosques para que vuelva el agua
Para Roberto Mallma la crisis ecosistémica que atraviesa la región se puede superar si se trabaja con la gente, si se confía en sus capacidades y se siembra agua a la vez que se amplían la coberturas boscosas con árboles nativos. CEDES impulsa con los campesinos de tres comunidades de la microcuenca del río Mariño, la que surte de agua a la ciudad de Abancay, la siembra y cosecha de agua en qochas o reservorios naturales.
Las comunidades de Llanucancha, Atumpata y Micaela Bastidas, en la microcuenca del Mariño, han dispuesto la cesión de más de 350 hectáreas de su territorio para siembra y cosecha de agua. Una forma eficiente y participativa de ganarle la guerra al estrés hídrico y a los incendios forestales que la deshidratación de los campos está provocando.
“Utilizando técnicas ancestrales interceptamos, almacenamos y regulamos el agua de las lluvias. De esta manera se recargan los acuíferos y se garantiza la despensa hídrica para la agricultura”, añade.
Mongabay Latam buscó a Ernesto Ráez, ecólogo galardonado con el premio Whitley a la Conservación de la Naturaleza, experto en la materia, para conocer su opinión sobre las campañas de reforestación que se han venido realizando en las últimas décadas en la sierra del Perú.
Para el biólogo, autor de la ponencia “Los incendios forestales y otras amenazas al desarrollo de los ecosistemas andinos” en el último Seminario Permanente de Investigación Agraria, SEPIA 2017, “es necesario diferenciar entre bosques y plantaciones forestales. Los bosques nativos ofrecen, sin lugar a dudas, incomparables servicios ecosistémicos pues se trata de comunidades multiespecíficas de árboles que son el resultado de miles de años de interacción, evolución y adaptación entre las especies y su entorno físico. Las plantaciones, si bien es cierto generan ciertos beneficios económicos, no cuentan como recuperación de bosques perdidos”.
Jaime Valenzuela, especialista en Recursos Naturales y Biodiversidad del Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (SERNANP), es un biólogo abanquino que acaba de publicar una “Guía de Aves del Santuario Nacional de Ampay”. “No se trata de sembrar árboles por sembrar”, comentó. “Lo que se debe hacer es repoblar los espacios degradados con especies nativas, los bosques andinos proveen más servicios ecosistémicos que los bosques de pinos o eucaliptos”.
En el Santuario, su institución siembra anualmente tres hectáreas de intimpas, el árbol del sol como lo llaman los vecinos de la ciudad de Abancay.
Valenzuela comenta que el manchal de intimpas que hemos visitado es la parte más valiosa del área natural protegida. Lo mismo se puede leer en un diagnóstico realizado a poco de la creación del Santuario Nacional del Ampay por el Instituto de Desarrollo y Medio Ambiente IDMA: el bosque de Podocarpus entonces ocupaba el 19 % de la extensión total del Santuario, con unos 60 árboles por hectárea y una flora compuesta principalmente con especies que solo prosperan en estos bosques de adaptaciones milagrosas. “Desde 1987, pese a los embates naturales y a la deglaciación del Ampay —anota Valenzuela— nuestros bosques de intimpas han mantenido su misma cobertura”.
Vientos de cambio
Para Amílcar Osorio, jefe del Santuario Nacional de Ampay, área que este año celebra su 30 aniversario de creación, es necesario aplicar las sanciones que la ley prevé para los casos de incendios, un delito ambiental penado hasta con ocho años de cárcel efectiva “Hemos hablado con los moradores de la zona para explicarles los perjuicios de las quemas de pajonales e incendios forestales, les hemos hecho saber los problemas que acarrea esta mala práctica y les hemos dado alternativas. No hemos avanzado mucho, lamentablemente, en acabar con este problema”.
Volvamos al Ampay. Constantino y yo hemos llegado a la zona del siniestro, un bosque enano en las cumbreras del Santuario. El espectáculo es desolador. El ichu que se extendía por todas partes yace chamuscado y los árboles de chuyllur, tayanka y cachacomo que hasta hace unos días crecían a su antojo son ahora apenas unos horcones ennegrecidos por el fuego.
Desde nuestra ubicación en las alturas del Santuario Nacional de Ampay podemos apreciar el bosque de intimpas que hemos dejado atrás. Si los vientos durante los días del siniestro hubieran sido más fuertes, posiblemente el incendio hubiera tomado por asalto los bosques de Podocarpus. En el mercado de la ciudad la señora que nos atendió a la hora del almuerzo nos dijo con absoluta seguridad: “fueron las lluvias, señor, las que apagaron las quemas, si no hubiera caído el chapuzón todo se habría quemado”.
Jan Baiker es un ecólogo suizo con más de diez años de residencia y trabajo científico en los Andes de nuestro país. Es autor de la “Guía Ecoturística de la Mancomunidad Saywite-Choquequirao-Ampay (Apurímac, Perú)”, un compendio sobre la ecología de estos bosques, cañones y quebradas absolutamente fantásticos. Compungido por lo que acabo de ver en las laderas del Ampay no dudo en llamarlo para consultar su opinión. Jan vive en el Cusco dedicado al estudio y monitoreo ecohidrológico de varios bofedales de la región.
“El término estrés hídrico es una metáfora, nada más. De lo que estamos hablando en realidad es de una serie de cambios en la estacionalidad de las lluvias que están generando, obviamente, disturbios ecosistémicos. Finalmente los bosques andinos son una esponja, esto sí es literal, cuya capacidad de retener el agua no hemos sabido valorar”, comenta.
En la guía que mencionamos Baiker propuso la creación de nuevas áreas de conservación en el norte del departamento de Apurímac con la intención de acercar el Santuario Nacional de Ampay al Área de Conservación Regional Choquequirao y de esta manera integrar los bosques de la región al Corredor de Conservación Vilcabamba – Amboró, el corredor biológico que involucra a Perú y Bolivia. “De esa forma hubiéramos garantizado, una mirada más atenta a los problemas que aquejan a la zona”.
Su propuesta cayó en saco roto.
Sin embargo, sostiene el experto, aún estamos a tiempo de enmendar la plana. “Si somos exitosos en sembrar y cosechar agua, la ciudad de Abancay y su ámbito campesino tendrían asegurada su dotación hídrica. Hay que combinar las técnicas, ancestrales —agrega— con las tecnológicas modernas. Hacerlo va a permitir que ahorremos recursos y ganemos tiempo”.
Para el ecólogo suizo, y también para los técnicos consultados para este reportaje, el diálogo con las comunidades campesinas y el respeto por su saber tradicional es necesario para retomar el cambio.
“Proteger las partes altas, las cabeceras de cuenca resulta indispensable si queremos proteger las partes bajas”, termina de decirnos Baiker. En ese momento recordamos lo que nos había dicho en Lima la Dra. María Isabel Manta: “Aun cuando el problema de los incendios en estos tiempos de cambios climáticos es planetario, si cuidamos los bosques y bofedales de los Andes podremos salvar la Amazonía”.
Punto de quiebre
Antes de volver a Lima visitamos al ingeniero Ovidio Vega, administrador técnico de la oficina regional del Servicio Forestal y de Fauna Silvestre (SERFOR), la entidad responsable de ejecutar las políticas forestales en el país quien nos refirió que en el 2016 se produjeron en todo el departamento de Apurímac 36 incendios de consideración que afectaron 3977 hectáreas.
La situación es grave, nos explicó, si tomamos en cuenta esta constante: cuando los bosques son homogéneos, vale decir, cuando están conformados por una sola especie, por lo general exótica como el eucalipto o el pino, especies extendidas en las sierras de nuestro país, los incendios son más letales, avanzan de manera más rápida.
En cambio cuando estos se producen en áreas boscosas heterogéneas, mixtas, con predominio de árboles de diferentes especies el fuego tiene más dificultades para avanzar. De allí la necesidad de reforestar con especies nativas: hacerlo nos permite construir barreras naturales que amenguan los arrestos de las quemas y también contar con una adecuada provisión de servicios ecosistémicos vinculados al agua, a la regulación climática regional y a la captura y almacenamiento de carbono.
En los alrededores del Ampay, donde perduran las intimpas, la profusión de queuñas, chachacomos, unkas, tayankas, wancartipas, wamaq’eros, chuyllures, jalastos, siracas, t’astas, capulí-pishay, recios y vigorosos árboles nativos, algunos de más de 25 metros, hacen la diferencia. Combaten el estrés hídrico y pueden detener la propagación de quemas indeseadas en los Andes.
De nuevo a caminar
Constantino y yo tomamos el camino de retorno hacia Abancay por la ruta que nos introduce en los campos floridos de la quebrada de Q’erapata. Dejamos atrás la desolación para internarnos en el follaje de un bosquecillo de aromas y colores formidables.
De vuelta en Lima me vuelvo a reunir con Roberto Kómetter y Verónica Gálmez, funcionarios del Programa Bosques Andinos que desarrolla HELVETAS Swiss Intercooperation en el surandino peruano. Para ambos es imprescindible restaurar lo que la desidia y el mal uso de nuestros activos naturales han ido destruyendo. “Para ello es importante empezar a valorizar monetariamente el aporte de los ecosistemas andinos —explica Kómetter— urge demostrar a los pobladores locales lo que sus bosques generan en provisión de servicios ambientales”.
Su institución, valiéndose de una nueva metodología de medición de activos ambientales, acaba de hacer una primera evaluación de este tipo en la comunidad campesina de San Ignacio de Kiuñalla, en el distrito de Huanipata, muy cerca al nevado Ampay y los bosques de intimpas.
Allí se ha establecido que los bienes agropecuarios —desde la producción de miel de abejas hasta la de leña— y servicios ecosistémicos que produce el bosque comunal de 2085 hectáreas que los pobladores locales han decidido cuidar, generará en un tiempo de treinta años ganancias que alcanzan los 7 075 528 de soles (más de dos millones de dólares).
Los campesinos de San Ignacio han comprendido que sus bosques nativos en pie son más rentables que talados. Que destruirlos no solo les acarrearía una pérdida de ganancias económicas en el futuro, sino también la posibilidad de seguir envueltos en un círculo de pobreza y pérdida de activos ambientales y culturales que no desean.
Es la otra cara de la moneda.
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