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Increíble guardería de tiburones martillo oculta entre los manglares de Galápagos

  • La población, de entre 30 y 40 ejemplares de una especie en peligro de extinción, fue encontrada en un manglar de la isla Santa Cruz. Nueve de ellos ya han sido marcados para su posterior seguimiento y estudio.
  • Los manglares de las islas ocupan 3960 hectáreas y están muy bien conservados. Su valor económico podría superar los 12 millones de dólares si son rentabilizados sin afectar su estado actual.

No es necesario ser una persona experta en buceo. Ni siquiera tener experiencias previas. Basta con calzarse las aletas en los pies, colocarse las gafas como corresponde y aprender a respirar con la horquilla del snorkel en la boca. Allí abajo, a simple vista, en las aguas cristalinas de cualquier recodo marino de las Galápagos puede estar esperando un buen número de tiburones de tamaños diferentes, nadando de aquí para allá o simplemente descansando a poca distancia del fondo arenoso.

En Galápagos coexisten dos hechos muy poco usuales: la expansión urbana siempre estuvo bajo control y el 97 % de la tierra firme se encuentra protegido bajo la figura del Parque Nacional. Pero además, en 1998 fue declarada la Reserva Marina que lleva el nombre del archipiélago, una de las más grandes del planeta con un área de 133 000 kilómetros cuadrados. En ella se entrecruzan dos importantes corrientes marinas, la cálida de Panamá y la fría de Humboldt, provocando la existencia de biorregiones bien marcadas, en las que el agua registra temperaturas muy diferentes: tropicales en la zona norte, más bajas en el sur. A su vez, una tercera corriente, la profunda de Cromwell, choca contra la plataforma isleña y se levanta arrastrando nutrientes desde los fondos marinos.

Como puede apreciarse, todo se conjuga para hacer de Galápagos un espacio único, capaz de albergar un abanico de especies endémicas y migratorias como muy pocos lugares pueden enseñar. Y también para sorprender cada tanto con alguna buena noticia, un hecho cada vez menos frecuente en el castigado mundo de la biodiversidad. La más reciente es el hallazgo de un área de crianza de tiburones martillo (Sphyrna lewini), una especie sobre la que pende la amenaza de extinción, según la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).

Banco de tiburones martillos jóvenes en Galápagos. Foto: FCD/Pelayo Salinas de León
Banco de tiburones martillos jóvenes en Galápagos. Foto: FCD/Pelayo Salinas de León

El descubrimiento tuvo lugar en noviembre pasado y desde entonces, el equipo de investigadores del Parque Nacional ha realizado cuatro visitas a la zona “y pudimos comprobar que la población de 30-40 ejemplares que vimos el primer día se mantiene estable, lo que indica que se trata de un área permanente”, según le cuenta a Mongabay Latam el guardaparques Eduardo Espinoza, uno de los que participaron en la expedición que dio con el lugar.

La guardería de tiburones se encuentra en una pequeña bahía de unos 80 metros de diámetro y unos 4 a 5 metros de profundidad máxima con marea alta, cerrada por un atolón y rodeada por un bosque de manglar. Pero su importancia no radica en el tamaño del área sino en la especie que la adoptó como reducto.

La población de tiburones martillo, en sus nueve subespecies, ha sufrido una declinación cercana al 90 % en los últimos 25 años, según datos de la ONG Pew Charitable Trusts (PEW). Llamativos y distintos a todos sus congéneres debido a la particular forma de su cabeza y la ubicación de sus ojos, estos grandes peces padecen los efectos de la sobreexplotación pesquera, ya sea porque son capturados de manera accidental o inducida. Sin ir más lejos, en agosto de 2017, la Armada ecuatoriana detuvo a un pesquero chino en cuyas bodegas se encontró un gran número de ejemplares de tiburones martillo y silky, cuya pesca está absolutamente prohibida en las islas.

Pero además, el crecimiento de esta especie es lento; su capacidad reproductiva, baja; y su madurez, tardía: un cóctel fatal para la supervivencia.

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Un hallazgo casual 

 

“La realidad es que estábamos buscando zonas de crianza del tiburón punta negra (Carcharhinus limbatus), el más común en el archipiélago, dentro de un monitoreo de ejemplares juveniles que llevamos haciendo desde hace unos ocho años”, confiesa Espinoza, “y tuvimos la fortuna de toparnos con los martillo, de los que hasta ahora no habíamos encontrado grupos de entre uno y dos años de edad”. Durante todo ese tiempo, dicho monitoreo permitió identificar 1378 individuos juveniles de la especie punta negra y apenas 21 casos aislados de tiburones martillo, lo que explica a las claras la trascendencia del descubrimiento.

Distribuidos por todos los mares, en la vertiente oriental del Pacífico, estos habitantes de los océanos suelen moverse en el amplísimo pasillo abierto desde el sur de Canadá hasta Chile, y en Galápagos se los puede observar sobre todo en el santuario de Darwin y Wolf, dos islotes deshabitados en el punto norte del archipiélago en los que se encuentra la biomasa de tiburones más grande del mundo. Pero es justamente su carácter migratorio lo que incrementa el riesgo que corren de caer en las redes de la pesca industrial.

Científicos miden uno de los pequeños especímenes de tiburón martillo de la nueva guardería. Foto: Parque Nacional Galápagos
Científicos miden uno de los pequeños especímenes de tiburón martillo de la nueva guardería. Foto: Parque Nacional Galápagos

La plataforma en torno a las islas permanece inmune a la ambición de los grandes barcos factoría. En ella solo es posible la pesca artesanal, que ni siquiera está abierta para todo el mundo. Las licencias que permiten a un pescador local hacerse a la mar con la seguridad de que no pondrá en peligro la rica fauna ictícola son 1200 y ya no se emiten nuevas, lo cual otorga cierta seguridad de conservación.

El problema, sin embargo, no queda resuelto por esa medida. “Dentro de la Reserva Marina la pesca del tiburón está prohibida por completo, por ser una especie emblemática. Pero eso no quita que puedan ser capturados por las embarcaciones situadas fuera de las 200 millas del sector continental. Los peces no saben dónde están los límites que los pondrían a salvo”, explica Espinoza.

Echarse al agua en cualquier punto de Galápagos es una experiencia fascinante. “Aquí, vayas adonde vayas tendrás algo para ver”, asegura con absoluta convicción el científico José Marín, experto en Ecología y Biología Marina de la Fundación Charles Darwin, cuya sede está en Puerto Ayora, la principal ciudad de la isla de Santa Cruz. Y tiene razón. Tortugas, lobos, manta rayas, peces de todos los colores y tamaños posibles, delfines y, por supuesto, tiburones acompañan las inmersiones de unos visitantes ávidos por tener un contacto lo más directo posible con una fauna que se mueve libremente y sin mayores temores.

A diferencia de lo que ocurre en otras latitudes, el ser humano no es un depredador empedernido en las islas, porque los residentes locales conjugan el verbo conservar más que ningún otro, y porque los visitantes ocasionales son en su amplísima mayoría personas comprometidas con la defensa de la naturaleza.

“Hasta donde sé, ningún operador turístico ha pedido ir a visitar la guardería de tiburones martillo. Es una ventaja de la abundancia: en Galápagos nadie se pelea por los espacios”, enfatiza Marín. De hecho, el manglar donde está el área de crianza no es muy diferente a muchos lugares semejantes distribuidos por todas las islas, muchos de ellos incluidos en zonas donde se realizan paseos turísticos.

Entre las raíces de las cuatro variedades de mangle (negro, blanco, rojo y botón) que crecen al borde de las aguas tienen su refugio hasta medio centenar de especies de peces y muchas más de macroinvertebrados. A su vez, las bahías protegidas por rocas o los restos de arrecifes de coral conforman un escenario idílico para la reproducción y cría de especies de mayor tamaño. Incluso pese a que la mayoría de estas barreras han sido destruidas por la contaminación, el cambio climático o los sucesivos fenómenos de El Niño que afectaron también la supervivencia de la población de macroalgas, muchas de ellas endémicas. Hoy solo el arrecife de Darwin y Wolf permanece más o menos intacto, en tanto que los demás prácticamente han desaparecido.

Manglares de Galápagos. Foto: Rhett A. Butler.
Manglares de Galápagos. Foto: Rhett A. Butler.

La “nursery” de tiburones martillo es una señal inequívoca del buen estado de conservación de los manglares de Galápagos. “Mientras que en los últimos 40 años las costas continentales de Ecuador han perdido entre el 30 y el 40 por ciento de sus manglares, aquí se mantienen estables porque es la única provincia del país donde no hubo deforestación”, dice Michael Tanner, economista medioambiental de la Fundación Charles Darwin, en diálogo con Mongabay Latam.

La diferencia de comportamiento de estos espacios de transición entre la tierra firme y el mar obedece, fundamentalmente, a un motivo: en las islas siempre estuvo prohibida la instalación de piscinas para la siembra de camarones, una industria que llevó a Ecuador a liderar el mercado mundial de la especie pero que también arrasó con buena parte de la ribera ecuatoriana. La tala de los mangles fue tan desproporcionada que irónicamente provocó la caída del negocio, ya que sin el sustrato de las raíces dejaron de proliferar las crías de los camarones y por lo tanto no pudieron sostenerse los altos niveles de siembra.

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Próximo reto: ampliar las áreas de conservación exclusiva 

 

La salud de los manglares galapagueños, cuya característica principal es crecer sobre roca volcánica, es perceptible a simple vista, con o sin las gafas de snorkel puestas. “En las áreas de crianza solo se permite la entrada de un tipo de embarcación muy pequeña, una especie de zodiac, aunque la realidad es que no tenemos datos científicos reales para conocer el impacto del turismo en estas zonas”, informa Espinoza.

La profusa presencia de aves en las ramas de los arbustos —ragatas, piqueros, pelícanos, entre muchas especies más— y la vida que bulle bajo las aguas hablan por sí mismas, y la pretensión de las autoridades locales es ampliar aún más los espacios protegidos. “Cuando se declaró la Reserva Marina se determinaron tres tipos de zonas. En unas se permite la pesca artesanal; en otras, las visitas turísticas; y las restantes están exclusivamente dedicadas a la conservación, no tienen uso comercial ni se puede extraer nada de ellas”, explica Marín, “aunque el inconveniente es que estas últimas solo se extienden hasta las dos millas náuticas mar adentro, por lo que comprenden apenas el 8 % de toda la Reserva”. Por eso, actualmente varias ONG, instituciones públicas y el propio Parque Nacional están impulsando una rezonificación de la Reserva con la idea de que las zonas de conservación exclusiva alcancen el 33 % de la superficie marina bajo control.

Con el mismo objetivo conservacionista, Tanner ha liderado un estudio conjunto con el Instituto Scripps de Oceanografía de la Universidad de San Diego, California, el Parque Nacional Galápagos y el proyecto Pristine Seas de National Geographic para calcular el valor económico que significa mantener los manglares en el mejor estado posible.

Vista desde la playa de Cerro Brujo, Galápagos. Foto: Rhett A. Butler.
Vista desde la playa de Cerro Brujo, Galápagos. Foto: Rhett A. Butler.

“En el fondo soy un traductor, intento transformar la cuestión medioambiental en dólares”, ironiza el científico ecuatoriano de nombre y apellido sajón. Su idea se basa en un argumento sólido:  “Generalmente no se toma en cuenta el valor de la naturaleza porque no se paga por ella. Nosotros empezamos a darle un precio a los beneficios ambientales que la naturaleza otorga para tener más información a la hora de decidir”, dice Tanner, que divide en tres aspectos bien diferenciados las ventajas que podrían obtenerse de la buena conservación de los bosques costeros galapagueños.

“Por un lado, sostiene este economista medioambiental, son zonas de guardería para especies de gran valor comercial como el bacalao, la lisa o el pargo, que forman parte de la comida cotidiana de habitantes y visitantes de las islas”. Tanner calcula que para los pescadores locales la presencia de estos peces representa unos 900 000 dólares anuales de ingresos netos, es decir, una vez deducidos los costos asociados.

El segundo apartado guarda relación con el carbono. La vegetación del manglar realiza un proceso natural por el cual captura el carbono de la atmósfera, lo transforma en materia (hojas, ramas) y al mismo tiempo va acumulándolo en sus raíces. “En Galápagos hay 3960 hectáreas de manglares, y según nuestro estudio en cada hectárea hay unas 240 toneladas de carbono secuestradas”, señala Tanner, “es decir, unas 900 000 toneladas totales, sin sumar lo que pueda estar atrapado en el sustrato y la biomasa del manglar ni la ventaja evidente que implica tener el carbono allí en lugar de que esté en la atmósfera”. Convertida en dinero, 900 000 toneladas equivaldrían a unos 12-13 millones de dólares, “que podrían incrementarse hasta más de 120 millones si se tienen en cuenta los diversos impactos que no se sentirán y el capital que no habrá que gastar al evitarse los daños que provoca el carbono”, concluye este economista medioambiental.

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Canon turístico para sostener el cuidado de los ecosistemas

 

El último apartado corresponde al turismo, verdadero motor económico del archipiélago. “Revisamos los sitios de visita del Parque Nacional y resulta que el 47 % de ellos tiene manglares. Miramos entonces cuántas personas van a allí, qué tipo de turistas son, cuánto pagan por cada tour y comprobamos que gastan unos 150 millones de dólares brutos al año”, detalla Tanner. La cifra puede parecer excesiva pero no debe olvidarse que la mitad de los visitantes que llegan a las islas lo hacen embarcados en cruceros en los que cada billete cuesta más de 10 000 dólares.

A partir de esta cuantificación, el grupo de estudio liderado por el profesor Tanner propone la puesta en marcha de un esquema PSE (Pago por Servicio de Ecosistema) en el que los beneficiarios de la buena salud del manglar —en las islas, básicamente el sector turístico— y también las industrias que contraen deuda ecológica por la emisión excesiva gases que provocan el efecto invernadero, deberían abonar un canon o impuesto al Parque Nacional por mantener las aguas claras y las playas intactas para los visitantes.

Monitoreo de pequeños tiburones martillo en la nueva guardería. Foto: Parque Nacional Galápagos .
Monitoreo de pequeños tiburones martillo en la nueva guardería. Foto: Parque Nacional Galápagos .

El proyecto incluye también a los pescadores artesanales, que asimismo contribuyen al sostenimiento de los ecosistemas isleños. “Presentamos los resultados de nuestro estudio en Chile, durante la Conferencia Internacional de Áreas Protegidas IV, y ahí vimos que el método no es nada novedoso: ya se utiliza en las Antillas Holandesas y existen programas para ponerlo en práctica en países como Costa Rica, México, Colombia o Costa de Marfil”, señala el citado economista de la Fundación Darwin.

El hallazgo de la guardería de tiburones martillo es, en ese sentido, un excelente ejemplo de lo que significa la buena conservación de los manglares. “La concentración de ejemplares juveniles nos va a permitir un mejor manejo de las poblaciones”, se entusiasma Eduardo Espinoza. Para ello, nueve de los individuos que habitan el área han sido marcados con elementos de identificación interna y externa que permitirán su seguimiento y estudio posterior.  

“Conservar los tiburones a esa edad temprana resulta fundamental”, subraya Espinoza a Mongabay Latam, para añadir: “Ya hay muchos gobiernos implicados en la tarea de salvar de la extinción al tiburón martillo. Estamos comenzando a hacer un trabajo conjunto con otras zonas protegidas de la plataforma continental del Pacífico en Ecuador, Colombia, Panamá y Costa Rica para identificar este tipo de lugares y solicitar protecciones específicas para ellos, porque es fundamental cuidar los primeros estadíos de reproducción de la especie. El área de crianza de Galápagos, una de las pocas que se conocen en el Pacífico Este, es un gran paso en ese sentido”.

El tiburón martillo es muy común en las islas Galápagos. Foto: Dirección del Parque Nacional Galápagos
El tiburón martillo es muy común en las islas Galápagos. Foto: Dirección del Parque Nacional Galápagos

Alejados de estas preocupaciones, ignorantes del peligro que los acecha individualmente y como especie fuera del acogedor manglar que les sirve de hogar en el noroeste de Santa Cruz, los jóvenes tiburones martillo nadan y se alimentan mientras van adquiriendo el tamaño suficiente para salir a atravesar los mares. Ni siquiera el chapoteo de los amantes del snorkel los altera, porque el acceso a la zona ha sido vedado. Para ellos, el reducido espacio de la bahía es un paraíso tranquilo, sin depredadores a la vista. El día que crezcan y salten más allá del arrecife que los protege se toparán con una realidad diferente. Pero esa ya será otra historia.

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