Además de lograr que la guacamaya vuelva a ser la reina de los cielos de Copán, se espera que el proyecto ayude a recuperar enormes zonas deforestadas por el humano gracias a la dispersión natural de semillas que realizan las aves y por un proyecto de vivero y reforestación que ya se planifica.

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Macaw Mountain

 

“La población está muy involucrada y si alguien mira a una guacamaya en una casa, o si le pasa algo, ellos llaman a la municipalidad o a la policía. También nos llaman a nosotros y vamos a recuperarlas”, refiere, en su español difícil, Lloyd Douglas Davidson, originario de Tenessee (Estados Unidos) y fundador de Macaw Mountain, el parque de aves que promueve la protección, crianza y liberación de las guacamayas y otras aves.

Pero no siempre fue así. Al principio, hubo oposición y se levantaron voces diciendo que las guacamayas en Copán morirían de hambre, que las personas las iban a matar e incluso que iban a picotear las estelas mayas y causarían destrozos en el parque arqueológico. “Pero nada de esto ocurrió y ahora tenemos un proyecto casi único en Honduras”, refiere el biólogo Mauricio Cuevas, quien desde 2015 es responsable del Área de Flora y Fauna de Macaw Mountain.

Preparar a la gente incluye un programa educativo de nueve fases que se ha puesto en práctica en las escuelas y que busca enseñar todo lo referente a estas aves y que concluye con una presentación donde los estudiantes pueden interactuar con las guacamayas. Es importante aclarar que las aves utilizadas en este proceso son, exclusivamente, las que no serán liberadas porque fueron criadas por humanos.

Desde el 2011, el personal de Macaw Mountain ha realizado al menos seis liberaciones de guacamayas en Copán hasta totalizar unas 60 aves, que se han criado en libertad y, luego de reproducirse, han dado vida a 20 guacamayas más. Las otras liberaciones fueron en mayo de 2012, septiembre de 2013, junio de 2016, junio de 2017 y junio de 2019. En su mayoría han sido liberadas en el parque arqueológico y algunas en fincas privadas.

La principal zona de liberación es el Valle Sagrado de Copán, que abarca cuatro municipios: Copán Ruinas, San Jerónimo, Santa Rita y Cabañas. En total son  872 kilómetros cuadrados de conservación.

Los alcaldes de esas localidades firmaron un acuerdo con Macaw Mountain para poner los recursos de sus municipios a disposición y hacer de esta área un lugar seguro para el Ara macao. El alcalde de Copán Ruinas, Mauricio Arias, dice que él y los pobladores se sienten orgullosos de albergar un proyecto como este, que los acerca a sus raíces mayas y es un incentivo más para nuevos visitantes.

Actualmente, el parque tiene entre 250 y 300 aves de distintas especies. Hay diferentes clases de loros y pericos, también hay tucanes, gavilanes grises, búhos comunes, búhos de anteojos, alcaravanes, faisanes, paujiles reales, caracaras, guacamayas azules y verdes, y hasta un zopilote real. Pero la guacamaya roja es la estrella.

“No solo liberamos guacamayas. La idea principal de Macaw Mountain es no tener aves en cautiverio. Si es un ave que no puede volar, que no cumple características para vivir de forma silvestre, bueno, va a estar con nosotros. De lo contrario, si es un ave que se rehabilitó, se libera en los sitios que tenemos como seguros. A eso nos dedicamos”, dice Cuevas.

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Los orígenes

 

El proyecto se inició hace unos 20 años, a 432 kilómetros de aquí, en Roatán, Islas de la Bahía, donde Lloyd Douglas Davidson se dedicaba al negocio pesquero. En esos días la isla se estaba volviendo popular como residencia para estadounidenses, especialmente jubilados, quienes acostumbraban a comprar aves para tenerlas como mascotas.

Sin embargo, cuando abandonaban la isla, muchas de estas aves quedaban a la deriva. Una señora estadounidense, Mandy Wagner, comenzó a cuidarlas hasta acumular unas 35 a mediados de los años noventa. Con el tiempo, ella también decidió volver a su país y dejó las aves al cuidado de Davidson.

Poco a poco el número de aves donadas al “birdman” (hombre pájaro), como llegó a ser conocido, subió a 90, por lo que el estadounidense vio la necesidad de establecer un lugar donde se les pudiera brindar un cuidado profesional. Rentó un terreno en Sandy Bay, Islas de la Bahía, para abrir el primer parque de aves, estimando que la creciente llegada de cruceros con turistas podría ayudar a financiar el sitio.

Sin embargo, tras un viaje a Copán Ruinas, Davidson se enamoró de las montañas inundadas de árboles y encontró el nexo histórico entre las guacamayas y los antepasados humanos que las adoraban, al grado de esculpirlas en sus monumentos. Supo que este sería el hábitat ideal para su reproducción.

El parque funcionó unos cinco años en Islas de la Bahía, pero en julio de 2001 Davidson alquiló un avión para trasladar a las más de 90 de aves desde el Caribe. Con su zoológico aéreo aterrizó en una pista, en la vecina Guatemala, para luego traerlas al occidente de Honduras. Después de cinco meses de adaptación, de la playa a la montaña, el nuevo parque abrió sus puertas en diciembre de 2001.

Como un aporte adicional, el Parque ha liberado otras 50 guacamayas en un proyecto que ejecutan otras personas en Islas de la Bahía, el sitio que vio nacer a Macaw Mountain.

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El proceso

 

Paola Carías, coordinadora de Proyectos de Macaw Mountain, señala que desde aquel lejano 2001 se ha hecho un trabajo minucioso, de tocar puertas, de pedir audiencias con funcionarios y directivos de fundaciones y, con particulares para hacer que todo funcione en el aspecto administrativo, financiero y legal.

El biólogo Cuevas comenta que “no somos un zoológico, no somos un centro de rescate y rehabilitación, somos un mix. Nosotros recibimos aves donadas y también aves que son producto de confiscaciones de las autoridades. Seleccionamos los individuos y hacemos una lista de espera para un proyecto de liberación”.

Es decir, las aves pasan por un proceso de observación y reeducación que puede llevar, desde algunos meses, hasta varios años —no hay prisas, las guacamayas en cautiverio pueden vivir hasta 100 años—, y solo al final se decide si el animal puede ser liberado o si se quedará a vivir en el parque.

Por lo general, las guacamayas que se quedan son las que han pasado muchos años compartiendo con humanos y se estresan si se les aleja de ellos. Algunas, incluso, han sido criadas comiendo cosas humanas como huevo duro y café con pan; hablan y no vuelan, por lo que liberarlas sería condenarlas a muerte.

Cuauhtli Miguel Vela, veterinario de Macaw Mountain, explica que cuando llega un ave lo primero que hacen es una revisión física y conductual, pues algunas llegan con fracturas en sus patas o alas, falta de plumas o, en general, enfermas.

Luego de hacer el diagnóstico pasan al área de hospitalización y cuarentena donde, si lo necesitan, se les da tratamiento. De lo contrario, solo se les observa para confirmar que no lleven algún virus o parásitos que puedan infectar a las aves que ya están en el parque. Esta área es de acceso restringido.

En ese periodo de 40 días se desarrolla un expediente para cada ave, donde se van anotando todas sus características, padecimientos y otras particularidades de su proceso de readaptación. Además, se les instala un anillo en una de sus patas, con un código único, el cual está vinculado a su expediente.

Si en ese periodo no presenta algún problema grave de salud o de conducta, pasa al aviario número dos, que es de “socialización”. Allí aprenden a “comportarse” como guacamayas, pues su conducta natural es mimética, es decir, imita a quienes están a su alrededor. “El comportamiento innato de los psitácidos [familia a la que pertenecen loros, guacamayos y papagayos] es estar en parvadas, en grupos, pero si hay guacamayas que fueron extraídas de la vida silvestre y fueron mantenidas en casa, con perros, gatos y niños, entonces piensan que son perros, gatos o niños, no piensan que son una guara [forma coloquial de llamar a la guacamaya en Honduras]”, refuerza el biólogo Cuevas.

En este momento hay 22 guacamayas en ese proceso de socialización, aprendiendo a comer y actuar como sus pares. “Aquí observamos las características del vuelo, si es fuerte, si es viable. Vemos si el individuo no vocaliza palabras humanas. Si no ‘habla’, por decirlo así, pasa el primer filtro”, explica Cuevas.

Después de un tiempo indefinido en esta área pasan al aviario 22, que es más grande. Allí aprenden a desarrollar sus habilidades de vuelo. “El aprendizaje de vuelo es gradual. Primero se les pone a volar unos minutos y a medida que pasa el tiempo vuelan más, porque son como las personas que van a los gimnasios, que no se les puede exigir de entrada que levanten mucho peso”, indica Delmer López, un joven guía que conoce al detalle el funcionamiento del parque.

Además, en esta etapa se observa si se forman parejas. Las guacamayas son monógamas, por lo que, una vez se aparean, no se pueden separar o sería condenarlas a una vida solitaria. Si al formarse en pareja una desarrolla capacidades para volar y la otra no, si una habla y la otra no, o si una está capacitada para vivir en libertad pero la otra no, entonces se les deja en Macaw Mountain para que tengan crías. Estas últimas sí serán entrenadas para reintegrarse a la naturaleza.

En el proceso de readaptación uno de los protocolos es evitar que los humanos alrededor de las aves que serán liberadas les hagan “cariñitos”, les hablen, e incluso, se busca que no sea la misma persona quien las alimente, para que no se creen vínculos permanentes. Además, la alimentación va cambiando, desde frutas comunes en las primeras etapas —banano, papaya, sandía, melón, chile, tomate, pepino y a veces pera y manzana— hasta las frutas y semillas propias de la vegetación de la zona. Cuando hace falta se les provee de proteínas adicionales y medicamentos a través de la alimentación, para evitar tocarlas o que pasen el estrés de ser inyectadas.

Una vez que se ha comprobado que están sanas, que no hablan —o que ya olvidaron hacerlo— y que pueden volar, pasan a un aviario de preliberación de 18 metros de largo, para que sientan el gusto de desplazarse con libertad. Aquí, el equipo del parque aplica un entrenamiento final, que consiste en crear aversión al mayor depredador de la tierra: el hombre. Es así que empleados se visten con  sombrero, machete, botas de hule y un perro, y se meten al aviario.

“Una vez dentro, perturbamos a las guacamayas, tratamos de agarrarlas, les gritamos. Entonces comienzan a tener aversión a la figura fenotípica humana. No tiene que ser hombre o mujer, simplemente un sombrero, un machete”, dice Cuevas.

El biólogo indica que el método diseñado aquí está siendo efectivo. Lo han comprobado porque las aves liberadas en el parque arqueológico de Copán, o en las fincas, no hablan, no se acercan a socializar con los humanos y hacen sus propios nidos donde empollan y crían a sus polluelos.

Una vez que las guacamayas pasan todos los filtros anteriores, son llevadas al aviario de liberación, donde actualmente hay 12 ejemplares preparándose para su vuelo final.

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El último paso

 

El trabajo del equipo técnico de Macaw Mountain no termina allí. El siguiente paso es escoger dónde se realizará la liberación: lo primero es evaluar el perfil de la vegetación, con bosque tupido y árboles lo suficientemente grandes para hacer sus nidos.

La liberación puede ser en el parque arqueológico o en alguna finca privada. Pero, antes se debe firmar un acuerdo entre Macaw Mountain y los propietarios. “El compromiso de Macaw Mountain es ofrecer un servicio técnico y ejecutar un monitoreo, mientras que los socios privados instalan comedores en sitios estratégicos entre la vegetación, ponen un empleado para ayudar en la alimentación y así echamos a andar el proyecto. Este modelo es funcional, estamos haciéndolo desde el 2011”, afirma Cuevas.

Aunque las guacamayas sean liberadas, se sigue pendiente de ellas desde la distancia. Dos veces al día, a las 9 de la mañana y a la 1 de la tarde, empleados de Macaw Mountain, o de los socios privados, colocan frutas y verduras en los comedores instalados tanto en el parque de aves, como en el parque arqueológico o en las fincas particulares donde fueron liberadas. Esto como un complemento nutricional a los alimentos que ellas puedan obtener de manera natural.

Adicionalmente, personal técnico del parque hace inspecciones a los nidos de las aves liberadas al menos una vez a la semana. Utilizando binoculares, observan a las guacamayas que, además del código en sus patas, llevan marcas de pintura en sus picos, lo que facilita su identificación y seguimiento.

Gracias a este trabajo de monitoreo se dieron cuenta, en junio pasado —una semana antes de la última liberación—, que sujetos desconocidos habían sustraído algunas crías de un nido. “El personal del parque entró en shock y de inmediato se puso la denuncia en la Policía y en Facebook”, refirió la administradora Paola Carías.

La respuesta de los pobladores en redes sociales fue inmediata. Fueron cientos los mensajes de enfado y repudio que pedían denunciar a los perpetradores de la sustracción, al grado que, un día después, abandonaron los polluelos y reportaron su ubicación. Las crías pudieron ser rescatadas.

Otro indicador de éxito del programa es el número de polluelos que las guacamayas en libertad logran procrear. “El promedio que tenemos en el sitio arqueológico, del 2016 al 2019, son dos guaras por nidada. En algunas parejas tenemos incluso dos nidadas en el año. En el 2019 tenemos una pareja que tuvo cinco crías en dos puestas diferentes”, explica Cuevas.

El experto señala que los datos de reproducción del proyecto han causado admiración en conferencias donde han participado representantes de zoológicos y de entidades de conservación animal.

Pese a los avances, el programa de conservación de Macaw Mountain tiene algunos desafíos pendientes. Uno de ellos es revisar el estado de la vegetación para saber qué árboles utilizan las guacamayas para el anidaje y la alimentación. Con base en esto han planificado crear viveros para generar bosques más densos que sirvan tanto a las aves como a los humanos.

Esto es un aporte adicional al trabajo natural que ya están haciendo las aves al dispersar las semillas en un país de vocación forestal pero con graves problemas de deforestación, incendios forestales y, en los últimos cinco años, severos daños por el gusano barrenador que afecta al ganado.

Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, la cobertura forestal en Honduras pasó de un 53,2 % en 1995 a un 46, 9% en 2012. Más recientemente, el Consejo Hondureño para la Certificación Forestal Voluntaria informó que cada año se destruyen 23 000 hectáreas de bosque, lo que equivale a entre 2 y 3 % del total.

El trabajo de dispersión de semillas y la creación de viveros que se planifica en la zona de Copán es de particular importancia porque en los campos alrededor del parque arqueológico se practica agricultura de subsistencia, lo que muchas veces implica la quema de malezas para la posterior siembra de maíz y frijoles.

Otro de los desafíos planteados es reproducir el modelo en otros países, como Guatemala y El Salvador. En este último, la guacamaya se considera extinta en su forma natural. “El modelo es funcional y sabemos que se puede aplicar en otros países”, dice con una sonrisa optimista el estadounidense Lloyd Davidson, fundador de Macaw Mountain.

*Imagen principal: Guacamayas vuelan en los bosques de Copán. Foto: Eduardo Colocho.

**Este reportaje es parte de la alianza entre Mongabay Latam y LatinClima, esta última con apoyo de la Cooperación Española (AECID) por medio de su programa Arauclima, con el fin de incentivar la producción de historias periodísticas que den a conocer las estrategias de conservación que se están realizando en los diferentes países de Centroamérica.

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