Pero decidió que su destino estaba en Venezuela. “Este es el hotspot [punto caliente] de la diversidad biológica”. Mientras le concede una entrevista a Mongabay Latam, en la sede del Centro de Conservación REVA (Rescate de Especies Venezolanas de Anfibios amenazados), el herpetólogo se pregunta: “¿Para dónde me voy si esta es mi pasión?”. En el camino, rechazó un posible trabajo en Estados Unidos e ingresó como profesor a la Escuela de Geografía de la ULA, doctorándose en esta universidad en el área de Ecología Tropical (1998) con una tesis sobre la biogeografía de los anfibios de la cordillera de Mérida.

El biólogo se convirtió en autor de siete libros y más de 260 artículos, incluido el único catálogo taxonómico, biogeográfico y bibliográfico de las ranas de Venezuela. Durante una década editó una revista de prestigio internacional, Herpetotrópicos (2004-2014) y creó su propia ONG: la Fundación Biogeos.

Cuando decidió jubilarse como profesor en 2012 fue para dedicarse a la investigación científica. Es miembro del Grupo de Especialistas en Anfibios y de la Comisión de Supervivencia de Especies de la UICN y formó parte de la Red de Investigación y Análisis para Anfibios Neotropicales (RANA). Ha descrito 43 especies, incluyendo tres lagartijas y siete serpientes, y nombró un género nuevo de ranas, Mannophryne, entre los que se incluye el sapito acollarado del Socopo (Mannophryne lamarcai), considerado en Peligro Crítico por la UICN.

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Conociendo el REVA

 

Lo que pudo tomarse como una señal, La Marca lo ha descrito de otra forma, como la fortuna de vivir en uno de los sitios de mayor diversidad biológica y de anfibios en el mundo: los Andes tropicales.

En los Andes venezolanos se encuentra cerca del 50 % de todas las especies de anfibios de Venezuela, país que es el noveno en el mundo con mayor diversidad de anfibios. Cerca del 25% de estas especies se encuentra en peligro de extinción, muchas no se han visto desde hace décadas y otras probablemente desaparecieron sin siquiera haber sido descritas.

Los anfibios son los animales más vulnerables de Venezuela, reveló en 2015 Jon Paul Rodríguez, vicepresidente de la Comisión de Supervivencia de Especies de la UICN, por lo que la labor de La Marca es de importancia mundial.

El 11 de mayo de 2018, La Marca fundó el centro de conservación ex situ Rescate de Especies Venezolanas de Anfibios amenazados (REVA) por sus siglas en inglés, con el cual ha alcanzado relevantes éxitos en reproducción en cautiverio y reintroducción de individuos.

La ranita Mucuchíes, que habita en el páramo merideño, y la ranita  con collar de Mérida son dos de las más emblemáticas especies que alberga este centro. Sin embargo, el lugar posee un aproximado de 40 ejemplares de seis especies distintas. Además, el centro cuenta con una especie de rana de páramo que no tiene aún nombre científico y que ya desapareció, y también algunas que están por describirse.

El REVA es el único centro que cría especies de páramo y bosque nublado en Venezuela. Tienen sistemas automatizados en el cuarto frío que crean las condiciones de luz del día, pero cuenta La Marca que durante un apagón perdieron una lámpara de rayos ultravioleta y no han podido conseguir el repuesto.

“Es el único centro de conservación de anfibios en peligro de extinción de todo un país megadiverso”, dice su fundador. Comenzaron trabajando con especies que viven en territorios cercanos a la ciudad de Mérida y luego fueron ampliando su campo de investigación a los bosques nublados más cercanos.

El equipo del REVA está conformado por cinco personas y otros cuatro asesores a distancia: un veterinario, un geógrafo, un especialista en divulgación y educación y un especialista en invertebrados.

Estos últimos, aunque decidieron emigrar, trabajan a distancia para conservar, estudiar y criar en cautiverio especies endémicas de anfibios, así como los invertebrados de los que se alimentan.

Aun con todas las dificultades que implica mantener el Centro en marcha, el REVA se anota importantes éxitos de conservación.

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Éxito en cría, reproducción y liberación de especies en peligro

 

La especie que aparece en el logo del REVA es un ejemplar de la Atelopus sorianoi, conocida comúnmente como la rana escarlata. La Marca la descubrió en 1982 en los alrededores de una quebrada ubicada entre las poblaciones de Guaraque y Tovar, en la zona del Valle del Mocotíes del estado Mérida, en un bosque nublado.

“Es una especie espectacular, de color anaranjado brillante y que parece de plástico. Cuando la vimos por primera vez había muchísimos individuos. Parecía una alfombra inmensa a nuestros pies”, recuerda La Marca.

Sin embargo, no se ha vuelto a ver desde 1990. Solo hay algunos ejemplares de esta especie en museos y en fotografías que el biólogo logró hacer en su expedición. Posteriormente se han hecho varias expediciones para encontrarla, lamentablemente sin éxito.

El equipo se ha propuesto insistir en el redescubrimiento de la rana que conforma el logotipo del único centro de conservación de anfibios del país, mientras ya han logrado la exitosa recuperación de otras especies.

Han liberado cerca de 70 individuos de la ranita con collar de Mérida y cerca de 40 ejemplares del sapito silbador de Mérida. Todos ellos fueron reintroducidos en  el Jardín Botánico de Mérida, donde son monitoreados. “He escuchado cantos del sapito con collar y Luis Saavedra ha escuchado al sapito silbador. Esto indica que se han establecido nuevas poblaciones y que hemos sido exitosos en la reintroducción”, dice con satisfacción La Marca.

Del sapito de niebla merideño (Aromobates meridensis) han liberado unos 30 ejemplares que fueron criados en el REVA, después de haber sido capturados de su medio natural siendo renacuajos. El objetivo fue reforzar el éxito de sobrevivencia de estos individuos que se encuentra en  Críticamente Amenazada según la UICN.

Esta labor de dar refugio, alimentar, reproducir y reintroducir ranitas merideñas es una batalla por superar los daños infringidos a sus hábitats.

El geógrafo Gabriel Sánchez es el encargado de generar información geográfica para las investigaciones del REVA y desde septiembre de 2018 está encargado de la coordinación de los sistemas de información geográfica. Lo hace desde la distancia puesto que actualmente vive en Montevideo, Uruguay. Su trabajo también consiste en cartografiar las zonas de vida en Mérida para brindar más conocimiento sobre la importancia de conservarlas.

Es por ello que sabe que “el estado Mérida alberga la mayor cantidad de zonas de vidas, un sistema que establece 33 tipos de regiones biogeográficas delimitadas por parámetros climáticos, como la lluvia y la temperatura, con respecto a todo el país”. En total, hay 19 zonas de vida en el estado Mérida. Esto lo convierte en un laboratorio gigante aunque debido al cambio climático, las zonas de vida del piso alpino y subalpino podrían desaparecer, explica.

Los bosques secos andinos, que son aquellos que habitan las ranas merideñas, están fuertemente presionados por el crecimiento urbano desordenado de sus centros poblados. Desde el REVA los científicos prevén reforestar, con la ayuda de especialistas, áreas intervenidas de los alrededores de Mucuchíes donde antes había bosques seco montanos.

El trabajo fuera del laboratorio con alianzas comunitarias es esencial para el REVA. “Vamos al campo, detectamos cuáles son las especies que están en peligro y ameritan estar en un programa de conservación ex situ. Esto nos permite proponer categorías ante la UICN”, explica La Marca. Si encuentran especies que no han sido descritas, en el REVA le dan un  nombre.

El experto asegura que también se esfuerzan en llevar el trabajo a la sociedad para enseñarle a las comunidades la importancia de conservar los anfibios. Daniela Febres-Cordero puede dar testimonio. Es directora de la Escuela de Labores de Moconoque, una comunidad del páramo merideño. En una visita hecha por La Marca y su equipo a esa comunidad, se ubicaron nacientes de agua donde está la ranita de Mucuchíes (Aromobates zippelli).

“En épocas de lluvia se escuchan esas ranitas en distintos pantanos. Luego viene el verano y no se escuchan más. Lo que queremos en un futuro es tratar de mantener ese micro hábitat con humedad”, dice Febres-Cordero. Para ello, el REVA junto con la Escuela de Labores de Moconoque realizan charlas en las comunidades sobre la “siembra del agua” y la conservación del hábitat para la ranita de Mucuchíes.

Luis Saavedra recuerda que “cuando visitamos la comunidad, un señor nos contó que había enterrado (sembrado) una rana donde se había secado una fuente de agua para que volviera a brotar la naciente”. Las ranas están asociadas culturalmente a la fertilidad, la abundancia y la agricultura. Es por eso que los investigadores del REVA también esperan estudiar, con el asesoramiento de un antropólogo, la relación de estos animales con los mitos de los Andes venezolanos.

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Ingenio y creatividad en tiempos de crisis

 

Durante el apagón que inició el 7 de marzo de este año y que en Mérida se prolongó por cinco días, 16 ranitas que estaban en el REVA murieron; siete ejemplares eran de la ranita de Mucuchíes.

El único centro de conservación de anfibios de Venezuela estuvo sin electricidad por 111 horas continuas, tiempo durante el cual el equipo tuvo que ingeniárselas para mantener la temperatura que la ranita de Mucuchíes necesita para vivir. “Rociamos agua para que por evaporación disminuyera la temperatura. Abanicamos. En las noches dejamos las ventanas abiertas para que entrara el aire. Fue gracias a ese cuidado que logramos salvar a los animales”, explica La Marca.

Luis Saavedra, director técnico del REVA, vive cerca del centro. Cuando hay una falla del servicio eléctrico sale corriendo para evitar que las ranitas vuelvan a afectarse por la variación de la temperatura. “Es bastante difícil mantener en cautiverio a las especies que tenemos, sobre todo las de páramo, y en las actuales circunstancias es aún más difícil. Nos dedicamos con sangre, sudor y lágrimas”.

Si establecer las condiciones adecuadas para que estos animales puedan sobrevivir ya es una tarea compleja, establecer las condiciones para que se puedan reproducir es aún más difícil, asegura el  joven que aún no ha culminado su licenciatura en Biología. Sin embargo, “aquí lo hemos logrado”, dice.

Pero no solo las fallas de los servicios públicos han retado su funcionamiento. La inseguridad ciudadana e incluso las protestas ciudadanas antigubernamentales hicieron las cosas difíciles para las ranitas merideñas y el equipo investigador.

Durante las protestas sociales ocurridas en 2017, que trancaron vías con barricadas por semanas, el equipo no podía llegar al lugar donde mantenían las especies antes de la apertura del REVA.

Ante la necesidad, crearon nuevos protocolos innovadores. Construyeron terrarios, recipientes con ecosistemas autónomos que emulan las condiciones ambientales necesarias para mantener vivos los ejemplares por varios días sin la intervención humana.

“El objetivo era que pudieran funcionar solos hasta por una semana. Eso no ocurre en ninguna otra parte del mundo porque no existe la necesidad. Aquí tenemos que ingeniar e inventar todo”, afirma La Marca. Eso incluye el uso de tuberías de plástico que cortan para crear las canaletas que se utilizan para proporcionar refugio a las ranitas. “En otros países existen moldes prefabricados para instalar dentro de los terrarios. Aquí debemos hacerlos nosotros”, asegura el biólogo.

Otro reto importante fue la escasez de alimentos para renacuajos. “Nosotros les dábamos alimentos para peces, como hacen en muchas partes del mundo. Durante el 2017 no llegaba a Mérida ese alimento por las protestas. Eso nos llevó a tener que pensar en crear el alimento”, explica La Marca. Ello implicó evaluar varios factores: el ciclo de vida del anfibio, el tipo de alimentación de cada especie, etc. “Si estuviésemos en otro país, ese alimento lo estaríamos exportando, lo cual sería para nosotros una fuente de ingresos”, agrega el biólogo.

Una solución momentánea fue liberar el conocimiento. Publicaron un video que explica cómo preparar el alimento. También han creado un manual de procedimientos para cría y conservación de anfibios en cautiverio.

También crían larvas de invertebrados que se usan como alimento: hormigas, coquitos de la harina, moscas de la fruta y otros artrópodos que comen los anfibios. “Todo lo que hacemos es en principio improvisado y después lo sistematizamos. Creamos protocolos de cría”, revela La Marca.

Su empeño ha sido clave para salvar a las ranitas merideñas.

Las investigaciones que realiza el REVA han contado con el apoyo de Amphibian Ark, organización que ha apoyado cuatro proyectos para la conservación de distintas especies endémicas amenazadas (de los géneros Mannophryne, Leptodactylus y Aromobates). Tras los apagones generales en Venezuela, Amphibian Ark financió la adquisición de una planta eléctrica.

En el 2017, La Marca y su equipo ganaron un financiamiento del fondo de conservación de especies The Mohamed bin Zayed para evaluar el estado de conservación de la ranita del teleférico (Pristimantis telefericus), una especie descubierta y descrita por La Marca en 1992. El proyecto incluyó la recopilación de datos biogeográficos e historia natural de esta especie endémica que no se veía desde hace años y que pudo ser descubierta gracias al trabajo in situ en la Sierra Nevada de Mérida. El próximo paso es iniciar un proyecto de cría en cautiverio.

El REVA también encuentra financiamiento al ser una opción de formación teórico-práctica a futuros biólogos ante la emigración de profesores. El curso-taller “Mantenimiento y cría de anfibios en cautiverio” permite a los estudiantes de Biología de la ULA certificarse como asistentes técnicos.

Victoria Del Real es una de ellas. Tiene 20 años de edad y cursa sexto semestre. Aunque se inclina por la biología molecular, la genética y la bioquímica, la aprendiz de bióloga decidió estudiar en el REVA porque le interesa conocer técnicas de conservación y fortalecer sus conocimientos sobre ecología. “Aquí debemos trabajar con las uñas y los resultados así creo que tienen más valor, porque si los obtenemos con tantas carencias, imagínate cómo sería si tuviéramos más apoyo. Muchas veces me veo como una doctora en guerra”, asegura Del Real.

La creatividad del equipo que acompaña a La Marca ha logrado evadir muchos obstáculos dentro del centro pero aún quedan pendientes importantes retos en un entorno de incertidumbre y escasez.

“No tenemos vehículos para el trabajo de campo. A veces podemos pagar el alquiler de un vehículo, pero no hay gasolina. Otras veces no hay chofer”, confiesa La Marca. Además, el mal acceso a internet impide consultar las investigaciones más recientes y se enfrentan a la obsolescencia de equipos, ya que les es imposible adquirir nuevos. Tienen una lupa microscopio, pero no equipo de iluminación para hacer fotografías. No tienen cámara fotográfica ni equipos profesionales de grabación de sonido para registrar el canto de las ranitas, lo que es esencial para tener éxito en la reproducción.

La Marca sueña con trasladar el REVA a un lugar más frío, donde puedan asistir tesistas, investigadores y científicos de todas partes. Para eso sería necesario conseguir nuevas fuentes de financiamiento, apoyados en el trabajo formativo y comunitario que realizan.

“Estamos viviendo una debacle, pero no me dejo amilanar. No me pienso ir y en la medida de lo posible, si puedo estar entusiasmado, asesorando y formando a los estudiantes de biología, lo haré. Creo que es una función que nos compete a todos los que decidimos quedarnos”, concluye La Marca.

*Imagen principal: Aromobates meridensis. Una de las seis especies que cría el REVA. Foto: Néstor Sánchez

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Artículo publicado por Michelle
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