Memo se amarra un bejuco alrededor de los tobillos, y en un abrir y cerrar de ojos ya está en la copa de un árbol de veinticinco metros de alto, que sacude con fuerza para hacer llover copos amarillos. Se trata de una fruta que tiene forma de granadilla diminuta y cabe dentro de un puño cerrado. Casi a la par, las mujeres waos arrancan unas hojas y confeccionan sobre la marcha unas canastas para recoger los frutos. “La selva nos da todo”.

El recorrido, es solo un pequeño ejemplo del mapeo territorial que realizan los waoranis de Pastaza desde hace unos tres años y que, ahora, han decidido mostrar al mundo. “Lo único que queremos es que vean cómo somos y que nos dejen vivir tal cual somos”, manifestó un poco más tarde y desde otro punto de la selva, la pikenani (o abuela sabia en su lengua) Awane Ahua. Ella participa en el proyecto de la Fundación Alianza Ceibo, conformada por indígenas de los pueblos Siekopai, Siona, Cofán y Waorani, que se desarrolla en doce comunidades de esta última nacionalidad, enclavadas en el Bloque petrolero 22. “Nosotros tenemos suficiente riqueza, tenemos suficiente con todo lo que ves a tu alrededor. Nosotros no somos pobres, somos ricos en recursos y no es necesario que nadie venga a construir porque ya está construido y eso nos basta”, aseguró Awane sobre su edificación más preciada: la selva. Lo dijo en su idioma ancestral —el único que conoce—, en una conversación con Mongabay Latam que fue posible gracias a una traducción casi simultánea.

 

 

En este tiempo, los waoranis han cubierto doce comunidades, 180 000 hectáreas y han identificado 1832 rutas entre ríos, quebradas, caminos de cacería y trochas que están en su imaginario y sirven para conectar sus comunidades a través de la selva. Además han registrado 235 zonas que pueden incluir ecosistemas sensibles, zonas de plantas medicinales, maderables, frutales, zonas de de pesca y cacería, como las ‘saladeras’, que es como llaman los waos a los lugares donde se acumulan animales chicos y grandes para beber agua salada que brota de la tierra. Así como sitios para la conservación de la fauna, como aquellas áreas inundables de la selva donde prolifera un tipo de palma que produce un fruto muy apetecido por sajinos, pecaríes y huanganas, que se instalan por temporadas para alimentarse y reproducirse. Son 9300 puntos georeferenciados que se han marcado bajo la guía de los pikenanis de ambos géneros, ya que esa diferencia determina sus destrezas. “Los hombres saben de árboles, bejucos y venenos; las mujeres de medicinas y recolección de frutas”, comenta uno de los coordinadores del proyecto e integrante de la etnia wao, Camilo Guamone. “Los guías sabios siempre acompañan a los técnicos locales. Ellos dicen: ‘Esto es importante’, y nosotros tomamos nota”, continúa y añade que ha sido testigo de una conexión extraordinaria entre los pikenanis y la selva. “Es como si ellos hablaran con los árboles. Estos se mueven por los ancianos”.

Generalmente cada equipo está integrado por cinco personas de mapeo, que pertenecen a las distintas comunidades y han sido capacitados previamente en el uso de GPS, softwares o programas de computadora, cámaras trampa y cámaras de video para registrar los hallazgos. “Cuando se inicia el proceso de mapeo, las abuelas y abuelos toman una hoja en blanco y dibujan un mapa con su propia visión”, comenta por su parte el director de la organización Amazon Frontlines, Mitchell Anderson, que brinda soporte técnico a la Alianza Ceibo para la ejecución del mapeo. Según explica Anderson, el software que usan está en lengua wao, inglés y español, y fue desarrollado por la organización Digital Democracy o Democracia Digital para apoyar a los pueblos amazónicos del norte y centro del país que están bajo presión petrolera.

 

 

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‘Una asamblea histórica’

 

Awane rememora las épocas de cuando sus ancestros vivían inmersos en la selva. Recuerda que sembraban yuca, que es el ingrediente principal de su bebida predilecta: la chicha. También que esperaban entre seis y siete meses para la cosecha, un período que coincidía con la duración de su vivienda colectiva que tenía techo de hojas de palma que se deterioraba con el clima tropical.  Una vez recogida la producción, abandonaban su vivienda y comenzaban un nuevo periplo de varias horas a través de la jungla, hasta escoger un nuevo sitio donde establecerse. Una forma de vivir de la que Awane no se ha desarraigado. “Yo sigo el ejemplo de mis padres, de mis ancestros, desde (la comunidad de) Damentaro donde estoy, salgo de mañana y llego cuatro de la tarde a otra comunidad”. Pero las cosas han cambiado desde que los waoranis fueron encasillados dentro de un territorio de cerca de 700 000 hectáreas a inicios de los años 90. En ese momento obtuvieron títulos colectivos de propiedad y la mayoría echó raíces.

Los waoranis viven en comunidades distribuidas en las provincias amazónicas de Napo, Orellana y Pastaza. Pese a los cambios que han ido experimentando desde que misioneros americanos establecieron contacto hace más de 60 años, aún conservan arraigadas sus tradiciones. Así lo pudo constatar un equipo de Mongabay Latam que visitó la comunidad de Nemompare para acudir a una Asamblea organizada por el Consejo de Coordinación de la Nacionalidad Waorani del Ecuador-Pastaza (CONCONAWEP) hace pocas semanas.

En Nemompare viven hoy seis familias separadas por una distancia considerable, cuentan con sistemas para recoger y purificar las aguas de lluvia, y en algunos puntos hay paneles solares que les proporcionan iluminación. Las viviendas son rústicas, abiertas y las familias tienen escasas posesiones materiales. Solo unas cuantas bancas de madera, unos colchones con toldo, algo de ropa, unas cuantas ollas vetustas, platos, vasos y una cocina comunal de carbón construida con una parrilla de metal. No necesitan más, pues aseguran que la selva los provee de todo.

Hasta la Asamblea llegaron waoranis de diez de las doce comunidades que se encuentran en el bloque 22. El diálogo giró en torno al diseño de un mecanismo de defensa para rechazar una posible intervención petrolera por parte del Estado. En una primera parte, un grupo de waoranis que había acudido a un Toxic Tour (o Tour Tóxico) en Pacayacu, provincia de Sucumbios, contó su impresión sobre la contaminación reinante en dicha parroquia del norte de la Amazonía y compartió los relatos de colonos e integrantes de las etnias Siekopai, Siona y Cofán, que los acompañaron en el recorrido. Otros waos, que habían visitado a familiares en bloques petroleros en actividad, en la provincia de Orellana, lamentaron lo mal que la están pasando sus coterráneos. “Pobre de algún dirigente que haga negocio con la petrolera y llegue a la comunidad, con lanza lo voy a recibir, porque otros waoranis que viven en zona petrolera están muriendo de enfermedades, agua que beben está sucia”, aseguró Peke, uno de los Pikenanis de la comunidad de Damompare, que agradece que aún existan en su comunidad grandes árboles, ríos cristalinos, cascadas, animales, todo sano y sin contaminación.

 

 

“Aquí no esta el territorio botado, el territorio sí tiene dueño. Esos dueños son los waos”, dijo a Mongabay Latam Tomas Niwa, perteneciente a la comunidad Kiwaro y dirigente de la CONCANAWEP. Y añadió que los ancianos tildaron al encuentro de histórico, pues no recordaban uno así para organizarse en a defensa de la selva.

“Queremos reivindicar que las comunidades indígenas tienen derecho a recibir asesorías al igual que los gobiernos. Eso no invalida sus determinaciones sino que están acompañados de argumentos técnicos y jurídicos”, dijo la abogada y defensora de Derechos Humanos María Espinosa, que forma parte de Amazon Frontlines. “El discurso inicial es: vamos a entrar o por las buenas o por las malas, pero el proyecto se va a ejecutar. Y cuando empieza un proceso de consulta pateando al perro, la consulta no se convierte en un derecho sino en una herramienta para la amenaza y la coerción”, dijo Espinosa, mientras amamantaba a su bebé de dos meses que la acompañó a la selva para participar en la Asamblea wao. Entre otras cosas, la jurista les explicó a los participantes algunas palabras técnicas. “Primero es importante darles información sobre qué es una ronda, qué es una licitación, qué es un bloque, cuáles son las fases de la actividad extractiva, porque cosas tan básicas como esas no han sido debidamente socializadas con las comunidades”.

 

 

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El dilema de la consulta previa

 

En el caso de los pueblos indígenas, la Constitución del Ecuador obliga al gobierno a consultarles previo a la concesión de su territorio para la exploración y explotación petrolera, aunque la forma de hacerlo ha sido cuestionada. Un hito en esa materia fue la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos a favor del pueblo Kichwa de Sarayacu, que condenó al Estado por no haberlos consultado y pidió la elaboración de una ley participativa que garantice ese derecho. Pero contrario a las expectativas, la respuesta del entonces presidente Rafael Correa fue promulgar el Decreto Ejecutivo 1247 que dejaba en manos de la Secretaría de Hidrocarburos (que además es la institución que impulsa la licitación de los bloques petroleros) toda las facultades para realizar dicho proceso. Y con dicho decreto, el gobierno validó como consulta, una serie de reuniones que se realizaron entre algunas de las comunidades ubicadas en los bloques de la Ronda Suroriente, incluido el 22. Al respecto, expertos consultados por Mongabay Latam tildaron al Decreto de “violatorio a los derechos de los pueblos” porque convierte a la consulta en una simple socialización de beneficios y recordaron que el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la ONU, solicitó al gobierno de Ecuador su suspensión.

“El Ecuador tiene herramientas en su Constitución muy importantes sobre el tema de prevención en relación a industrias extractivas en ambientes frágiles como la Amazonía. Tiene los derechos colectivos, tiene el derecho a la consulta previa y tiene la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Pero el gobierno de Rafael Correa en ese tiempo no cumplió y siguió impulsando este proceso”, asegura Carlos Mazabanda de Amazon Watch en diálogo con Mongabay Latam. “Lo más grave que pasó es que el reglamento 1247 dice que se debe de llegar a acuerdos y consensos. Y para demostrar que les consultaron. ¿Cuál era la forma? Hacerles firmar un papel que decía: ‘si se llega a licitar este bloque, la comunidad tal recibirá cinco millones de dólares para obras’. Eso desató conflictos entre los pueblos”, comenta Alexandra Almeida de Acción Ecológica.

El integrante de Amazon Watch dijo que la violencia ha sido otra consecuencia de la división de los pueblos y que se han registrado también amenazas de muerte contra las dirigentes Alicia Cahuiya (waorani), Patricia Gualinga (Kichwa de Sarayacu) y Salomé Aranda (Sapara).

Una representación de las comunidades Waoranis de Pastaza, conformada por cinco personas —entre ellas dos pikenanis— viajaron a la capital, Quito, hace una semana y mantuvieron reuniones en la Defensoría del Pueblo y los ministerios de Ambiente e Hidrocarburos. En estas dependencias presentaron el resultado del mapeo territorial, para dimensionar lo que está en juego si se concesiona el Bloque 22, explicó en diálogo con Mongabay Latam el abogado Brian Parker, integrante de Amazon Frontlines que acompañó a la delegación. “Los waoranis dejaron muy claro que ellos no van a permitir que ninguna empresa o entidad estatal realice actividades extractivistas en su territorio”, comentó Parker y añadió que entregaron en la Presidencia de la República y la Secretaría de la Política, la resolución que los waos tomaron en Asamblea para proteger su selva.

 

 

Mongabay Latam se puso en contacto con el Ministerio de Hidrocarburos para conocer detalles sobre los mecanismos de participación y consulta previa que se han realizado entre las comunidades indígenas que habitan en el bloque 22, y saber si cuentan con estudios de impacto ambiental frente a una posible concesión de dicho territorio con fines extractivos. Pero aunque se confirmó la recepción del pedido de información, no hubo respuesta hasta el cierre de esta edición.

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“Tenemos que unirnos todos”

 

Tiri tiene 70 años pero recuerda con claridad su infancia antes del contacto. Era parte de un grupo de cincuenta personas que vivía en una gran casa comunal, construida con madera y hojas; y no muy lejos de allí había otras tres casas de similar tamaño. A pesar de que había parejas, todos dormían separados en hamacas tejidas con hilo de chambira, y lo hacían junto a una chimenea humeante que espantaba los molestos mosquitos. No había cuchillos de metal para cortar la carne producto de la cacería, pero contaban con tajos de caña afilada que tenían la precisión de un bisturí, y que además servían para cortar los cordones umbilicales de los niños al nacer. Cocinaban con leña que encendían frotando dos palos, en ollas inmensas que hacían con barro y podían contener hasta dos huanganas. “No se necesitaba azúcar, arroz, sal, nada”, relata el hombre que es abuelo de 14 nietos y que aún se acuerda de los cantos de guerra que entonaba su padre antes de salir de cacería. “Mi papá era buen cazador, cazaba pava, mono araña. Cazaba con flecha”.

Pero la caza siempre fue selectiva y para su propio consumo. No pretenden diezmar el volumen de animales que circula por la selva. Lo mismo pasa con la madera, al menos en las comunidades del bloque 22, los waoranis explican que cada comunidad tiene un punto de extracción de madera, que únicamente puede usarse para la construcción de las viviendas de quienes allí viven, explica Nemonte Nequimo, quien es hija de Tiri y ha participado en el mapeo territorial. “Tenemos que unir todos, las comunidades y tener la visión de un solo camino, pensando que en el futuro nuestros hijos puedan vivir sanos y felices”, añade.

 

 

El nombre de Nemonte también tiene un significado: estrella en lengua wao, y es una de las mujeres que ha participado de forma activa en el mapeo territorial. Ella recuerda que todo nació del deseo de los pikenanis, de encontrar una forma de compartir todo el conocimiento ancestral de la selva que habían acumulado con el paso de los años. “Pedimos ayuda al equipo Alianza Ceibo porque wao no tiene tecnología, podemos caminar, tener mucho conocimiento, pero gente de afuera no va a entender con palabras (la riqueza de su territorio)”, dijo ‘Nemo’, como la llaman sus familiares y amigos.

En Nemompare empezó el programa piloto y después de varios meses de recolectar información, se reunieron entre comunidades vecinas para resolver cómo clasificar la diversidad de su territorio. Entonces a su mamá se le ocurrió una idea. “En papelógrafo sentamos, analizamos y dibujamos. Mi mamá dijo que por pista (donde aterrizan las avionetas) hay pura hoja para curar riñón, hepatitis. ‘Eso tenemos que escoger, todo ese lugar es para curar’ ”, explicó de este modo Nemonte el proceso de construcción del mapa. Así fueron diseñando la fórmula para incluir en el mapa sus hallazgos, utilizaron figuras de animales, árboles y plantas para marcar aquellos puntos de mayor abundancia. Para ese fin se elaboraron unas 150 símbolos, entre los que se incluyen distintos tipos de animales como jaguares, pumas, ocelotes, tapires; además de caminos que atraviesan el mapa. Hay por ejemplo, caminos que toman los hombres para la cacería, caminos por los que se movilizan de una comunidad a otra, y además, están los caminos usados por los animales que transitan por la selva. Y es en esos puntos donde el equipo suele colocar cámaras trampa para identificarlos. Se estableció una distancia mínima de 200 metros entre un punto y otro.

“Creo que es importante herramienta para que podamos explicar qué tenemos dentro de la comunidad, dentro del territorio (…) para que vea el mundo cómo estamos, qué tenemos, y también es importante para las niños waoranis”, sostiene Nemo, quien sueña con ver el resultado del mapeo pegado en la escuelita de cada comunidad. “Porque cada vez que yo veo una escuela, solo está pegado mapa del Ecuador, vacío nomás y no habla de animales, pájaros, plantas”.

 

 

Pero no todo en la selva es biodiversidad, también existen lugares sagrados para el pueblo wao. Como una cascada, a la que se llega desde Nemompare tras un recorrido de 20 minutos en canoa y dos horas de camino a través de la selva. Obe, Memo, Nemonte y otros waos hicieron ese trayecto. Sabían que sus ancestros visitaban el sitio y querían mostrarlo. La base de la cascada parecía haber sido aplanada con un rodillo, y en esa amplia roca plana había cuatro hileras de agujeros de alrededor de cincuenta centímetros de profundidad hechos en línea recta. Aunque nadie sabía cómo se habían perforado esos huecos sobre la roca, todos coincidían en que era obra de sus ancestros y relataron que desde allí extrajeron antiguas hachas. Además Nemonte tiene una teoría, basada en historias que escuchó de sus abuelos. Esta apunta a que en ese sitio existía una plataforma que usaban sus ancestros para acercarse a dios. Porque los árboles más imponentes y cascadas, son los lugares de mayor conexión. “Gracias a los abuelos tenemos una herencia, tenemos grande, inmenso bosque (…) tenemos que luchar, tenemos que unir todos, las comunidades y tener la visión de un solo camino, pensando que en el futuro nuestros hijos puedan vivir sanos y felices”, dijo la mujer wao antes de sumergirse junto a su pequeña hija en el agua cristalina de la cascada.

Artículo publicado por Alexa
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