Después de la reunión en Pattimura, Abraham Tulalessy se convirtió en uno de los defensores acérrimos del movimiento, se unía a los manifestantes y hablaba con la prensa. Discrepó rápidamente de la EIA de Menara. Parecía ser exhaustivo; los asesores habían recopilado una cantidad de datos que permitía realizar un documento de peso. Sin embargo, abordaba asuntos irrelevantes, como los niveles de ruido, a la vez que ignoraba cuidadosamente la realidad de que el proyecto resultaría en una transformación completa de la vida en el archipiélago. “La selva sería destruida, los hábitats eliminados, los animales llevados a la extinción. Las aguas subterráneas descenderían, la población sufriría”, dijo Abraham. “Sin embargo, eso no lo examinaron. No comprendieron”.

Muchos de los compañeros de Abraham compartían su opinión. Agustinus Kastanya, el profesor que organizó la reunión de la facultad, y que se sentaba en el Consejo Nacional Forestal, un órgano consultivo del ministerio de Silvicultura dijo que la plantación sería “muy peligrosa” para Aru. Abraham Khouw, biólogo marino de Pattimura quien también se sentaba en la comisión de la EIA, dijo que Menara carecía de respeto por la ciencia. “Hay una gran cantidad de especies increíbles en Molucas, y ni siquiera conocemos el 10 % de ellas”, dijo. “Como académico, digo las cosas como son. Me preocupa la ciencia, pero a veces la política es más fuerte”.

Muchos de los compañeros de Abraham compartían su opinión. Agustinus Kastanya, el profesor que organizó la reunión de la facultad, y que se sentaba en el Consejo Nacional Forestal, un órgano consultivo del ministerio de Silvicultura dijo que la plantación sería “muy peligrosa” para Aru. Abraham Khouw, biólogo marino de Pattimura quien también se sentaba en la comisión de la EIA, dijo que Menara carecía de respeto por la ciencia. “Hay una gran cantidad de especies increíbles en Molucas, y ni siquiera conocemos el 10 % de ellas”, dijo. “Como académico, digo las cosas como son. Me preocupa la ciencia, pero a veces la política es más fuerte”.

Abraham Tulalessy. Imagen de Leo Plunkett/The Gecko Project.

Mientras tanto, muchos arueses, sobre todo los del interior, todavía no sabían casi nada del proyecto. La empresa, en la medida en que había interactuado con los habitantes de las aldeas, principalmente a través de su equipo de reconocimiento, había fomentado su propia versión de cómo el proyecto cambiaría sus vidas. Se comprometieron a construir infraestructura y financiar becas para que los lugareños asistan a universidades en el extranjero. “Sus promesas eran demasiado grandiosas”, dijo un incrédulo Mika Ganobal, coordinador de la resistencia en Dobo. “Quizás construyan algunas cosas, pero si se llevan nuestra selva nunca la recuperaremos”.

Mika reconoció que la población de Aru tenía el derecho a conocer lo que realmente iba a venir. Si decidían que aún querían arriesgarse, que así sea. Sin embargo, creía que, si el vacío de información fiable era reemplazado con los hechos, un mayor número de personas se movilizarían en favor de la causa. Después de firmar sus nombres en sangre en Dobo, los manifestantes decidieron distribuirse por el archipiélago y correr la voz ellos mismos.

En todos sus años en organización, Jacky nunca había visto nada como lo que los activistas de Dobo estaban a punto de intentar. Algunas de las 117 aldeas de Aru estan lejos de la costa, solo accesibles por el río. Otros están en islas diminutas. El combustible era caro, así que la gente viajaba normalmente en lanchas de pasajeros pequeñas, las cuales podían tardar días en alcanzar sus destinos finales. Las aguas podían ser peligrosas. Sin embargo, no tenían otra opción: viajar físicamente a estas aldeas era la única manera de informales adecuadamente.

Una lancha atraviesa uno de los canales de agua salada de Aru. Imagen cortesía de Forest Watch Indonesia.

Bajo el asesoramiento de Jacky, el grupo de Mika elaboró un plan. Las personas que llevaban a cabo las protestas en Dobo regresarían a sus aldeas y difundirían la noticia del proyecto a sus amigos y familiares. La anciana Anatje Siarukin se unió a esta ola inicial de mensajeros, viajó a su aldea nativa de Jelia en las praderas del sur de Aru. Allí reunió a su familia y les dijo lo que pasaría, en su opinión, si entraba Menara. “No nos traerá prosperidad”, dijo. “Nos traerá destrucción”. La gente de Jelia se sentó para debatir durante tres días y dos noches. Finalmente, cuando todos alcanzaron un consenso, fueron al borde de la aldea y realizaron un ritual, colocaron un sasi en mitad de la carretera principal, una señal desafiante que decía que ninguna empresa era bienvenida.

El sasi en Jelia. Imagen de @SaveAruIslands.

Un grupo selecto de voluntarios emprendió una expedición más ardua, un extenso viaje a través de los territorios circundantes de Aru para llegar a comunidades más remotas. El desafío era explicar la ecología de Aru y cómo la plantación destruiría sus frágiles ecosistemas. Costansius Kolatfeka, el activista que había llevado el estandarte de lona a Dobo, se ofreció a quedarse y servir como experto en residencia para los activistas. Se quedaría en Aru durante tres meses y viajaría entre Dobo y el interior con los voluntarios.

Los habitantes de las aldeas comprendieron rápidamente lo que significaría una vida sin la selva. La selva actúa como un aislante térmico, explicó Costansius; si se destruyese, Aru se convertiría en un lugar mucho más caliente. Como una esponja gigante, la selva absorbe el agua de lluvia y mantiene el suministro de aguas subterráneas; sin ella, Aru se secaría y se volvería propensa a inundaciones catastróficas. Las selvas previenen la erosión, mantienen la tierra en su lugar con sus raíces; sin los manglares, la mayoría de los cuales estarían clasificados dentro de las licencias de Menara, grandes franjas de costa serían arrasadas.

Las selvas de Aru prestan servicios ambientales críticos de los cuales dependen decenas de miles de vidas humanas. Imagen cortesía de Forest Watch Indonesia.

Costansius también ofreció un curso intensivo en el funcionamiento de una plantación gigantesca. Los interminables productos químicos necesarios para cultivar tan vasta extensión de caña de azúcar, probablemente rociados desde un helicóptero, penetrarían en los ríos y el mar, alimentarían las algas y crearían zonas oceánicas muertas. Los recursos marinos de los que la población ha dependido durante siglos desaparecerían. Costansius alegaba que, si los arueses querían mejorar su situación y recurrir a inversores extranjeros, harían mejor en desarrollar las pesquerías de Aru, que están entre las más ricas de Indonesia. Sin embargo, la tala de la selva acabaría en desastre.

Un voluntario era Simon Kamsy, aruese de 50 años que trabajaba en la conservación de los manglares en el archipiélago. Formuló un argumento apasionado contra el proyecto, que sostenía que independientemente de la débil condición jurídica de su tenencia de la tierra, era el derecho de la población de Aru, no de los políticos en Ambon y Yakarta, decidir el destino de su tierra natal. “Nuestros antepasados estaban aquí antes de que Indonesia fuese una nación”, les dijo. “Si dejamos que esta empresa nos lo quite todo, solo seremos espectadores en nuestra propia tierra”. Alegó que los animales que habitan Aru no tienen igual en el mundo. “Si se extinguen, no quedará nada de nuestra identidad de arueses”.

Simon Kamsy en Dobo. Conoció a Mika a través de su hermano pequeño, un sacerdote. Imagen de Leo Plunkett/The Gecko Project.

Para enardecer a los habitantes de las aldeas, los activistas proyectaron películas como “Estación ardiente”, la historia de la lucha del mártir brasileño recolector de caucho Chico Mendes contra los rancheros brasileños y su eventual asesinato a manos de dichos rancheros. Un lugareño dijo a un antropólogo visitante de una universidad holandesa que la película le había abierto los ojos a lo que les esperaba si la empresa consigue lo que quiere. Previamente, la única información que su comunidad había recibido sobre la plantación había llegado en la forma de una visita de los inspectores de Menara. Los hombres de la empresa se habían mostrado evasivos sobre sus objetivos, decían solamente que querían mejorar las vidas de la población. Los lugareños los habían ayudado con recelo, pero ahora se oponían firmemente al proyecto.

Y, sin embargo, toda la oposición que los activistas fomentaron significaría muy poco si no podían demostrar que existía. Los activistas llevaban montones de cartas de rechazo preparadas e invitaron a todo el mundo que se oponía a la plantación a firmarlas. Sacaron fotos e hicieron vídeos de gente que escribía sus nombres para rebatir acusaciones de que las firmas habían sido falsificadas o forzadas. “Nos acusaron de difundir información falsa”, dijo Mika. Simon añadió, “No podías traer a todo el mundo [a manifestarse en Dobo]. Esas cartas mostraban nuestra posición”. Las cartas también eran importantes para probar que los activistas en Ambon no eran “provocadores” que actuaban sin el consentimiento de los arueses. “Mostraba que no estábamos actuando por nuestras propias prioridades, sino por los deseos de la población”, dijo Jacky. Sobre todo, las cartas podían ser usadas como prueba documental para presionar a los funcionarios que podrían aprobar el proyecto.

Una muestra de las fotografías de los voluntarios del interior de Aru.

Mientras los activistas se distribuían a lo largo de Aru, la campaña alcanzó un punto culminante en Ambon. Los manifestantes se congregaron en el exterior de una sesión de la comisión de la EIA y algunos legisladores provinciales empezaron a criticar el proyecto en la prensa local. Mercy Barends, la portavoz adjunta, se volvió especialmente locuaz. “¡Esta noche, la tierra de Aru está llorando!”, gritó durante un discurso en un concierto en la calle organizado por la campaña en Ambon, mientras se secaba las lágrimas de los ojos. “No podemos permanecer en silencio. Si vendemos la tierra de Aru, vendemos nuestra propia existencia”.

A mediados de octubre de 2013, Mercy ayudó a organizar una serie de audiencias en el parlamento provincial, donde los representantes del movimiento Save Aru y del Menara Group expusieron sus alegatos. En nombre de los activistas testificaron académicos que incluían Abraham Tulalessy y Abraham Khouw. Durante una audiencia, Khouw amenazó con renunciar a su puesto en la comisión de la EIA si el gobernador de Molucas respaldaba el proyecto. “Si eso es cómo va a ser, ¿de qué sirve tener una comisión?”, declaró.

En una audiencia, los representantes de la empresa insistieron que tenían en cuentan los intereses de los arueses, dijeron que usarían “tecnología respetuosa con el medio ambiente” para desarrollar la plantación —una afirmación desechada por los académicos—. La empresa alegaba que Aru era un importante “vínculo en mundo de la cadena de azúcar”, una idea que Mercy tachó de “ridícula”.

Aparte de Mercy, el movimiento parecía tener pocos aliados en el parlamento. Algunos legisladores los acusaban de ser las marionetas de un agronegocio rival que esperaba asegurarse los derechos de plantación en Aru. En una ocasión aparecieron los manifestantes que expresaban su apoyo por el proyecto. Mercy creía que el Menara Group los había traído de Aru. “Recibieron dinero de Menara Group y fueron a mi oficina y dijeron ‘Lo siento, Ibu Mercy’”, recordaría después. “Era una locura”. Antes de una audiencia en la cual Khouw iba a hablar, un ejecutivo de la empresa preguntó si podían hablar en privado. En una sala contigua, según Khouw, el ejecutivo se ofreció a pagarle decenas de millones de rupias, el equivalente al salario de muchos meses, para que respaldase el proyecto. Tenía el dinero allí mismo con él en una bolsa de plástico. El profesor lo rechazó. (El Menara Group no respondió a múltiples solicitudes de comentario para este artículo).

Abraham Khouw en la Universidad de Pattimura. Imagen de Leo Plunkett/The Gecko Project.

A pesar de las pruebas de que el proyecto había estado marcado por las ilegalidades, y las extensas audiencias, la comisión de la EIA votó en última instancia aprobar la plantación. Esto abrió el camino para que Menara solicitase la autorización final que necesitaba, del ministerio de Silvicultura en Yakarta. Sin embargo, no apagó el creciente escándalo por las irregularidades, ahora cada vez más públicas, que amenazaban con salpicar a todos los implicados en su aprobación.

“Podíamos acabar todos en la cárcel”, dijo Tulalessy, una de las pocas voces disidentes en la comisión, a un periodista con frustración. Posteriormente recordó cómo otros miembros habían reconocido problemas con el proyecto, pero eran reacios a pronunciarse. “Sabían [cual sería el impacto]”, dijo. “Sin embargo pensaban que era inútil oponerse, que seguiría adelante de todas maneras. Parecía un acuerdo cerrado”.

VI. ‘Entre bastidores, estábamos sufriendo’

A finales de octubre de 2013, Glenn Fredly entró en el plató de un programa de tertulias, llevaba una gorra de béisbol con “Save Aru” grabado en la parte delantera. Fredly, un famoso cantautor de R&B con raíces en Ambon, hizo algunas bromas con la presentadora, la estrella de la televisión Sarah Sechan. Por efecto cómico, Sechan se puso una peluca con coletas para parecerse a la niña en uno de sus vídeos musicales.

Mientras la audiencia se reía, le preguntó qué estaba haciendo ahora. “Estoy ocupado con la campaña Save Aru”, Sechan parecía preocupada cuando Fredly explicaba que las selvas tropicales de Aru, hogar de las aves del paraíso y otros animales únicos, iban a ser taladas. “Si se tala todo, ¿dónde irán?”, preguntó retóricamente. “¿Qué pasará con las especies en peligro de extinción?”. La estrella del pop promocionó una petición en la red que pedía al gobierno que cancelase el proyecto.

Ahora la campaña Save Aru tenía una cara conocida. La presencia de Fredly en Sarah Sechan fue una de las primeras señales de que el movimiento estaba avanzando en la capital del país, donde se libraría la batalla final sobre las licencias.

Algunos arueses ya habían visitado Yakarta. Con la ayuda de Mercy Barends, se reunieron con funcionarios gubernamentales de múltiples organismos, explicaron la magnitud de la amenaza a la que se enfrentan y su opinión de que el proceso había sido contaminado en cada fase. También se reunieron con algunas de las ONG ambientales más grandes del país, incluida AMAN, el grupo de defensa de los derechos indígenas, y Forest Watch Indonesia. Ambos grupos recibían financiación internacional y miembros del personal profesionales con experiencia en el ámbito de la defensa y en investigaciones y prometieron ayudar a amplificar la campaña. Sin embargo, Jacky sabía manejar su implicación con cuidad.

Hasta ahora, el movimiento había sido impulsado por arueses y otros habitantes de Molucas, que funcionaban en un presupuesto muy limitado y regalaron su tiempo sin esperar ninguna compensación. En una de las provincias de la nación menos desarrolladas, esto era una verdadera hazaña. Jóvenes en Ambon habían recaudado fondos mediante la venta de camisetas y la organización de venta de dulces y pasteles, fondos que usaron para imprimir carteles, comprar una cámara para los activistas de Dobo y pagar las tarifas de alojamiento de su página web. Simon Kamsy, Costansius Kolatkefa y otros que se desplazaron entre las aldeas de Aru lo hicieron a través de barcos de pasajeros y viajaron normalmente gratis. Mantener este “espíritu de voluntariado”, como Jacky lo llamó, sería fundamental para el éxito del movimiento. Aunque recibieron con satisfacción el respaldo de las organizaciones de Yakarta, la clave sería equilibrar el apoyo de las ONG con el papel participativo de la comunidad.

“En muchos movimientos de defensa del medioambiente, la comunidad es representada por las ONG”, dijo Jacky. “Esto crea una situación donde la población es muy frágil. Cuando la comunidad es inevitablemente presionada, puede ser dividida desde abajo”.

Jacky colgó esta fotografía en Facebook después de un viaje a Aru en 2013.

En la parte final de 2013, la teoría de Jacky sería puesta a prueba. Incluso cuando los activistas desviaron su interés hacia Yakarta, se estaban enfrentado a una violenta reacción en casa. “Podías ver nuestra campaña en las redes sociales”, dijo Maichel Koipuy, el periodista aruese. “Sin embargo, entre bastidores nuestro movimiento estaba sufriendo”.

Samuel Irmuply, el activista estudiantil e hijo de Anatje Siarukin, dijo que había sido atacado y golpeado en Dobo por un grupo de arueses quienes estaban del lado de Menara. Como represalia, otro grupo de arueses prendió fuego a la casa del bupati en funciones Abraham Gainau, le acusaban de proteger a los primeros atacantes. Este último grupo fue “arrestado y golpeado brutalmente por la policía”, alegó la campaña Save Aru en Twitter. Aparecieron amenazas de muerte en los teléfonos de los activistas. “Estábamos aterrorizados”, dijo Samuel.

Samuel Irmuply. Imagen de Leo Plunkett/The Gecko Project.

Mika Ganobal recibió aviso de que una muchedumbre estaba planeando incendiar su casa. Se decía que los atacantes estaban siendo dirigidos por un alto funcionario gubernamental del distrito. Esa noche, Ananias Dionler, quien también había competido contra Theddy por la posición de bupati, pasó toda la noche con Mika y su mujer, ahora embarazada, para ayudarles a proteger su casa. Ananias, que por entonces tenía unos 40 años, tenía una relación jabu, una forma especial de parentesco, con el funcionario. Creía que, si se quedaba con Mika, el funcionario podría dudar en enviar a la muchedumbre. “Está prohibido casarse entre sí, o declararse la guerra”, dijo Ananias al describir los elementos de jabu. “O matarse unos a otros. Es una pieza de sabiduría local que agradeces tener”.

La violencia y el papel de las fuerzas estatales no carecían de precedentes. La Comisión Nacional de Derechos Humanos, conocida como Komnas HAM, había estado monitorizando miles de conflictos de tierras por todo el país y más tarde señalaría el papel del ejército y la policía en la ayuda a las empresas a tomar por la fuerza las tierras de los grupos indígenas. Encajaba con una imagen vista por todo el mundo, desde el sudeste de Asia a América Latina, donde conspiran los intereses políticos y corporativos a menudo con consecuencias mortales para las comunidades rurales marginadas. Un análisis de la ONG Global Witness encontró que 95 personas que defendían sus tierras y selvas de las corporaciones habían sido asesinadas en 2013.

El padre de Mika, Josephus Ganobal, en la selva cerca de su hogar en Lorang. Imagen de Leo Plunkett/The Gecko Project.

Tras el fallo del Tribunal Constitucional sobre las tierras indígenas, Komnas HAM convocaría una serie de audiencias por toda Indonesia, para examinar decenas de casos y así entender el daño que estaba siendo infligido en las comunidades en nombre del desarrollo. A principios de diciembre de 2013, Komnas HAM salió hacia Aru para profundizar en la creciente tormenta en torno a la plantación de caña de azúcar como parte de su investigación preliminar.

Más o menos al mismo tiempo, decenas de ancianos arueses se reunieron en Dobo para establecer una sección de AMAN en Aru, la organización que había liderado el desafío legal en el Tribunal Constitucional. Sin embargo, la policía intentó dispersar la reunión sobre la base de que no tenían un permiso. Yohanes Balubun, director de la oficina de AMAN en Ambon, quien había viajado a Dobo para el evento, fue llevado a la estación de policía. Los eventos ilustraban, con profunda ironía, la necesidad de una investigación de Komnas HAM. Cuando los resultados fueron publicados en 2016, catalogaban el desplazamiento, la violencia y la intimidación a las cuales fueron sometidas las comunidades indígenas que viven en las selvas anexadas por el estado. Por ahora, correspondía a los activistas llamar la atención sobre la opresión a la que se estaban enfrentando.

Sin embargo, incluso se pusieron en duda los motivos de aquellos que buscaban llamar la atención. Jacky y otros en Ambon fueron señalados como forasteros que interferían en asuntos locales. “La gente que está gritando en nombre de los arueses ni siquiera es de Aru”, dijo a un periodista en Ambon Siprianus Alatubir, aruese que había ayudados a los inspectores de Menara a navegar las islas. “No creo que haya ningún terrateniente que se oponga a esta inversión porque la plantación de caña de azúcar es estratégica para el desarrollo económico de Aru y Molucas en su conjunto”, añadió.

Algunos pusieron en entredicho la integridad de los activistas de Dobo y afirmaban que habían sido colocados por una empresa en competencia con Menara. “Esta acusación sigue creciendo con el objetivo de fomentar antipatía y al mismo tiempo dividir el movimiento que se resiste a Menara Group”, escribió Rudi Fofid en un artículo titulado “David y Goliat en las islas Aru”, publicado en Maluku Online a mediados de diciembre de 2013. “La población de Aru debería de tener mucho cuidado con esta política de ‘divide y vencerás’”.

En una región que hasta hace poco había estado desgarrada por la violencia, la división podría ser profundamente peligrosa. Jacky había subrayado la unidad no solo como una condición previa para ganar la campaña, sino que también sabía lo mal que se podían poner las cosas. Aun así, las cosas empezaron a deshilacharse, con la presencia de Menara que amenazaba con inflamar las tensiones existentes entre las comunidades que habían estado latentes. En el sur de Aru, dos aldeas vecinas, Feruni y Marafenfen, habían reclamado la misma franja de terreno durante generaciones, pero la disputa nunca había sidos grave. Sin embargo, algunos residentes de Feruni llevaron a los inspectores de Menara a la zona disputada, lo que provocó que los residentes de Marafenden los amenazasen con arcos y flechas.

Habitantes de Salarem, al sur de Aru, muestran arcos y flechas. Imagen mediante @SaveAruIslands.

Jacky intentó alentar a los activistas, los animó a mantenerse firmes. “Les dije que no se podían ganar todas las batallas”, dijo. “Sin embargo, incluso en la derrota, la historia recordará su lucha, que apostamos por la humanidad, por el medioambiente. Sabemos que la historia demostrará quien tiene la razón y quien está equivocado”.

*Imagen principal: MURUGIAH para The Gecko Project y Mongabay.

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Artículo publicado por Cesar
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