De acuerdo con el estudio Sosteniendo el aprovechamiento de Rainforest Alliance, liderado por James Grogan, ecologista y colaborador del Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (CATIE), entre los años 2000 y 2013 la tasa de deforestación dentro de las concesiones forestales no superó el 1.5 % anual, cuando en otras zonas de la RBM, excedió el 5 %. “Gracias al manejo que se le da al bosque, tenemos bosque que proteger”, añade Chinchilla. Se tiene estimado que un área de 600 000 hectáreas de la RBM podría fijar unas 37 millones de toneladas de dióxido de carbono —un promedio de 1,2 millones de toneladas anuales— en los próximos 30 años.

Las comunidades forestales también apuestan por la extracción de otros recursos no maderables, como el chicle y el xate, una hoja de palma que se utiliza para arreglos florales y que representa un ingreso anual de un millón de dólares. También se intenta potenciar una incipiente ruta turística para conocer sitios arqueológicos en Guatemala, como Uaxactún, Yaxhá y El Mirador.

La clave de esto, según Rainforest, es la elección de los árboles a cortar, que deben superar un mínimo de centímetros de diámetro, 55 en el caso de la caoba. “A los árboles que se encuentran por debajo de esa marca, les llamamos de futura cosecha. Estos se dejan en pie, junto a otros árboles machos que sirven de semilleros y que permiten la regeneración natural de las zonas conocidas como POAF (Plan Operativo Anual Forestal)”, cuenta Ariel Chinchilla, técnico forestal de la Cooperativa Carmelita, ubicada en la comunidad del mismo nombre, al norte de Guatemala.

Las ganancias económicas de esta actividad agroforestal se han traducido en beneficios sociales para los comunitarios, como becas escolares, puestos de salud y oportunidades de empleo. Todo este modelo ha sido considerado “la mejor práctica a nivel mundial para la gestión de bosques tropicales”, lo que ha atraído a organizaciones como The Nature Conservancy (TNC) y Wildlife Conservation Society (WCS), por mencionar algunas, quienes desean conocer el impacto que estas prácticas tienen en la vida silvestre y la biodiversidad de la zona.

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El jaguar y la Selva Maya

 

Los antiguos mayas consideraban al jaguar como la máxima representación de lo divino y lo terrenal. Reyes, sacerdotes y grandes guerreros se apoyaron en la imagen de este felino para liderar a sus pueblos durante los siglos que esta civilización gobernó las selvas de Mesoamérica.

Hoy en día, el poderío del jaguar se ve amenazado por la rápida pérdida de su hábitat natural, por factores como la reducción de la cobertura forestal, la disminución de las lluvias en las zonas de México y Guatemala, la escasez de presas para alimentarse y la caza ilegal. Sin embargo, el manejo forestal comunitario se ha mostrado como una herramienta para la conservación de esta icónica especie, así como de otras como el tapir centroamericano, el pecarí de labios blancos y las tortugas blancas.

“Desde 2005 iniciamos los estudios con cámaras trampa para conocer la densidad de jaguares en la RBM. Después de 11 diferentes evaluaciones, habíamos obtenido estimaciones desde seis hasta 11 jaguares por cada 100 km2. Sin embargo, esto era erróneo debido a que estos estudios no se habían realizado de manera correcta. Finalmente, en 2013, se realizó el último estudio, que se publicó en 2018, y arrojó una estimación más acertada: 1.5 jaguares por cada 100 km2”, dijo Rony García, director de Investigaciones Biológicas de la WCS en Guatemala.

La sobrevivencia de la vida silvestre depende de la conectividad que conserven las zonas naturales. Recientemente, el gobierno de Belice anunció la creación del llamado Corredor Biológico Maya, que unirá a las Montañas Mayas con los Bosques Mayas de las tierras bajas del norte del país. Esta franja forestal ha representado la unión entre los hábitats septentrional y meridional de los jaguares.

Sin embargo, la deforestación y  la construcción de una carretera que atraviesa la franja han provocado la reducción del corredor hasta apenas unos ocho o nueve kilómetros de ancho. “Internacionalmente la gente está contenta por la creación del corredor en Belice. Ahora, es necesaria la creación de mecanismos que permitan el intercambio de información entre los países. Hay un movimiento constante de especies que atraviesan las fronteras, pero eso no se ha traducido en una colaboración continua por parte de los investigadores”, dice Bart Harmsen, quien además ha realizado estudios de los jaguares en la Reserva Forestal Cockscomb, también en Belice.

Según Harmsen, este país podría tener entre 800 y 1400 jaguares en todo su territorio —de 500 a 700 solo en Cockscomb—. Los estudios con cámaras trampa y la baja densidad de poblaciones humanas han permitido concluir que, en esta zona, los jaguares tienen acceso abundante a los recursos naturales, como agua y presas vitales en su dieta. “Cockscomb es la zona con mayor registro continuo de información. Hay una buena cantidad de jaguares, con una tasa de sobrevivencia elevada”, menciona. La clave de esto es que las montañas mayas no han sufrido sequías importantes, lo que beneficia a la vida silvestre que habita la zona.

En Calakmul, sin embargo, el panorama es completamente diferente. Rafael Reyna, investigador del Colegio de la Frontera Sur, en México, realiza investigación en esta zona protegida mexicana. Según dice, 2019 “ha sido el peor año para los tapires en Calakmul”, debido al secamiento de las aguadas o humedales —áreas naturales que captan agua de lluvia— dentro de las áreas silvestres. “Los tapires han salido en estados deplorables, deshidratados y malnutridos. Esto es un efecto directo del cambio climático”.

WCS realiza estudios de monitoreo para conocer el estado de las aguadas, tanto en México como en Guatemala. Gracias a estos estudios, que se realizan desde 2008, Reyna afirma que ahora hay un “70 % menos de agua que hace 10 años [en Calakmul]. En 2015 solamente el 15 % de las aguadas todavía existía”, menciona. Esta escasez de agua provoca un cambio en el comportamiento de la vida silvestre. Animales como el pecarí de labios blancos son los más propensos a sufrir por la variabilidad climática y sus efectos en los ecosistemas que habitan.

Estas condiciones obligan a que el flujo de información entre los tres países sea esencial. Pero en la actualidad no existe un intercambio formal de datos que permita crear estrategias conjuntas de conservación. “Hay intercambios casuales y hemos trabajado juntos en algunas ocasiones”, dice Rony García, pero esta no es la regla.

“El sistema financiero por el cual las organizaciones obtienen sus fondos es una de las mayores dificultades para dicho intercambio”, se lamenta Bart Harmsen. Las barreras políticas e idiomáticas también son un obstáculo. Sin embargo, la colaboración actual que realizan expertos de los tres países, hace prever que en “uno o dos años”, existirán programas formales de investigación conjunta, particularmente en programas específicos como “el estudio de las aguadas”.

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Mitigación del cambio climático

La escasez de lluvia, junto con algunas prácticas agrícolas que se salen de control, agravan la situación de los incendios, la pérdida de cobertura forestal y la degradación de los suelos. México y Guatemala son los países que más sufren de estos siniestros, por lo que la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), inició en 2017 el programa Selva Maya, enfocado en la construcción de indicadores sobre la situación general de los bosques de Mesoamérica y en mapas de  cobertura ambiental.

En esa línea, la primera fase del proyecto se ha enfocado en la capacitación y equipamiento a pobladores de la comunidad para que estén en la disposición de combatir siniestros en las diferentes reservas naturales en el sur de la Península de Yucatán. En la reserva Calakmul se cuenta con unas 100 personas capacitadas y equipadas. “Se está realizando vigilancia y monitoreo y se les provee de infraestructura, viáticos y se les equipa adecuadamente”, cuenta Karina González, encargada de la coordinación del proyecto de UICN en México. “La reserva Sian-Kaan, por ejemplo, estuvo quemándose durante dos meses, pero hemos tenido la participación de varios brigadistas comunitarios para combatir estos fuegos. Lamentablemente, esto provoca una fractura del hábitat y pérdida de la continuidad en temas de conectividad”, añade.

El principal obstáculo para apoyar a las comunidades es económico, ya que, como afirma González, si bien la organización comunitaria es sólida, “sin el apoyo económico de este tipo de proyectos, es difícil que ellos puedan lograr algo únicamente con sus propios recursos”. Por ello, las comunidades de la Selva Maya están en una búsqueda constante de mecanismos que les ayuden a generar recursos para continuar con sus programas de conservación.

Ese es el caso del proyecto guatemalteco Guatecarbon, diseñado específicamente para mitigar los efectos del cambio climático a partir de la fijación de carbono (CO2). Su objetivo es retirar más de 37 millones de toneladas de CO2 de la atmósfera durante los próximos 30 años, mediante la conservación de más de 1.7 millones de hectáreas de bosque. Para darle un empuje a esta iniciativa, se obtuvo un ofrecimiento de compra por parte del Banco Mundial, que paga 5 dólares por tonelada de carbono fijada, en el que Guatemala se compromete a fijar 10.7 millones de toneladas de CO2 en los próximos 10 años.

Sin embargo, existe un último escollo por superar para integrar estas acciones dentro del abanico de actividades que se realizan para la mitigación. Falta voluntad política. Según Luis Ramírez, integrante de Guatecarbon, Guatemala, como país, no ha logrado consensuar un mecanismo financiero-administrativo que garantice la reinversión de los fondos obtenidos en el esfuerzo de conservación.

A diferencia de lo que los políticos piensan, el dinero que se obtiene por la fijación de carbono se debe utilizar exclusivamente para “dar continuidad a las acciones de protección, mantenimiento y crecimiento de los bosques”, dice Ramírez. A su vez, Bart Hermsen apunta que el factor político es el que más dificulta las labores de conservación. “En nuestro caso [Belice], nos ha ayudado que el ministro de Ambiente actual sea un antiguo investigador de jaguares”, añade.

Estas pequeñas acciones, con un elevado potencial de impacto positivo en las áreas conservadas, son apenas los primeros pasos que la región mesoamericana está dando en cuanto a la mitigación de los efectos climáticos. La falta de lluvias, no obstante, ha empezado a ser un factor alarmante que debe combatirse de manera eficaz. “Hemos tenido años extremadamente duros en cuanto a la captación de lluvia, lo que provoca la disminución del agua en las zonas naturales”, dice el mexicano Rafael Reyna.

Esto genera un cambio radical en el comportamiento de los animales, que tienen que caminar grandes distancias en busca de agua. “Los pecaríes y los tapires son algunos de los animales que más sufren el impacto del cambio climático, ya que, a diferencia de los jaguares, no pueden moverse entre los maizales y las granjas ganaderas”, añade.

Según el investigador, es necesaria la implementación de un sistema de manejo de aguas. Instalar más bebederos, así como permitir que las comunidades sean las “dueñas” de la vida silvestre. “Dentro de la reserva Balam Kash, cuyo nombre significa selva escondida, los comunitarios se han dedicado a limpiar una de las aguadas más importantes que la vida silvestre utiliza para su supervivencia”, comenta Sandra Flores, directora de la zona protegida al sur de México. A esto se suma la observación de unas rocas, que ellos llaman sartenejas, que se llenan de agua y que son utilizadas por los animales como fuente de acceso al líquido. “Enfocamos nuestros esfuerzos de monitoreo en las especies emblemáticas de la zona [el tapir y el jaguar], gracias a la participación activa de los comunitarios”, añade Flores.

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Desarrollo económico comunitario

Una de las acciones más importantes cuando se habla de conservación es brindar oportunidades de desarrollo social y económico a las comunidades que habitan dentro de las áreas naturales. Esto, porque son ellos quienes se convierten, con el apoyo económico, formativo y con el equipamiento adecuado, en los mejores defensores de la vida silvestre y en excelentes administradores de los recursos. Según UICN, alrededor de las áreas protegidas, el bosque tropical mesoamericano cuenta con una población rural de aproximadamente 588 000 personas, pertenecientes a diferentes pueblos mayas, garífunas y mestizos.

En la reserva de Balam Kin, por ejemplo, se ha logrado la recuperación de una pequeña área de 64 hectáreas gracias a la participación activa de los comunitarios. Flores comenta que este trabajo de dos años se logró gracias a los consensos alcanzados con los residentes locales. “Tomamos en cuenta el conocimiento ancestral para la revitalización de la zona”, dice. Se han sembrado árboles de caoba, ramón (Brosimum alicastrum) y ciricotes (Cordia dodecandra), entre otros. Esto ha permitido el regreso de la vida silvestre y los lugareños ya han visto huellas de venados, tapires y jaguares, así como la presencia de diversas especies de aves residentes y migratorias.

Otra de las acciones que se implementa es la producción de productos a partir de recursos no maderables que se obtienen de las áreas protegidas. Los pobladores alrededor de Balam Kin y Calakmul obtuvieron la certificación como productores orgánicos de miel, lo que les ha permitido generar un valor agregado a sus cosechas y potenciar el cuidado de las áreas naturales. Los centros de acopio de las comunidades de Sabana San Francisco, Candelaria, San Isidro Poniente y Xnoh Cruz, de esta zona del sur de México, produjeron, desde 2016, unas 54 toneladas de miel orgánica que se exportan principalmente a Alemania.

Probablemente Calakmul sea el mejor ejemplo a seguir en la generación de recursos a partir de prácticas sostenibles. Desde hace cinco años se creó el certificado del Sello Colectivo Calakmul, un programa piloto que busca contribuir a la protección y uso sostenible de los recursos naturales, así como mejorar los ingresos de las familias de la zona. Participan 10 comunidades alrededor de la reserva que producen miel orgánica, alimentos a base de ramón, tejidos, jabones y productos de belleza, y que promueven el turismo comunitario, el transporte y las artesanías de madera. “Ellos certifican todos sus procesos productivos (forestales y no forestales)”, dice Karina González, encargada de la coordinación del proyecto Selva Maya de UICN en México.

En Guatemala, por su parte, se está apostando por el turismo comunitario, aprovechando la cercanía de sitios arqueológicos como Tikal, Uaxactún, El Mirador y Yaxhá. “Es una oportunidad que tenemos para demostrarnos a nosotros, y al mundo, que las comunidades tenemos la capacidad de manejar el bosque sin ponerlo en riesgo”, dice Gloria Espina, encargada de desarrollar productos turísticos para ACOFOP.

En Belice, la participación comunitaria aún es un tema en proceso. Sin embargo, el hecho de que los niños entren en contacto con los jaguares desde muy temprana edad, está permitiendo que se interesen más por su conservación. “La situación es estable pero frágil en la actualidad”, cuenta Bart Harmsen. “Creo que Belice está tomando los pasos adecuados para asegurar el futuro de la conservación de la vida silvestre”, añade.

“Cuantificar los beneficios sociales y culturales es un reto que debemos superar”, comenta Teresita Chinchilla de ACOFOP. A pesar de ello, esto se está logrando poco a poco y el mayor éxito que resalta cada involucrado en el desarrollo de la Selva Maya en los tres países, es que las comunidades están siendo participantes activos en el manejo y protección del bosque.

“Aún hay mucho camino por recorrer y barreras por derribar, como el uso del idioma, el acceso a fuentes de financiamiento y la creación de redes de información. Pero es posible decir que estamos en el camino correcto”, concluye Harmsen.

*Imagen principal: Ariel Alvarado, técnico forestal de Carmelita, una comunidad forestal de Petén, Guatemala, muestra un árbol que ha sido marcado como “próxima cosecha”, al no alcanzar el diámetro ideal para su corte. Foto: Jorge Rodríguez.

**Este reportaje es parte de la alianza entre Mongabay Latam y LatinClima, esta última con apoyo de la Cooperación Española (AECID) por medio de su programa Arauclima, con el fin de incentivar la producción de historias periodísticas que den a conocer las estrategias de conservación que se están realizando en los diferentes países de Centroamérica.

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Artículo publicado por Antonio
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