Los pobladores, en alianza con entidades de Gobierno y empresa privada, asumen tareas enfocadas a la conservación, restauración y manejo sostenible del ecosistema marino costero.La información derivada del sistema de monitoreo forestal, que usa metodología de parcelas permanentes, sirve, entre otras cosas, para hacer proyecciones de volumen de la madera y así indicarles a las comunidades cuánto pueden usar del bosque de manglar sin acabarlo. “Cuando niño, recuerdo que en esta zona había pijijes (Dendrocygna autumnalis), oíamos a muchas chachas (Ortalis vetula) cantar. Hoy hay menos. Los cotorros (familia Psittacidae), que se miraban en ‘manchas’ (grupo), se fueron, no hay”, relata con tristeza Isaías Ortiz de 50 años, originario de la comunidad San Francisco Madre Vieja, ubicada en el municipio de Tiquisate del departamento de Escuintla, a unos 190 kilómetros al sur de la Ciudad de Guatemala. Ortiz también añora la época en la que entraba al manglar —porque lo enviaban sus padres a recoger leña— y se quedaba un rato jugando entre los raizales. Él y sus amigos atrapaban cangrejos (Aratus pisonii) e iguanas (Iguana iguana), los cuales tampoco se ven en la misma cantidad que antes. Este panorama hizo que Ortiz, presidente del Consejo Comunitario de Desarrollo (COCODE) en su comunidad y de la Mesa Local de Mangle (MLM) de Tiquisate, buscara la manera de detener la tala excesiva en el área, la cual ocasiona la pérdida del recurso forestal y de las distintas especies de plantas y animales asociadas. “Nos dirigimos a entidades conocidas por su trabajo con el bosque, acudimos a las reuniones de la MLM en Nueva Concepción [también municipio de Escuintla] y ellos nos instaron a formar nuestra propia mesa”, cuenta.