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Uno de los tres cérvidos “anfibios” que existen en el planeta

 

El mayor de los cérvidos del continente —dos metros de longitud, 1,20 metros de altura en la cruz y más de cien kilos de peso en los ejemplares adultos— se distribuye de manera dispareja desde el sur de la Amazonía brasileña hasta el Bajo Delta. En este último, dos grupos aparentemente aislados entre sí se esconden entre los pastos y en el interior de las lagunas isleñas, caminan libremente por las plantaciones forestales y comparten recursos con el resto de los habitantes del microcosmos acuático. Pero también sus problemas. La caza, la expansión de los terrenos productivos, las enfermedades que transmite el ganado, los perros y los cambios en el clima constituyen un cóctel de amenazas que llevó a colgar del cuello del ciervo el cartel de Vulnerable en la Lista Roja de la UICN.

En los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI, la disminución del número de individuos en el Delta se hizo muy evidente. Fue el germen para la creación de un programa de conservación, el Proyecto Pantano, que en el tiempo transcurrido desde entonces ha logrado anotarse varios éxitos en su objetivo de evitar la desaparición de la especie en las islas inferiores del Paraná.

El ciervo de los pantanos es una rareza en sí mismo, ya que se trata de un cérvido “anfibio”, característica que solo comparte con el barasingha de India y Nepal, y el ciervo acuático de China. El Proyecto Pantano va a la par, ya que encierra varias particularidades no tan comunes en el ámbito de la conservación. Por ejemplo, la cantidad y variedad de actores que ha conseguido reunir, o las iniciativas empleadas para conseguir la recuperación de la especie.

 

 

“El equipo inicial, apoyado por el CONICET [Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas], lo formábamos 23 personas, entre científicos, periodistas, fotógrafos profesionales, guardaparques […]”, rememora su director, el doctor en biología Javier Pereira, y agrega: “Era un grupo multidisciplinario movilizado por la idea de buscar estrategias alternativas para que la producción forestal del Delta [la industria más importante de la zona] fuese compatible con la conservación de la biodiversidad”.

El desarrollo del Proyecto comenzó a gestarse en los años noventa con las primeras tareas de relevamiento e investigación, y de a poco fueron sumándose participantes. Desde el Banco Mundial y las Universidades de California y Politécnica de Madrid hasta los propios pobladores isleños pasando por los grandes y pequeños productores locales, organizaciones científicas como la Fundación Temaikén, instituciones oficiales como el INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria) y hasta docentes de las escuelas locales.

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La cantidad continúa siendo un enigma

 

La cifra del censo de población del cérvido en el Bajo Delta es, sin embargo y todavía en la actualidad, un gran enigma.

El biólogo Diego Varela, investigador del CEIBA (Centro de Investigaciones del Bosque Atlántico) encabezó el equipo que realizó los primeros trabajos 20 años atrás. Fue una tarea tan exhaustiva como extenuante, realizada con medios escasos y prácticamente a pie por terrenos anegadizos y pantanosos. “Era muy difícil ver a los ciervos. Tuvimos que estimar una abundancia relativa en función de los rastros que íbamos encontrando y ni siquiera esto era sencillo, porque al moverse por zonas con agua no había huellas”, rememora.

 

 

El cálculo final oscilaba entre 500 y 800 individuos y marcó el comienzo de la lucha por la conservación. La cantidad, además de ser exigua, estaba dividida en dos grupos bastante separados entre sí, lo cual abría la posibilidad, hoy desestimada, de que hubiera diferencias genéticas entre ellas. “Los estudios científicos realizados recientemente confirman que se trata de la misma población”, subraya Varela.

La distribución de estos grupos le añade otra curiosidad a la vida de la especie en el Delta. Uno se ha acomodado en las islas frente a lo que hoy constituye el Parque Nacional Ciervo de los Pantanos, una de las áreas más transformada por el hombre y con mayor uso forestal.

El otro, por el contrario, habita en lo que se denomina “frente de avance”, y su localización aparece como más lógica. Es la zona que mira hacia el Río de la Plata, la más expuesta a la Sudestada, viento frío y húmedo que sopla desde el Atlántico y empuja las aguas hacia el interior provocando periódicas y violentas inundaciones. La conjunción de elementos en esa área desalienta el establecimiento humano, reduce la explotación forestal y, como consecuencia, propicia el desarrollo de la biodiversidad. Además, allí la acumulación y depósito de sedimentos genera la creación de los “embalsados”, especie de islas flotantes que cumplen un rol primordial como refugio de fauna cuando llegan las grandes crecidas del río.

Lograr la protección efectiva de ese sector del Delta fue una de las primeras batallas libradas por los científicos del Proyecto Pantano: “Era donde más ciervos se veían, su potencialidad era indiscutible”, recuerda Diego Varela. El éxito llegó en el año 2000 con la declaración de la zona como Reserva de la Biosfera Delta del Río Paraná, 88 624 hectáreas con una zona núcleo de 10 594 hectáreas. El ciervo de los pantanos ganó en ese momento su combate inaugural para sostener su presencia en el lugar y comenzar a recuperarse.

 

 

Quince años más tarde, el número real de individuos existentes continúa tan indefinido como entonces, pero las evidencias son bien distintas. Ver un ejemplar ha dejado de ser una rareza para convertirse en hábito en las zonas donde ya estaba localizado, y hay rastros de su presencia en áreas donde antes esto no ocurría. Por otra parte, conocer el censo está más cerca. El mismo equipo de hace 20 años realiza en la actualidad un estudio con una estrategia idéntica a la primera vez, pero en esta ocasión con tecnología de avanzada, drones incluidos. El enigma está a punto de resolverse.

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Sauces y álamos han reemplazado el “monte blanco” original del Delta

 

La tarea científica de campo ocupa solo un aspecto del Proyecto. El grueso, sin embargo, se asienta en las oficinas, los despachos y las aulas en los que se ha podido amalgamar voluntades e intereses muy diversos, y alcanzar un más que satisfactorio índice de educación y conciencia ambiental.

En ese sentido, el citado INTA juega un rol fundamental. “Nuestra función es generar conocimientos que se transformen en propuestas tecnológicas para dar mayor sustentabilidad a sistemas productivos que llevan más de dos siglos de historia en la región”, dice Adrián González, quien se ocupa del área de Desarrollo Rural y Extensión del área experimental Delta, y explica: “El sistema de colaboración hizo que se visualizara al ciervo como especie a proteger y cuidar, que se entendiese el papel que ocupa como paraguas de toda la biodiversidad local”.

Las plantaciones de sauces y álamos ocupan hoy el lugar que antaño era propiedad del “monte blanco”, bosque nativo así llamado por el color claro de la madera de los árboles que lo componían. No resulta fácil actualmente encontrar palmeras pindó (Syagrus romanzoffiana) y tampoco abundan ya los timbó, los horco molle, el laurel, entre otros. La fisonomía del Delta ha cambiado, aunque el ciervo supo adaptarse a esos cambios, siempre que el ser humano se lo haya permitido.

 

 

Marcos Jouanny es jefe de establecimiento de Papel Prensa, una de las grandes empresas forestales del Delta, y resume la relación con la especie: “Dentro de nuestro predio [2000 hectáreas] hay un camino propio del animal. Yo mismo he detectado ciervos en las plantaciones. Los filmo y les paso el material a los responsables del Proyecto para que quede asentado; avisamos si detectamos algún animal enfermo o herido; abrimos las puertas a investigadores y estudiantes, y no ejecutamos ninguna acción destinada a evitar que deambulen o dañen los árboles”.

La industria forestal es, con diferencia, la primera actividad económica del Bajo Delta. La teledetección ha permitido calcular la existencia de 80 000 hectáreas de bosques, de las cuales al menos 60 000 se encuentran bajo manejo productivo, lo cual convierte la zona en la principal cuenca forestal de salicáceas del país.




La existencia de unos 300 productores que vuelcan al mercado alrededor de 700 000 toneladas de madera al año necesariamente ha modificado el hábitat original. Incorporarlos a la protección del ciervo de los pantanos ha sido uno de los pilares de la tarea conservacionista, y aunque la aprobación sigue sin ser unánime, sobre todo entre los dueños de fincas pequeñas, el grado de conciencia fue creciendo de manera considerable. “Hay de todo. Están los que protegen y los que matan”, acepta Alejandro Úbeda, propietario de un predio de 130 hectáreas.

Detrás de quienes persiguen al ciervo se ocultan los daños que el animal puede producir en las plantaciones, un aspecto sobre el cual no existe acuerdo. “Son insignificantes”, afirma Diego Artero, Jefe de Sustentabilidad de la Región Centro de Arauco, la otra gran empresa regional. “Se rascan y dejan la corteza un poco lacerada, a veces tumban alguna planta”, señala por su parte Úbeda. “El problema surge con los machos a los que les está creciendo la cornamenta”, explica Javier Pereira desde la vereda de la ciencia: “Una especie de felpa les recubre y protege las astas pero les produce picazón, y como se sienten atraídos por el movimiento de las plantas jóvenes, las usan para restregarse. A un productor grande no le afecta demasiado; pero perder una hilera de sauces puede ser un problema considerable para uno pequeño”.

 

 

El INTA es la bisagra que articula esta relación con tendencia a la conflictividad, además de brindar apoyo tecnológico en la búsqueda de alternativas para paliar los inconvenientes. Por ejemplo, se está investigando la fabricación de un repelente que aleje a los ciervos de las plantas sin dañar el medio ambiente (tradicionalmente se han usado bolsas con pelo de perro en su interior para esta tarea), y también está en estudio la creación de zonas de clausura para el paso de ciervos que no afecten el hábitat de la especie.

El principal instrumento creado hasta la fecha, sin embargo, es un papel. Se trata del Protocolo de conservación de la biodiversidad en las producciones forestales y silvopastoriles que Adrián González no duda en calificar como “el insumo más importante generado en estos años de trabajo”. El documento, surgido de la colaboración entre los actores interesados, brinda herramientas para aprender a gestionar las plantaciones sin agredir las especies nativas de flora y fauna. La evolución de la especie en estos años demuestra su utilidad.

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La cacería, el problema más grave para el ciervo de los pantanos

 

La industria forestal ha logrado convivir en armonía con el ciervo de los pantanos. Los cazadores, en cambio, continúan siendo un problema de difícil solución. “Hay cuestiones culturales que resulta complicado modificar”, reflexiona Noelia Semper, maestra de niños de 4 y 5 años de edad en el Jardín de Infantes Francisco Buiatti, en Islas de Campana: “La apuesta es que las nuevas generaciones modifiquen su mirada hacia el ciervo. Cazarlos es una costumbre hereditaria y la tratamos con respeto, pero nuestra obligación moral es enseñarles a los chicos que ese animalito que tanto les gusta ver está en peligro y debemos cuidarlo entre todos”.

 

 

La caza es una actividad ancestral en el Delta. La practican los habitantes locales, pero también visitantes ocasionales llegados desde Buenos Aires y sus alrededores, o incluso extranjeros, atraídos por el magnetismo de un animal de porte tan llamativo. Es por eso que la educación ambiental ocupa un sitio primordial en la estrategia de conservación.

El problema es que entre las motivaciones de quienes aprietan los gatillos, la alimenticia ocupa sin duda el lugar más destacado, y la crisis económica que viene padeciendo Argentina en los últimos años amenaza con impactar en la población de ciervos. “El crecimiento del furtivismo es alarmante. La gente caza para comer”, indica con dolor Diego Varela. La necesidad también multiplica los candidatos dispuestos a descubrir ejemplares entre el follaje si el buscador es un turista extranjero que paga con monedas “fuertes” la posibilidad de matar un ciervo de los pantanos y anotarlo en su currículum.

El predio Oasis, de la empresa Arauco, abarca 10 000 hectáreas limitadas por el río Carabelas, el canal Alem y la ruta nacional 12, vía principal de conexión entre Argentina y Brasil. Diego Artero, Jefe de Sustentabilidad, acepta que pese a los esfuerzos de control que realizan, el ingreso de cazadores resulta inevitable. “Tenemos sistemas de monitoreo permanente con guardabosques y trabajamos en conjunto con la policía, pero entran igual, ya sea por la ruta o por el río”, relata, y su testimonio coincide con el de cualquier otro productor, grande o pequeño.

Alejandro Úbeda, dueño de la finca vecina, añade un aspecto a tener en cuenta: “Los ciervos andan sueltos por las propiedades porque en general no hay alambrados. Por eso se mueven sin limitaciones por los caminos, los espacios silvestres o las plantaciones”. La cara amarga de esa libertad es que tampoco los furtivos encuentran obstáculos cuando logran introducirse en la profundidad de las islas.

 

 

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Perros, contaminación, cambio climático, los otros peligros

 

Los peligros para la especie aumentan en épocas de grandes inundaciones, cada vez más frecuentes debido al cambio climático. Los animales deben abandonar los pajonales, terrenos bajos cubiertos de hierbas y juncos donde se encuentran habitualmente, para refugiarse en los puntos más elevados de las islas. Una vez agrupados allí se convierten en blanco fácil de los tiradores. Las lanchas que merodean ríos, arroyos y canales se multiplican en esas fechas y el cuidado de los ciervos pasa a depender casi exclusivamente de las fuerzas de seguridad, que no siempre logran ser cien por ciento efectivas.

Los perros del vecindario son otro foco a tener en cuenta en la defensa de la especie. Reunidos en auténticas jaurías nocturnas, atacan y matan ejemplares de manera más o menos habitual, incluso aunque estén en reductos alambrados.

La paulatina e incesante expansión de las fronteras ganadera y urbana también amenazan al emblema del Bajo Delta. La primera, a través del contagio que puedan provocar las enfermedades de las vacas. El crecimiento de pueblos y ciudades, por la contaminación de los campos y las aguas.

 

 

Esto es lo que ocurre en los alrededores de Otamendi, el barrio lindero al Parque Nacional Ciervo de los Pantanos. “Si tuviéramos recursos para analizar a todos los mamíferos del parque es probable que la mayoría —no solo el ciervo— presenten rastros de metales pesados en sus cuerpos”, afirma Jerónimo Valle, intendente de esta nueva área protegida, declarada en octubre de 2018 y todavía en fase de acondicionamiento para la visita turística.

La denominación del espacio, propuesta por el Proyecto Pantano, se inscribe dentro de la política tendiente a darle mayor visibilización a la especie. La realidad es que en principio puede parecer equívoca, más aún si se sabe que la mayor parte de la población está en las islas, al otro lado del río.

Al final del sendero de tierra, un mirador abre el panorama hacia la barranca y los pajonales que tapizan el paisaje hasta el Paraná de Las Palmas. La observación, sin embargo, no regala ningún ciervo. No se aprecian esas cornamentas de 5 o 6 puntas que caracterizan a la especie, tampoco hembras con crías. Jerónimo Valle relativiza la impresión: “En los monitoreos periódicos que realizamos siempre encontramos indicios y evidencias de ciervos, o directamente avistamos algún ejemplar. El número es creciente en relación a los registros de la década del 90”.

ciervo de los pantanos argentina

Su optimismo coincide con el de Javier Pereira. “Los datos con los que contamos nos hablan de una población que continúa reproduciéndose”, señala el director del Proyecto Pantano, antes de ponerle matices a su mirada positiva: “El valor que las nuevas generaciones isleñas le dan a la biodiversidad en general y a la especie en particular equilibran el impulso que la realidad económica le está dando a la caza furtiva. La conservación no solo depende de que los ciervos estén bien, las situaciones socioculturales del área de influencia también inciden”, dice convencido.

La conclusión es simple: todavía queda mucha pelea por delante para asegurar que el ciervo de los pantanos continuará acompañando a las próximas generaciones cuando se sienten a ver crecer el pasto en el Bajo Delta.

*Imagen central: La altura de los juncos es el refugio ideal para una hembra en período de gestación. Los ciervos tienen una única cría por parto. Foto: Roberto Rainer Cinti.

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Artículo publicado por Alexa
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