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Ximena Vélez-Liendo: detrás de las huellas del oso andino

La primera vez que Ximena Vélez-Liendo vio un oso andino (Tremarctos ornatus) fue un momento memorable en su vida. Dieciocho años después esa magia no ha desaparecido, sino que se ha intensificado, convirtiéndose en una de las más reconocidas especialistas en el estudio de esta especie. De hecho, este año, Vélez-Liendo recibió el premio Whitley, uno de los más prestigiosos del mundo de la conservación, gracias a las investigaciones realizadas sobre el oso andino en Tarija, al sur de Bolivia.

Está convencida de que, pese a las dificultades, en su país se ha avanzado muchísimo en la investigación científica, ya que el país del altiplano cuenta con reconocidos investigadores de murciélagos, de botánica y, por supuesto, del oso andino. Para los jóvenes que se quieren dedicar a la ciencia, solo tiene una recomendación: ‘Sean tercos’. Mongabay Latam conversó con ella para conocer más acerca de la ciencia que la apasiona.

¿Por qué eligió el camino de la ciencia?

Porque la ciencia te hace cuestionar, te hace pensar cómo funcionan las cosas, cómo se formó el universo, cómo terminamos aquí. Y esas eran las preguntas que me hacía cuando era chica. Así que estudiar biología, porque además amo a los animales, fue la combinación perfecta.

¿Es difícil dedicarse a la ciencia en Latinoamérica

En general sí. Nuestros países, principalmente Bolivia, no tiene a la ciencia como una de sus prioridades y ni qué decir de la conservación de la biodiversidad.

¿Qué es lo mejor de ser científico?

¡Que uno se divierte! La ciencia es divertida, es apasionante, te haces preguntas, investigas, formulas posibles respuestas, experimentas y concluyes, y nuevamente haces preguntas. En cierta forma, ser científico te ayuda a salir de este mundo que, algunas veces es muy monótono, para encontrar otro en el que puedes crear y descubrir muchas cosas.

Desde hace 18 años, Ximena Vélez-Liendo se dedica a investigar a la población de osos andinos en Bolivia. Foto: Whitley Fund For Nature.

¿Cuáles son los riesgos de dedicarse a la ciencia? ¿recuerda alguna historia en especial?

Yo creo que cualquier profesión tiene sus riesgos. En mi caso fue encontrarme con narcotraficantes. Sucedió mientras realizaba mi tesis de doctorado y teníamos que recorrer un sendero de tres días. Los guías nos advirtieron que en la zona donde estábamos había narcotráfico y que si veíamos a un grupo de tres o cuatro hombres cargando mochilas pequeñas, no los miremos y pasemos de largo.

Al tercer día de caminata, la estudiante que me acompañaba y yo estábamos exhaustas. Llegamos a un punto en el que no podíamos dar un paso más y justo vimos un grupo de cuatro hombres con mochilas en sus hombros. Como el cansancio era tan grande, y olvidé la advertencia de los guías, me acerqué y hablé con uno de ellos para rogarle que nos ayuden a llevar nuestro equipo. Estábamos cansadas y ya no teníamos agua ni comida. El hombre no me miro y me dijo que no podían porque estaban apurados. Mi acompañante se dio cuenta de lo que pasaba, me jalo del brazo y me dijo “Xime, no hay problema, podemos llevar las cosas”. ¡Ahí me di cuenta de lo que había hecho y empezamos a correr!

¿Cómo considera que se encuentra su país en cuanto a investigación científica?

A pesar de las dificultades que tenemos con referencia a los fondos y el apoyo del gobierno, en Bolivia hemos avanzado muchísimo. En biología de la conservación, tenemos a los más importantes investigadores de murciélagos de la región, en botánica tenemos a los mejores, y mi grupo de investigación del oso andino es el único que cuenta con una evaluación, a nivel nacional, sobre la distribución de la especie.

¿Considera que las investigaciones pueden cambiar la vida de las personas? ¿algún ejemplo suyo?

Sí, y es gracias a la valoración del conocimiento. En Bolivia, los mejores ejemplos son los indígenas que ahora son parabiólogos. Otro caso es de los cazadores que ahora son conservacionistas; madereros que ahora se dedican a la producción de miel orgánica y protegen los bosques. En Bolivia existen varios casos como estos.

La investigadora recibió el premio Whitley en 2017. Foto: James Finlay, WFN.

¿Qué investigación está desarrollando actualmente?

Actualmente estamos desarrollando un proyecto de conservación, con enfoque interdisciplinario entre ciencias naturales y sociales para entender y elaborar medidas que reduzcan el conflicto entre las personas y los osos.

¿Quién es el científico que más lo inspira y qué le diría si pudiese hablar con él?

David Attenborough es mi héroe. Yo le preguntaría qué planes tiene para más tarde, y cualquiera sea la respuesta, lo invitaría a mi casa a tomar té, porque es inglés.

¿Qué le diría a un joven que quiere dedicarse a la ciencia?

Que sea terco, muy pero muy terco.

¿Cuál ha sido la escena, el momento o instante inolvidable para usted?

Era 1999 y hacía mi primer viaje de campo. Nunca había visto un oso, y mucho menos sabía cómo era un “rastro” de oso. Mi compañera de tesis (Carola Azurduy) y yo realizábamos nuestra investigación en el Parque Nacional Carrasco. El primer día, después de caminar varias horas, decidimos descansar y mirar el atardecer.

En ese momento de silencio absoluto escuchamos unos ruidos que, pensé, eran de pájaros. Los ruidos aumentaron, y cuando miramos de dónde venían, descubrimos un oso Andino. Lo observamos por más de 10 minutos hasta que el animal se dio cuenta de nuestra presencia y corrió despavorido al bosque. Nos acercamos para investigar qué estaba haciendo y encontramos la primera evidencia de la presencia del oso Andino en el Parque Nacional Carrasco: una caca (excreta). Es mi historia favorita porque se trata del momento que decidí que ya no estudiaría monos, sino osos.

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