El naturalista Mauricio Rumboll y un descubrimiento casual

 

Pocas especies como el macá tobiano (Podiceps gallardoi) enarbolan una biografía tan peculiar. Habitante endémico y exclusivo de parajes inhóspitos y deshabitados por los cuales no suelen andar los humanos, la ciencia demoró hasta 1974 en ponerle nombre y apellido, y fue por pura casualidad. Edward Shaw, ayudante de Mauricio Rumboll, naturalista argentino que investigaba las migraciones de los cauquenes (Chloephaga picta), abatió sin proponérselo un ejemplar de tobiano. Los estudios posteriores demostraron que se trataba de un animal desconocido.

Hasta entonces, solo había sido una más de las aves que flotaba en los innumerables espejos de agua que el deshielo hace brotar sobre la superficie seca, entre paredones de piedra y cráteres de volcanes apagados. No llegó a cruzarse con la especie Charles Darwin cuando estuvo por la zona. Dio cuenta de su presencia el expedicionario inglés Heskerth Pritchard en los primeros años del siglo XX, aunque refiriéndose a ella simplemente como “un zambullidor sin identificar”. La observaban sin darle mayor trascendencia los ganaderos que ascienden en verano a llevar sus rebaños de ovejas y guanacos, únicos visitantes de unos horizontes que, según sostiene Ignacio Kini Roesler, director del Proyecto Macá Tobiano, “el 99,99 % de los argentinos ni siquiera deben saber que existen”.

 

 

Resulta curioso, porque la apariencia y las costumbres del tobiano acumulan motivos para llamar la atención. Pequeño pero de estampa orgullosa, la variedad de colores de su plumaje —blanco, gris, negro y con un característico penacho castaño en la cabeza— disimula sus escasos 30 centímetros de tamaño. De torpeza extrema para moverse en tierra, el agua y el aire son sus elementos, aunque en este último deba volar por las noches, ya que carece de capacidad de maniobra y en las horas diurnas sería presa fácil para los depredadores.

Tras unos años de interés llegaría el olvido

 

Si el hallazgo tardío del macá tobiano fue toda una rareza, su devenir siguió la misma senda. En los años siguientes al “descubrimiento” de Rumboll, la Fundación Vida Silvestre Argentina lo adoptó como una de sus especies predilectas y llegó a montar una reserva para su estudio en la laguna Los Escarchados, en la meseta del lago Argentino.

El entusiasmo, sin embargo, fue decreciendo a medida que se comprobaba que las colonias del ave se extendían también hacia el norte, en las amplias estepas de los lagos Strobel y Buenos Aires. El censo realizado en esa época arrojó una cifra aproximada de 5000 individuos. El aislamiento y las enormes dificultades logísticas para acceder a las mesetas superiores hicieron creer que no había motivos para preocuparse y prácticamente nadie más se ocupó del tobiano durante casi dos décadas.

 

 

De hecho, hubo que aguardar hasta 1994 para descubrir, también de forma bastante casual, los sitios hacia los cuales la especie se retira durante el invierno. No eran los fiordos chilenos ni los grandes lagos junto a la cordillera, como se creía hasta entonces, sino rumbo a las costas del océano Atlántico, más precisamente en los estuarios de los ríos Gallegos, Santa Cruz y Coyle. La información, en todo caso, continúa incompleta: todavía hoy no se sabe exactamente cuáles son las rutas migratorias entre los Andes y el mar, ni la dinámica de sus movimientos en los estuarios, ni las causas por las que a veces eligen una u otra desembocadura de un río.

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Los tallos verdes de la vinagrilla, planta acuática de las mesetas, le brinda al tobiano la base necesaria para atravesar toda su temporada reproductiva sin abandonar las lagunas. Foto: Hernán Povedano.

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Los guías de turismo dieron las primeras voces de alarma

 

El siglo XXI trajo un nuevo giro a la relación con los macaes. “Hace algo más de diez años, algunos guías que acompañaban a los turistas extranjeros observadores de aves interesados en ver la especie empezaron a notar que cada vez era más difícil encontrarlo”, relata Hernán Casañas, director ejecutivo de la ONG Aves Argentinas. Se decidió organizar una excursión de búsqueda ese mismo verano y el saldo fue desolador: “Las características del agua de las lagunas y las condiciones climáticas habían cambiado mucho, y el número de individuos había caído de manera evidente”, recuerda Casañas. Comenzaba la segunda parte de la historia, la más dramática, la más emocionante.

Una década más tarde, el dibujo de dos macaes tobianos decora la guitarra de Pablo Hernández, guardaparque y referente del área educativa de la Secretaría de Ambiente de Santa Cruz. Los equipos del Macá Tobiano Rugby Club compiten de manera regular en todas las categorías de la Unión Santacruceña de ese deporte. Una mascota “gemela” de Macanudo anima los encuentros que el Club Hispanoamericano de Río Gallegos (la capital provincial) disputa por la Liga Nacional de Básquetbol. Infinidad de tiendas de diferentes rubros han sido bautizadas con el nombre del simpático animalito. Se levantan monumentos con su figura, se organizan permanentemente charlas en los colegios y hasta existe una obra de teatro infantil para explicar su problemática. El macá tobiano es el nuevo emblema del lugar.

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“Macanudo” es el simpatizante número uno del equipo profesional de básquetbol del Club Hispanoamericano, de la máxima categoría nacional. Por supuesto, representa a un macá tobiano. Foto: Club Hispanoamericano.

“Pensar que cuando me vine a vivir aquí, hace 20 años, casi nadie conocía la especie”, reflexiona Germán Montero, director ejecutivo de Ambiente Sur, ONG socia de Aves Argentinas en la ejecución de un proyecto que ha arraigado en la sociedad como muy pocas veces ocurre.

¿Qué pasó en este tiempo para que se produzca semejante cambio? La explicación descansa sobre las 300 personas —sumando científicos, técnicos de diferentes rubros y voluntarios— que han puesto muchos conocimientos, mucha imaginación, mucho amor y, sobre todo, un enorme esfuerzo para transformar una realidad que en un momento dio la sensación de ser irreversible y en la actualidad ofrece noticias alentadoras: la población se ha estabilizado y los censos más recientes indican un alza en el número de ejemplares. Moderada, pero alza al fin.

“La primera campaña realmente organizada fue la del verano 2010-2011. El objetivo inicial fue establecer el número de individuos y cuáles eran las amenazas”, rememora Roesler, doctor en Biología e investigador asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET): “La población había colapsado en un 80 % respecto a lo que era 30 años antes. Contamos apenas unos 750 ejemplares (hoy ronda las 400 parejas reproductivas) y la meseta del lago Buenos Aires era la única en la que parecían bien conservados”.

 

 

Respecto a las amenazas, quedaron centradas en cuatro puntos, todos ellos suficientemente graves: la existencia de cantidades ingentes de truchas arcoiris en las lagunas; la invasión de visones americanos en áreas donde se desconocía su presencia; la radicación de colonias de gaviotas cocineras en las zonas de nidificación de los tobianos; y los efectos del cambio climático.

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Un grito de socorro que comenzó a recorrer el mundo

 

Confirmada la situación hubo que actuar con celeridad y en diversas direcciones simultáneas. El Proyecto Macá Tobiano se puso en marcha de inmediato. Se trataba de conocer más a fondo los hábitos y conductas del ave, establecer un plan de manejo de los predadores, lograr los recursos económicos para financiar semejante empresa y, por supuesto, concientizar a los habitantes de la provincia. “Instalar la problemática del tobiano en la mente de la gente, lograr que lo sintieran como algo propio que debía defenderse fue uno de los primeros objetivos”, señala Germán Montero.

Los primeros artículos científicos publicados sirvieron para dotar de credibilidad y marco académico a aquello que estaba ocurriendo en “el fin del mundo”, mientras especialistas en cada área eran convocados para actuar en el campo. Amplias campañas de difusión y comunicación, como el documental El Ocaso del Macá Tobiano, producido en 2012 con música del multilaureado Gustavo Santaolalla y narrado por el actor Ricardo Darín, empezaron a sensibilizar a los santacruceños y a llevar al resto del mundo el grito de socorro del ave de penacho castaño.

Laura Fasola, bióloga, investigadora del CONICET e integrante de Aves Argentinas, llevaba estudiando la distribución del visón americano desde su tesis doctoral. “A partir de los años treinta, la industria peletera [venta de prendas de piel] recibió un importante impulso del gobierno nacional. De esa manera, en varios puntos del país se instalaron criaderos de visones importados de Estados Unidos y Canadá”, explica, “hasta que en los setenta la actividad dejó de ser rentable. Entonces algunos dueños abrieron las jaulas y liberaron a los animales, dando origen a poblaciones silvestres”.

 

 

Las consecuencias pueden verse en la actualidad. Estos voraces mamíferos, predadores generalizados de dieta amplia, buenos trepadores y nadadores que se adaptan a cualquier ecosistema, ocupan unos 1300 kilómetros de cordillera andina, desde el norte de Neuquén al Parque Nacional Los Glaciares. “Su densidad es de dos individuos cada tres kilómetros”, subraya Fasola. En Santa Cruz, ya son considerados oficialmente una plaga.

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“Guardianes de colonias”, contra visones y gaviotas

 

Para los macaes, los visones son un enemigo letal. Los atacan para comerlos, pero en algunos casos, los ejemplares juveniles lo hacen por puro instinto y muy por encima de sus necesidades alimenticias: “Hemos visto cómo un único visón llegó a matar 30 aves en una sola noche”, ratifica Kini Roesler.

Para controlarlos, la propia Laura Fasola diseñó un original sistema de trampeo. “Son balsas que flotan en el río construidas con madera y telgopor (poliestireno expandido)”, explica la especialista, “los visones se sienten atraídos porque el propio dispositivo les llama la atención y por el cebo colocado en su interior: algo de carne, generalmente de liebre, y una secreción de la glándula anal de los mismos visones”. Las trampas no se ubican en las lagunas sino en los ríos de alrededor de las mesetas, que es donde se reproducen estos agresivos mamíferos. “La idea es impedir que lleguen a las lagunas”, concluye Fasola. La citada condición de plaga de esta especie exótica y de alta tasa reproductiva obliga a la contundencia. Sin predadores naturales significativos, el trampeo mortal es la única solución posible para limitar su número.

Si aun así algún ejemplar alcanza las alturas superiores, entre 700 y 1000 metros sobre el nivel del mar, los estarán esperando los “guardianes de colonias”. La creación de un grupo de custodios de los tobianos fue una de las primeras medidas tomadas por las autoridades del Proyecto. Desde 2011, estos técnicos de campo se instalan a orillas de una laguna donde las aves hayan formado una colonia y permanecen allí todo el verano. “Es gente muy capacitada, con suficientes recursos técnicos para sobrevivir en esos ambientes durante mucho tiempo. Hay que pensar que en algunos casos se encuentran a 8 horas de distancia en coche de un centro operativo”, aclara Roesler.

 

 

Ellos son los encargados de velar para que las crías de macá tobiano nazcan y crezcan en buenas condiciones, de evitar los ataques de los visones y también de las gaviotas. Estas aves nativas de la Patagonia han ido ocupando las mismas mesetas que los macaes, atraídas por la carroña del ganado y las basuras humanas. Los pichones y los huevos son sus blancos preferidos, por lo que pueden echar a perder toda una generación de tobianos en menos de una hora.

Los “guardianes de colonias” son los responsables de que nada de esto suceda, para que en los últimos de abril o los primeros de mayo, padres e hijos puedan emprender el viaje anual hacia los lugares de invernada. Los números avalan la eficiencia de su trabajo: “El éxito reproductivo llegó incluso a duplicar los datos que teníamos de los años ochenta, cuando las amenazas eran mucho menores”, resume el director del Proyecto.

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Dos “trampas” en una imagen. En tierra, una cámara alerta sobre la presencia de depredadores. En el agua, la que se usa para atrapar visones, el peor enemigo de los tobianos. Foto: Darío Podestá.

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Las truchas han alterado las condiciones de las lagunas

 

El siguiente problema grave se encuentra bajo las aguas. Las truchas arcoiris (Oncorhynchus mykiss), igual de exóticas que los visones, fueron introducidas en la década del cincuenta para incentivar la apicultura y la pesca deportiva. Su presencia en los grandes lagos no incomoda al macá tobiano, que apenas los usa como escala en su ida y vuelta rumbo a la costa, pero sí en las lagunas de las mesetas, depresiones del suelo donde naturalmente no existen peces y la población de invertebrados satisface con amplitud el apetito de las aves.

El afán de negocio de los productores modificaría la balanza. La siembra de truchas se hizo práctica común en las lagunas más extensas, justamente donde los macaes suelen establecer sus colonias, y originaron una competencia a todas luces dispareja. Los peces, mejores depredadores que las aves acuáticas, devoran a los invertebrados y reducen de forma sustancial las posibilidades alimenticias de las especies emplumadas. Peor aún, los excrementos de las truchas enturbian el agua, dificultándoles la búsqueda de comida.

En el caso de los tobianos, el efecto se duplica porque la ausencia de invertebrados incrementa la cantidad de algas, extendiendo la cadena de variaciones en las condiciones del espejo de agua. Las algas impiden que la luz del sol llegue al fondo, lo cual afecta el crecimiento de la vinagrilla (Myriophyllum quítense). Esta planta macrófita tiene un rol central en la vida de los macaes, que la utilizan como base de sus nidos y material de construcción de los mismos. A la vez, conforma una especie de “despensa” alimenticia al acumular pequeños crustáceos entre sus ramas. “El ejemplo de lo sucedido este año con la vinagrilla sirve para valorar su importancia. No floreció, esta vez porque el frío duró más tiempo del habitual, y la consecuencia fue que los macaes no se reprodujeron. No tuvimos nacimientos esta temporada”, aporta Julio Lancelotti, el biólogo encargado de estudiar a los salmónidos y luchar contras los efectos del cambio climático.

 

 

La laguna del Islote, en la meseta del Strobel, es el banco de pruebas para el experimento de quitar las truchas y observar si se recuperan las condiciones previas al sembrado para que el macá tobiano vuelva a colonizar sus aguas. “Es un espacio de 700 hectáreas, muy remoto y con un clima muy severo. El desafío es más que nada logístico”, puntualiza Lancelotti. Limpiar la laguna exige un acuerdo previo con el dueño del terreno, a quien se le otorga un permiso de pesca y de comercialización de las capturas. “Calculo que habrá alrededor de 20 000 kilos de trucha y ya habremos sacado unos 3000. Necesitaremos un par de campañas más para terminar”, dice el especialista en la materia. Controlar los arroyos donde se reproducen las truchas es la tarea restante para que no vuelvan a invadir la laguna.

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Del cambio climático a las represas sobre el río Santa Cruz

 

Visones, gaviotas y truchas se unen al cambio climático para poner en jaque al macá tobiano. Lancelotti y Roesler realizan actualmente una revisión de imágenes satelitales del área del Strobel desde 1973 y sus conclusiones señalan una notable tendencia a la sequía. Los datos no dejan lugar a dudas. Si en los años de abundancia de agua hay alrededor de mil lagunas, en este momento existen unas 500. El área total se redujo a 54 km2, menos del 40 % de la máxima capacidad y 20 % menos del valor medio. La reducción es aún más notable en aquellas que usa el macá para reproducir: ha pasado de 11,5 km2 a 2 km2, es decir, una pérdida del 80 %.

“El bajo nivel de agua es otro factor que afecta a la vinagrilla y la combinación con el resto de los elementos resulta fatal para el tobiano”, enfatiza Lancelotti, quien pese a las cifras mantiene la ilusión de que una gran nevada corrija los déficits: “El sistema tiene una inercia. Al observar la serie anual de imágenes satelitales se ve que más o menos cada quince años cae una nevada muy fuerte, las lagunas se llenan y el sistema puede pasar unos diez años de bonanza. La estamos esperando”.

El optimismo de quienes sostienen con su trabajo la subsistencia del macá tobiano choca a veces con cuestiones que les exceden, como las represas La Barrancosa y Cóndor Cliff que el gobierno nacional construye junto a empresas chinas. Las obras sobre el río Santa Cruz, cuyo origen está en el famosísimo glaciar Perito Moreno y el lago Argentino, están ubicadas a 190 y 240 kilómetros de la desembocadura en el Atlántico y son una amenaza latente para el macá tobiano.

 

 

“Hoy no podemos calcular con exactitud, pero pensamos que las modificaciones que provocarán en el área del estuario pueden ser determinantes en la preservación del tobiano”, se lamenta Hernán Casañas, y agrega: “Algunos años, la totalidad de la población fue encontrada sobre el estuario del río Santa Cruz. Es una especie críticamente amenazada a la que se le estaría quitando un tercio de su hábitat de invernada. Es terrible”.

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Una especie paraguas para toda la Patagonia Sur

 

Por otro lado, y afortunadamente, los avances cosechados mantienen viva la esperanza. En ese sentido, el cambio de tendencia en el número de ejemplares no es el único éxito conseguido.

La creación del Parque Nacional Patagonia, en torno a la laguna de El Sello, en el noroeste de la provincia, también merece un capítulo destacado. “Prácticamente nació para proteger al macá”, afirma Ignacio Roesler. Próximamente, varios miles de hectáreas aportadas por la Fundación Flora y Fauna Argentina ampliarán su superficie.

La creación de la Estación Biológica Juan Mazar Barnett y de un Centro de Interpretación sobre la problemática del tobiano a orillas del estuario de Río Gallegos integran asimismo el capítulo de los logros.

En buena parte de la Argentina, esta pequeña ave de penacho castaño permanece en las sombras. Desde ya, esto no incluye a Santa Cruz, donde el macá tobiano ya es motivo de orgullo y de identidad. “Hemos logrado que una parte importante de la comunidad se alinee detrás del proyecto, que no lo vea como algo lejano y solo interesante para quienes se ocupan de temas ambientales sino que entienda que la existencia del macá tiene influencia en la vida diaria”, subraya con satisfacción Germán Montero. “No solo es especie-bandera, también una especie-paraguas, porque detrás suyo nació el Programa Patagonia que protege a la gallineta chica, un ave redescubierta en 1988 y en peligro de extinción, al pato de los torrentes, a los cauquenes…” amplía Roesler.


Este video que muestra la danza del cortejo, con un tango como música de fondo, fue visto por más de tres millones de personaes, según Hernán Casañas.  Crédito: Paula y Michael Webster – Aves Argentinas.

El Festival del Macá Tobiano se celebra cada agosto en Río Gallegos y ya suma cinco ediciones. Es la despedida antes de que las aves levanten el vuelo para volver a las mesetas y la forma de expresar dos deseos: el de una exitosa temporada de nidificación y reproducción, y el de un feliz regreso, el año siguiente y todos los años por venir. Quizás en ese acto radique el mayor éxito conseguido por un proyecto que convirtió en emblema a un ave prácticamente desconocida una década atrás: lograr que todo un pueblo abrace la lucha por su supervivencia.

Imagen central: La foto engaña. Las flores y ramas de vinagrilla que rodean al macá dan la sensación de estar sobre tierra firme. En realidad, forman una especie de alfombra acuática. Foto: Ignazi Gonzalo.

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Artículo publicado por Alexa
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