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Las mujeres del pueblo lenca se empoderan gracias al café orgánico en Honduras

Miembros de la cooperativa lenca femenina Cosagual frente a cafetos cultivados bajo la sombra de los pinos. Imagen: Mónica Pelliccia, para Mongabay.

  • El grupo indígena lenca, en una región árida de Honduras, ha practicado la agrosilvicultura desde hace milenios, ya que planta árboles maderables y frutales sobre los cultivos para alimentación o plantas medicinales con el fin de proporcionarles sombra, lo cual incrementa la humedad del suelo.
  • Recientemente, un grupo de mujeres formó una cooperativa para promocionar como producto orgánico y de comercio justo el café cultivado bajo la sombra de estos árboles, y han experimentado un considerable incremento en los precios.

GUALCINCE, Honduras — Los lencas la llaman piedra para sacrificios, adonde iban los ancestros indígenas para hacer ofrendas a los dioses. Un triángulo de roca con diferentes círculos grabados en la superficie, se ha mantenido intacto a pesar del paso del tiempo.

Los bosques que rodean el municipio de Gualcince, casi en la frontera con El Salvador, también tienen huellas del pasado. Fue aquí, en la montaña Congolón, donde murió el cacique Lempira, el famoso líder lenca de la resistencia indígena hondureña. La cultura lenca floreció en este lugar durante la época precolombina, y la gente todavía encuentra objetos antiguos.

La antigua piedra para sacrificios de los lencas. Imagen: Mónica Pelliccia, para Mongabay

A pesar de la gran importancia de la historia, hay nuevas tradiciones que también comenzaron aquí. Amanda Abrego, de 36 años y madre de cuatro niños, quien vive cerca de la piedra sagrada, es miembro del consejo de Cosagual Lenca, una cooperativa de mujeres productoras de café. Al igual que otras veintiuna mujeres cafetaleras, ella cultiva ahora café orgánico bajo la sombra de árboles maderables y frutales, siguiendo el sistema tradicional de agrosilvicultura que la comunidad indígena lenca —a la cual perteneció la famosa activista ambiental Berta Cáceres, asesinada dos años atrás— desarrolló antes de la llegada de los conquistadores españoles. Las cafetaleras venden el café de otra manera. En 2014, pusieron en marcha una cooperativa formada solo por mujeres como parte de la organización de productoras cafetaleras Cosagual.

Eva Alvarado, de 60 años, es una de las fundadoras de esta cooperativa. “Toda mi vida trabajé como cafetalera”, dice. “Cuando era niña, solía ir a caballo a vender café a El Salvador, a 35 km de aquí”. La idea de la cooperativa nació después de un taller sobre igualdad de género organizado por la ASONOG (Asociación de Organismos No Gubernamentales), cuyo trabajo fue respaldado por Heifer International, entidad benéfica centrada en combatir el hambre y la pobreza. El objetivo era sacar de sus casas a las mujeres de la comunidad, quienes se dedicaban mayormente al trabajo doméstico y al cuidado de los niños, y estimularlas para que desarrollaran su potencial.

“Nunca imaginé que podía ser parte de eso y fui elegida vicepresidenta de la cooperativa”, cuenta Alvarado. “Gracias al café, les pagué los estudios a todos mis hijos y, ahora, a mis seis nietos. Esta es la tercera generación que se beneficia con el trabajo de nuestra cooperativa”.

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El legado de los antepasados

La granja orgánica de Alvarado se encuentra sobre una elevación de 1500 metros, donde los cafetos están por abrirse en una explosión de flores blancas. Los arbustos están organizados bajo la sombra de los árboles frutales, tales como plátanos, naranjos, guamos (Inga feuillei) y árboles maderables como el cedro americano (Cedrela odorata) y el copinol (Hymenaea courbaril). Con los niños, acaba de comenzar la recolección de los frutos del guamo —a finales de marzo, están maduros y listos para comer—, así como también lo hace su vecina Francisca Rivera. Luego de abrir una vaina verde que protege los redondeados y pulposos frutos, ella come uno y guarda las semillas negras que están escondidas dentro para replantarlas y producir más sombra.

Miembros de la cooperativa lenca femenina Cosagual frente a cafetos cultivados bajo la sombra de los pinos. Imagen: Mónica Pelliccia, para Mongabay.

Alvarado, Rivera y sus vecinas comen casi toda la fruta que producen en sus huertos y venden lo que sobra en el mercado local. Parte de los plátanos se los venden a Amanda Abrego, quien prepara tajadas (plátanos fritos), una comida típica de los países caribeños como Honduras. Después de envasar el producto, se lo vende a las pulperías, pequeñas tiendas de comestibles en comunidades cercanas. Las tajadas se comen como tentempiés o se preparan con vegetales y trozos de carne y se condimentan con salsa de chili. Para cocinar, usan la madera de los árboles maderables, como el cedro o el pino, enormes tras treinta años de crecimiento.

Sus casas también están hechas con la madera que obtienen de sus tierras. Entre las plantas de café se encuentran arbustos con flores blancas llamados localmente cangrejillos, usados para alimentar a los animales, y guarumo (Cecropia obtusifolia), una planta medicinal utilizada para tratar el insomnio y el dolor muscular.

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Vivir en el Corredor Seco

La comunidad de Cosagual se encuentra en el Corredor Seco —una región árida que se extiende por el sur de Honduras, Guatemala y El Salvador, caracterizada por la escasez de lluvias—. Con El Niño de 2012-2014, las precipitaciones cayeron de un 40 a un 60 por ciento en esta región, lo que causó pérdidas no solo de café, sino también de maíz, frijoles y ganado. La falta de oportunidades laborales y la violencia delictiva han provocado que la gente se fuera de esta zona. De acuerdo con el Programa Mundial de Alimentos, en la actualidad, el 47 por ciento de las familias con un miembro que migró recientemente padece inseguridad alimentaria en esta área.

“La agrosilvicultura es una manera de incrementar la seguridad alimentaria. La diversidad de cultivos en estas tierras permite un aumento en la producción de frutas y vegetales que podrían ser comercializados con otros miembros de la comunidad o que el excedente sea vendido en el mercado”, dice Marcos Morales, de la Universidad Nacional de Agricultura y Agronomía de Olancho y asesor del proyecto de agrosilvicultura. “La cubierta forestal y la biodiversidad crecieron. Observamos animales como zarigüeyas, serpientes, liebres, armadillos, ardillas y coyotes. También es un modo de contrarrestar la sequía porque los suelos retienen más humedad”.

Francisca Rivas muestra el fruto y las semillas de un guamo que ella planea replantar. Imagen: Mónica Pelliccia, para Mongabay.

Morales vive en Gualcince, cerca de la sede central de Cosagual, y cultiva café bajo sombra en una huerta cercana a un patio lleno de flores, donde su madre está amasando una tortilla antes de cocinarla en un horno de barro. Está preparando el típico almuerzo, hecho con frijoles, pollo y ensalada, para algunas mujeres de la comunidad, quienes se unieron hoy a la familia Morales para charlar y contar chistes. Luego, visitan a Patricio Ramos, uno de los cafetaleros más viejos de la comunidad, quien cuida en el jardín a un ciervito de cola blanca para salvarlo de los cazadores. Marcos y las mujeres se desplazan por la comunidad en una camioneta y atraviesan el bosque, donde aves como el pájaro carpintero y otro conocido de manera local como chequeque (probablemente, el cacique piquiclaro) miran desde las ramas.

Los habitantes de más edad de la comunidad todavía recuerdan cuando muy poca gente en esta zona usaba la técnica de roza y quema. En los años ochenta, la tierra en general se quemaba para una potencial mejora de la fertilidad de los suelos, pero la práctica trajo consigo el riesgo de incendios forestales y de erosión. Los campesinos practicaban la agricultura itinerante, pero ahora no hay más rastros de incendios en estos bosques.

Cultivo de café bajo árboles maderables como el roble y el copinol, además de árboles frutales como el guamo y la palta en la huerta de Francisca Rivera, miembro de la cooperativa. Imagen: Mónica Pelliccia, para Mongabay

En 1988, la FAO lanzó un proyecto denominado Lempira Sur en el valle cercano a esta área con el propósito de mejorar la seguridad alimentaria y recuperar la biodiversidad de este, la zona más pobre de Honduras, donde el 85 por ciento de la gente estaba desnutrida y vivía en la pobreza. La FAO respaldó el resurgimiento de una antigua técnica agroforestal lenca llamada quesungual (por el nombre de una aldea que se encuentra a 9 km de Gualcince), en la que el café cultivado a la sombra está mezclado con árboles frutales y maderables podados entre 1.20 y 1.80 m para dar sombra al maíz y a los frijoles. Ahora, la cooperativa femenina Cosagual intercambia fruta y madera por maíz y frijoles con los granjeros del valle.

Las técnicas agroforestales reducen la erosión del suelo hasta en un 93 por ciento en comparación con la roza y quema e incrementa la retención de humedad del suelo en un 20 por ciento, lo que es de suma importancia durante abril, el mes más seco. Al igual que otros sistemas agroforestales a nivel mundial, las ancestrales técnicas lencas de agrosilvicultura bajo sombra también juegan un papel importante en la lucha contra el cambio climático. Anualmente, la agrosilvicultura secuestra 0.73 gigatoneladas de carbono en todo el mundo.

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Sueños aromatizados

“Seguimos soñando en grande”, dice la administradora de la cooperativa, Erlinda Martínez, de 30 años de edad. “El café de Cosagual es hoy día reconocido mundialmente. Contamos con la certificación de Comercio Justo y el certificado de producción orgánica. Nuestros precios no se ven afectados por la oscilación que causa la bolsa de valores. Vendemos a un precio fijo, más alto que el que tendríamos si vendiéramos el café solo”. Antes de la creación de la cooperativa, las cafetaleras tenían un único lugar para secar los frutos y tenían que vender el café a un intermediario, quien no pagaba el valor completo de este café orgánico de alta calidad. Sin embargo, el café se exporta ahora a todo el mundo, a diferentes partes de los Estados Unidos y a Europa. Martínez, quien pocas veces ha salido de Gualcince, tuvo una oportunidad única de cruzar el Atlántico cuando voló a Budapest el año pasado para participar en una feria comercial internacional con el fin de encontrar nuevos negocios para la cooperativa.

Flores del cafeto a punto de florecer a comienzos de abril. Imagen: Mónica Pelliccia, para Mongabay.

Cada noviembre, los miembros de la cooperativa Cosagual Lenca cosechan el café maduro y se lo entregan a la cooperativa, la que se encarga de todo el proceso, desde el secado hasta la comercialización. No se desperdicia nada: los desechos del procesamiento se transforman en compost, que luego se distribuye en la comunidad.

Buena parte del trabajo de la cooperativa consiste en organizar la capacitación en técnicas agroforestales, administrar y continuar con la discusión sobre igualdad de géneros. La cooperativa Cosagual acaba de construir una cafetería en la sede, donde el café se vende con rosquetes (una rosquilla glaseada), merengues, empanadas y calzones dulces. Otra idea para preservar sus tradiciones es invitar a los turistas y enseñarles sobre la antiquísima cultura.

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Desafíos de cara al futuro

Al igual que otras zonas rurales remotas, esta área está experimentando un proceso de despoblación. Llegar a Gualcince desde la ciudad más cercana, San Juan Intibucá (al sudeste de Honduras), lleva más de tres horas en auto. Hace apenas quince años que hay electricidad en el poblado. La mayoría de los jóvenes se muda a la ciudad para estudiar carreras que no están relacionadas con la producción agraria, y no tiene planes de regresar. Aun así, las mujeres lencas les traspasan las tradiciones a sus hijos, con las que unen el pasado con el futuro y transmiten el folklore y el arraigado conocimiento del sistema agroforestal, al que sencillamente llaman su “técnica tradicional”.

Con la puesta del sol, los últimos rayos caen con suavidad sobre los cultivos de café. Amanda Abrego regresa a su casa y comienza a cortar plátanos con su familia antes de freírlos para preparar las tajadas que venderá. Mientras tanto, los niños juegan en el jardín y corren hacia la piedra para sacrificios, alrededor de la cual juguetean y cuentan historias sobre sus ancestros para preservar las memorias escritas en los árboles.

Mónica Pelliccia es periodista digital independiente. Sigue su trabajo en Twitter vía @monicapelliccia.

Esta historia forma parte de una serie en curso sobre la agrosilvicultura mundial. Encuentra todos los artículos aquí (en inglés).

Imagen principal: Una miembro de la cooperativa recolecta junto con su hija los frutos de los guamos que crecen entre los cafetos. Imagen: Mónica Pelliccia, para Mongabay.

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