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Melania Guerra: la científica costarricense que escucha el océano

Melania Guerra.

  • La oceanografía costarricense ha dedicado su carrera a la investigación acústica para comprender, a partir del sonido, los fenómenos que ocurren bajo el mar. 

Melania Guerra supo a los cinco años que quería investigar el mundo y tener una vida extraordinaria. Tras haber estudiado ingeniería mecánica para poder inventar instrumentos que le permitieran explorar las profundidades del océano o la inmensidad del espacio, decidió hacer su maestría y doctorado en oceanografía.

Hoy se dedica a escuchar el mar para poder entender lo que ahí ocurre. Por ejemplo, ha descubierto cómo las actividades petroleras en el Ártico han desviado la ruta migratoria de las ballenas de Groenlandia impactando en su salud.




La historia en 1 minuto: Ivonne Montes: la explicación de cómo el movimiento de los océanos sustenta la vida en el mar. Video: Mongabay Latam.

Tras vivir 18 años en Estados Unidos, Guerra está recientemente de regreso en su Costa Rica natal para promover que se consideren los impactos acústicos que generan los proyectos de desarrollo y para acompañar a la delegación costarricense en las negociaciones de la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, COP.

Mongabay Latam conversó con ella para preguntarle acerca de sus motivaciones y de sus años escuchando el océano.

¿Por qué te interesaste en hacer ciencia para los océanos?

 

Cuando yo tenía como cinco años sucedieron dos cosas que fueron importantes. Mi abuelo me regaló el libro de un arqueólogo que fue el que descubrió la ciudad de Troya. Me pareció fascinante saber que había trabajos donde las personas no tenían que estar en una oficina, sino que hacían viajes y tenían aventuras y hacían descubrimientos. Al mismo tiempo, un costarricense fue invitado por la Nasa para ser el primer latinoamericano que iba a ir con el cuerpo de astronautas al espacio. Esas dos personas me impactaron mucho y me hicieron pensar que hay trabajos en ambientes extremos que lo ponen a uno a prueba, tanto física como mentalmente, y que yo quería una vida emocionante como la de ellos.

La científica costarricense se ha dedicado a escuchar el océano para poder entender el comportamiento de algunos animales marinos. Foto: Melania Guerra

Me apasionaba todo lo que fuera el fondo del mar o las regiones polares o el espacio. Aunque no sabía especialmente cuál de esas áreas me gustaba más, identifiqué que la tecnología era el factor común que tenían. Gracias a máquinas es que uno puede ir al espacio o con un submarino se puede ir al fondo del mar, entonces estudié ingeniería mecánica. Después decidí especializarme e hice la maestría y el doctorado en oceanografía.

El laboratorio al que entré era especializado en acústica y diseñaban instrumentos para grabar sonidos bajo el mar. El sonido en el agua es mucho más eficiente para transmitir información. La luz no viaja muy bien en el agua entonces los animales han creado adaptaciones para entender su entorno a través de los sonidos y comunicarse a través de ellos. Con ese antecedente en la parte técnica y también en oceanografía aplicada, me dediqué a hacer investigación en la parte de acústica.

¿Cuál fue tu primera investigación en la parte acústica?

En México, en Baja California, hice como ocho o nueve años de trabajo de campo. Todos los años íbamos e instalábamos instrumentos y sacábamos los del año anterior para recopilar esos datos. También teníamos una relación muy cercana con la comunidad entonces visitaba las escuelas, hablaba con los pescadores locales y había un gran intercambio de conocimiento con la gente local.

¿Qué estaban investigando?

Lo que estudiábamos eran las ballenas grises que llegan a reproducirse a las lagunas en Baja California. Había una laguna en particular que está dividida en dos. En una sección no hay turismo y en la otra sí hay turismo de observación de ballenas. Queríamos identificar el impacto que tenía, en la ecología de los animales, el ruido de los motores de las lanchas de observación.

Hicimos un proyecto parecido en el Ártico, solo que el impacto ahí era la actividad petrolera sobre las ballenas de Groenlandia.

De todos los lugares en los que Melania Guerra ha estado realizando investigaciones, el Ártico es que el que más la ha conmovido. Foto: Roxanne Desgagnes – Unsplash

¿Qué fue lo que encontraron?

Ese proyecto, el del Ártico, todavía sigue recopilando datos y se ha demostrado que estas ballenas están alterando su migración. Antes viajaban muy cerca de la costa y ahora se están alejando para evitar las zonas de alto ruido. También han cambiado su comportamiento. La manera en la que vocalizan es alterada por estos ruidos industriales.

¿Cuál es la importancia de esos cambios en la conservación de estos animales?

La importancia de eso es que cambia absolutamente el uso de su energía calórica, es decir, están usando mucha más energía en hacer migraciones más largas y en cambiar su comportamiento. Eso afecta porque llegan a las zonas de reproducción mucho más debilitadas, más flacas y no pueden sostener los embarazos. Entonces, a nivel de población, esto está teniendo un impacto.

Además, el impacto acústico es solo uno de los muchos con los que las ballenas están lidiando: agua más caliente, cambios en sus presas, la comida ya no está tan disponible. Entonces son muchas cosas que las están atacando y para una especie es muy difícil combatir múltiples amenazas.

Las comunidades nativas del Ártico tienen acceso y derecho a cazar este tipo de ballenas. Por ello, también hay impactos a nivel socioeconómico y cultural, porque estas comunidades nativas ya no pueden tan fácilmente acceder al recurso porque las ballenas están mucho más lejos de la costa. Todas las tradiciones culturales que tenían de cómo iban y cómo cazaban los animales están viéndose afectadas.

Una ballena jorobada madre y cría cerca de la superficie. Las ballenas bebés necesitan respirar cada pocos minutos durante su primer año, por lo que el par tiende a permanecer cerca de la superficie. Crédito de la imagen: montereydiver en Best Running / CC BY 2.0.

En México, ¿qué fue lo que lograron con la investigación?

En el caso de México logramos identificar y caracterizar los tipos de vocalizaciones de las ballenas grises porque había muy poca literatura al respecto. Encontramos comportamientos que se asociaban con algunas llamadas y también desarrollamos tecnología para sincronizar mejor los instrumentos. Entonces fue un proyecto muy útil, tanto en la parte biológica como en la parte técnica.

¿Existen estudios sobre los impactos acústicos de las actividades petroleras en América Latina?

Específicamente con actividades petroleras no sé, pero sí en Sudamérica hay muchísimos estudios de ballenas jorobadas. Son una de las especies a las que más se les ha reconocido sus cantos. También con las orcas. Esas son las dos especies que se entienden mejor. De hecho, los expertos en estas especies reconocen el acento que tienen las poblaciones a partir de los cantos y pueden distinguir si por ejemplo se trata de una población de la península antártica o de otro lugar.

¿Pero se han podido reconocer impactos de ciertas industrias en los procesos migratorios por ejemplo?

En algunas de las especies que bucean muy profundo, llamadas cifius, se han encontrado impactos de las actividades militares, de los sonares específicamente. En Estados Unidos hubo ya demandas contra la fuerza naval para que no utilicen cierto tipo de frecuencias en los sonares porque generan impactos fisiológicos. Lo que estaba sucediendo es que el tipo de sonar que usaban suena muy parecido a las orcas. Entonces, los animales se asustaban porque pensaban que estaban siendo atacados y se disparaban a la superficie sin descomprimir. En el proceso de subir tan rápido sus oídos internos estaban explotando.

Se logró específicamente eliminar ese tipo de sonar, pero ahora lo que estamos entendiendo mejor es que también hay impactos crónicos a lo largo de mucho tiempo. Es lo que te comentaba antes: que los animales evitan ciertas áreas, viajan más largo, las poblaciones decaen.

La acústica submarina pasiva es la ciencia aplicada para escuchar los sonidos que tienen los procesos en el océano. Foto: Melania Guerra

¿Existen ejemplos, en América Latina, en que la ciencia acústica haya influido en la toma de decisiones?

Claro, expertos de Costa Rica y de Panamá han trabajo juntos en cambiar las rutas de acceso al Canal de Panamá para que la huella sónica de esos buques no impacte tanto sobre una población de ballenas jorobadas que existe ahí.

En el caso de Costa Rica, me interesó saber cómo se regulaba el sonido submarino. Me involucré en una nueva política que se está generando, para turismo de observación de ballenas, que va a tomar en cuenta el sonido como uno de los factores que impacta a las ballenas jorobadas. Otro de los temas es la ley de navegación, también en Costa Rica. No tenemos, de hecho, una ley de navegación [que rige todas las actividades concernientes a la navegación o relacionadas con ella] y entonces trabajo con algunos de los legisladores en Costa Rica para formular una nueva ley que incorpore el tema acústico.

En el año 2018 estuve trabajando en Naciones Unidas, acompañe a la delegación costarricense en los procesos de negociación de la COP.

¿Qué permitirá una ley de navegación?

Es importante, antes que todo, conocer la línea base de los ecosistemas. Generar ciencia para saber qué tan ruidosos son esos ecosistemas para luego medir impactos. Después es necesario pedir estudios de impacto ambiental cuando se construye una marina, por ejemplo, y hacer el cálculo de cuánto ruido atraería esto.

¿Qué tan desarrollada está la ciencia acústica?

Definitivamente tiene implicaciones militares muy grandes con tradición de ser muy importante. El desarrollo de los sonares y los submarinos, todo es a partir de esa misma ciencia de la acústica submarina. Entonces sí es algo que en una forma indirecta conocíamos del mundo, aunque a nivel del público quizás es una ciencia desconocida.

Equipo de científicos montan el localizador de vocalizaciones de ballenas. Foto: Susannah Buchan.

Pero desde hace unos 15 años sabemos que también podemos usarla para entender el mundo submarino. Este campo se llama acústica submarina pasiva, que es escuchar cuáles son los sonidos de los procesos para entenderlos. Por ejemplo, en las zonas polares se puede entender cuándo se quiebra el hielo para empezar a derretirse o cuándo empieza a formarse el hielo a partir de cómo suena.

Es una ciencia entonces relativamente nueva, pero cuándo yo empecé a estudiarla teníamos instrumentos que grababan por tres días. Cada tres días había que sacarlos para cambiarles la batería y la memoria. Siete años después, cuando terminé el doctorado, ya teníamos instrumentos que grababan un año completo.

El despegue en el uso de los celulares permitió la tecnología que hace que nuestros instrumentos también tengan una capacidad muchísimo mayor y un precio muchísimo más accesible.

¿Por qué comenzaste a trabajar en el aspecto político de la ciencia acompañando a Costa Rica en los procesos de negociación de la COP?

En el año 2015 empecé a reconocer que la ciencia que yo hacía tenía un gran componente internacional de toma de decisión y de influencia. También ese año se firmó el acuerdo de París, se acordó la agenda 2030. Empecé entonces a interesarme más en la parte geopolítica y descubrí que hay todo un campo que se llama diplomacia científica, que es el espacio donde los científicos pueden guiar a los tomadores de decisiones para que se guíen por la mejor ciencia.

En estos procesos —que antes estaban en esferas desconectadas: el de biodiversidad, el de clima era otro y el de océanos otro— los tomadores de decisiones se están dando cuenta de que tienen que conectar objetivos y conectar conocimiento. Podemos guiar a estos tomadores de decisiones para que encuentren una solución más integral. Por ejemplo, incorporar el océano en las metas de clima permite muchas soluciones.

La última COP fue muy criticada, ¿cuál es tu opinión acerca del desempeño de estas negociaciones?

Implica combatir en una atmósfera muy densa y que cuesta mucho que se mueva. A veces pasa algo grande como en el 2015, pero tienen que haberse alineado muchas estrellas y los países tienen que estar en un cierto momento político para atreverse a hacer cosas radicales.

En diciembre definitivamente fue una COP bastante frustrante y lo que se acordó en realidad fue bastante débil. Fue también una COP desconectada de la gente. Era extraño porque el mundo de las negociaciones y el otro mundo de las protestas y la visita de Greta se sentían completamente separados. El reto para la siguiente COP creo que es hacer una COP humana, que ponga a la dignidad en el centro y que no se quede en los términos técnicos. Es un momento interesante, una década decisiva.

Lo que siento yo es que estamos llegando a un momento en que esas esferas de toma de decisiones se mueven tan despacio que la sociedad civil no está dispuesta a que las decisiones recaigan en esos foros. Aunque no digo que sean espacios obsoletos, si no se ponen las pilas y empiezan a hacer cosas más ambiciosas y más rápido, la gente va a hacer que las cosas pasen de otra forma.

¿Cómo qué?

El mercado de carbono. Si no se logra acordar entre los países, la tecnología simplemente va a abrir espacio para que se haga con otras reglas, lo cual es peligroso. Por supuesto que sería mejor que las reglas sean acordadas por medio de diálogo, pero si no lo logramos se va a hacer de otra manera.

*Imagen principal: Melania Guerra.

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