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La violencia de género sacude comunidades a raíz de la pérdida forestal

  • Los expertos dicen que la pérdida de los bosques en favor de la agricultura a gran escala y las industrias extractivas va acompañada de violencia contra las mujeres a nivel mundial, vinculada con los paradigmas coloniales y patriarcales asociados con estos usos de la tierra.
  • En Papúa Nueva Guinea y en otros lugares, las mujeres trabajan para protegerse a sí mismas, sus familias y sus bosques de estos cambios.

KOKOPO, Papúa Nueva Guinea — Cambio. Eso es lo que Monica Yongol ha visto en sus 54 años. En ese tiempo, los madereros y luego las empresas de aceite de palma se han introducido en la remota esquina de Papúa Nueva Guinea donde Yongol crió a su familia, lo que ha alterado los contornos de la sociedad que ella conocía.

“La situación ha cambiado mucho para las mujeres a lo largo de los años”, dijo Yongol. “Los varones de la sociedad o incluso otros varones de otros clanes, siguen adelante y toman decisiones en espacios privados, lo cual significa que las mujeres no son incluidas”.

A menudo, esas decisiones determinan el futuro de los bosques al lado de los cuales ha vivido la población de Mu, aldea de Yongol en el gobierno rural local de Pomio del Este, en la isla de Nueva Bretaña, y gracias a los cuales ha subsistido durante generaciones. En Pomio del Este, parte del distrito de Pomio en la provincia de Nueva Bretaña del Este, tradicionalmente, las madres han pasado lo que tienen a sus hijos. El principio ha funcionado bien, dijo Yongol, porque las mujeres tienen un interés personal en asegurar que la tierra continúe abasteciéndoles.

Líderes de las comunidades de gobierno local de Pomio del Este en la convención. Imagen cortesía de la Asociación de Conservación Wide Bay.

“Las mujeres se están planteando cómo van a sostener las vidas de sus hijos en las generaciones futuras”, dijo, “mientras que los hombres están buscando beneficios a corto plazo”.

Sin embargo, el influjo de “desarrollo” —primero para extraer la madera tropical de la isla en la década de los 90, y más recientemente para establecer plantaciones del aceite de palma— respaldado por los políticos y los legisladores en las capitales lejanas, ha reorientado el cálculo en torno al valor de la tierra. Yongol y las otras mujeres se reunieron en la Misión Católica de Vunapope una tarde húmeda de noviembre, y dijeron que se sentían excluidas, apartadas de las decisiones sobre lo que va a pasar a los bosques donde han cuidado tradicionalmente sus jardines, recogido madera y han cosechado alimentos que crecen naturalmente.

Tongne, que llevaba un camiseta desgastada con el lema “Feminista Poderosa del PACÍFICO”, es la fundadora y directora de la Wide Bay Conservation Association, una organización comunitaria local. Tanto ella como su equipo de Wide Bay organizaron una convención de siete días para coincidir con el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres en la misión católica a las afueras de Kokopo, la capital provincial de Nueva Bretaña del Este.

Las mujeres, líderes de Mu y un puñado de otras aldeas de Pomio del Este, compartieron sus historias durante esos días, identificaron los problemas a los que se enfrentan, como la violencia doméstica y en la comunidad, y elaboraron estrategias para abordar dichos problemas. Tongne y su equipo también tenían como objetivo proporcionarles información que ayudaría a otras mujeres, así como a los niños y las jóvenes adolescentes, de vuelta en sus aldeas. Llevaron a cabo presentaciones sobre la importancia de la educación y evitar los embarazos adolescentes y cubrieron técnicas tangibles como la agricultura, las actividades bancarias y “mercadear” (vender bienes como productos, tabaco y nuez de betel en el mercado). Como explicó Tongne, la pérdida de los bosques ha dejado a las mujeres y las jóvenes adolescentes con menos opciones en sus aldeas.

Productos frescos en el mercado de Kokopo. Imagen de John C. Cannon/Mongabay.

Una isla en evolución

 

Las montañas boscosas que se alzan a la vista de Kokopo son un recordatorio constante del pasado volcánico de la isla —y el presente, considerando la erupción de 2014 del volcán Tavurvur al noroeste de la ciudad que todavía echa bocanadas—. Sin embargo, el frente de la isla está cambiando más rápido que el avance del tiempo geológico, sobre todo con el reciente incremento del aceite de palma durante las últimas dos décadas. Desde el aire, se nota el avance del cultivo desde los límites exteriores de la provincia hacia el interior: una cubierta de color verde intenso que da paso primero a un suelo marrón y a caminos madereros astillados y luego a hileras cuidadas de árboles mustios con copas sobrecargadas que producen el aceite vegetal más popular del mundo.

Según los datos de satélite, los densos bosques que cubren más del 98 % de la provincia empezaron a desparecer tan recientemente como 2010. Tongne dijo que las empresas de aceite de palma empezaron a construir carreteras y talar los bosques para el uso de las plantaciones en Pomio del Este alrededor de 2008. Hoy en día, el desmonte y las plantaciones avanzan a lo largo de las laderas del litoral, si bien a una escala mucho menor que las extensiones que se ven en Borneo y otras partes del sureste de Asia.




La historia en 1 minuto: México: revivir bosques donde antes crecían amapolas. Video: Mongabay Latam. 

Tongne comenta que Pomio es el distrito más remoto de Nueva Bretaña del Este y quizás eso lo haya salvado de parte de las pérdidas forestales más grandes que se han visto en otras partes de la provincia. Aun así, entre 2001 y 2018, datos de la Universidad de Maryland muestran que la cubierta forestal ha disminuido casi un 9 % en la provincia, que ha perdido más de 1370 km² (529 mi²) de bosque en ese periodo de tiempo. La mayor parte de esta pérdida ha tenido lugar en la última década; la pérdida forestal alcanzó su máximo de 201 km² (78 mi²) en 2015, en una provincia con una superficie total de 15 816 km² (6.107 mi²). Imágenes satelitales recientes que se tomaron durante los últimos meses muestran muchas nuevas fronteras de deforestación que invaden las selvas primarias en Nueva Bretaña del Este, que incluyen carreteras que se extienden hacia el interior desde la costa de Pomio.

Papúa Nueva Guinea está llena de minerales valiosos y, con la tercera selva tropical más grande del mundo llena de madera tropical, continúa teniendo dificultades con el desarrollo económico. Mientras tanto, empresas extranjeras se han beneficiado de esos recursos, como hizo Australia en su papel como administrador colonial hasta 1975, y hoy en día los EE. UU., Australia y China continúan beneficiándose.

Según datos obtenidos por satélites de la Universidad de Maryland, la provincia de Nueva Bretaña del Este ha perdido casi el 9 % de su cubierta forestal desde 2001, y la deforestación se ha acelerado desde entonces. El recuadro muestra las vías forestales que proliferan alrededor de la ciudad de Pomio en la bahía de Jacquinot. Al noreste, en el gobierno local rural de Pomio del Este en Wide Bay, la deforestación en favor de la madera y el aceite de palma se ha infiltrado hacia el interior de la isla. Fuente: Hansen/UMD/Google/USGS/NASA/Planet Labs, accedido a través de Global Forest Watch el 13 de mayo de 2020.

La conexión entra violencia y deforestación

 

Por todo el mundo, el enfoque “colonial” que tenía como objetivo extraer los recursos valiosos ha destruido “las relaciones sociales tradicionales y consuetudinarias” en las comunidades locales, dijo Jeanette Sequeira, subdirectora y coordinadora del programa de género de la Coalición Mundial de Bosques, en una entrevista telefónica.

“A menudo, esto es en las tierras de la población indígena y las comunidades locales donde la titularidad de las tierras ya es incierta”, dijo. “Cuando tienes empresas que vienen y ocupan estas tierras, hay una pérdida total de la gobernanza”.

La Coalición Mundial de Bosques y sus más de 100 organizaciones afiliadas por todo el mundo han estudiado la relación entre el género y la pérdida forestal por todo el mundo. Aunque el contexto de cada situación local es único, Sequeira dijo que los socios de la coalición han visto el impacto que la pérdida de los bosques puede tener en los miembros más vulnerables de la sociedad.




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“La deforestación y el cambio climático y la degradación ambiental llevan a un aumento en la violencia contra las mujeres”, dijo Sequeira. “Creo que es algo que podemos afirmar cada vez más”.

Junto con la evaporación de los árboles, el derecho de las mujeres a determinar lo que sucede con las tierras de las que dependen también ha desaparecido, dijo Monica Yongol, mientras las otras mujeres en la sala asentían con la cabeza. Los cambios han sacudido a sus comunidades, han dificultado el poder proveer para sus familias. Además, problemas que las mujeres dicen que antes no existían, como los embarazos adolescentes, el abuso de las drogas y la violencia doméstica, han aflorado.

Varias argumentan que el problema está arraigado en el silenciamiento de las voces de las mujeres, algo que se ha vuelto más habitual. Yongol relató una reunión organizada por una empresa de terratenientes, una estructura organizativa común en Papúa Nueva Guinea formada por terratenientes para negociar con promotores, como las empresas madereras, en nombre de las comunidades.

La tala de los bosques y las plantaciones se han extendido hacia el interior desde Wide Bay, una cala curvada en el Distrito de Pomio. Imagen de John C. Cannon/Mongabay.

Una mujer en la reunión se levantó y preguntó por qué el grupo no había informado a todos los terratenientes sobre lo que pasaría si la empresa externa interesada en sus tierras adquiría los derechos de desarrollo, dijo Yongol. Los postulados de la consulta libre, previa e informada, establecidos por las Naciones Unidas y aceptados como normas mundiales, sostienen que todos los miembros de la comunidad deberían ser informados de los planes para las tierras de las que dependen. Sin embargo, en este caso, el presidente desestimó su comentario y le dijo que no debería expresar su opinión —porque era una mujer—.

John Suka, un antiguo profesor y ahora un consejero electo para el gobierno local rural de Pomio del Este, dijo que la mayor parte del problema deriva de las “viejas costumbres”.

No hay “justicia o equidad”, dijo Suka. “Eso es lo primero, quizás debido a algunas formas de pensar tradicionales o consuetudinarias”.




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Suka dijo que la agitación en estas sociedades desencadenada por el creciente interés de empresas extranjeras ha exacerbado la situación. Sin unos derechos a las tierras claros, las mujeres están en una situación precaria, sobre todo cuando el respeto de las empresas incluso para los derechos de una comunidad en su conjunto es, como mucho, tenue.

La sociedad previa a la llegada de las empresas madereras y los promotores de las plantaciones no era ni perfectamente justa ni equitativa, dijo Suka. Sin embargo, añadió, la tentación de convertir los derechos de las tierras, por espurios que sean, en dinero por adelantado u otros beneficios para determinados miembros ha cambiado el respeto por otras costumbres, como la herencia matrilineal. Y esto ha llevado a algunos hombres a asumir papeles de intermediarios en los cuales hablan por comunidades enteras.

Suka dijo que a veces, ciertamente, “han vendido lo que no debería de venderse”.

La pista de aterrizaje en Tokua, al sur de Kokopo, con volcanes todavía activos al fondo. Imagen de John C. Cannon/Mongabay.

Efectos dominó

Tongne dijo que estos acontecimientos a menudo provocan una cadena de consecuencias para las mujeres.

“Una vez que la tierra es vendida y apartada de ellos, hay una mayor violencia contra las mujeres”, dijo Tongne, por varios motivos. Los bosques en Nueva Bretaña del Este, y, de hecho, en muchas partes del país, han servido durante mucho tiempo como un almacén de suministros y alimentos listos para llevar. Son esenciales en tiempos de abundancia, y sirven como alijos de emergencia vitales cuando los tiempos son difíciles.

“Si hay una sequía, las mujeres saben dónde encontrar comida en el bosque”, me dijo Tongne.




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Sin embargo, cuando la tala y la agricultura industrial reemplazan los bosques cerca del hogar, las mujeres se ven forzadas a desplazarse más lejos para recolectar alimentos y otros recursos o atender sus jardines. Ese tiempo empleado en la carretera es tiempo en que no están cuidando de sus hogares o criando a sus hijos, dijo Tongne.

“Los hombres empiezan a propinarles palizas”, añade. “La violencia sale de la falta de comida en la mesa”.

En estos prolongados trayectos al bosque, las mujeres pueden enfrentarse a la amenaza de ataques de gente de otras aldeas o clanes, o de los trabajadores traídos desde comunidades de fuera por las empresas.

John Suka, un consejero electo en el gobierno local de Pomio del Este, en la Misión Católica de Vunapope. Imagen de John C. Cannon/Mongabay.

Antes, “teníamos mucha seguridad y protección. Podíamos caminar, visitar a los amigos, en otras aldeas lejos de la nuestra”, dijo Lucy Teine, una mujer de 50 años de la aldea Iwai de Pomeo del Este. “Sin embargo, ahora, con la población que está llegando a trabajar en esos proyectos, es una amenaza para nosotros”.

La deterioración del tejido social exacerbado por los forasteros que podrían albergar valores diferentes es un síntoma de un problema mayor. Según Sequeira, la responsabilidad fundacional de estos cambios recae en las mentalidades que introdujeron el colonialismo.

Aunque el sexismo ha perdurado en muchas sociedades por todo el mundo, “Las comunidades indígenas tenían, en muchos casos, relaciones de género más equitativas antes de la llegada del colonialismo”, dijo. “Las mujeres y los hombres tenían diferentes papeles y funciones respetadas en las comunidades”.

Un problema mundial

La Coalición Mundial de Bosques y sus socios han estado investigando problemas como estos por todo el mundo. Han encontrado que, aunque los detalles pueden cambiar de un lugar a otro, hay muchas coincidencias entre las comunidades afectadas por el desarrollo de la tierra y la extracción de recursos, dijo Sequeira.

“Sabemos que estos [papeles] se fueron erosionando cuando teníamos administraciones coloniales y la total desposesión y destrucción de la identidad indígena”, dijo.

Sequeira dijo que, en Colombia las mujeres y los hombres se supone que tienen los mismos derechos a la tierra. Sin embargo, “esa no es la realidad”.




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“Todavía tienes mujeres que tienen que pedir permiso [a] sus maridos o parejas para poder usar un poco de tierra para cultivar hierbas medicinales y otros alimentos para el consumo doméstico”, dijo Sequeira.

En muchos lugares —aunque no en todas partes— las leyes vigentes deberían de proteger los derechos de las tierras, incluidos los de las mujeres, añadió. Donde el sistema se queda corto es en la implementación de los estatutos. Lo que quiere decir, a grandes rasgos, es que los bosques sufren cuando las mujeres no tienen voz en los derechos de las tierras.

“Las mujeres juegan un papel vital en la conservación de los bosques”, escribieron Sequeira y sus compañeras en una entrada de blog en noviembre de 2019. “Las mujeres interactúan diariamente con los bosques y otros ecosistemas, dependen de ellos para las necesidades de sus hogares y su subsistencia, pero también para la conservación y la recuperación”.

Varios volcanes activos situados al noroeste de la ciudad de Kokopo. La última erupción del Tavurvur fue en 2014. Imagen de John C. Cannon/Mongabay.

Una investigación llevada a cabo en la India y Nepal y publicada en la revista Ecological Economics (Economía Ecológica) ha mostrado que los bosques tienen un mejor rendimiento cuando las mujeres participan en el proceso de toma de decisiones. Sin embargo, obstáculos, que van desde actitudes patriarcales hasta “palizas a las esposas”, como se refieren visceralmente a la violencia doméstica en Nueva Bretaña del Este, pueden impedir ese progreso tanto en el frente de la conservación como de la justicia social.

Un estudio nacional de 2010, publicado en la revista Contemporary PNG Studies (Estudios Contemporáneos de Papúa Nueva Guinea), encontró que casi dos terceras partes de las mujeres habían sufrido ataques de género.

John Suka dijo que abordar el problema de la violencia es fundamental. Sin embargo, hasta ahora, no es algo que haya sido visto como una prioridad. En la mayoría de los casos, las agencias gubernamentales no tienen la capacidad —o la voluntad— de hacer cumplir estas leyes, dijo.




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“Todos los niveles del gobierno tienen la responsabilidad, pero la cuestión es que no ejecutan lo que deberían de estar ejecutando”, añadió Suka. “Es un gran fracaso general”.

Dijo que se requiere un cambio de mentalidad.

“Por supuesto, antes estábamos guardados en una cajita con nuestra propia forma de vida”, dijo. “Hoy en día estamos en un nuevo mundo”.

Sequeira dijo que está de acuerdo con que es primordial cambiar actitudes sistemáticas.

“Necesitamos algo más que políticas y sanciones”, dijo Sequeira. Añadió que, por todas partes, campañas y diálogos entorno a la igualdad de género y los derechos de las mujeres han resultado eficaces en transformar la “cultura de violencia”. También, las mujeres han tomado el control de su propio drama, con la creación de “brigadas” que acompañan a mujeres vulnerables en desplazamientos fuera de la comunidad —por ejemplo, al bosque—.

Elizabeth Tongne, directora de la Asociación de Conservación Wide Bay, segunda por la derecha, y las mujeres asisten al canto de la convención en la Misión Católica de Vunapope cerca de Kokopo. Imagen cortesía de la Asociación de Conservación Wide Bay.

Sequeira dijo que mujeres en otras partes del mundo también captan a la comunidad en general con el uso de “protocolos de denuncia y descrédito” para denunciar a los autores de violencia contra las mujeres. Y tanto hombres como mujeres participan en programas de vigilancia de vecindario.

También dijo que la violencia a nivel personal debe de ser vista a través de una lente más amplia y que lo que está sucediendo en las tierras de las personas en la comunidad se remonta a paradigmas coloniales.

“La desposesión y pérdida de los derechos de las tierras y la extracción… también son formas de violencia patriarcal”, dijo Sequeira en la entrevista.

En su entrada del blog, Sequeira y sus compañeras escribieron que las mujeres no solo deben de lidiar con las formas de pensar tradicionales que a menudo las relegan a una posición inferior. “A menudo deben defender sus bosques contra las enormes amenazas de la extracción, ya sea la agricultura (como la producción de soya y el aceite de palma) y la ganadería industrial o los grandes proyectos mineros”.

“La conservación de los bosques nunca podrá tener éxito o traer justiciar social”, añadieron, “si no aborda la prevalencia de las diferentes manifestaciones de violencia contra las mujeres y, sobre todo, en la primera línea de la crisis ambiental y climática”.

*Imagen principal: los volcanes Tovanumbatur, Tavurvur y Turanguna cerca de Kokopo, provincia de Nueva Bretaña del Este. Foto: John C. Cannon/Mongabay.

John Cannon es un redactor de tendencias de Mongabay. Pueden encontrarlo en Twitter: @johnccannon

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Referencias:

Agarwal, B. (2009). Gender and forest conservation: The impact of women’s participation in community forest governance. Ecological Economics68(11), 2785-2799. doi:10.1016/j.ecolecon.2009.04.025

Ganster-Breidler, M. (2010). Gender-based Violence and the Impact on Women’s Health and Well-being in Papua New Guinea. Contemporary PNG Studies13, 17.

El artículo original fue publicado en Mongabay News. Puedes leerlo aquí.

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