- Las larvas pueden perderse en la columna de agua, desorientadas por el ruido, y no convertirse nunca en adultos.
- El ruido generado por el tráfico marítimo puede ser una de las razones por las que la ballena Franca no se esté reproduciendo.
Así como los astrónomos han instalado sobre la tierra enormes antenas para estudiar el universo a través del sonido, los científicos del mar han descubierto que para entender los océanos, hace falta no sólo mirarlos sino también oírlos. En esa labor, la ciencia ha demostrado que los ruidos producidos por el hombre, como los motores de los botes pesqueros y grandes barcos, tienen impactos en ciertas especies marinas pudiendo incluso impedir que se desarrollen y se reproduzcan.
El biólogo marino Iván Hinojosa explicó a Mongabay Latam que los océanos poseen, al igual que un bosque, paisajes acústicos particulares. “En un bosque, dependiendo de los animales que viven en él, tendremos un paisaje acústico determinado. En el mar, ocurre lo mismo” dice. Sin embargo, de esos paisajes acústicos muy poco sabemos. La bioacústica, la ciencia que estudia la relación entre los seres vivos y el sonido, ha demostrado que larvas de invertebrados y de peces se sirven de las señales acústicas para orientarse y encontrar un lugar donde llegar para asentarse y desarrollarse.
Hinojosa explica que por ejemplo “una jaiba que vive enterrada en la arena, en algún momento se aparea y genera huevos. De esos huevos nacen larvas que flotan en el mar por meses o incluso años. Pero, de alguna manera, esa larva vuelve a la costa. La señal acústica sería uno de los instrumentos que utiliza para poder orientarse“ dice. Pero “si esta señal se bloquea o se enmascara producto de sonidos de origen humano como puertos o motores de barcos y botes, las larvas pueden perderse en la columna de agua y no convertirse nunca en adultos” señala el científico Carlos Gaymer.
Hasta ahora los estudios científicos han demostrado que el ruido antrópico tiene impactos en la llegada de las larvas a los arrecifes de coral. El desafío de las investigaciones que actualmente se encuentran desarrollando Hinojosa junto con Paula Ruiz y Elba Avilés es demostrar que otros ecosistemas también se ven impactados. Isla de Pacua, Juan Fernández e Isla Quiriquina con un sistema coralino, templado y más frío respectivamente, fueron las islas elegidas para esta investigación.
Los estudios apuntan específicamente a demostrar que los ruidos antropogénicos están afectando la señal de orientación de peces costeros, crustáceos e invertebrados, como locos lapas o erizos. Además, se busca comprobar que el ruido está afectando la conducta de apareamiento del camarón de roca. “El camarón es un recurso comercial de la pesca artesanal y si se llegara a observar un impacto del ruido antropogénico sobre este recurso, esto podría traer algunas consecuencias locales” señala Hinojosa.
El método consiste en comparar las conductas de los camarones en su ambiente natural e inalterado, con condiciones ruidosas producidas por motores de botes pesqueros. Ello, debido a que este es el principal sonido antropogénico presente en hábitat de esta especie.
Por otro lado, el equipo se encuentra realizando grabaciones en el mar cincundante a cada una de las tres islas. El objetivo es descubrir y analizar estos paisajes acústicos para tener mayores antecedentes de la diversidad biológica de cada fondo marino. Elba Avilés señala que “con eso podemos realizar un nuevo método de muestreo para determinar tanto abundancia como diversidad biológica y ver así donde hay más riqueza”.
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El canto de las ballenas
El canto de las ballenas es probablemente el área más desarrollada de la bio-acústica. Los avances de la ciencia han demostrado, en efecto, que las vocalizaciones que emiten estos animales son determinantes en su comportamiento social. La bióloga marina, Susannah Buchan, explicó a Mongabay Latam que el canto de una ballena puede recorrer cientos de kilómetros y atravesar cuencas oceánicas, sirviéndose de canales acústicos presentes a diferentes profundidades del mar. Es así como “se han registrado frecuencias de vocalizaciones de ballenas Jorobadas en Irlanda y, tres horas después, la misma frecuencia ha sido captada en Estados Unidos” cuenta.
Especializada en ballena azul, Buchan lleva estudiando los cantos de ballenas desde hace 12 años. Según explica, cada especie de ballena tiene una huella digital acústica distinta. “Es tan claro como lo es en el caso de los pájaros” asegura. Además, en las ballenas grandes, es decir Jorobadas, Azules y Fin, como si se tratara de dialectos humanos, las poblaciones tienen diferencias regionales. La científica explica que existe, por ejemplo, una población de ballena Azul que es propia del Pacífico Sur Oriental y que se define por tener una huella acústica que es particular de ella. “Lo mismo pasa con las ballenas Azules en la Antártica. Tienen un canto propio que es muy marcado y que se escucha principalmente en el océano Austral y así sucesivamente para las diferentes especies”.
El biólogo Jorge Gibbons añade que en el caso de las ballenas Jorobas, las poblaciones cambian de manera coordinada su patrón acústico cada cierta cantidad de años. De esa manera, las ballenas de hoy no hablan el mismo lenguaje que sus antepasados. “Lo que sabemos respecto de eso es que no es genético, sino que se trata de un aprendizaje social” dice.
Además, se han podido identificar diferencias en las vocalizaciones dependiendo de la circunstancia. Así, por ejemplo, el canto de una hembra con su ballenato registra una frecuencia corta que es propensa a indicar que se trata de una comunicación entre esos dos individuos. Pero también se registran frecuencias largas. “Los cantos de los machos de Jorobadas, Azul y Fin señalizan su presencia a varias hembras por lo que podemos entender que se trata de una comunicación colectiva.”
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El impacto del ruido
Miles de barcos navegan diariamente en los océanos produciendo ruidos a las mismas frecuencias que las vocalizaciones de las ballenas grandes: Azul, Fin y Jorobada, según explica Buchan. Ello tendría el efecto de enmascarar las vocalizaciones de estos animales” dice. Además, según explica la científica, los ruidos antrópicos tienen efectos estresantes en las ballenas. Un ejemplo claro de ello es la ballena Franca del Atlántico Norte, una especie que está en peligro de extinción. “Se ha demostrado, a partir de análisis de fecas para medir niveles de cortisol, que esta especie presenta muy elevados signos de estrés que están relacionados con el tráfico naviero. Cuando la salud de los individuos es baja, se reducen las probabilidades de reproducción. Es por ello que se cree que una de las razones por las que las ballenas Francas no se están reproduciendo es el estrés”.
Bárbara Galletti, fundadora y presidenta del Centro de Conservación Cetácea de Chile, recuerda que “cuando fueron los atentado a las Torres Gemelas, en 2010, se paró todo el tráfico marítimo por unos días. Justamente se estaban tomando muestras de las hormonas de las ballenas para unos estudios. Las muestras arrojaron que durante esos días las ballenas estuvieron relajadas. Así, se pudo ver claramente que hay un componente de estrés asociado al tráfico de barcos”.
Galletti asegura que sin embargo “no hay estudios que muestren que los cetáceos escuchen una embarcación y se alejen de ella. Es por ello que un número indeterminado sufre accidentes por colisiones que pueden llegar a ser mortales”.
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Cantar para salvarse
Científicos coinciden en la dificultad para estimar la cantidad de accidentes que ocurren por colisión. Ello debido a que no siempre se declaran, pero también a que muchas veces las ballenas que mueren en el choque se pierden mar adentro, o se hunden, o no mueren instantáneamente sino que días después. Según Susannah Buchan, en California, Estados Unidos, se han construido modelos poblacionales a partir de los cuales “se cree que la tasa de crecimiento de ballenas debería ser mucho mayor a la actual y que una de las causas es que están muriendo muchas más ballenas al año por colisiones de lo que está registrado”.
Para evitar estos accidentes, Buchan se encuentra implementando en Chile una tecnología que ya está siendo aplicada en Massachusetts, justamente para ayudar a la población estresada de ballena Franca. La técnica consiste en instalar un micrófono acuático, o hidrófono, sobre un dron submarino que va navegando por una trayectoria previamente determinada y que identifica las vocalizaciones de ballenas. Cada dos horas, el aparato sube a la superficie y envía a los científicos, vía internet, las señales que va detectando. Esto permite alertar a las embarcaciones, a través del sistema de posicionamiento satelital, para que reduzcan la velocidad y eviten estar en la misma ruta que los animales. Los cantos de las ballenas podrían ser así, la salvación para muchas de ellas.
Bárbara Galletti asegura que los ruidos de las instalaciones de infraestructuras portuarias, parques eólicos en el mar y tronaduras son los más perturbadores. “Todos los puertos deberían tener asociado un estudio acústico previo durante y después” dice Galletti. Pero, según señala, los proyectos no necesariamente consideran los impactos de los ruidos sobre los cetáceos “a menos que alguien vaya y lo exija. Así y todo, aunque lo consideren, siempre es despreciado lamentablemente” agrega.
Foto Portada: Archipiélago de Juan Fernández, Chile. Iván Hinojosa.