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La increíble historia de Susannah Buchan: la oceanógrafa que descubrió el canto de las ballenas azules de Chile

La científica Susannah Buchan escuchando los cantos de ballenas. Foto: Susannah Buchan

  • Cuando Susannah Buchan mira hacia atrás, la conmueve y enorgullece el camino que ha recorrido. Llegó a Chile por cuatro meses y se quedó 13 años. “No sé cómo va a ser, no sé qué va a pasar, no sé cómo lo voy hacer, pero no me puedo ir, me tengo que quedar acá”, recuerda.
  • Durante años la científica grabó, almacenó y organizó horas de grabaciones de cantos de ballenas a partir de las cuales pudo concluir que las ballenas azules que nadan en la costas de Chile son una población única y que su canto es distinto al de todas las demás.

Susannah Buchan, oceanógrafa inglesa, llegó a Chile en 2007 cuando apenas tenía 24 años para escuchar a las ballenas azules (Balaenoptera musculus). No sabía hablar español, era su primera visita a América Latina y nunca imaginó el frío que la esperaba en la Patagonia. Sudamérica se suponía, al menos en su imaginario, un lugar caliente. Venía por cuatro meses, pero hoy, 13 años después, sigue aquí.

Hasta 2011 salió a navegar todos los veranos, mientras lo permitiera el clima y la poca plata, con Daniel, el líder indígena de una comunidad en Melinka, un pequeño pueblo en Aisén, la segunda región más austral del país. Daniel, el Dani como lo llama, se convirtió en su amigo y compañero de expediciones. Juntos se internaban mar adentro en una pequeña lancha de madera para grabar con un hidrófono, que es una especie de micrófono sumergible, los cantos de las ballenas. En medio del mar, Susannah escuchaba las historias de Daniel mientras tomaban mate que calentaban en una pequeña estufa instalada en el mismo bote. Y así se la pasaban. Entre historias, cantos de ballenas y el silencio. Sin oír nada más que el golpeteo del agua en el casco de la lancha.

Tras años de escuchas y horas de grabaciones, Susannah pudo concluir que las ballenas azules que habitan en los mares de Chile tienen un canto propio, diferente al de todas las demás ballenas azules del mundo y que son, de hecho, una población única. Cuando Susannah descubrió eso, pudo comenzar a rastrearlas y entonces entendió que el principal lugar de alimentación de estas ballenas es la Patagonia, aunque también es posible verlas en caleta Chañaral de Aceituno, al norte del país, y en el archipiélago de Juan Fernández.

Ballena azul. Foto: Centro de Conservación Cetacea.

A partir de esa información, el Centro Ballena Azul, Pew Fundation y WWF Chile idearon una iniciativa para crear una red de áreas marinas protegidas en la Patagonia. Se trata de una decena de reservas, algunas de las cuáles ya han sido declaradas como Pitipalena-Añihué. Otras, como el Parque Marino Tic-Toc, están a punto de ser declaradas.

Mongabay Latam conversó con Susannah Buchan sobre su aventurada historia hacia el fin del mundo que, de manera inesperada, la emocionó al punto de no querer volver a su natal Inglaterra.

¿Cómo nace tu interés por las ballenas?

Tuve mucha suerte de pasar los veranos en Canadá donde mis abuelos. Es un sector donde hay muchas ballenas, entonces desde chica me llevaban a navegar para verlas. Desde entonces desarrollé una fascinación por estos animales. Después, con los años fui aprendiendo la historia de persecución que sufrieron y nacieron mis ganas de hacer algo para ayudarlas a recuperarse.

¿Por qué decidiste venir a Chile?

La verdad fueron coincidencias bien fortuitas de la vida. Conocí a Max Bello, quien hoy es un líder a nivel mundial en conservación marina, cuando estaba haciendo el magíster. De hecho, los dos estábamos haciendo un magíster en Escocia aunque en universidades distintas. Nos hicimos amigos a través de un amigo que teníamos en común y entonces Max me contactó con Rodrigo Hucke [biólogo marino], quien me invitó a pasar una temporada en Patagonia a grabar ballenas azules. Por otro lado, mi profesor de magíster es un acústico bien conocido y se conocían con Rodrigo. Entonces él, por buena onda, me prestó los hidrófonos y me dijo “ándate a Chile y ves si puedes hacer algo con las ballenas azules”.

En ese momento Rodrigo tenía un proyecto grande en Melinka, en el Archipiélago de las Guaitecas, en Aisén. Estaban trabajando distintas áreas de las ballenas azules, desde la genética, la fotoidentificación, el marcaje satelital pero nadie estaba haciendo acústica entonces era un calce perfecto que yo me pudiera ir para allá y hacer ese estudio.

Archipiélago de las Guaitecas. Foto: @Susannah-Buchan

¿Cómo fue el aterrizaje?

Yo tenía 24 años y no sabía nada sobre Chile. Me fui en una onda de exploración, me lancé a lo desconocido porque además nunca había ido a Latinoamérica. No hablaba español entonces todo fue una experiencia supernueva. Prácticamente llegué directo desde Londres al archipiélago de las Guaitecas, en Aisén.

Llegue a vivir con el equipo del Centro Ballena Azul, en Melinka, en una casa superrústica que arrendaban en el pueblo. Imaginaba que por ser Sudamérica no iba a hacer tanto frío. Pero hacía frío. Más de lo que yo pensaba. La verdad es que eran condiciones bastantes básicas. Como 11 personas convivíamos en espacios bien chicos y realmente las condiciones del terreno eran difíciles pero también muy gratas. Me hice amigos para toda la vida.

No te imaginabas que sería así.

No. La verdad es que no tenía ni una idea a lo que iba realmente. Me acuerdo de una sensación de espacio, de estar en una naturaleza de proporciones que nunca había visto viniendo de Europa. Islotes que nadie había pisado, los volcanes, las ballenas azules, eso realmente me marco un montón.

Fueron cuatro meses de aprender un poquito de español, de trabajar con el Centro Ballena Azul, de ver ballenas azules en estos paisajes. Eso se fue impregnando en mí, así como las amistades que hice con los biólogos marinos del Centro y también de la comunidad local y los pescadores. Todo eso me fue impresionando mucho y después de esos cuatro meses pensé: “No me puedo ir. No sé cómo va a ser, no sé qué va a pasar, no sé cómo lo voy hacer, pero no me puedo ir, me tengo que quedar acá”.

Archipiélago de las Guaitecas. Foto: @Susannah-Buchan

¿Fue esa experiencia entonces la que te hizo decidir dedicarte a estudiar la ballena azul y no otra especie?

Yo me sumé a este trabajo del Centro Ballena Azul y entonces el enfoque era esa especie pero la verdad es que a mí me apasionan todas las ballenas. Yo antes había hecho un magíster en cachalote que también es fascinante. Sin embargo, la oportunidad estaba ahí, en trabajar con la ballena azul, la especie más grande del planeta. Las ballenas me eligieron a mí, no al revés. Fue como si la vida me pusiera a las ballenas azules en frente.

¿Cómo ha sido trabajar en la Patagonia?

Trabajar en Patagonia es superdifícil. Después del 2007, que es el año en que llegué, volví todos los veranos hasta el 2011 a trabajar a Melinka porque seguí haciendo trabajos ahí con la universidad de Concepción. Uno está ahí cuatro meses pero a lo mejor tienes 20 días realmente buenos para trabajar, tal vez un poco más, pero entre el clima que te limita y los fondos que te limitan, porque yo trabajaba con fondos de una pequeña ONG en Inglaterra más el apoyo en logística y alojamiento que me daba el Centro Ballena Azul, es difícil. A veces tampoco es tan seguro porque estás en una zona donde no hay señal de celular. A veces ni siquiera hay contacto por radio. Si cambia el clima rápidamente puedes estar expuesta a situaciones peligrosas.

¿Cómo era tu trabajo diario?

La modalidad de mi trabajo era salir todos los días que pudiera en términos de plata y de clima para grabar a las ballenas azules con una familia del lugar. Iba con el lonco [líder] de la comunidad indígena, Daniel Canullan, que es un gran amigo, un gran partner (compañero). Salía entonces con Dani y su suegro a grabar ballenas azules en su lancha chica de madera de siete metros. Había que elegir bien los días porque tampoco es un barco grande. Todas las experiencias con Dani y con don Carmelo, su suegro, fueron superbonitas porque aprendí mucho de ellos. Aprendí del mar, a leer el clima, el cielo, todo eso.

Archipiélago de las Guaitecas. Foto: @Susannah-Buchan

Las primeras salidas al mar fueron increíbles para mí porque es otro paisaje y porque además había una dinámica muy bonita. Yo salía con Dani temprano en la mañana desde un punto de avistamiento que tenía el Centro Ballena Azul. Ellos nos decían dónde habían ballenas azules y luego nos dirigíamos hacia allá. Una vez localizadas las ballenas azules, parábamos el motor, nos deteníamos al lado del animal y echábamos el hidrófono al agua. Grabábamos todas las horas que nos permitía el animal y si este se desplaza subíamos el hidrófono, echábamos a andar el motor, seguíamos al animal, volvíamos a grabar y así.

Entonces eran muchas horas de estar a la deriva con el hidrófono en el agua y con el motor apagado escuchando las olas, el viento, las historias de Dani y de don Carmelo, aprendiendo castellano. Fueron veranos muy bonitos con estas salidas muy meditativas donde había que estar ahí escuchando, grabando, conversando, tomando mate con la estufita que había en el barco. Así trabajé hasta el 2011.

¿Qué fue lo que más aprendiste de esa experiencia?

Lo que me gustó mucho y aprendí de Dani, y también del Centro Ballena Azul, es que la ciencia, las ciencias marinas en terreno, tienen un tiempo. Un tiempo que hay que respetar porque el clima te obliga. A veces no se puede salir y es mejor quedarse en tierra. Tomarse un mate y conversar con tus compañeros, con los pescadores y tener paciencia porque no todo se puede ejecutar como una operación militar cuando uno quiere. Entonces aprendí a tener paciencia, a hacer ciencia de las conversaciones, a aprender de las comunidades locales su conocimiento ecológico local. Todo eso fue superbonito y lo aprendí en Melinka y lo he seguido aprendiendo también muchos años después cuando llegué a caleta Chañaral de Aceituno y ahora con el proyecto que tengo en el norte también.

Archipiélago de las Guaitecas. Foto: @Susannah-Buchan

¿Qué pasó a partir de 2011?

Es más o menos cuando yo empecé el doctorado en la universidad de Concepción. Ahí pude acceder a más recursos y empecé a meterme más en el tema del alimento, de hacer muestreos de zooplancton para estudiar el krill. Luego conseguimos fondos con Rodrigo para instalar hidrófonos en el fondo del mar y con la universidad de Concepción instalamos uno que ahora está ahí de manera permanente. Así ha ido evolucionando el estudio hasta hoy con el uso de glider, unos planeadores submarinos que son tecnología de punta para prospeccionar el océano y escuchar las ballenas en tiempo real.

Fui organizando y almacenando cada vez más sonidos de ballenas azules hasta poder escribir una publicación en donde caracterizamos un dialecto único de las ballenas azules chilenas. Pudimos decir sí, hemos descubierto un dialecto regional único de las ballenas azules chilenas y hoy en día ese dialecto es lo que nos permite a todos los investigadores interesados rastrear acústicamente esta población de ballenas al largo del Pacífico Sur Oriental.

Equipo de científicos montan el localizador de vocalizaciones de ballenas. Foto: Susannah Buchan.

Ahora me muevo entre Chile y Canarias donde vive mi pareja que es fotógrafo submarino. Pero sigo pasando la mayor parte del tiempo en Chile, en el norte donde tengo un proyecto con el centro CEAZA, en la Patagonia donde tengo un proyecto con la universidad de Concepción y en Santiago donde estoy también desarrollando un proyecto con la universidad de Chile. Me muevo bastante aunque obviamente esta pandemia ha cambiado un poco todo.

¿Cuál ha sido el hito más importante en tu carrera?

Sin duda esa primera caracterización del dialecto chileno. Fue muy importante para decir que se trata de una población de ballenas azules única.

Luego, también ha sido importante que toda la información oceanográfica que estamos recopilando sirva para poder describir la dinámica ecológica de las zonas de alimentación en Chile. Así podemos tener argumentos para apoyar la toma de decisiones y explicar por qué estos ambientes son tan importantes para las ballenas y por lo tanto es necesario que se protejan.

Equipo de científicos montan el localizador de vocalizaciones de ballenas. Foto: Susannah Buchan.

En tercer lugar ha sido importante el poder traer tecnologías nuevas que nos han permitido hacer estas prospecciones acústicas con glider en tiempo real. Es la primera vez que se ocupa esta tecnología fuera de EE.UU. y Canadá. Por último,  para mí ha sido súper importante apoyar la formación de nuevos científicos y científicas. Me enorgullece mucho ser parte de su formación.

¿Qué piensas del trayecto que has logrado hacer como científica?

Miro atrás y me enorgullece mi recorrido. También me siento tremendamente agradecida de todas las personas que me ayudaron y apoyaron en este camino, de haber visto cosas tan lindas. Cada vez que estoy al lado de una ballena me mueve como si fuera la primera vez. Me emociona, me maravilla y me siento tremendamente afortunada de tener esa experiencia, de poder hacer algo para entenderlas mejor y protegerlas de mejor manera.

*Imagen principal: La científica Susannah Buchan escuchando los cantos de ballenas. Foto: Susannah Buchan.

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