Más de 60 indígenas quechua, achuar y kichwa que habitan las cuencas de los ríos Pastaza, Corrientes y Tigre (Loreto) han identificado y denunciado cerca de 500 puntos de contaminación por petróleo en el ex lote 1AB, conocido ahora como 192.Desde el 2006, el monitoreo ambiental tradicional se reforzó con equipos GPS, Open Data Kit y cámaras de foto y video ante la negativa de Pluspetrol Norte de aceptar la existencia de puntos contaminados. Luego de más de 10 años lograron que el Estado destine fondos para la remediación de sus territorios. Cuarenta y ocho años de explotación petrolera en las cuencas de los ríos Pastaza, Tigre y Corrientes, en Loreto, se pueden explicar con esta imagen: Elmer Hualinga apoya lentamente sus manos, protegidas por un par de guantes, sobre el crudo que burbujea en lo que fue una cocha, un pequeño reservorio natural de agua que solía estar poblado de peces y tortugas. Levanta las manos y muestra la sustancia viscosa, negra, brillante. El olor del petróleo y el sol del mediodía hacen imposible permanecer más de unos minutos en ese lugar. Esa cocha de aguas negras malolientes es lo que queda de la laguna Shanshococha, en la localidad de Nuevo Andoas, donde hoy el bloque petrolero 192, conocido hasta el 2015 como el lote 1AB, se encarga de recordarle al visitante que queda muy poco lugar para la vida. La casa de Elmer queda a menos de tres kilómetros. Por muchos años, Shanshococha fue la fuente de alimentos del pueblo quechua de Nuevo Andoas, una de las grandes comunidades del Pastaza, y ahora es una tierra lodosa que tiene el crudo escondido en sus vísceras y que aflora cuando el suelo se calienta. Shanshococha, que en el pasado fue un cuerpo de agua de más de dos mil metros cuadrados, es hoy uno de los puntos de ese mapa mortal que Elmer ha dibujado decenas de veces a los inspectores del Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental (OEFA), a la Autoridad Nacional del Agua (ANA), a los funcionarios del Organismo Supervisor de la Inversión en Energía y Minería (Osinergmin), a congresistas, a comisiones del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y ahora a Mongabay Latam. Es una ruta que ha recorrido al menos 30 de los 37 años que tiene, porque era la misma ruta que usaban sus padres y abuelos para obtener alimento. Luego de tanto años de caminarla, confiesa que lo que más recuerda ahora es el olor a petróleo.