La expansión de la frontera agrícola y el cambio climático enfrentan a estas aves con el ser humano y esto se ha convertido en una amenaza para su extinción. Según una investigación realizada por la Estación Biológica Doñana de España, que desarrolló un estudio en el 2014 en Bolivia, las aves —por lo general— van en busca de los cultivos de maní y maíz para contrarrestar el hambre que causa la falta de frutos silvestres, escasos por los largos periodos de sequía que azotan las zonas de los valles. Es en este desplazamiento que se genera un conflicto con el hombre.
Por su gran tamaño, 60 centímetros de longitud, esta paraba es muy visible y se le responsabiliza del daño causado a los cultivos, cuando en realidad otras especies, como los loros Psittacara mitratus, generan el mayor impacto, señalan los habitantes de los valles cruceños, que trabajan en la conservación de esta ave. En los sembradíos, estas vulnerables aves enfrentan varias batallas, pues son esperadas con trampas, flechas, hondas y escopetas. Algunos llegan incluso a usar aves muertas para espantarlas.
Actualmente, los comunarios más conscientes de la situación de la paraba se dan el trabajo de ‘lorear’, actividad que consiste en poner a una persona a dedicarse exclusivamente a ahuyentar a los hambrientos visitantes sin hacerles daño.
Cada vez menos
Los datos oficiales del Libro rojo de los vertebrados de Bolivia revelan que, desde finales de los 80 hasta mediados de los 90, esta especie disminuyó de 5.000 ejemplares a 2.000. Y, en 2014, la Estación Biológica de Doñana calculó que solo quedaban 807 individuos en vida silvestre. La UICN lanzó cifras aún más preocupantes en 2018, estimando que solo quedan unas 600 parabas frente roja.
Los documentos, que maneja la gobernación cruceña, dejan ver que el tráfico de esta especie no representa un gran volumen comparado al de otras parabas, pero que la extracción de pocas aves de esta disminuida especie, causa un terrible impacto. O sea, que si no se toman medidas inmediatas, este valioso ejemplar podría desaparecer en unas décadas de la naturaleza.
“Si las aves adultas son capturadas, las más jóvenes pueden perder la información sobre dónde encontrar comida o dónde están los mejores sitios para anidar y toda la memoria que se pasa de generación en generación. Esto sucede en las aves que se congregan, en ciertas épocas del año, grandes bandos”, sostiene Abraham Rojas, investigador cruceño.
La costumbre de criar aves como mascotas está muy arraigada en el área rural y urbana. Doñana reveló que en los valles bolivianos se encontraron cerca de 100 parabas frente roja en las casas. Esta cifra se obtuvo a raíz de un estudio de campo que abarcó la visita al 60% de las comunidades.
En las urbes se repite esta situación. Martha, una cruceña que vive en el centro de la ciudad, cría aves desde que era pequeña.
En la casa de sus padres siempre hubo loros y en la suya se repite esta costumbre. Ha tenido loros verdes, tucanes y parabas. Ella les encarga a sus amistades, que viajan constantemente al campo, que le traigan “pichoncitos”, por los que ha llegado a pagar desde 200 hasta 2.000 bolivianos, dependiendo del tamaño y especie.
“No sobreviven todos, son tercos y no quieren comer, especialmente estas parabas. Son muy orgullosas”, dice. A ella se le murieron dos. Para que no se escapen, Martha les corta las alas cada tres meses y, para ‘enseñarles’ a hablar, les da pan con vino. “Dicen que así se les suelta la lengua”, agrega.
Esta mujer, como otras personas, les están causando un daño mortal. Esa dieta ocasiona daños renales y hepáticos a estas aves que, en libertad disfrutan de frutas, verduras y semillas. “Nos traen pájaros con enfermedades múltiples y desnutrición, porque las personas creen que hacen bien en darles lo mismo que se sirven en la mesa”, dice Pablo Ulloa, veterinario del Zoológico de Fauna Sudamericana de Santa Cruz.
La afición de la gente por tener mascotas silvestres es tan grande que, por año, la Gobernación de Santa Cruz rescata de 800 a 1.000 animales de los cuales por lo menos el 60% son aves. Según sus informes, desde 2013, decomisaron 123 parabas; cuatro eran frente roja.
Juan José Céliz, responsable de Rescate e Ilícitos de Fauna Silvestre de la Gobernación cruceña, se enfrenta a diario a la cara más oscura del tráfico de animales.
“Es muy difícil dar con los traficantes, peor con los que tienen esta especie como mascota. La gente nos llama para avisarnos dónde están vendiendo o nosotros ponemos ‘trampas’ en las redes sociales, es más un trabajo de inteligencia y, a veces, logramos encontrarlos. Después de decomisar los animales procedemos a iniciar acciones legales. También hay personas que voluntariamente hace la entrega y en ese caso anotamos las condiciones en las que este animal entra al centro de atención y derivación de la Gobernación”, explica.
Una vez que los animales llegan al centro entran a cuarentena, donde les hacen los estudios para verificar su estado y se les da tratamientos, en caso de que así lo requieran. Una vez que se recuperan, son trasladados a recintos en los que esperan hasta que les dan un hogar permanente en centros autorizados.
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Otros también sufren
El Parabachi (Ara Severa) es una de las especies golpeadas por el comercio de la paraba.
Esta ave es capturada por sus plumas y su frente café, similares en algunos aspectos a la frente roja. Los encargados de la Gobernación recibieron una particular denuncia hace unos años: supuestamente un grupo de personas estaba vendiendo Ara Rubrogenys en un mercado, pero resultó que eran parabachis a los que habían sumergido en lavandina para que se decoloren. “Seguramente muchos murieron en el proceso”, indica.
Y, por si estas dificultades fueran poco, una posible nueva amenaza se suma a la lista contra esta golpeada población. Estas aves podrían estar alimentándose de cultivos tratados con químicos agresivos. Doñana encontró a la venta 102 pesticidas que los agricultores utilizan en sus cultivos, de los cuales 12 tenían etiqueta roja y eran peligrosos para la salud humana y para la fauna.
Con todas estas amenazas, ¿qué hacer? El director de Operaciones de la Fundación para la Investigación y la Conservación de loros en Bolivia, Jhony Salguero, hizo énfasis en la urgencia de unir fuerzas para sensibilizar a la población y que se entienda que el mejor lugar para las aves es su hábitat natural y no una jaula.