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Un veneno que salva

 

Como el suero antiofídico llega a poblaciones de escasos recursos de países como Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Panamá, Colombia y Ecuador ─en estos países, en conjunto, se presentan alrededor de 6000 accidentes ofídicos (mordeduras de serpiente) al año─, no representa un  mercado atractivo para las empresas farmacéuticas y, por lo tanto, estas no muestran interés en desarrollar antivenenos o los venden a precios elevados.

“En los países de Centroamérica o África, donde se distribuyen nuestros antivenenos, el precio del mercado de cada frasco es menor a 30 dólares mientras que en Estados Unidos cada frasco de antivenenos similares a los nuestros, producidos por empresas privadas, se venden a precios entre los 800 y 1000 dólares”, comenta Alberto Alape, director del Instituto Clodomiro Picado desde el 2012.

Según Alape, en África, por ejemplo, cada frasco de antiveneno producido por la empresa francesa Sanofi Pasteur se vendía a un precio cercano a los 200 dólares. “Hay que tomar en cuenta que, para el tratamiento de envenenamientos severos, se necesitan más de 10 frascos”, añade.

En ese sentido, el mandato social del Instituto Clodomiro Picado es fabricar antiofídicos que se comercialicen a un bajo precio con el fin de dar acceso al tratamiento. Pero esta labor se está viendo amenazada con la disminución de la serpiente matabuey debido la pérdida de hábitat, la extracción ilegal y la matanza de individuos. Todo esto está conduciendo a la desaparición de la especie, y con ello, el suministro de veneno para fabricar suero polivalente se vería comprometido.

“Si llega a escasear el veneno de la matabuey, al punto de no poderlo incluir en la mezcla, se pondría en riesgo a las personas”, alerta Greivin Corrales,  investigador del Instituto Clodomiro Picado y quien se encarga del manejo de las serpientes venenosas en el serpentario de este centro científico.

Asimismo, el investigador agrega: “el 70 % de los accidentes ofídicos en el país se deben a terciopelo. La matabuey es muy raro que muerda a una persona, pero sí se dan accidentes y los síntomas son más severos por lo que definitivamente necesitamos tener suero disponible, de lo contrario, la persona puede morir”.

¿Quiénes están en riesgo? Aquellos que suelen ingresar al bosque primario como indígenas e investigadores, así como los guías y visitantes  de un país que depende del turismo de naturaleza.

“No solo la población costarricense se estaría perdiendo del suero, sino también el resto de los países centroamericanos”, comenta Corrales. Aunque todavía tienen veneno para trabajar, centran esfuerzos en un proyecto de conservación y reproducción “que nos permitirá solventar la situación a futuro”.

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Conservación in situ

 

El proyecto de conservación y reproducción de la matabuey, ejecutado por el equipo del serpentario del Instituto Clodomiro Picado y la empresa turística Ríos Tropicales, consta de dos métodos. Uno de ellos es conservar la especie in situ, es decir, en su hábitat natural.

Ríos Tropicales posee una reserva privada de 975 hectáreas de bosque, ubicada en Siquirres de Limón ─Caribe de Costa Rica─. Esta resguarda el 10 % del área que comprende el Corredor Biológico Barbilla – Destierro, que conecta con la cordillera de Talamanca donde yace mucho del bosque primario del país.

Cada dos meses, durante tres días y dos noches, un equipo de investigadores ingresa a la reserva. Allí toman datos de avistamientos de matabuey con sus respectivas coordenadas geográficas, así como datos de temperatura y humedad relativa, historia natural y ecología.

“Se trata de traducir los datos recolectados in situ al manejo en cautiverio con el fin de que las serpientes estén en condiciones tan buenas que puedan reproducirse. Gracias a eso es que hoy somos capaces de mantenerlas con éxito en el serpentario”, explica Greivin Corrales.

A la fecha han tenido suerte con adultos de matabuey, pero el reto está en los neonatos. “Casi no sabemos nada porque cuesta mucho verlos en el bosque”, indica el investigador. En el futuro, y en colaboración con otras entidades, el objetivo es colocar microchips en neonatos y juveniles para hacer telemetría y conocer cómo se mueven por el bosque.

El personal de Ríos Tropicales también colabora activamente en la investigación. Ubican banderas rojas en el bosque cuando avistan algún ejemplar, lo cual sirve a los investigadores para tomar las coordenadas y posteriormente modelar la distribución de la especie en la zona.

Maikol Montenegro es uno de los guías que ingresan con los investigadores al bosque. Confiesa que al principio le tenía un poco de miedo a la matabuey, ya que es venenosa, pero que ha ido aprendiendo más sobre la especie.

“Ahora entiendo la importancia de protegerla. Esta serpiente vive en sus áreas de bosque y, más bien, somos nosotros los que invadimos su territorio y mucha gente la mata por ignorancia”, comenta Montenegro.

De hecho, y según Kendall Jiménez, encargado de control interno de la empresa turística Ríos Tropicales, el esfuerzo por involucrar a los guías en la toma de datos enriquece su conocimiento y mejora su servicio turístico pues también educan en temas ambientales a los visitantes.

“Lo que empezó siendo un proyecto de conservación terminó teniendo un impacto social y cultural en el pueblo. El mensaje ahora es diferente y hasta alcanzó a otras empresas”, dice Jiménez.

Al igual que sucede con los pajareros ─quienes invierten en viajes especializados con tal de observar una ave determinada ─, los herpetólogos viajan con el objetivo de avistar un reptil o anfibio específico. Ríos Tropicales se está posicionando como el hot spot o punto caliente de la matabuey.

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Conservación ex situ

 

El segundo método del proyecto de conservación de la víbora matabuey es ex situ, es decir, el manejo de la especie en cautiverio. La meta es que, en unos cinco años, las serpientes nacidas y mantenidas bajo cuidados humanos suministren de veneno al Instituto Clodomiro Picado.

“Tenemos que saber cómo mantener los animales en cautiverio para que estén en buenas condiciones y extenderles el período de vida para que produzcan veneno que nos permita hacer los antiofídicos”, explica el también investigador del Instituto, Aarón Gómez.

El trabajo no es fácil. Si el manejo de serpientes en cautiverio ya tiene sus retos, trabajar con la matabuey es un enorme desafío. Es una de las especies de serpiente más complicadas debido a que son muy sensibles al estrés. Sufren del síndrome de mala adaptación: se estresan tanto que dejan de comer y mueren de inanición.

En este sentido, los investigadores no solo se enfrentaban al reto de que la serpiente se adaptara al cautiverio sino que lo hiciera de tal forma que llegara a reproducirse. Actualmente, el serpentario cuenta con un macho y tres hembras, todos adultos que llegaron por donaciones o decomisos. Dos de las hembras ya lograron reproducirse y se espera que la tercera lo logre este año.

El investigador Greivin Corrales utilizó los datos de temperatura y humedad relativa obtenidos en el bosque para simular las condiciones de la madriguera que utilizaría una de las hembras para poner los huevos.

Incluso, se logró construir una caja que simulaba la estructura que suelen tener las madrigueras para que las hembras pusieran los huevos y allí mismo iniciaran el cuido parental.

Los recintos de las matabuey cuentan con sensores ─útiles para simular las condiciones ambientales del hábitat─ y cámaras para monitorearlas. De hecho, se logró grabar la cópula, la puesta de huevos y su posterior eclosión (nacimiento). Los neonatos están siendo meticulosamente monitoreados.

El siguiente paso es lograr que esas pequeñas serpientes crezcan para extraerles veneno en unos tres o cinco años. “Nuestro objetivo es obtener el veneno de los ejemplares que nacen en cautiverio porque son menos susceptibles al estrés en comparación a ejemplares silvestres que se inmuno suprimen (lo que popularmente se conoce como una baja de defensas)”, explica Corrales.

Si bien el estrés no incide en la calidad del veneno, sí afecta la cantidad, lo cual es preocupante dado que la matabuey produce muy poco en comparación con otras especies. De hecho, por regla general, a las serpientes del Instituto Clodomiro Picado solo se les extrae veneno tres veces al año. “Evitamos estresarlas con constantes extracciones”, enfatiza Corrales.

En un futuro, el Instituto podría incursionar en nuevas líneas de investigación relativas al veneno de la matabuey. “De hecho, existe un artículo científico que dice que, si se logra hacer un monovalente de Lachesis (matabuey), este cubriría a las cuatro especies presentes en América Latina. Eso quiere decir que, si lo logramos, podríamos cubrir el envenenamiento de todas las matabuey”, explica Corrales.

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Biológicamente vulnerable

 

En América Latina existen cuatro especies de matabuey. La que el Instituto Clodomiro Picado utiliza en la fabricación de antivenenos es la matabuey centroamericana (Lachesis stenophrys), también conocida como cascabel muda o bocaracá de Javillo.

Esta especie es la víbora más larga del mundo. Los adultos miden entre 1,9 y 2,1 metros en promedio, pero pueden alcanzar una longitud máxima de 2,5 metros.

Además, es la única víbora en la región que pone huevos ─las otras especies dan a luz a crías vivas─. Busca madrigueras de mamíferos pequeños como armadillos, topos y guatusas para poner entre seis y catorce huevos de aproximadamente 100 gramos cada uno. El éxito de eclosión o rompimiento de los huevos se calcula en 90 %.

“A una hembra le toma de cinco a seis años llegar a su madurez sexual, mientras que otras serpientes ─como la terciopelo─ la alcanzan en la mitad del tiempo (tres años) y dan a luz entre 30 y 60 crías vivas. Eso hace a la matabuey sumamente vulnerable: es tardía en alcanzar su madurez sexual y no tiene tantas crías”, explica el investigador Greivin Corrales.

A esto se suma que, durante la puesta de huevos y posterior cuido parental, la hembra presenta una alimentación inestable por alrededor de seis meses. “Su desgaste es tan alto que por eso esta especie no se reproduce anualmente. Se calcula que lo hace cada dos o tres años”, detalla el investigador.

Además, en general, es muy raro que las víboras se queden cuidando a los huevos para protegerlos de los depredadores. La matabuey sí lo hace; permanece junto a ellos hasta 50 días.

“Su futuro cercano, si no tomamos medidas de conservación, no es nada positivo. Es una especie vulnerable debido a una biología reproductiva tan específica”, destaca Corrales.

A eso se suma que esta especie evolucionó para adaptarse a su hábitat: bosque primario o maduro del tipo tropical húmedo y su sobrevivencia depende de la buena salud de ese ecosistema. Esto se refleja en sus hábitos alimenticios: esta serpiente se alimenta de presas pequeñas como roedores y topos. Su método de caza es ingresar a las madrigueras de estos mamíferos y emboscarlos en su propia casa.

“Adaptaron su tracto digestivo para digerir diferentes presas pequeñas y no una grande que la haría vomitar. Por eso es tan larga, para poder ingresar a estas cavidades subterráneas. Allí tienen refugio, comida y solo necesitan sacar la cabecita para tomar agua de lluvia”, detalla Corrales. Y no solo eso. Contrario a otras serpientes, la matabuey no necesita asolearse para acelerar su metabolismo.

Aunque es una especie que no se encuentra actualmente en vía de extinción, “estamos trabajando para incluirla en la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN), ya que ninguna de las dos especies de matabuey en Costa Rica se encuentra en este listado”, manifiesta Corrales.

Si eso se logra, se daría un espaldarazo al proyecto de conservación de la especie en el país. Por un lado, permitiría alinear esfuerzos para involucrar a otras reservas privadas y públicas para contrarrestar la pérdida de hábitat de la serpiente, y por otro lado, se facilitaría la búsqueda de fondos para financiar la investigación y la conservación en cautiverio necesaria para generar los sueros antiofídicos que salvan la vida de 20 000 personas en zonas rurales de Centroamérica.

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