- La rana más antigua del mundo podría desaparecer si es que no se protege el único espacio en el que vive amenazado por la tala de bosques.
- Un proyecto científico y aplicado a la comunidad busca generar prácticas de conservación del bosque donde viven las ranas en peligro de extinción, así como una educación ambiental que permita crear conciencia e interés en el cuidado de las especies.
Los anfibios son los vertebrados terrestres más amenazados del mundo. Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) el 40 % de estas especies está en peligro de extinción. Una de esas especies altamente amenazada es la rana verde de Mehuin (Insuetophrynus acarpicus), uno de los anfibios más raros del mundo porque posee un linaje genéticamente tan distinto a otras especies de ranas que es equivalente a la distancia evolutiva que existe entre los seres humanos y el mono. Sin embargo, esta rana única se encuentra en peligro crítico debido a que su hábitat es cada vez más reducido.
Tanto la rana verde de Mehuin como el sapo de Miguel y el sapo de Isla Mocha (Eupsophus insularis), cuyo hogar es el bosque ubicado en el territorio insular que le dio su nombre, ahora están siendo protegidos gracias a los proyectos Alianza para la Cero Extinción (AZE), una iniciativa internacional que busca proteger lugares únicos donde habitan especies amenazadas.
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La singularidad de la rana verde de Mehuin
Los anfibios fueron los primeros vertebrados terrestres en aparecer hace aproximadamente 370 millones de años. La rana verde de Mehuin, de cuerpo robusto, extremidades fuertes y color verde oliva o grisáceo, solo vive en el agua de los pequeños arroyos de montaña en la cordillera de la Costa de la Región de Los Ríos, al sur de Chile. Es por ello que se le considera una especie micro endémica, es decir, que solo se encuentra en una porción de territorio acotada dentro del país y en ninguna otra parte del mundo.
Esta rana está listada dentro de los cien anfibios con mayor riesgo de extinción en el mundo y dentro de esa lista ocupa el puesto número diez.
A partir de los estudios realizados por el proyecto Cero Extinción, los científicos pudieron determinar que esta especie se alimenta de un grupo particular de insectos acuáticos por lo que “dentro de la cadena trófica ellas ocupan un sitio que es irremplazable”, dice Felipe Rabanal, biólogo del Instituto de Ciencias Ambientales y Evolutivas de la Universidad Austral de Chile. Esto significa que si esta especie desapareciera, los insectos que ella depreda podrían multiplicarse y eso generar un desequilibrio ecológico, explica el biólogo. Pero además, agrega que “esta especie es distintiva desde el punto de vista evolutivo”, puesto que su linaje es muy antiguo y único. “Los humanos tenemos relaciones de parentesco antiguos con otros primates pero nuestras diferencias respecto al mono son muchas. Esta rana es así de diferente del resto de las ranas que habitan nuestro país y el mundo”, dice Rabanal. Es por ello que “si desaparece esta especie se pierde todo un linaje evolutivo de anfibios que no tiene otros parientes”, agrega.
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La Selva Valdiviana y la Isla Mocha: detenidas en el tiempo
Durante el período terciario, que se inició hace 65 millones de años atrás, cuando los dinosaurios se extinguieron, y finalizó hace 1,7 millones de años, el levantamiento de la cordillera de los Andes separó a este bosque de los demás presentes en América del Sur. Hoy conocido como Selva Valdiviana (Valdivian temperate rainforest), este lugar quedó aislado durante millones de años convirtiéndose así en una isla biogeográfica que alberga especies únicas de flora y fauna, como el pudú (Pudu puda), uno de los ciervos más pequeños del mundo, el pájaro carpintero más grande de América del Sur (Campephilus magellanicus) y la antigua rana verde de Mehuin.
La Selva Valdiviana posee características geográficas y climáticas que son únicas en Latinoamérica y en el mundo puesto que a pesar de tener un clima frío, con crudos inviernos en los que incluso cae la nieve, puede ser tan frondosa como la selva tropical. Sin embargo, actualmente solo queda el 40 % de su cubierta forestal. “Una de las mayores amenazas es la extracción de bosque nativo de manera no regulada o de manera ilegal o con malas prácticas”, señala Montserrat Lara, coordinadora del Ministerio de Medioambiente del proyecto Alianza Cero Extinción.
La tala de árboles para la agricultura, la ganadería y la leña; las plantaciones forestales de especies exóticas como el pino y el eucalipto que se destinan a la fabricación de celulosa y que luego se convertirá en papel; y la construcción de carreteras han arrasado con más de la mitad de este particular refugio de biodiversidad. Además, las boca tomas de agua para el consumo humano y el regadío desvían los cursos de agua donde habitan estas especies, explica la bióloga Marcela Vidal, miembro del Grupo de Biodiversidad de Cambio Global de la facultad de Ciencias de la Universidad del Bío-Bío. Especialmente grave resulta esto último para aquellas especies que viven donde el agua escurre, puesto que “donde el agua está empozada la rana no está”, dice Vidal.
Por otra parte, en la pequeña Isla Mocha, de apenas 48 km cuadrados, el bosque que cubre la cumbre del cerro y que es el hogar de la rana Eupsophus insularis, también se ha visto reducido y con él el hábitat de esta especie endémica. “La isla tiene todo su alrededor hecho pradera y en el centro está la reserva nacional. En ese pedazo de bosque que queda, ahí está la rana”, señala Vidal. Se trata del único bosque en el mundo en el que vive el sapo de Isla Mocha y su pequeño rango de distribución la hace altamente vulnerable. “Si se genera un desastre, como un incendio, la especie desaparece”, explica Rabanal. Además, según los estudios realizados, se estima que existen solo 20 individuos por cada 600 metros cuadrados. “En el trópico te metes a la selva y vas a encontrar muchas especies diferentes y muchos individuos por cada una. En un día puedes contar 50 o 60 animales. Acá encuentras cinco con suerte”, dice Vidal.
La deforestación causada para la producción de leña para cocina y calefacción y la introducción de ganado que pisotea el bosque y los arroyos donde vive el sapo de Isla Mocha son las principales amenazas para esta especie. Los efectos de la deforestación sobre los anfibios son tan directos que, al quedar desprotegidos bajo el intenso sol, “mueren desecados por la radiación solar”, explica Rabanal. Además, nuevas enfermedades han aparecido diezmando las poblaciones de anfibios alrededor del mundo. Es por ello, de hecho, que los científicos han propuesto que “a los turistas se les realice una desinfección —de los zapatos por ejemplo— para que no ingresen enfermedades infecciosas”, agrega Vidal.
La razón por la que estos animales son, entre todos los vertebrados terrestres, los más vulnerables, es debido a que “al tener la piel desnuda, es decir sin pelos ni plumas que la protejan, son biológicamente más sensibles”, explica Rabanal. A través de su piel, “la mayoría de las especies respiran y toman agua entonces cualquier agente químico los afecta directamente”. Es por ello, que los anfibios son considerados bioindicadores de la salud de los lugares donde habitan. Así, cuando dejan de haber ranas en un arroyo donde comúnmente habitaban, es un indicador de que probablemente el agua esté contaminada.
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El trabajo con la comunidad
Los sectores donde se encuentran las dos especies de ranas continentales que forman parte del proyecto Cero Extinción, la verde de Mehuin y el sapo de Miguel, no están protegidos. Es por ello que, para abordar el problema de la deforestación el proyecto decidió trabajar con la Corporación Nacional Forestal (CONAF), organismo encargado de administrar la política forestal chilena, para desarrollar un programa de capacitación en una de las comunidades donde la presión sobre el bosque es especialmente fuerte: Pichicullin.
Tres proyectos piloto se implementaron en predios particulares, en conjunto con sus propietarios, para la protección del hábitat de los anfibios. Uno de ellos fue la reforestación de áreas que habían sido taladas para la creación de praderas, también el cierre de los accesos al bosque para impedir que el ganado penetre en la zona boscosa y, por último, la construcción de un sendero con fines turísticos y educativos.
El proyecto implementó al mismo tiempo un trabajo de educación ambiental en ocho pequeñas escuelas rurales enfocado en la valoración de los anfibios nativos y sus hábitat. Los niños fueron al bosque y tomaron datos sobre los anfibios presentes, observaron su etapa de desarrollo, es decir, si se trataba de huevos, de renacuajos o de ranas adultas y llevaron esos datos a la escuela para analizarlos. Montserrat Lara cuenta que el proyecto educativo ha generado un resultado mucho mayor del que estaba planificado. “Los niños antes decían ‘¡puaj! una rana, ¡que asco!’ Ahora llegan a la escuela felices contando que encontraron una ranita en el patio de su casa. O cuentan que ‘cuando fui a buscar leña con mi papá, le dije que tuviéramos cuidado porque hay ranitas’. Los padres nos han contado también que ese mensaje ha llegado a las casas y tenemos la fe de que eso generará algún nivel de impacto”.
Foto Principal: Rana verde de Mehuin. Foto: Felipe Rabanal
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