- En pleno desierto de Atacama hay un oasis en que habitan más de 500 especies de plantas, pero gran parte de ellas está en peligro por factores asociados a las actividades humanas.
- En un vivero en una pequeña escuela, niños están cultivando algunas de estas especies en peligro, con el fin de aprender de su “patrimonio vegetal” y evitar su extinción.
(Esta es una colaboración periodística entre Mongabay Latam y El Mercurio de Antofagasta)
Entre el desierto de Atacama, al norte de Chile, y el océano Pacífico existe un punto, en el paralelo 25°, donde la niebla ha generado un jardín en el que viven más de 500 especies de plantas. Aunque estas han logrado adaptarse al duro clima, el “factor humano” las tiene al borde de la extinción. La mayoría de ellas son especies que no existen en ningún otro lugar del planeta. Un pequeño vivero en una escuela rural podría ser el “arca de Noé” de estas flores.
La historia en 1 minuto. Video: Mongabay Latam.
La cuesta de Paposo es de esas tan largas, que para descender en vehículo es necesario hacerlo con el pie puesto en el freno. Las animitas a los costados del camino —pequeños santuarios construidos para la veneración de los muertos— son testimonios de que bajar lento no es un consejo para tomar a la ligera. Pero las animitas no es lo que llama más la atención de esta quebrada sino los cactus y matorrales que, de un momento a otro, comienzan aparecer en las laderas. Todo se vuelve más verde y ese planeta Tatooine que es el desierto de Atacama —el más seco del mundo— parece lejano, a pesar de estar apenas 100 metros más atrás.
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Oasis de niebla
Paposo —178 kilómetros al sur de la ciudad de Antofagasta y que alguna vez marcó la frontera entre Chile y Bolivia— es un isla ecológica. Un jardín que se mantiene gracias a la humedad aportada por el Océano Pacífico. “Oasis de niebla” le dicen los biólogos.
Esa niebla que cada mañana se introduce fantasmagóricamente entre los cerros permite que 539 especies de plantas vivan en ese lugar, según un estudio efectuado por la Secretaría Regional del Ministerio de Medioambiente de Antofagasta en 2010. De ellas, una buena parte son endémicas, es decir que solo se pueden encontrar en Paposo.
Por lo mismo, el oasis es sumamente frágil. Y eso se está haciendo dolorosamente evidente. La mayoría de los cactus tienen un aspecto fósil, como de huesos clavados entre las rocas, y los cactus jóvenes son escasos. Algunas flores que antes eran fáciles de encontrar, ahora solo se pueden observar en quebradas de difícil acceso. Cambio climático, pastoreo, expansión urbana y turismo irresponsable son parte de los riesgos asociados al hombre.
“Si desaparecen las plantas, desaparece la base trófica de los insectos; y si desaparecen los insectos, desaparece el alimento de los reptiles de la zona; y si desaparecen los reptiles, se mueren con ellos los zorros y algunas aves como el Halcón Peregrino”, explica Felipe Carevic, doctor en gestión ambiental y académico de la Universidad Arturo Prat, quien efectuó un catastro de la flora de Paposo.
Carevic describe así, didácticamente, la extinción en cadena que produciría la desaparición de las plantas. Una extinción que ya comenzó.
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El arca en la escuela
Media docena de plantas con flores azules, parecidas a la lavanda, crecen en unos pequeños maceteros. También hay plantas con flores amarillas, rosadas y algunos cactus.
Todas están al interior de un invernadero blanco en el patio de la Escuela de Paposo.
Paposo es una caleta entre el mar y la Cordillera de la Costa en la que vive un centenar de familias. Casi todas dedicadas a la pesca artesanal. Como la mayoría de los pueblos pequeños, tiene una posta, una pequeña plaza, un estadio y una escuela rural en que los niños cursan hasta sexto año de preparatoria.
Justamente en esa escuela el municipio de Taltal decidió instalar —en 2016— un invernadero que tiene como objetivo cultivar especies en peligro y replantarlas en los cerros que rodean Paposo.
Los niños participan de los cuidados de estas plantas, que posteriormente se propagarán en las quebradas y en jardines urbanos.
Este año una nueva generación de niños está recién insertándose al proyecto, por lo que aún no conocen bien los nombres de las especies o por qué es tan importante su conservación. Lo que sí han escuchado de sus padres, es que antes había muchas más flores en los cerros.
“Dicen que era más verde y que podían crecer hasta árboles”, cuenta Licarayén Padilla, alumna de quinto año de preparatoria. Ella es una de las estudiantes que este año empezará a trabajar en el invernadero.
Licarayén aún no conoce el nombre científico de las plantas que le tocará cuidar, pero sí se sabe algunas leyendas relacionadas a ellas. “La del michay es de una mujer del cerro que esperó tanto tiempo al pescador del que estaba enamorada, y que había muerto en el mar, que se convirtió en flor amarilla”, relata.
Justamente el michay de Paposo (Berberis litoralis) es una de las especies en peligro. Según datos de la Secretaría Regional del Ministerio de Medioambiente de Antofagasta, no quedan más de 50 ejemplares.
María Castillo, auxiliar de la Escuela de Paposo, recuerda que cuando era niña y vivía en el cerro con su familia, “había harta planta y en abril estaba todo verde. Pero antes uno no sabía la importancia de estas plantas. Hay algunas como el michay que ya no se ve, o el Chagual (Puya chilensis) que se come. Yo la comía. Mi mamita siempre traía. Esa planta nunca más se vio”.
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Banco de semillas
Antes de que existiera el invernadero, algunas de las semillas de las plantas de Paposo ya habían sido resguardadas en el Banco Base de Semillas que el Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias (Inia) tiene en la comuna de Vicuña, Región de Coquimbo.
El objetivo del Banco Base de Semillas es conservar “ex situ” —fuera de su hábitat natural— el patrimonio genético vegetal de Chile, lo que incluye plantas cultivadas y silvestres del país.
Aunque en un principio el banco fue creado para conservar la diversidad de los cultivos, esenciales para la agricultura y la alimentación, a partir del año 2001 —gracias a un proyecto internacional con el Millenium Seed Bank— se sumó un nuevo objetivo: conservar las semillas de plantas nativas del país, enfocándose especialmente en aquellas endémicas y en peligro de extinción. Justo la situación de muchas plantas de Paposo.
Carolina Pañitrur, investigadora del Programa de Recursos Genéticos, explica que el banco es una ‘póliza de seguro’. “Nos permite asegurar que las especies que tenemos conservadas hoy en día en forma de semilla serán capaces de reproducirse y producir nuevas plantas en un futuro y evitar una catástrofe”.
Actualmente tienen guardadas 224 accesiones de semillas provenientes de la Región de Antofagasta, de las cuales 142 —más de la mitad— provienen de la zona de Paposo. “Estas incluyen diferentes especies herbáceas, arbustivas y cactáceas, en su mayoría endémicas de Chile, es decir, que crecen solo acá y en ningún otro lado del mundo”.
Y es que el endemismo es una de las características más importantes de Paposo y justamente lo que las vuelve tan frágiles. Algunas flores solo se ven en un par de quebradas y si un alud u otro factor las elimina de ahí, las elimina del mundo.
El Banco de Semillas, a pesar de ser una entidad dependiente del Estado, debe postular a fondos públicos y privados para desarrollar proyectos. Por lo mismo, actualmente está postulando a la licitación “Diagnóstico y conservación de flora costera, región de Antofagasta” del gobierno regional, la cual tiene como objetivo diagnosticar el estado de la flora costera de la región de Antofagasta y aplicar medidas piloto de conservación ex situ, propagación y reintroducción de las especies amenazadas de la zona.
“Debemos constantemente estar postulando a proyectos externos, nacionales o internacionales, que nos permitan cumplir con nuestra misión”, explica Carolina Pañitrur.
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Resultados alentadores
El ingeniero agrónomo José Delatorre, quien es uno de los académicos que asesora el proyecto del vivero en la escuela, relata que los habitantes de Paposo “tienen una cultura en torno a las flores, pero esto no significaba que todos supieran que había que protegerlas”.
Delatorre sostiene que justamente instalar el vivero en la escuela tiene como principal objetivo enseñar a las nuevas generaciones la importancia de proteger este patrimonio vegetal, además de preservar y multiplicar las especies. “Los niños participan de todo el proceso. De tratar las semillas para plantarlas y de cuidarlas hasta que estén aptas para replantarlas y multiplicarlas”, explica Delatorre.
Y no es un proceso fácil, asegura el académico. “Son especies nativas no domesticadas”.
Pero a pesar de la dificultad, ya han obtenido buenos resultados con varias especies. Entre ellas la Dalea azurea, una de las más icónicas de la zona y que los niños suelen llamar “lavanda” (aunque no es la misma especie).
Esta planta tiene un porcentaje de sobrevivencia, una vez reinsertada en el medio natural, de un 30 %. Puede parecer poco, pero es una enorme cifra tomando en cuenta que se encuentra en un nivel de peligro crítico, por lo que sin el trabajo que actualmente se está haciendo en la escuela de Paposo, la dalea azurea estaría más cerca de la extinción.
Otras plantas que tuvieron un buen comportamiento en las condiciones del vivero, son la Dicliptera paposana, la Senna brongniartii y la plumbago.
De hecho, la dicliptera tiene alrededor de un 80 % de sobrevivencia en medio controlado, lo que la hace una de las mejores alternativas para replantarla en espacios públicos, ya que se puede propagar a través de semillas o por el método de las “patillas” (replantar sus tallos).
Carlos Iriarte, encargado de Medioambiente de la Municipalidad de Taltal e impulsor del proyecto del vivero, explica que tomando en cuenta los resultados obtenidos, este año pretenden cultivar 2 mil plantas de las cuatro especies antes nombradas, para insertarlas en espacios públicos de la comuna. “Nuestras áreas verdes deberían tener este tipo de especies que son tan únicas y nuestras”, explica.
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Sentido de pertenencia
Un grupo de 14 niños de cuarto y quinto preparatoria entran al vivero y toman inmediatamente las plantas que cultivan en maceteros. “Esta es mía”, dice uno de ellos, mostrando un pote de plástico con una pequeña rama verde que se asoma. “Es de un poroto (frijol)”, explica.
Otra niña muestra una pequeña planta de lenteja y una de zanahoria. Son pequeños experimentos con plantas comunes, antes de pasar a las endémicas, que son mucho más difíciles de cultivar.
Carlos Iriarte explica que la idea principal del invernadero es involucrar a los habitantes de Paposo desde niños en el cuidado de estas plantas. “Lo que hemos visto es que los niños que participan del taller cuidan más la flora local, reconocen las plantas y enseñan a los adultos”, asegura.
La directora de la escuela, Susana Rubio, dice que el impacto del trabajo en el vivero para los niños que ya egresaron de la escuela —y que actualmente estudian en liceos de Taltal y Antofagasta— fue notable. “Los paposinos en general tienen un sentido de pertenencia muy arraigado. Aunque no sepan los nombres, saben que sus plantas son únicas”.
“Únicas, frágiles y que pueden tener propiedades que no hemos estudiado y que si se extinguen, no conoceremos”, recalca Carlos Iriarte.
De una especie, la orquídea de Paposo, lo único que queda es una foto de 1993 tomada por un investigador holandés. La flor ya estaba desecada. A pesar de los esfuerzos de los investigadores, no se ha vuelto a encontrar.
Foto principal: Cristián Ascencio