- Diez especies de estos animales marinos acaban de ser declarados bajo protección especial por el gobierno de México.
- De su conservación depende la supervivencia de los corales, pues se alimentan de las algas que amenazan estos ecosistemas.
Los arrecifes de coral y los peces loro tienen una relación muy estrecha y la sobrevivencia de uno depende del otro. A los peces loros los llaman así porque tienen una especie de pico que les sirve para cortar las macroalgas, su alimento. Con esta acción, cumplen un rol clave en la conservación de los arrecifes de coral, pues eliminan las algas que los cubren y que les quitan luz y oxígeno, contribuyendo así con su supervivencia.
Pero esta relación de simbiosis se está alterando, cada vez más, ya que tanto los arrecifes de coral como los peces loro están en una situación vulnerable y requieren de grandes esfuerzos de protección para no poner en riesgo su supervivencia.
La historia en 1 minuto. Video: Mongabay Latam.
“A nivel global hemos perdido más de la mitad de los corales”, dice Melina Soto, coordinadora de Healthy Reefs for Healthy People, una organización que desde hace diez años evalúa el estado de estos ecosistemas en el mar caribe de México, Belice, Guatemala y Honduras, y cuyos entornos albergan el 25 % de la biodiversidad marina. “Las macroalgas crecen sobre los corales como un tapete e impiden que estos se reproduzcan. El problema se agudiza porque han aumentado casi al doble desde el año 2006”, precisa Soto.
La situación de los peces loro tampoco es alentadora debido a la disminución constante de sus poblaciones que se han visto reducidas, principalmente, por la sobrepesca. Por esta razón, diez especies de peces loros que habitan en el mar del Caribe mexicano fueron presentadas ante el Comité Consultivo Nacional de Normalización de Medio Ambiente y Recursos Naturales del gobierno de México, para que sean incluidas en la lista de fauna protegida del país.
La buena noticia llegó el jueves 18 de octubre, cuando se anunció que estas diez variedades de pez loro habían sido incluidas en la categoría de Protección Especial, una clasificación de riesgo que permitirá “tomar acciones para que las poblaciones se recuperen y puedan dotar de beneficios a los ecosistemas en los que viven”, explica Camilo Thompson, representante legal de la Asociación Interamericana para la Defensa del Ambiente (AIDA), una de las instituciones que ha impulsado esta iniciativa.
El gran aporte de los peces loro
En total han sido diez especies de pez loro que han entrado en esta clasificación: Semáforo (Sparisoma viride), Guacamaya o arco iris (Scarus guacamaia), Azul (Scarus coeruleus), Media noche (Scarus coelestinus), Reina (Scarus vetula), Princesa (Scarus taeniopterus), Rayado (Scarus iseri), Banda roja (Sparisoma aurofrenatum), Aleta roja (Sparisoma rubripinne) y Cola amarilla (Sparisoma chrysopterum).
Según la carta enviada por la iniciativa Healthy Reefs for Healthy People y la organización AIDA, estas diez especies cumplen funciones vitales para los ecosistemas en el Caribe mexicano. Y aunque no son las únicas que liberan a los corales de las macroalgas, el pedido para su protección se debe a que los peces loro están enfrentando serios peligros para el mantenimiento de sus poblaciones.
El problema radica en que variedades altamente comerciales como tiburones, meros, pargos y jureles se han reducido debido a la sobrepesca. Así, los peces loro se presentan como una alternativa para el consumo, por tanto, sus poblaciones también se van reduciendo. En consecuencia, aumentan las microalgas que cubren y matan a los corales. Una cadena de sucesos que seguirá agudizándose si no se toman medidas de protección.
Además de la sobrepesca, la pérdida de su hábitat, es decir, de los arrecifes de coral y de los manglares también han mellado en estas poblaciones. Sobre todo si consideramos que los peces loro “pasan su etapa de juveniles en los manglares, protegidos entre las raíces”, menciona Soto, de Healthy Reefs y que actualmente el 60 % de los arrecifes del Caribe mexicano se encuentran en estado crítico.
Aunque estos animales marinos todavía no están en peligro de extinción, aquellos incluidos en la lista de protección “presentan algún grado de vulnerabilidad”, comenta Maria Jose Gonzalez-Bernat, asesora científica del Programa de Biodiversidad Marina y Protección Costera de la Asociación Interamericana para la Defensa del Ambiente (AIDA).
La experta agrega que diversos estudios científicos han demostrado que la disminución de peces herbívoros en las últimas décadas, han sido un factor determinante en el cambio de los arrecifes y el incremento de las algas que los afectan. “La pesca excesiva altera la integridad del ecosistema y, por lo tanto, su capacidad de recuperación en el futuro”, explica.
Pero sus servicios ambientales no solo se limitan a limpiar los arrecifes de coral y permitir su sobrevivencia. Los peces loro también aportan a los bancos de arena de las playas caribeñas, pues mientras se alimentan de las algas también consumen pequeñas porciones de coral —compuestas de carbonato de calcio— que luego eliminan por las fecas. “Algunas especies llegan a producir hasta 100 kilos de arena al año”, asegura Marisol Rueda, de Healthy Reefs for Healthy People.
La producción de arena se convierte, entonces, en un servicio cultural y de belleza escénica para el turismo en las playas y para actividades acuáticas en el Caribe mexicano. Otra razón más para preocuparse por la conservación de estos peces y de su hábitat.
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El camino para su recuperación
Los arrecifes son también una fuente de ingreso para la población del Caribe. Por un lado, está la pesca, pues se trata de ecosistemas altamente biodiversos que albergan numerosa fauna marina. Por otro lado, el turismo, debido a la belleza de estos ecosistemas y sus playas.
Se debe considerar también su aporte a la medicina, puesto que, según el Servicio Nacional Oceánico de Estados Unidos, los corales son fuente importante para la elaboración de medicamentos destinados a tratar el cáncer, la artritis, infecciones bacterianas, entre otras afecciones.
La inclusión de las diez especies en la Norma Oficial Mexicana bajo la categoría de Protección Especial, permitirá que se tomen medidas que propicien su recuperación y conservación.
Camilo Thompson, de AIDA, explica que se podrán establecer acciones de sustentabilidad dentro de un marco regulatorio y de vigilancia, además de destinarse un presupuesto para ello. “Lo importante será incrementar sus poblaciones para que se mantenga el equilibrio en estos ecosistemas marinos”.
Por ejemplo, se podría regular las descargas de aguas que contaminan el mar y producen el aumento de las algas que afectan a los arrecifes de coral. “Estas diez especies de peces loros están en peligro porque su hábitat está recibiendo estas aguas negras. Por tanto, hay que atacar esta causa”, dice Thompson.
El control de la pesca también sería una medida a adoptar, pues se podría limitar su captura, ya que, actualmente, no está prohibida.
Otras prácticas encaminadas a recuperar sus poblaciones podrían ser la creación de refugios pesqueros, la protección de agregaciones de peces, así como encontrar soluciones a los problemas de contaminación de origen marino como los derrames de petróleo o los terrestres como la contaminación de aguas, el uso de fertilizantes y otros compuestos químicos, se precisa en la carta que sustenta la conservación de los peces loro.
“Experiencias previas ya existen”, dice Melina Soto sobre las medidas que se adoptaron en Belice en el 2009, en Honduras en el 2010 y en Guatemala en el 2015. En estos países ya se han dado algunos resultados alentadores. Por ejemplo, en Belice, la biomasa de peces loro se ha incrementado desde su protección y ya se muestran indicios en la reducción de microalgas, señala Reporte del Arrecife Mesoamericano, del 2018, publicado por Healthy Reefs for Healthy People.
Con esta reciente decisión adoptada en México, son cuatro los países Mesoamericanos que han conseguido la protección de los peces loro, un esfuerzo regional que podría asegurar la conservación no solo de la especie, sino también de los arrecifes de coral.
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