- En Perú, una comunidad ubicada por encima de los 3000 metros de altura apuesta por el rescate del sancayo.
- En Colombia se trabaja en la recuperación de tres tubérculos andinos: la ibia, el cubio y la ruba.
- En Bolivia, se impulsa el aprovechamiento sostenible del asaí para frenar la extracción de las palmeras donde crece este fruto silvestre; mientras que en Ecuador se promueve el cultivo de cacao endémico de la Amazonía.
La seguridad alimentaria en el planeta está al borde del colapso. Según un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO), presentado en febrero de este año, la alimentación del mundo descansa, principalmente, sobre 9 de las 6000 plantas que se cultivan para este fin. Este pequeño grupo que no supera la decena, representa el 66 por ciento del total de la producción agrícola.
Existe entonces una gran dependencia a un grupo muy reducido de especies, lo que atenta a su vez contra una variedad de cultivos que van desapareciendo poco a poco de los campos. Frente a este panorama preocupante, las especies silvestres y cultivos tradicionales son los más afectados. Muchos han sido olvidados, son subutilizados o están restringidos a zonas muy pequeñas que ponen en riesgo su supervivencia.
En el Día Internacional de la Diversidad Biológica, Mongabay Latam presenta cuatro experiencias de rescate y conservación de especies tradicionales que han sido preservadas durante siglos por las comunidades campesinas y nativas de Latinoamérica, y que actualmente libran una batalla contra el olvido.
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Perú: el sancayo de la felicidad
En los Andes peruanos, a más de 3300 metros de altura crece el sancayo (Corryocactus brevistylus), un fruto silvestre que soporta las difíciles condiciones climáticas de las montañas andinas.
A pesar de su apariencia, lleno de espinas, las comunidades que lo conocen desde tiempos ancestrales lo consideran el fruto de la felicidad por sus propiedades antioxidantes y su capacidad relajante. Según cuentan en la comunidad campesina de Yabroco, “el sancayo alivia los disgustos, las penas y nos causa felicidad”, dicen los comuneros.
Manuel Mavila, coordinador Nacional del Programa de Pequeñas Donaciones del GEF en Perú, explica que la comunidad campesina de Yabroco ha hecho una alianza con la Asociación Agroturismo Industrial Yabroco (AINYA) para llevar adelante un proyecto con el fin de conservar y producir de manera sostenible este alimento silvestre.
Para ello, se han destinado 55 hectáreas para la producción del sancayo que servirá para mejorar los ingresos de la comunidad. Según los cálculos del proyecto, cada año se pueden obtener dos toneladas del fruto que, al ser comercializados, podrían generar ingresos de 14 mil soles.
La comunidad ha elaborado su primer Plan de Manejo (DEMA) que ha sido aprobado por el Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (SERFOR) y que servirá para que se coseche y comercialice el fruto y sus derivados sin alterar la sostenibilidad del cactus. El siguiente paso será incrementar la producción y elaborar productos con valor agregado como helados, refrescos y mermeladas, de tal forma que se potencien los ingresos.
La iniciativa surgió de la misma comunidad pues más allá de los beneficios económicos, lo que realmente se busca es conservar esta especie tradicional que actualmente enfrenta amenazas como la erosión del suelo, el cambio climático o actividades locales como el sobre pastoreo.
“Las especies nativas son las más adaptadas a ecosistemas locales, no generan daños ambientales y crecen en simbiosis con otras especies. Pero también es importante el conocimiento local, pues son las comunidades las que conocen sus usos y sus beneficios”, señala Mavila.
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Colombia: tres cultivos ancestrales
Cuando la agrónoma Neidy Clavijo dejó Ecuador para instalarse en Colombia se llevó muchos recuerdos, entre ellos, los sabores y aromas de los cultivos andinos como la ibia u oca (Oxalis tuberosa Molina), el cubio o mashua (Tropaelum tuberosum) y la ruba u olluco (Ullucus tuberosus Caldas). Dejó de verlos y comerlos durante muchos años hasta que un día los encontró en una feria campesina en Boyacá.
Ese fue el inicio de sus estudios e investigaciones de estos tres tubérculos andinos. Visitó Turmequé y Ventaquemada, dos municipios del departamento de Boyacá, donde aún se cultivaban estos alimentos y creó con ellos un banco de semillas. Con el tiempo, además, las familias con las que trabajó formaron la Asociación Innovadora de Tubérculos Andinos de Boyacá (AITAB), con el propósito de continuar con la recuperación, conservación y venta de estos tubérculos andinos.
“Estos cultivos forman parte de una lista de especies que están siendo subutilizadas y prácticamente han sido olvidadas”, señala Clavijo, quien es coordinadora de la Línea de Investigación sobre Agroecología en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá y, desde hace más de una década, lidera una propuesta para la conservación de estas especies.
Según el artículo científico “Tubérculos andinos y conocimiento agrícola local en comunidades rurales de Ecuador y Colombia” —elaborado por Clavijo y Manuel Pérez Martínez— los agricultores de Turmequé y Ventaquemada coinciden en que a partir de los años setenta, la práctica de la agricultura industrializada intensificó la mecanización agrícola, el uso de productos químicos y los monocultivos. Esto afectó a los cultivos destinados a la alimentación diversificada, en particular, a las tres especies mencionadas.
En estas localidades —dice el estudio— estos cultivos son considerados limpios, porque no requieren de productos químicos. Las comunidades campesinas e indígenas de las zonas de estudio aún cultivan, en pequeñas cantidades, la ibia, el cubio y la ruba, debido a sus aportes alimenticios y las propiedades medicinales que les adjudican.
“Las raíces y tubérculos andinos son ricos en carbohidratos, vitamina A, hierro y zinc, entre otras propiedades. Tienen miles de años de usos local, pero recién se está reconociendo su valor cultural y nutritivo”, agrega Clavijo.
La catedrática recuerda que entre la década entre 1993 y 2003 se avanzó con estudios académicos sobre los cultivos tradicionales, pero recién ahora se ha volteado la mirada a las comunidades que han hecho posible que estos cultivos aún estén presentes.
“Hemos perdido la memoria alimenticia que se relaciona con estas especies. En las ciudades no se consumen. Sin embargo, se ve brillar a estos productos en las ferias agroecológicas”, asegura.
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Bolivia: aprovechamiento sostenible de asaí
En la década de 1990, la extracción de palmito silvestre fue una práctica extendida en muchas comunidades amazónicas que ocasionó la disminución de la especie y la degradación de los bosques cercanos a estos pueblos. Sin embargo, una propuesta para aprovechar el fruto de estas palmeras, el asaí, en lugar de tumbar las plantas está frenando la depredación de las palmeras.
“La recolección de fruto de asaí reemplaza la extracción del palmito, promueve la conservación del bosque y la regeneración de áreas devastadas”, comenta Ruth Delgado, bióloga de la Fundación Amigos de la Naturaleza (FAN), organización que en el 2008 inició el proyecto de aprovechamiento sostenible de frutos de asaí en el Bajo Paraguá.
Desde entonces, FAN ha implementado varios proyectos de apoyo al aprovechamiento sostenible de este fruto en los departamentos de Santa Cruz, Beni y Pando, práctica que se ha incrementado en la última década en la Amazonía de Bolivia.
El uso sostenible de este fruto silvestre —reconocido por su alto contenido de nutrientes, en especial de antioxidantes— también contribuye a la diversificación de los medios de vida de comunidades indígenas y campesinas y a mantener la diversidad biológica.
“La experiencia ha demostrado que es posible pasar de un aprovechamiento depredador de un recurso, como era el caso de la extracción de palmito, hacia un manejo sostenible del mismo, mediante sus frutos, cuando existen mercados y la viabilidad técnica y social de agregar valor al recurso en las mismas comunidades”, explica Delgado.
Los resultados de esta década de trabajo han sido alentadores. De acuerdo con la evaluación de FAN, se ha desarrollado un mercado nacional para la pulpa de asaí y sus productos derivados, y se ha ingresado al mercado internacional con asaí liofilizado.
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Ecuador: cacao endémico de la Amazonía
La Reserva de Biósfera Yasuní enfrenta fuertes presiones debido a la sobre explotación de animales silvestres, la degradación de bosques por tala ilegal y la apertura de carreteras para la explotación petrolera.
Especies como el pecarí de labio blanco (Tayasu pecari), el pecarí de collar (Pecari tajacu) y un roedor grande de la región, comúnmente llamado guanta (Caniculus paca) eran cazados y vendidos en grandes cantidades en el mercado de Pompeya, localizado en la ribera norte del río Napo.
En ese contexto, en el año 2010 nació el proyecto Chocolate para la Conservación, una alternativa de manejo sostenible de tres cultivos de cacao endémicos de la Amazonía que se convirtió en una apuesta socioeconómica para las familias del pueblo indígena Waorani, cuyo territorio forma parte de la Reserva de Biósfera Yasuní.
“La propuesta busca contrarrestar la cacería furtiva que estaba amenazando la soberanía alimentaria de dichas familias y les permite generar ingresos para cubrir sus necesidades en salud y educación”, señala Elizabeth Riofrio, coordinadora del proyecto Chocolate para la Conservación de la Fundación EcoCiencia.
En este proceso de cambio de actividad económica, las mujeres jugaron un rol trascendental, puesto que ellas tienen gran influencia en la vida comunitaria y en las decisiones de la familia. Las mujeres Waorani también cazan, por tanto, tienen gran capacidad de participación directa en las discusiones y están interesadas en proteger la soberanía alimentaria de sus familias.
Es así que, para proteger su cultura y su territorio, crean la Asociación de Mujeres Waorani de la Amazonía Ecuatoriana (AMWAE) y su marca de chocolate WAO, que se concibe como una estrategia alterna para disminuir el comercio ilegal de fauna.
Un estudio reciente de Nature Ecology & Evolution del genoma del árbol del cacao (Theobroma cacao) señala que dada la presencia de una mayor diversidad genética del cacao en el Alto Amazonas, lo más probable es que fuese domesticado inicialmente ahí, específicamente por la cultura Mayo-Chinchipe en Ecuador, hace 5300 años.
Pero los cultivos de cacao del pueblo Waorani no están libres de amenazas, principalmente de actividades extractivas, como el aprovechamiento de petróleo, la minería y la tala, entre otros.
Riofrio menciona que hasta ahora, Chocolate para la Conservación ha tenido buenos resultados. Entre los principales se pueden considerar la reducción de la cacería furtiva en el territorio Waorani; el cierre del mercado de Pompeya, uno de los centros más importantes de venta de carne silvestre en la Región Amazónica; la recuperación de zonas previamente deforestadas que ahora son plantaciones biodiversas; así como el empoderamiento de las mujeres Waorani y de la organización que las representa. “Los ingresos que las mujeres ahora reciben asociados al cacao, son reinvertidos en gastos escolares y de salud”.
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