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Indonesia: las 10 claves del éxito de la campaña #SaveAru

  • La campaña Save Aru es uno de los movimientos populares más exitosos de los últimos años en Indonesia.
  • La gente de las Islas Aru consiguió derrotar un plan para convertir más de la mitad de su archipiélago en una gran plantación de azúcar.

(Este artículo se copublicó con The Gecko Project)

Recientemente, Mongabay y The Gecko Project publicaron “Salvar Aru”, un reportaje que explicaba cómo la gente de las Islas Aru en Indonesia truncó un plan que pretendía convertir gran parte de su hogar en una plantación de caña de azúcar.

Para detener el proyecto tuvieron que superar grandes obstáculos. En Indonesia, una democracia joven que aún se está recuperando de tres décadas de régimen militar, las empresas suelen conseguir sus objetivos de hacerse con territorios indígenas. En consecuencia, el país está cubierto de concesiones para plantaciones y minas que han provocado miles de conflictos territoriales.

Para cuando los arueses se enteraron de un proyecto que tenía planeado introducir caña de azúcar, impulsado en secreto por un político que fue encarcelado por corrupción más adelante, parecía demasiado tarde para detenerlo. En ese momento se dieron cuenta, además, que si el proyecto seguía adelante, la plantación sustituiría las selvas de Aru con un mar de caña de azúcar de un tamaño mayor que la mitad de Puerto Rico, lo cual iba a destruir los medios de vida y las fuentes de alimento de decenas de miles de personas.

Las Islas Aru se encuentran entre Australia y Nueva Guinea, en la provincia de Maluku en Indonesia.

De realizarse el proyecto, este generaría un aumento drástico en las emisiones de gases de efecto invernadero de Indonesia, que ya están entre las más altas del mundo.

Para salvar Aru, su gente y sus aliados tenían que forzar al gobierno a que cancelara el proyecto. Estas son algunas de las claves de su éxito.

1. Construyeron una ‘cadena informativa’ para llevar las historias del interior de Aru al resto del mundo

 

Cuando los arueses descubrieron el proyecto, llenaron las calles de Dobo, la ciudad principal de Aru. Al principio, no consiguieron la atención esperada fuera de Aru y tenían pocos medios para comunicar lo que estaba pasando. Poco después de que empezaran las protestas, un equipo de activistas de Ambon, la capital de provincia, se unió a su causa bajo el liderazgo de un pastor influyente llamado Jacky Manuputty. El equipo de Jacky creó una página web, abrió cuentas en Facebook y Twitter, y generó  un nombre atractivo para su campaña, un nombre que era fácil de convertir en hashtag: #SaveAru. Sin embargo, les faltaba contenido de Aru, que está a 700 km al otro lado del mar de Banda. Así que Jacky envió a un par de periodistas de Ambon a Dobo para enseñar a los activistas locales a producir su propia información para subirla a la máquina de las redes sociales.

Jacky Manuputty en el exterior de la sede de la iglesia protestante de Maluku en Ambon, la capital de la provincia de Maluku. Imagen de Leo Plunkett para The Gecko Project.

Para conseguir que la información de la campaña llegara a Ambon, se enfrentaron a un gran obstáculo logístico: una conectividad de internet y señal telefónica defectuosas en Aru. Así que tuvieron que utilizar medios de baja tecnología. Los mensajes escritos a mano se podían enviar a Dobo en barco desde el interior de Aru, donde hay menos cobertura. En Dobo, los arueses se podían comunicar con el equipo de Ambon, normalmente por SMS, que era la opción más barata. En unas semanas consiguieron llenar las redes sociales de noticias, fotos y gráficos. Las redes sociales también les permitieron otra cosa importante: llevar mensajes del exterior a Aru para levantar el ánimo de los activistas. Imprimieron una pancarta gigante que sacaron por las calles de Dobo hecha de fotos de gente de todo el mundo que las había compartido en Twitter sosteniendo carteles de #SaveAru. Unos meses después de que empezara la campaña tenían un sistema que había llevado su historia al mundo y les llevaba de vuelta mensajes de apoyo.

Los activistas imprimieron una pancarta gigante que mostraba mensajes de apoyo de Twitter.

2. Llevaron a cabo investigaciones

 

Desde el principio, los detalles del proyecto de la plantación de caña de azúcar fueron opacos. Se decía que una firma misteriosa llamada grupo Menara estaba detrás del proyecto, pero no sabían cuánto había avanzado el proceso de licenciamiento ni cuál sería su alcance real. Para llenar esos vacíos, el equipo de Jacky llevó a cabo sus propias investigaciones gracias a sus contactos dentro del gobierno y a una búsqueda exhaustiva de pistas en internet. Descubrieron que se habían emitido permisos para la plantación a 28 empresas distintas, todas controladas por Menara, pero con decenas de directores diferentes y registradas en direcciones falsas en Yakarta. Los activistas sospechaban que la compleja estructura corporativa era una estrategia diseñada para eludir los límites de la superficie de territorio que puede controlar una sola empresa. Lo más abrumador fue que descubrieron que el jefe de distrito que había sido responsable de Aru, Theddy Tengko, había permitido que Menara se saltará un paso esencial en el proceso para conseguir los permisos: Theddy había firmado permisos clave antes de la que la empresa completara las evaluaciones de impacto ambiental (EIA), lo cual supone una osada infracción legal.

3. Presionaron a instituciones influyentes para que apoyaran su causa

 

Los activistas sabían desde el principio que era difícil influir directamente en los funcionarios que tenían control sobre el proceso. Algunos de esos funcionarios ya habían emitido licencias, mientras que el ministro de silvicultura, Zulkifli Hasan, había indicado que firmaría los permisos finales que Menara aún necesitaba. Así que los activistas centraron sus esfuerzos en otras instituciones que pudieran presionar a los funcionarios para que detuvieran el proyecto. La principal fue la Universidad Pattimura de Ambon y los académicos que ayudaron a desmontar los argumentos a favor del proyecto. También consiguieron el apoyo de la iglesia protestante de Maluku, una fuerza poderosa en una región que es profundamente religiosa. No estaba claro que estas instituciones fueran a ayudarles, pero la campaña los llevó a tomar partido cuando creció la corriente de apoyo público en Aru y en línea.

Abraham Khouw, biólogo marino de la Universidad Pattimura que apoyó la campaña Save Aru. Imagen de Leo Plunkett para The Gecko Project.

4. Desacreditaron la pseudociencia detrás del proyecto

 

Aunque Theddy Tengko había expedido permisos en ausencia de los EIA, más adelante Menara contrató consultores para que los llevaran a cabo. Los documentos que produjeron reconocían que el proyecto tendría enormes impactos negativos para la gente y el medio ambiente, sin embargo, sostenían que esos impactos se veían compensados por beneficios económicos nebulosos como “posibilidades de trabajar” y “oportunidades empresariales”. Los académicos de Pattimura ayudaron a desmontar esos argumentos. Destacaron que con la destrucción de la selva se eliminarían los medios de vida existentes, mientras que los trabajos de la empresa irían a parar a manos de gente de fuera que tuviera, aparentemente, más capacidades o a un ejército de trabajadores sin tierra de otras partes. Los productos químicos interminables necesarios para cultivar una extensión tan amplia de caña de azúcar contaminarían los ríos y el mar; la plantación absorbería el limitado suministro de agua subterránea de Aru; los animales únicos que viven en Aru, como las aves del paraíso y los casuarios, morirían con la destrucción de sus hábitats. La atención inagotable del movimiento a estos asuntos, además de la ilegalidad, hicieron que fuera imposible para los funcionarios aprobar la plantación basándose en el trabajo de los consultores. Finalmente, el ministro de silvicultura encargó su propia revisión de los EIA antes de decidir cancelar el proyecto.

5. Infiltraron topos en las agencias gubernamentales

 

Para conseguir munición en su guerra informativa, los activistas intentaron tener informantes en todas las grandes instituciones de Aru y Ambon. La inversión valió la pena: un contacto en una oficina del gobierno provincial les entregó copias de los permisos que respaldaban el proyecto; otra fuente les filtró fotografías que mostraban a miembros del parlamento del distrito de Aru de visita en las oficinas de Menara en Yakarta en múltiples ocasiones. Lo más importante que encontraron fue el resumen de una reunión secreta entre el gobernador interino de la provincia de Maluku y el director ejecutivo de Menara en una base naval en el sur de Aru. Un lugareño que sirvió café en la reunión y que simpatizaba con la causa del movimiento tomó fotos discretamente con su teléfono y estas llegaron a los activistas de Dobo, que no tardaron en publicarlas en línea. Otro informante les dijo que, en la reunión, el gobernador interino Saut Situmorang había descrito Aru como “solo una extensión con cañas” y garantizó a Menara que podría empezar a operar en dos meses. Las noticias de la reunión incitaron a los periodistas de Ambon a cubrir la historia e hicieron que Saut respondiera por su presencia allí.

Después de que la campaña Save Aru expusiera la presencia del gobernador interino Saut Situmorang en una reunión secreta sobre el proyecto, un periódico de Ambon publicó la noticia en la portada acompañada de una caricatura devastadora.

6. Demostraron que la oposición a la plantación era mayoritaria

 

Incluso cuando las protestas anti-Menara sacudían Dobo, la mayoría de las 80 000 personas de Aru, repartidas en varias islas, sabían poco o nada del proyecto. Algunos lugareños del interior se habían encontrado con el equipo de prospección de Menara, que había hecho grandes promesas sobre cómo la empresa mejoraría sus vidas. Para contrarrestarlo, los activistas de Dobo se distribuyeron por el archipiélago durante meses para alertar a la gente del proyecto y explicarles lo que conllevaría en realidad. Recogieron firmas de rechazo de líderes tradicionales y miembros de las comunidades en 90 de los 117 pueblos de Aru. Para demostrar que las firmas no eran falsificadas ni las habían conseguido forzando a la gente, los fotografiaron y grabaron mientras firmaban. Enviaron copias del libro de firmas a funcionarios del gobierno mientras los que apoyaban el proyecto intentaban desacreditar la campaña Save Aru diciendo que eran un grupo marginal.

Muestras de las fotos de los voluntarios del interior de Aru.

7. Cimentaron su movimiento en la cultura e identidad locales

 

La resistencia aruese se cimentó en sus leyes y cultura indígena, lo cual les dio una base de principios sólidos que podían utilizar para contraatacar el poder del estado. Esto incluía varios tipos de sasi, una forma de prohibición consuetudinaria, como piedra angular de sus protestas, que impusieron mujeres e incluso clérigos. Su cultura está muy ligada al mundo natural, lo cual generó una oposición arraigada a su destrucción y orgullo por lo que ya tenían. Esto sirvió para contrarrestar el argumento que el gobierno y la compañía les presentaron de que para “desarrollarse” tenían que renunciar a su territorio y sus bosques. Rechazaron contundentemente la idea de que eran “pobres” y destacaron la riqueza de recursos naturales que había en sus bosques, ríos y mar. Esta colisión de mentalidades tuvo su punto álgido en un encuentro en Dobo cuando un representante del grupo Menara advirtió a los arueses de que no mendigaran limosna con cuencos de oro. Ellos contestaron que los mendigos eran los del grupo Menara.

El pueblo de Jelia situó un sasi, o prohibición consuetudinaria, a la entrada de su pueblo para manifestar su oposición al proyectoae.

8. Las mujeres estuvieron en la primera línea

 

Las mujeres de Aru tuvieron un papel central en el movimiento y tomaron las calles durante semanas para protestar contra el político que dio luz verde al proyecto y, más adelante, contra el propio proyecto. Las mujeres que vendían verdura en el mercado donaron comida y provisiones a los protestantes. Las mujeres de mayor edad se unieron a las protestas e incluso se enfrentaron a la policía. Impusieron sasis específicamente femeninos, prohibiciones consuetudinarias que dictan que violarlas es como violar a las mujeres de Aru. “Si lo echas abajo, es como si nos estuvieras desnudando a las mujeres de Aru, desde las madres hasta las que ya tienen el pelo gris”, dijo Anatje Siarukin, líder del movimiento involucrada en colocar un sasi en la entrada al parlamento del distrito. “Esta es la tela que utilizamos para taparnos. Quien se atreva a violarla, invita a un baño de sangre”. El importante papel de las mujeres tanto en la calle como entre bastidores, fue un componente crítico y poderoso del movimiento.

Anatje Siarukin. Foto de Leo Plunkett paraThe Gecko Project.

9. Fue una campaña auténticamente comunitaria

 

El apoyo de la gente fuera de Aru, sobre todo de activistas veteranos en Ambon, la capital de provincia, fue crítico para el éxito de la campaña. En su momento álgido, se unieron dos grandes grupos de activistas nacionales —Forest Watch Indonesia y la Alianza de Pueblos Indígenas del Archipiélago (AMAN)— que ayudaron a generar presión en Yakarta, la capital del país, donde se tenía que tomar la decisión final sobre el proyecto. Atrajeron la atención internacional, algo que mencionó un órgano de control cuando empezó a investigar el caso. Sin embargo, los arueses trabajaron con ellos de una forma que no reducía su papel como líderes de su propio movimiento. Los activistas locales corrían el riesgo de que su movimiento fuera ignorado por ser obra de “provocadores” externos o resultado de la campaña de una ONG que no tenía los intereses de desarrollo reales de los arueses como objetivo. El movimiento encontró el equilibrio justo entre utilizar el apoyo y mantener el control y, algo que es igual de importante, la percepción de control. Ninguno de los involucrados en el movimiento recibió dinero por su papel, así que se mantuvo el “espíritu del voluntariado” que el padre Jacky Manuputty consideraba crítico para su éxito. “En muchos movimientos activistas la comunidad está representada por ONG”, dijo Jacky. “Esto crea una situación en la que la gente es muy frágil. Cuando la presión llega de forma inevitable a la comunidad, pueden separarse desde abajo”.

Una extensión de bosque en Aru.

10. Hicieron que fuera imposible ignorar las ilegalidades en el proceso de tramitación de permisos

 

A pesar de las claras ilegalidades que los activistas habían descubierto, no confiaban en que el sistema judicial respondiera de forma efectiva. Sin embargo, convirtieron ese proceso sospechoso en la piedra angular de su empeño para que el gobierno cancelara el proyecto. Lo utilizaron continuamente para cuestionar la legitimidad del proyecto y, al final, hicieron que fuera cada vez más difícil para los funcionarios, como el ministro de silvicultura, conceder los permisos finales que Menara necesitaba para activar sus excavadoras sin alentar preguntas sobre su propia ética.

*Imagen principal: un pueblo situado entre palmeras cocoteras una mañana brumosa en Aru. Imagen cortesía de Forest Watch Indonesia.

El artículo original fue publicado en Mongabay News. Puedes leerlo aquí. Para la versión en español, entra aquí.

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