Una cooperativa rural de mujeres y una fundación ambiental trabajan para preservar los bosques de El Crucero, considerado el pulmón verde del departamento de Managua, donde la riqueza forestal es codiciada por madereros.Más del 50 % de los bosques de la región del Pacífico de Nicaragua han sido alterados y solo quedan algunos bloques. A la una de la mañana se escucha el ruido de un camión que pasa por las calles de tierra de la comunidad Santa Julia, ubicada en el municipio de El Crucero, en Managua. Lola Esquivel, una de las líderes de esta comunidad, había advertido que el automotor subiría a esa hora, cargado de carbón, un producto hecho de madera, que se utiliza en Nicaragua y otros países de Centroamérica para cocinar. “Para hacerlo de esta forma, el producto que lleva debe ser ilegal”, señala Esquivel. Esta es una de las tantas preocupaciones de los habitantes de Santa Julia en relación con la destrucción del bosque que los rodea, el cual tiene una extensión de 11 000 hectáreas, aproximadamente. El caso de Santa Julia, un pueblito de apenas 79 familias, podría ser único en toda la región del Pacífico de Nicaragua. Desde su fundación, hace 40 años, los pobladores han trabajado arduamente para convertirse en una comunidad que sea modelo de conservación. Muchos de estos esfuerzos vienen siendo liderados por los miembros de la Cooperativa Agrícola Gloria Quintanilla, manejada principalmente por mujeres como Lola Esquivel. En las reuniones de la cooperativa se habla de los problemas de Santa Julia y de otras comunidades cercanas. Si notan que algo anda mal, las mujeres forman una comisión para atender el asunto. De esta manera, están atentas por si alguien en el pueblo está cortando árboles para venderlos, hacerlos leña o carbón. Gracias al empuje de estas lideresas, Santa Julia ha cambiado su forma de producir alimentos. Abandonaron la tala masiva, las quemas y el uso de agroquímicos. Esquivel asegura que esta historia de conservación en Santa Julia se inició hace cinco años con reuniones donde los vecinos exponían sus preocupaciones por la destrucción de la naturaleza. “Los habitantes botaban árboles, los vendían a los madereros, abusaban del uso de químicos y los conflictos por propiedad eran comunes”, recuerda la líder y fundadora de Santa Julia. Las cosas empezaron a cambiar cuando la comunidad decidió tomar acciones por su cuenta. Empezaron a hacerle frente a los madereros a partir del control ciudadano: los pobladores abordaban a las personas que pretendían cortar un árbol y les preguntaban si tenían permiso de tala. Todavía confrontan a todo aquel que se acerca con intención de cortar un árbol.