- La anchoveta es el recurso que más se extrae en el mar de Perú. Solo en el 2018 se desembarcó más de seis millones de toneladas de este recurso.
- El mar del norte del Perú representa, por lo menos, el 70 % de la variedad biológica marina, con un enorme número de especies endémicas.
Con más de mil especies de peces, además de moluscos, crustáceos y algas, el mar peruano figura entre los más biodiversos del mundo. La presencia de la corriente de Humboldt —una masa de agua fría que viaja de sur a norte en el mar Pacífico— contribuye a esta gran diversidad, pues aporta una gran cantidad de nutrientes y alimentos para los peces e invertebrados a lo largo de los 3080 kilómetros de la costa peruana.
Esta gran cantidad de vida del mar de Perú no está libre de amenazas. Entre las mayores presiones figuran la pesca ilegal, la explotación petrolera, el tráfico de especies marinas, la falta de regulación sobre los recursos pesqueros y la baja cuota de espacios protegidos en el mar, entre otras.
Mongabay Latam reúne algunas de las amenazas y riesgos que han puesto en jaque la conservación de la diversidad biológica del mar peruano.
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1. La ilegalidad en la extracción de recursos
El Perú posee la pesquería más grande del planeta basada en una sola especie, la anchoveta. Según el Anuario Estadístico Pesquero y Acuícola del Ministerio de la Producción del 2018, un total de 6.1 millones de toneladas de anchoveta se desembarcaron ese año. El lugar de donde proviene la mayor parte de este recurso es Chimbote, en la región Ancash, que cuenta con alrededor de 60 plantas de harina de pescado.
No solo la pesca industrial mueve grandes cantidades de dinero. El Perú también es uno de los mayores productores mundiales en términos de captura artesanal para consumo humano, una actividad que se beneficia de la gran biodiversidad del mar y representa el 28.4 % del total de capturas marinas.
Una bonanza marina que permanece amenazada por la pesca ilegal. Juan Carlos Sueiro, director de Pesquerías de Oceana —organización conservación de los océanos—, señala que son tres los grandes problemas en Perú relacionados con la pesca ilícita. En primer lugar, la incursión de embarcaciones extranjeras dentro de las 200 millas marinas reservadas al Perú.
La pesca de calamar gigante o pota por parte de embarcaciones chinas es un ejemplo de lo que sucede frente a las costas de Perú y otros países del Pacífico Sur como Chile y Ecuador.
Según un reportaje publicado por Mongabay Latam, se estima que embarcaciones extranjeras capturan de manera ilegal unas 50 000 toneladas de pota dentro del territorio marítimo del Perú, así lo precisó el Comité para el Manejo Sustentable del Calamar Gigante (Calamasur), un grupo compuesto por actores de la industria del calamar en Chile, Ecuador, Perú y México. “Si esas 50 000 toneladas ingresaran a plantas peruanas, significa 85 millones de dólares al año y miles de puestos de trabajo”, señala Pascual Aguilera, presidente del Calamasur.
Un segundo problema —señala Sueiro— se presenta con la anchoveta, debido a que parte de este recurso, que debería ser destinado para el consumo humano, termina siendo procesado como harina. “Hay una producción de harina de pescado ilegal, ya sea por empresas autorizadas o por plantas ilegales. Se calcula entre 120 y 150 mil toneladas de anchoveta cada año que jamás se registran”, precisa.
La tercera fuente de ilegalidad —precisa Sueiro— proviene de un sector de la flota artesanal, principalmente de Piura y Tumbes. En estas regiones —explica el especialista de Oceana— se capturan especies con tamaños por debajo de la talla mínima permitida que no ingresan por los puertos, sino que se desembarcan directamente en las playas y terminan en las mesas y los restaurantes del país.
En marzo del 2020, la Fiscalía Especializada en Materia Ambiental (FEMA) de la provincia del Santa en la región de Ancash, en Perú, incautó 8210 kilos de caballa que se encontraban por debajo de la talla mínima permitida para su comercialización, informó Mongabay Latam.
Hasta abril del 2020, la FEMA del Santa había realizado 20 intervenciones por tráfico de especies marinas que no cumplían con las tallas mínimas establecidas por ley, se indica en el artículo.
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2. Explotación petrolera
A inicios de 2018, un conflicto por la concesión de cinco pozos petroleros en el norte del Perú despertó la preocupación sobre esta actividad dentro del mar. El mismo día que el entonces presidente de Perú, Pedro Pablo Kuczynski, firmó su renuncia, aprobó los decretos supremos que autorizaban contratos de exploración y explotación de estos lotes petroleros.
Especialistas en océanos alertaron sobre los riesgos ambientales que significaba la instalación de pozos petroleros en una zona marina tan biodiversa y sensible como el mar del norte del Perú que representa, por lo menos, el 70 % de la variedad biológica marina del país, con un enorme número de especies endémicas, únicas en el mundo.
Los decretos que entregaban los cinco lotes petroleros sobre una extensión de 2 320 000 hectáreas de mar frente a las costas de las regiones de Tumbes, Piura, Lambayeque y Áncash, fueron derogados meses después.
Sin embargo, continúa la preocupación por las consecuencias que ocasiona la explotación de petróleo en la biodiversidad del mar peruano. “La explotación de petróleo en el mar es muy riesgosa, por la logística que se requiere, por los riesgos en el traslado del hidrocarburo y porque no existe control sobre estas actividades en mar abierto”, señala Juan Carlos Riveros, director científico de Oceana.
Aldo Pacheco, investigador del Instituto de Ciencias Naturales Alexander von Humboldt, de Chile, precisa que la exploración sísmica es la etapa más preocupante en el proceso de explotación de hidrocarburos. Esta etapa afecta principalmente a los cetáceos, puesto que ballenas y delfines dependen de la transmisión de sonido en el mar para llevar a cabo actividades de socialización, conformación de grupos para apareamiento y busca de presas. “Las ondas sonoras de gran magnitud pueden romper los huesillos auditivos en los delfines, causando la pérdida del sentido de orientación y hasta ocasionar la muerte”.
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3. Tráfico de especies y falta de regulación
En los países asiáticos, un plato de sopa con aletas de tiburón puede costar hasta 200 dólares. Un gusto culinario que se ha convertido en un problema para la supervivencia de varias especies de tiburones, como el tiburón martillo o el tiburón zorro, cuya captura tiene restricciones, pero aun así se explota sin ningún reparo.
Perú ha empezado a aplicar medidas más estrictas de fiscalización a los cargamentos de aletas de tiburón que entran y salen de su territorio. Actualmente, todos los cargamentos de aletas de tiburón que pasan por un puesto aduanero en el Perú son revisados para asegurar la existencia de los permisos y documentos que obliga la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES), asegura Alicia Kuroiwa, directora de hábitats y especies amenazadas de Oceana Perú.
Como resultado, el Perú ha logrado, en parte, controlar el ingreso ilegal de aletas de tiburón que llegaban principalmente desde Ecuador para luego ser exportadas a países como China. Sin embargo, la fiscalización en las fronteras es el último eslabón de una cadena de comercialización que aún tiene profundas debilidades. La mayor de ellas —según Kuroiwa— es la poca capacidad que tiene el Perú para asegurar que un producto fue obtenido de manera legal.
Según un estudio publicado por Oceana, unas 16 000 toneladas de tiburón se desembarcan anualmente en Perú. No obstante, las cifras oficiales hablan de poco más de 14 000 toneladas, es decir, unas 2000 toneladas menos. La diferencia se debe a desembarques no registrados por los funcionarios fiscalizadores porque no hay una cobertura en todos los puertos y porque hay descargas que se realizan en sitios que no están autorizados.
La falta de trazabilidad de las especies también se evidencia en la sustitución del pescado que se comercializa en mercados y restaurantes. Un equipo de investigadores de las organizaciones Oceana y Pro Delphinus reveló que en Perú se comercializan especies marinas amenazadas, cuya venta está prohibida y que pone en riesgo la salud por no ser aptas para el consumo humano.
Los investigadores analizaron 225 muestras de pescado a la venta en tres de las ciudades del Perú donde más especies marinas se consumen —Lima, Piura y Chiclayo— y el resultado fue impactante: en 7 de cada 10 muestras, el pescado vendido no era el ofrecido.
El estudio también logró identificar, entre las especies sustituidas, algunas vulnerables como la Anguila del Atlántico, que se encuentra en peligro crítico, según la Unión Internacional para la conservación de la Naturaleza (UICN); el atún de aleta azul del Atlántico norte, En Peligro; el tollo común, el tiburón diamante y la albacora, todos en situación Vulnerable, según la UICN.
Una investigación, publicada en noviembre de 2018 en la revista científica Plos One, reveló que, a través del mal etiquetado, se comercializan “especies protegidas y amenazadas, como el tiburón ballena, el merlín blanco, el tiburón martillo (algunos especímenes recolectados durante la temporada cerrada), el tiburón diamante y los tiburones zorro”, señala el estudio.
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4. Ausencia de áreas naturales protegidas
El Perú cuenta con menos del 1 % de su espacio marino bajo algún modelo de conservación. Algunos expertos incluso señalan que apenas se ha alcanzado proteger el 0.4 % de todo el inmenso mar peruano.
Un compromiso internacional asumido por el gobierno peruano en el 2010 —conocido como Metas de Aichi— obligaba al país a preservar por lo menos el 10 % de su extensión marina, meta que hasta ahora no se ha cumplido.
Dos propuestas para crear áreas protegidas y avanzar en la conservación de la diversidad biológica del mar peruano surgieron en los últimos ocho años, pero ninguna de ellas se ha concretado.
La primera data del 2014, cuando se propuso la creación de la Zona Reservada Mar Pacífico Tropical, que con el tiempo pasó a denominarse Reserva Nacional Mar Tropical de Grau.
La nueva reserva ubicada en el norte de Perú comprendería cuatro sectores que representan zonas prioritarias de conservación: Isla Foca que corresponde a un ecosistema insular; Cabo Blanco-El Ñuro, representando el ecosistema litoral rocoso; los Arrecifes de Punta Sal, formado por arrecifes rocosos y el Banco de Máncora, un ecosistema asociado a montañas submarinas.
En ellas se encuentra, por ejemplo, la zona de alimentación y refugio de especies amenazadas como la ballena jorobada, la tortuga carey y el caballito de mar. También es hogar de 12 de las 30 especies de cetáceos que se han registrado en Perú.
Sin embargo, esta propuesta que tiene ocho años de espera tiene entre sus principales detractores a la Sociedad Peruana de Hidrocarburos. Su presidente, Felipe Cantuarias, ha repetido en reiteradas oportunidades que la reserva afectaría las inversiones de las empresas que ya cuentan con concesiones de hidrocarburos en el mar del norte.
En el año 2018, la entonces ministra del Ambiente, Fabiola Muñoz, aseguró que la creación de esta área marina se concretaría el año siguiente. Luego, durante el III Congreso de Áreas Protegidas de Latinoamérica y El Caribe (CAPLAC), realizado en Lima en octubre de 2019, reiteró el compromiso del gobierno peruano para que se concrete la creación de la Reserva Nacional Mar Tropical de Grau, un ofrecimiento que hasta el momento no se ha cumplido.
La segunda propuesta para la creación de un área marina protegida es más reciente. Se trata de la Reserva Marina Dorsal de Nasca. Una propuesta para conservar cinco millones de hectáreas en el sur del mar peruano que rodean una cordillera submarina formada por 93 montes que albergan más de 1100 especies, muchas de ellas endémicas.
Se trata también de un lugar de tránsito en las largas migraciones de algunas especies como la ballena jorobada y es el hogar de especies de aguas profundas como los corales de agua fría y el bacalao, consideradas vulnerables y de difícil recuperación.
Según el expediente de creación de esta reserva, la Dorsal de Nasca permitiría que el Perú salte de proteger solo el 0,48 % del mar a un 6,5 %, cifra que serviría para avanzar en el compromiso peruano de contar, por lo menos, con el 10 % de su océano bajo alguna categoría de protección.
La Dorsal de Nasca forma parte de la Cordillera Nasca, Salas y Gómez, compuesta por dos cadenas de montes submarinos de origen volcánico que se extienden por 2900 kilómetros entre las costas de Perú y Chile. Formadas a lo largo de aproximadamente 30 millones de años, llegan hasta los 4000 metros de profundidad.
Pese a los ofrecimientos y los compromisos firmados para avanzar en la protección del mar peruano, hasta ahora la creación de nuevas áreas protegidas no se ha hecho realidad.
Imagen principal: Pesca en el mar peruano. Foto: Agencia Andina.