- Los proyectos de biocomercio sostenible deben garantizar el bienestar de las comunidades, la rentabilidad económica de los emprendedores y la conservación de los recursos naturales.
- Frutos selváticos y turismo de naturaleza son potenciales productos y servicios de la biodiversidad colombiana.
Sentada en las gradas de la cancha múltiple de San Antonio de Getuchá, corregimiento de Milán, a orillas del río Orteguaza, en el nororiente del departamento de Caquetá (sur de Colombia), María Elvira Gasca se queja porque no hay trabajo, las oportunidades escasean y la ayuda gubernamental no llega.
Como muchos otros habitantes de la Amazonía colombiana, esta mujer de 59 años, con 3 hijos y 6 nietos, podría verse beneficiada de la gran biodiversidad que la rodea a través de algún emprendimiento en biocomercio sostenible. María Elvira subsiste en gran parte gracias al dinero que recibe su esposo como recolector de café en Acevedo, departamento de Huila (sur de Colombia), a casi cuatro horas de viaje de su lugar de residencia.
Desde hace años se habla en Colombia de biocomercio sostenible, que se considera como una estrategia para la conservación y el desarrollo. Por biocomercio se entiende el conjunto de actividades de recolección o producción, procesamiento y comercialización de bienes y servicios derivados de la biodiversidad nativa bajo criterios de sostenibilidad ambiental, social y económica. El Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible incluso contempla dentro de su área de trabajo una iniciativa para promover los negocios verdes y sostenibles. Pero los pocos proyectos de biocomercio sostenible que han tenido continuidad en Colombia no son representativos de la gran biodiversidad del país.
La Corporación Biocomercio Sostenible viene trabajando en el tema en Colombia. Pero no es una tarea fácil. Según Laura Alzate, investigadora de esta organización, el biocomercio sostenible puede ser viable pero requiere de un trabajo previo con la comunidad. “Es preciso identificar qué hay para hacer, qué se puede hacer con la gente. Es necesario hacer previamente una identificación de productos de la biodiversidad. También se debe compaginar con lo que la gente quiere y sabe hacer”, dijo a Mongabay Latam.
En todo caso, la riqueza biológica de Colombia representa una oportunidad para su desarrollo. Colombia es, sin lugar a dudas, un país megabiodiverso. Según el Sistema de Información sobre la Biodiversidad de Colombia, en su territorio hay 56 343 especies, de las cuales 9153 son endémicas.
Para el reconocido ambientalista Manuel Rodríguez Becerra, “esta enorme riqueza evidencia un gran valor económico de la biodiversidad, gracias a sus usos actuales y potenciales para la seguridad alimentaria y la salud de la humanidad, y su importancia ecológica y económica a nivel local”.
Uso insostenible
Un tití bebeleche (Saguinus fuscicollis) mira receloso entre las ramas de un arbusto de una de las cuadras principales del municipio de Solano, en el departamento de Caquetá. Su propietaria afirma orgullosa que es un animal muy manso porque lo capturó desde pequeño. Sostiene además que quisiera hallarle pareja muy pronto.
A 561 kilómetros de Solano sucede una escena muy parecida: en un pequeño corral, un pisingo (Dendrocygna autumnalis) juvenil, con las plumas recortadas, se debate con evidente tristeza entre patos domésticos. “Bonito el patico que me conseguí”, afirmó con total desparpajo Juvenal, mayordomo de una finca en Honda, departamento de Tolima (centro de Colombia). El hombre confiesa que lo capturó de una parvada silvestre que divisó hace unas semanas en una laguna cercana. Ambos casos son evidencia del uso insostenible que a lo largo y ancho del país se le da a esa inmensa riqueza biológica que caracteriza al territorio colombiano.
Este panorama es también una constante en otros grupos biológicos. El tráfico de fauna silvestre es una de las causas más importantes de la pérdida de la biodiversidad en Colombia. Incluso en zonas como el Chocó biogeográfico (occidente del país), la Amazonía (sur del país) y el Catatumbo (oriente del país) este modelo extractivista ha llevado a un estado de amenaza a numerosas poblaciones silvestres de flora y fauna. Por esta causa especies como abarco (Cariniana pyriformis), almendro (Dipteryx oleifera), comino (Aniba perutilis), rana de cristal (Nymphargus chami), rana marsupial (Hemiphractus fasciatus) y tapir (Tapirus bairdii) tienen algún grado de amenaza.
Este horizonte no es para nada halagüeño: las cifras de pérdida de biodiversidad reportadas recientemente en Colombia evidencian el uso insostenible y de carácter extractivo que se le están dando a los recursos biológicos en el país.
Es de esperarse entonces que la Política Nacional de Biodiversidad de Colombia reconozca causas directas e indirectas de su pérdida, dentro de las que se incluyen la transformación de hábitats y ecosistemas naturales (producto principalmente de la ampliación de la frontera agrícola y la construcción de obras de infraestructura, la introducción de especies foráneas e invasoras y el aprovechamiento no sostenible de las especies silvestres de fauna y flora.
Esta última causa resulta claramente opuesta a las recomendaciones del Convenio sobre la Diversidad Biológica. Precisamente, el uso sostenible de los recursos naturales está incluido dentro de los principios ecológicos de la conservación. En este sentido, la posibilidad de aprovechar un recurso debe estar condicionada a mantener, mejorar o garantizar su permanencia a través del tiempo.
De igual forma, bajo un criterio de sostenibilidad, deben ser conservadas la estructura biótica, la variabilidad genética y las interacciones ecológicas asociadas a cualquier recurso producto del aprovechamiento. Bajo este contexto, y según los principios y directrices de Addis Abeba (acuerdo mundial para el desarrollo sostenible) para la utilización sostenible de la diversidad biológica, el uso sostenible se constituye en un mecanismo importante para promover la conservación de la diversidad biológica, gracias a la generación de incentivos para la conservación y la restauración de productos y de beneficios sociales, culturales y económicos.
A este uso extractivista se suman las políticas para el acceso a los recursos genéticos con fines investigativos y comerciales que ofrecen limitaciones en la práctica. Para Fernando Fernández, investigador del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de Colombia, la gran biodiversidad del país se ha traducido en obstáculos y barreras para conducir estudios de esta riqueza biológica. Los numerosos permisos, certificados y documentos oficiales que se requieren para echar a andar el biocomercio en Colombia parecieran ser la talanquera más desafiante para el uso sostenible de los recursos naturales en el país. Pero no solo es por la burocracia estatal que el biocomercio en Colombia pareciera no despegar, existen otras limitantes.
Muy a pesar de la gran biodiversidad del país, esta inmensa ventaja comparativa prácticamente no ha repercutido en su desarrollo económico, entre otras cosas porque son escasas las investigaciones de mercado que identifiquen las oportunidades de negocios concretas que permitan adelantar programas y proyectos productivos para el aprovechamiento sostenible y rentable de la biodiversidad colombiana. Existen además limitaciones en cuanto a la apertura de mercados y la rentabilidad de los negocios. “Los emprendimientos productivos del biocomercio deben tener mayor utilidad que las actividades que se realizan en parques naturales por parte de la comunidad. Pero esto no sucede. Porque los parques están llenos de coca, hay ganadería y, por ejemplo, Santurbán está lleno de cebolla”, afirmó Alzate a Mongabay Latam.
Esta ingeniera forestal, que ha participado en el plan de desarrollo de numerosos proyectos de negocios verdes y sostenibles a lo largo y ancho del país, considera que en Colombia falta hacer transformación in situ para lograr rentabilidad en los proyectos de biocomercio. “No todos los proyectos de biocomercio son exitosos”, indicó de manera categórica Alzate.
Andrea Montero, administradora ambiental y especialista en monitoreo y evaluación del Proyecto Paisajes Conectados en Caquetá liderado por el Fondo Acción en el sur del país, sostiene que el gran problema con el biocomercio es que “resulta muy difícil garantizar un suministro constante por las limitantes que supone la extracción del medio natural”.
Un castaño selvático
En medio de la espesura de la selva amazónica crece un árbol que se puede constituir en una alternativa viable para el biocomercio sostenible. Se trata del castaño de monte o cacay (Caryodendron orinocense), que se distribuye naturalmente por todo el pie de monte de la vertiente oriental de la cordillera oriental de los Andes, desde el sur del Ecuador hasta el norte de Venezuela. El género incluye cuatro especies que tienen como hábitat natural el bosque húmedo tropical de países como Colombia, Brasil, Panamá, Perú, Ecuador y Venezuela. Estas especies presentan propiedades notorias como plantas oleaginosas y medicinales, según explican Diana Cisneros y Andrea Díaz.
Sin embargo, muy pocos conocen el castaño de monte. “Yo solo cultivo yuca en mi chacra, no tengo más opción”, manifestó Maria Elvira. Ella, como muchos otros habitantes de la Amazonía colombiana, desconoce el uso sostenible que pueden hacer de los recursos naturales que los rodean.
Para Montero, el uso de los recursos no maderables del bosque es marcado en la comunidad indígena, por su tradición cultural, pero en términos generales los campesinos desconocen el uso de semillas o de recursos no maderables del bosque.
Es por esta razón que el Fondo Acción, en compañía de otras organizaciones, viene trabajando en Cartagena del Chairá, Caquetá, para que los productores conozcan la especie, la recuperen y puedan generar ingresos a partir de su uso sostenible.
Del fruto de este árbol, que tarda 5 años en llegar a la fase productiva y se desarrolla hasta los 2300 metros sobre el nivel del mar, se extrae un aceite con múltiples propiedades altamente apreciadas dentro de la industria cosmética mundial. Luego, su explotación sostenible, puede constituirse en una alternativa económica real para las comunidades inmersas en la Amazonía.
Por el momento, “el proyecto ayudó a visibilizar en la comunidad el castaño como una fuente generadora de ingresos” aseguró Heidy Angarita, directora del programa Paisajes Conectados de Fondo Acción. La nuez de castaño de monte la compra en la zona la empresa Kahai, con la que se ha establecido un acuerdo de compra de 2000 pesos colombianos el kilogramo (US$1,47/kg) en el punto de producción o recolección.
Alberto Jaramillo, gerente de Kahai, indica que logran comprar 40 toneladas de nuez de castaño de monte al año, pero la demanda de los compradores en Norteamérica, Europa y Asia los ha llevado a promover el cultivo y buscar nuevos productores locales. “Con Amazon Conservation Team estamos buscando que 300 familias de la comunidad indígena de Buitorá en Caquetá inicien la siembra de árboles. También establecimos un cultivo propio en Puerto Gaitán, departamento de Meta (más de 900 km al norte de Cartagena de Chairá) para poder garantizar el suministro del producto”.
La respuesta de la comunidad frente a esta iniciativa de biocomercio sostenible ha sido muy favorable. Incluso algunos campesinos que en el pasado han sembrado coca se muestran interesados en la perspectiva que ofrece el castaño de monte. “Ya no lo tumban para abrir potreros, lo están propagando”, dijo Montero a Mongabay Latam.
Peces ornamentales: poca sostenibilidad
El reflejo de la luz en el imponente acuario de casi tres metros de largo y los visos azulados de una pareja de discos amazónicos (Symphysodon sp.) llama la atención de los peatones que caminan por la Avenida Caracas entre las calles 53 y 57, un sector comercial y reconocido por la venta de peces ornamentales de la capital colombiana. Dentro del local un niño mira embelesado el contrastante colorido de una cucha vampiro (Leporacanthicus galaxias) y de un cardumen de tetras cardenales (Paracheirodon axelrodi).
Estos especímenes hacen parte de las 1435 especies de peces dulceacuícolas que se reportan en el territorio colombiano. Usualmente son capturados de su medio natural, en diversos ríos de la Orinoquia y Amazonía del país, sin un conocimiento científico de la tasa mínima de extracción, y comercializados, en su mayoría legalmente, dentro y fuera de Colombia.
El aprovechamiento de los peces ornamentales en el país data desde mediados del siglo pasado. Actualmente se hace con fines de exportación y una baja proporción se dedica al comercio nacional. El negocio a todas luces es lucrativo para los exportadores: se estima que Colombia anualmente exporta peces ornamentales por un valor cercano a los 8 millones de dólares. Los principales destinos son Estados Unidos, Japón, Hong Kong y Taiwán.
Esta actividad es además una importante generadora de empleo en las localidades donde se realiza la captura de los animales (Puerto Inírida, Puerto Carreño, Cumaribo, Leticia y Florencia) y en los departamentos desde donde se exportan (Cundinamarca, Meta, Risaralda y Bogotá). Pero existen serias dudas sobre la sostenibilidad del modelo extractivo imperante.
Si bien el aprovechamiento de la fauna silvestre en Colombia está enmarcado con los lineamientos de acuerdos internacionales (Convenio sobre Diversidad Biológica y la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres), la extracción de peces dulceacuícolas en Colombia se caracteriza por la poca gestión institucional y la escasa normatividad. “La comercialización de peces dulceacuícolas no está bien regulada”, le aseguró Alzate a Mongabay Latam.
De acuerdo con el más reciente diagnóstico de la pesca ornamental en Colombia realizado por investigadores del Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt (IAvH), en el país no se está garantizando el uso sostenible de este recurso natural. Lo anterior porque no hay evidencia científica para asignar las cuotas de aprovechamiento, no existe un sistema eficiente de registro y seguimiento de capturas, los hábitats naturales de las especies se encuentran degradados, las prácticas de pesca, transporte y acopio no garantizan el bienestar de los peces, existe una debilidad institucional y hay un evidente bajo nivel de organización de los usuarios del recurso.
No en vano Brigitte Baptiste, una de las más reconocidas investigadoras sobre recursos biológicos y genéticos en Colombia, considera que para lograr que este tipo de actividades sean sostenibles en el país “se debe fortalecer el conocimiento sobre las especies en el medio silvestre y generar lineamientos e indicadores con los cuales se pueda hacer una gestión sustentable”.
Frutas selváticas a la mesa
Múltiples aromas y una infinidad de colores caracterizan a la plaza de mercado de Florencia, capital del departamento de Caquetá. En su interior es posible encontrar una gran variedad de productos, pero los que más llaman la atención son aquellos típicos de esta región amazónica. Arazá (Eugenia stipitata), cocona (Solanum sessiliflorum) y copoazú (Theobroma grandiflorum) son los frutos más solicitados a los vendedores en el recinto. A todos se les atribuyen propiedades medicinales y alimenticias. Y ya llegaron con su agradable sabor a las mesas de comensales en Bogotá y otras ciudades del país.
“La jagua (Genipa americana) es otro fruto proveniente de las selvas colombianas que tiene gran potencial y posibilidades de mercado”, le comentó Alzate a Mongabay Latam. De hecho, lo están explotando en el departamento de Chocó (occidente del país). Incluso, la empresa Ecoflora lo ha venido sembrando también en los departamentos de Risaralda y Antioquia (centro y occidente del país).
Según un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo varios frutos selváticos son considerados de uso prioritario por su importancia económica. Esta priorización se basa en la biodiversidad de plantas nativas que se cosecha mayoritariamente de forma silvestre y son fuente de ingredientes naturales para la industria cosmética, farmacéutica y alimenticia, además de su importancia cultural y de desarrollo sostenible de las comunidades que las extraen.
Pero es precisamente la cosecha silvestre la que se constituye en una limitante para su comercialización, ya que no permite garantizar continuidad en el suministro. Adicional a esto, estos frutos requieren de un manejo que muchas veces las comunidades en la fuente extractiva no pueden garantizar. “Las condiciones en las que llegan las frutas a Bogotá no son las mejores”, afirmó Alzate.
Es por esta razón que organizaciones como el Instituto Sinchi han promovido la transformación de estos frutos en las regiones donde se extraen a través del fortalecimiento y acompañamiento de pequeños emprendimientos. Empresas como Mukatri, Asomeped y Amazon Fruits, así como diversas asociaciones de productores locales están procesando los frutos, dándoles valor agregado y mejorando sustancialmente las condiciones en las que le llega el producto al consumidor final.
El posicionamiento de estos frutos selváticos en la gastronomía nacional y mundial requiere sin lugar a dudas una mayor promoción para darlos a conocer y un evidente cambio de chip por parte del consumidor para elegir un producto proveniente del biocomercio sostenible. “Los productos de biocomercio son costosos. Se requiere un nivel de conciencia social para adquirirlos”, dijo a Mongabay Latam de manera categórica Alzate.
Las aves muestran el camino
La ensordecedora algarabía de una parvada de loros reales (Amazona ochrocephala) que cruza el cielo de San Antonio de Getuchá opaca las quejas de María Elvira. Estas psitácidas son solo una de las 1921 aves que conforman el inventario colombiano y se suman a las más de 156 especies identificadas desde hace décadas en la confluencia de los ríos Caquetá y Orteguaza en el sur de Colombia.
La gran diversidad de aves y el evidente mejoramiento de las condiciones de seguridad en el país han llevado a que el avistamiento de aves crezca en la última década en Colombia. Pablo Flórez, de la empresa Multicolor Birding Colombia, sostiene que desde 2007 empezaron a llegar varios grupos de turistas interesados en las aves que es posible hallar en territorio colombiano.
De hecho, Colombia es considerada hoy en día como la joya de la corona para muchos apasionados por las aves. “Acá se pueden ver muchas especies de aves en muy poco tiempo”, afirmó Oswaldo Cortés, uno de los guías de aviturismo más reconocidos en el país.
Son numerosas las rutas de avistamiento de aves en Colombia. Esto no solo por el número de aves que pueden observarse, “en un tour pueden observarse más de 800 especies de aves” le aseguró Cortés a Mongabay Latam, sino por el alto grado de endemismo que hay en el país.
Dentro de estas rutas se podría incluir también el territorio en el que habita María Elvira para beneficiar a la comunidad. Sin embargo, Enrique Díaz, coordinador del proyecto Paisajes Conectados en Caquetá de Fondo Acción, le comentó a Mongabay Latam que para que se desarrolle el turismo de avistamiento de aves en Caquetá, “primero es necesario desestigmatizar” un territorio que ha sufrido del conflicto armado colombiano por décadas. Y esto toma tiempo.
Luis Eduardo Urueña, director de Manakin Nature Tours, una de las empresas que ofrece turismo de naturaleza en el país, sugiere además que en Colombia falta más inversión en proyectos de infraestructura especializada en este tipo de turismo. “Hay pocos ecolodges y escasos lugares adaptados para la observación de aves en comparación con otros países. Por lo general los existentes son lugares de difícil acceso y de condiciones complicadas para personas con limitaciones físicas o de edad avanzada”, aseguró Urueña a Mongabay Latam.
A pesar de estas limitantes, el turismo de aves y el de naturaleza en general se avizora como la mejor alternativa para desarrollar el biocomercio sostenible en Colombia ya que, si bien requiere mayor infraestructura y regulación, no depende de una tasa extractiva sino, en gran parte, de una política de conservación del recurso biológico y de una promoción turística del país y sus regiones.
De continuar el desarrollo del turismo de naturaleza con carácter sostenible en Colombia, tal vez no se vuelvan a capturar como mascotas más titís bebeleche o más pisingos, pues los habitantes los apreciarían como parte de una oferta turística que genere dinero a la región.
“El turismo de naturaleza permite amarrar varias cadenas de valor”, le aseguró Alzate a Mongabay Latam. Esta experta en biocomercio sostenible sostiene que en Colombia se pueden hacer rutas turísticas que incluyan gastronomía local, talleres de artesanía y campañas de educación ambiental. Quizás sea este el camino.
Así las cosas, María Elvira, al igual que muchos otros pobladores de su región, continuará esperando pacientemente por una oportunidad derivada del uso sostenible de los recursos naturales de los que creció rodeada. En el entretiempo, su esposo seguirá viajando cada vez que hay cosecha de café para traer el sustento familiar. Y mientras tanto, esa gran biodiversidad seguirá desafiando a quienes buscan promover el biocomercio sostenible.
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