- Una comunidad indígena kichwa en el norte de Ecuador ha estado de luto desde principios de 2020 después de la muerte de un árbol sagrado.
- En el último siglo, las generaciones enterraron los cuerpos de niños sin nombre alrededor de la base del árbol, algo que según creen protegía el espíritu de los niños.
- Su muerte y posterior funeral, que atrajo a más de 80 asistentes desde funcionarios del gobierno a residentes de los pueblos cercanos, son un recuerdo de cómo la muerte de un solo árbol puede causar duelo y hacernos reflexionar sobre los efectos de la humanidad sobre el medioambiente.
PUCARÁ ALTO, Ecuador — El rugiente viento azotaba el maíz de los agricultores y las áreas de eucalipto que brotan en la colina más grande de Pucará Alto.
Después se oyó un chasquido y todo se acabó.
Pinkul Tayta, el gran árbol que se alzaba en la cima de la colina y que se dice había vivido cientos de años, se había partido por el tronco a causa del viento y yacía en la hierba de su recinto alambrado. Las mujeres y hombres de la comunidad corrieron hasta la colina para ver la escena estupefactos, algunos lloraban bajo el sol del mediodía.
Desde que los ancianos pueden recordar, la comunidad indígena kichwa de Pucará Alto, un pueblo de unas 800 personas en la provincia andina de Imbabura, ha hecho la caminata hasta Pinkul Tayta para pedir lluvia, suerte, buena salud y un ganado fértil.
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El “árbol milagro” protegía sus peticiones como a los willki wawa, kichwa para “niños ángeles”. Así es cómo los residentes describen a los cientos de niños enterrados en pañuelos oscuros y recipientes de arcilla en la base sagrada del árbol desde al menos la mitad del siglo XX.
A diferencia de los múltiples cementerios católicos en Ecuador donde los vivos van a llorar a los muertos, Pinkul Tayta también era un “nexo de unión” entre la naturaleza y la humanidad, dijo Alberto Cahuasquí, profesor de lengua de Pucará Alto cuya familia se sintió desolada con la desaparición del árbol. “Este árbol era como una iglesia”, dijo Cahuasquí, durante el funeral del árbol, que tuvo lugar en febrero. “Un lugar donde la gente podía congregarse y estar con Dios”.
Para otros actuaba como guardián silencioso que vigilaba atentamente esta comunidad agraria. “Ahora somos huérfanos”, decía un mensaje que un vecino envió a Cahuasquí el día que cayó el árbol.