- En la isla Margarita, en Venezuela, la población de loros de hombros amarillos se han recuperado gracias a una estrategia que incluye diversas medidas de protección para reducir el saqueo de nidos de estas aves propensas al tráfico de mascotas.
- José Sarasola ha logrado reducir las muertes de águilas del Chaco, en Argentina, creando simples soluciones técnicas y concientizando a la población.
- En Costa Rica, Ilena Zanela demostró la importancia del Golfo Dulce en la conservación de tiburones martillo al ser un criadero de juveniles.
Tres latinoamericanos fueron reconocidos este año con los Premios Whitley 2019, uno de los galardones más importante del mundo de la conservación. En una ceremonia celebrada en Londres, en la que se destacó el trabajo de seis personas de diferentes lugares del mundo, se premió el esfuerzo de José Sarasola, quien trabaja para salvar de la extinción a las Águilas del Chaco (Buteogallus coronatus) en Argentina; a Ilena Zanella, que ha dedicado su carrera a proteger los tiburones martillo (Sphyrna mokarran) del Golfo Dulce en Costa Rica; y a Jon Paul Rodríguez, por implementar un exitoso programa para recuperar las poblaciones de los tristemente traficados loros de hombros amarillos (Amazona barbadensis) en Venezuela.
Este último investigador merece una mención aparte, pues fue el gran ganador del certamen al recibir la máxima distinción, el Premio de Oro Whitley, en reconocimiento a su sobresaliente contribución a la conservación. Jon Paul Rodríguez es actualmente el presidente de la Comisión de Supervivencia de Especies de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
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Jon Paul Rodríguez: el guardián de los loros de hombros amarillos en Venezuela
Desde hace 30 años que Rodríguez trabaja para Provita, la ONG que él mismo fundó para promover la conservación del loro de hombros amarillos, también conocido como cotorra cabeciamarilla, en la isla caribeña Margarita. Un ave en peligro de extinción amenazada por la reducción de su hábitat y la caza furtiva para el comercio local e internacional de mascotas.
La estrategia de conservación impulsada por Rodríguez, que se enfocó en proteger los nidos de las aves, con la ayuda de las comunidades locales, la policía y las autoridades nacionales, no tardó en dar buenos resultados. Por eso en el 2003 fue reconocido por primera vez con el “Oscar Verde” de la conservación, como se suele llamar al premio Whitley. Gracias a este reconocimiento, y a fondos adicionales proporcionados por la Whitley Fund for Nature, el investigador venezolano pudo potenciar su trabajo y reducir el saqueo de nidos en un 83 % para el 2004.
Para lograrlo, Provita aplicó diversas estrategias: se asoció con compañías areneras que operan en Margarita para salvaguardar y restaurar el hábitat de la vida silvestre, y crear un área de conservación de 700 hectáreas.
También generó nuevos puestos de trabajo. Fue así como se formó un pequeño ejército de guardianes de nidos para proteger de la caza furtiva a los loros de hombros amarillos, durante la época de reproducción, ofreciendo así a la comunidad medios de vida alternativos a la venta de aves. De hecho, “el esquema está convirtiendo a los excazadores furtivos en protectores de loros”, asegura el premio Whitley.
Además, desde que Rodríguez recibió el premio en 2003, Provita reparó los nidos que habían sido dañados por los cazadores y plantó también 3000 árboles nativos para aumentar la disponibilidad de sitios de anidación y alimentación para loros, así como para otras especies endémicas de Margarita.
El equipo de investigadores y colaboradores, liderado por Rodríguez, llevó a cabo un seguimiento a largo plazo de la población de Amazona barbadensis proporcionando información vital para su conservación. También impulsó la educación ambiental en 13 escuelas y comenzó un trabajo para examinar las causas detrás del comercio de mascotas, tarea en la que participaron psicólogos de la conservación con el fin de desarrollar campañas de divulgación para erradicar esta práctica.
Hoy, el loro de hombros amarillo está en franca recuperación en isla Margarita y actualmente se cuentan 1700 aves versus 700 que había al inicio del proyecto. Un éxito sobresaliente sobre todo considerando la profunda crisis que golpea a Venezuela y que ha traído consecuencias devastadoras para diferentes proyectos de conservación en el país. Y es que, según explica Rodríguez, el hecho de trabajar “lejos de Caracas, en una zona relativamente remota, nos hace estar bastante protegidos de las dificultades políticas y económicas”.
El éxito de esta iniciativa de conservación llevó a Rodríguez a ganar, este año, el Premio Oro Whitley y 60 000 libras esterlinas (unos 78 400 dólares) que serán utilizadas para seguir potenciando el trabajo hasta ahora realizado y extender el modelo hacia la isla vecina de Bonaire, donde las poblaciones de loros continúan en descenso.
Además, con esta nueva inyección de recursos se desarrollará el primer plan de acción para la conservación del loro de hombros amarillos, utilizando los estándares de la UICN, y se capacitará a 12 nuevos guardianes ecológicos para vigilar y monitorear los nidos en riesgo por la caza furtiva.
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Los tiburones martillo en Costa Rica
La costarricense Ilena Zanella fue otra de las ganadoras del premio Whitley por el trabajo que realiza en beneficio de la conservación de tiburones martillo, en el Golfo Dulce, ubicado en la costa pacífico, al sur del país centroamericano.
“La Isla del Coco cambió mi vida cuando era una estudiante de biología marina”, dice Zanella. “Ver estas inmensas agrupaciones de tiburones martillo adultos, me motivó e inspiró”, cuenta la bióloga que impulsó la creación de Misión Tiburón, un centro de investigación que se ha encargado de demostrar a lo largo de 10 años, que el Golfo Dulce tiene una particular importancia como criadero de estos animales.
“Allí las hembras paren a sus crías y los juveniles pasan sus primeros tres a cinco años de vida. Luego, cuando son subadultos empiezan a migrar hacia aguas abiertas llegando a las islas oceánicas de Galápagos, Isla del Coco y Malpelo”, explica Zanella.
Aunque el tiburón martillo es una especie en peligro de extinción, según la UICN, en Costa Rica la comercialización de este animal es legal y su carne es vendida en el mercado local. Cuando la captura de tiburones martillo es particularmente alta y no logran vender todo el producto al mercado local, entonces lo utilizan como cebo para capturar otras especies de mayor valor económico, como los pargos (Pagrus pagrus). “El uso como cebo de una especie en peligro de extinción es inconcebible, para mí es desgarrador”, confiesa Zanella.
Las investigaciones realizadas por la bióloga marina y su equipo han demostrado que el Sphyrna mokarran es la especie de tiburón más capturada en el Golfo Dulce y que tiene una alta mortalidad. “El 85 % de los tiburones martillo capturados vienen ya muertos”, asegura la científica. “Como consecuencia, la liberación de individuos no es una eficiente estrategia de protección. Se necesita cerrar áreas para la pesca”, agrega.
Fue así como, a partir de los datos recopilados por el equipo de Misión Tiburón, los humedales costeros del Golfo Dulce se declararon santuario de tiburones martillo en mayo de 2018, incluida una zona de no captura de 4000 hectáreas. Se trata del primer santuario de tiburones en Costa Rica y el primero a nivel mundial centrado específicamente en el hábitat de juveniles.
“Sin embargo, ahí siguen las actividades ilegales”, asegura Zanella, por ello, “es esencial fortalecer el Santuario, apoyando al Ministerio de Ambiente”. Por eso las 40 000 libras esterlinas (52 000 dólares) otorgadas como parte del premio Whitley, serán destinadas al monitoreo de la población de tiburones martillo en el Golfo Dulce, mediante la implementación de un programa de marcaje satelital y acústico.
Además, el dinero servirá para apoyar el programa de control y protección, mediante el desarrollo y capacitación del uso de una aplicación para realizar reportes de pesca ilegal.
Por último, permitirá involucrar a las comunidades en la protección de la especie mediante la implementación de una estación educativa. Un centro que recibirá a niñas y niños, a jóvenes de las comunidades locales de Golfo Dulce para participar en actividades educativas, talleres, campañas informativas y capacitaciones.
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José Sarasola y las águilas del Chaco
Aunque las águilas han sido consideradas, a lo largo de la historia, criaturas importantes y hasta sagradas por distintas civilizaciones, para muchos productores ganaderos de las provincias de La Pampa y Mendoza, en Argentina, representan una molestia, una amenaza para su ganado puesto que tienen “la errónea creencia de que estas águilas predan sobre su ganado, particularmente ovejas y cabras”, señala el biólogo José Sarasola, director del Centro para el Estudio y Conservación de las Aves Rapaces en Argentina (CECARA). Es por eso que en dichas provincias el águila del Chaco (Buteogallus coronatus) es acechada constantemente.
Esta fue una de las razones por las que el biólogo eligió esta zona para implementar un proyecto de conservación con el propósito de cambiar el comportamiento de los ganaderos. El objetivo era hacerles ver que las águilas del Chaco “se alimentan exclusivamente de animales silvestres que ellas mismas cazan, principalmente víboras y serpientes pero también armadillos”, explica Sarasola. El resultado ha sido exitoso reduciéndose considerablemente las muertes por persecución. “Aunque seguimos registrando casos de forma esporádica, el último de ellos data aproximadamente de hace cuatro años. Por otra parte, gran parte de la población local ahora conoce y reconoce a la especie, así como su problemática de conservación”, asegura el biólogo.
Pero no solo el trabajo de los ganaderos de La Pampa y Mendoza representa un problema para esta especie que se encuentra en peligro de extinción y con menos de 1000 individuos adultos, según la UICN. La investigación de Sarasola determinó también que las águilas mueren electrocutadas por los tendidos eléctricos y ahogadas en los tanques de agua que los productores suelen construir para hacer frente al árido clima de esta zona.
Para solucionar este problema, el biólogo demostró que la mortalidad por ahogamiento se reduce en un 50 % si es que se instala, en los tanques de agua, una rampa que permita a las aves tomar agua de forma segura y abandonar los reservorios sin caer en ellos. Además, el experto ha establecido relaciones con compañías de energía que están dispuestas a hacer que sus torres de protección sean seguras para la vida silvestre.
“Necesitamos ser creativos para encontrar las soluciones más inteligentes y prácticas para detener las extinciones de especies”, señala Sarasola, quien está convencido de que el trabajo con las comunidades es la clave para lograr el éxito de los proyectos de conservación.
Con las 40 000 libras esterlinas (52 000 dólares) recibidas de su Premio Whitley, el área de intervención del CECARA se ampliará cubriendo 20 000 km2 entre las dos provincias.
El objetivo es reducir aún más la matanza ilegal del águila de Chaco cambiando la percepción que tiene la comunidad sobre esta ave; trabajar con los agricultores para implementar soluciones simples para evitar que las águilas mueran ahogadas en los tanques de agua e involucrar más a las compañías eléctricas para que tomen medidas que permitan impedir que las águilas mueran electrocutadas.
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