- A solo dos horas de la Ciudad de México se encuentra la cuenca de Amanalco-Valle de Bravo donde se produce, por lo menos, el 10 % del agua que se consume en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México.
- En esa región, una veintena de ejidos y comunidades realizan una gestión integral de su territorio, un trabajo que incluye el manejo sustentable de sus bosques comunitarios, la recuperación de manantiales y ríos, así como la apuesta por la agricultura orgánica.
Hace dos horas, la Ciudad de México quedó atrás. En el paisaje ya no hay edificios ni avenidas colmadas de automóviles; lo que ahora domina la vista son los montes habitados por árboles. En uno de ellos, se escucha el sonido de la motosierra y el machete. Por el ruido se podría pensar que hay un daño al bosque, pero no es así. La faena que realizan los cerca de veinte hombres y mujeres es un “aclareo”, quitan ramas y abren espacios para que entre un poco más de luz solar y eso ayude al crecimiento de los árboles.
Ese es solo uno de los trabajos que, en forma cotidiana, realizan los ejidatarios de San Jerónimo. Su esfuerzo no es aislado. Al igual que ellos, otros 21 ejidos y comunidades de la cuenca de Amanalco-Valle de Bravo, en el centro de México, realizan un manejo integral de su territorio comunitario para aprovechar en forma sustentable más de 10 mil hectáreas de bosques, pero también para restaurar suelos, mantener manantiales y rescatar ríos.
Hace poco más de 20 años, algunos ejidos y comunidades de la zona ya realizaban un manejo planificado de sus bosques. Sin embargo, fue a partir de 2010 cuando en esta región de pinos y lagos nació una iniciativa que, con el tiempo, mostró ser una camino para tener una gestión comunitaria y sustentable del territorio.
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De las vedas al manejo comunitario
Casi son las 11 de la mañana, cuando los hombres y mujeres que realizan el aclareo en los bosques del ejido San Jerónimo hacen una pausa para almorzar. Se sientan alrededor de la pequeña fogata donde calientan las tortillas; en medio colocan la comida que cada uno ha llevado. Aquí, los alimentos se comparten. Como también se comparte la propiedad y el cuidado al bosque.
“Nosotros vivimos del bosque”, dice Cándido Alberto Vera, comisariado de vigilancia del ejido San Jerónimo. Con orgullo, el ejidatario explica los lazos que lo unen con esta tierra de árboles: “Del bosque cosechamos madera que vendemos y que usamos para la leña. Por el bosque, tenemos agua. De aquí obtenemos nuestras plantas medicinales y muchas otras cosas. Nuestros padres nos enseñaron a cuidarlo y así seguimos”.
El ejido San Jerónimo, de poco más de 1932 hectáreas, lleva poco más de dos décadas realizando silvicultura comunitaria; es decir, los ejidatarios cuentan con un programa de manejo forestal que les permite talar cierta cantidad de árboles al año.
“La gente que no conoce que es el manejo forestal —apunta Cándido Vera— quizá diga que estamos derribando nuestro propio bosque, pero no es así. El manejo es darle mantenimiento; es aprovechar la madera, pero con mucha responsabilidad. Tenemos un técnico forestal que es el que nos dice cuál árbol se puede talar; hacemos mucho trabajo para que no haya incendios, para que no tenga plagas y cuidamos que siempre haya bosque, cuidamos que crezcan nuevos arbolitos”.
Las palabras del ejidatario las complementa Lucía Madrid, del Consejo Civil Mexicano para la Silvicultura Sostenible (CCMSS): “La ley te pide que, para aprovechar el bosque hagas un programa de manejo forestal, donde se realiza un inventario (del arbolado) y se hace una estimación de cual es la tasa sostenible de cosecha. Es decir, cuánta madera puedes sacar sin dañar la capacidad del bosque de mantenerse, reproducirse y conservarse a largo plazo”.
Como sucede en los ejidos y comunidades que realizan aprovechamiento maderable, una parte de los recursos que se obtienen por la venta de la madera se reparte entre los 140 ejidatarios (la mayoría de ellos se dedica a la siembra de maíz, chícharo y haba). Y la otra parte se destina a los trabajos para cuidar el bosque: construcción de brechas corta fuego, monitoreo para evitar plagas, trabajos de aclareo y para propiciar la regeneración del bosque o reforestación. “Si nosotros aprovechamos el bosque, también tenemos la obligación de cuidarlo”, resalta Cándido Vera.
En Amanalco —señala el técnico forestal Gabino García, quien trabaja en la región—, “las comunidades invierten entre cinco y diez veces más que los gobiernos federal, estatal o municipal en actividades de protección o conservación de los recursos naturales”.
El aprovechamiento forestal también ha permitido que las comunidades tengan recursos para invertir en obras sociales. Y como ejemplo, Gabino García menciona que en el ejido Capulín, la venta de la madera ha financiado la compra de computadoras para la secundaria.
En el Estado de México, el manejo forestal comunitario tiene una historia reciente si se compara con otras regiones del país como Durango, Chihuahua o Oaxaca. En esta entidad, esta actividad estuvo negada para los habitantes y dueños de estas tierras.
Lucía Madrid explica que en el pasado, estos bosques estaban concesionados a una empresa paraestatal. “En la década de los ochenta se terminan esas concesiones; los ejidos y comunidades se organizan para ser ellos quienes aprovechen sus propios bosques”.
Es así como en 1981 se crea la Unión de Ejidos Emiliano Zapata de Amanalco. Durante algunos años, las comunidades aprovecharon sus bosques. Sin embargo, a principios de la década de los noventa, el gobierno estatal decretó una veda a la actividad forestal, por lo que el manejo comunitario se suspendió entre 1991 y 1995.
Al terminarse la veda, los pobladores retomaron las actividades de aprovechamiento maderable. Hoy son 21 ejidos y comunidades de esta región del Estado de México los que realizan manejo forestal. Amanalco es, después de Temascaltepec, el municipio en la entidad con mayor superficie de bosques que tienen un programa de manejo.
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La gestión comunitaria de un territorio
El territorio forestal que se encuentra en la cuenca de Amanalco-Valle de Bravo es vital por muchas razones. Una de ellas es porque los servicios ambientales que presta no solo benefician a los pobladores de la zona; su impacto va más allá de este territorio.
Algunos datos recopilados por el CCMSS así lo demuestran: las 35 mil hectáreas de bosques que hay en esta cuenca capturan poco más de 208 mil toneladas de Dióxido de Carbono (CO2) al año, eso equivale a las emisiones de 83 364 automóviles. Además, esta zona otorga el 10 % del agua que se consume en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México.
Por ser una región que provee de agua a una de las zonas más pobladas de México, el lugar fue visto como un sitio donde podía ponerse en práctica el Programa de Pago por Servicios Ambientales, que la Comisión Nacional Forestal (Conafor) implementó a partir de 2003 y que consiste en otorgar recursos a los ejidos y comunidades que conservan sus recursos naturales.
Sin embargo, en ese entonces, las reglas de operación del programa no contemplaba apoyar a ejidos y comunidades con manejo forestal.
En 2008, convencidos de que este programa gubernamental debería ir más allá de pagar por no tocar el bosque, miembros del CCMSS, en coordinación con la Unión de Ejidos Emiliano Zapata de Amanalco y otras comunidades de la región participaron en un programa piloto para impulsar un pago por servicios ambientales que permitiera el manejo forestal y que, además, considerara no solo las zonas arboladas sino todo el territorio.
“Logramos hacer mancuerna con la Conafor y poner en marcha este programa que se basa en un plan que los ejidos elaboran en forma colectiva para mejorar el manejo de su territorio”, explica Lucía Madrid, del CCMSS.
En 2010 se consolidó el Programa de Pago por Servicios Ambientales para el Manejo Integrado del Territorio (PASMIT) en la cuenca Amanalco-Valle de Bravo.
El ingeniero en manejo de recursos naturales Andrés Juárez —quien forma parte del equipo de la Iniciativa Agua y Paisajes Sustentables del CCMSS y es gerente del PASMIT en Amanalco— explica que este programa se desarrolla con fondos concurrentes en donde hay recursos públicos de la Conafor, pero también inversión social generada por las comunidades.
Además de impulsar el manejo forestal comunitario en la cuenca, el PASMIT contempla acciones para mejorar las prácticas agrícolas, restauración y conservación de suelos y manantiales, fortalecimiento de la gobernanza e impulso a los sistemas productivos sustentables.
Todas esas acciones, resalta Juárez, tienen un objetivo común: impulsar economías locales prósperas y sostenibles. “No puedes impulsar el manejo de un territorio solo desde la perspectiva económica o solo desde la conservación de los bosques. La gente que vive en estas comunidades también deben tener medios de vida”.
El programa, además, no solo trabaja con 2500 ejidatarios y comuneros de la zona, también incluye a quienes no son dueños de las tierras comunales. Con ellos se impulsa, entre otras cosas, la agricultura orgánica, así como el rescate y conservación de los cerca de 400 manantiales que hay en la cuenca y la construcción de humedales artificiales como alternativa para el tratamiento de aguas residuales domésticas.
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Regeneración natural del bosque
Los ejidos y comunidades que participan en este programa también realizan acciones para la regeneración natural del bosque; actividad que busca disminuir los efectos negativos que tienen las reforestaciones mal diseñadas.
Por ejemplo, a las comunidades que realizan manejo forestal comunitario se les pide cumplir con un número determinado de árboles plantados. Eso ha llevado a que se siembren más pinos de los recomendados por hectárea y que se tengan varias consecuencias negativas. Una de ellas es que, al no tener luz suficiente, los árboles no crecen en forma óptima.
Por otra parte, la mayoría de los árboles que se utilizan para la reforestación —los cuales se otorgan a las comunidades como parte de programas de gobierno estatal o que se adquieren en viveros— son de pinos que, muchas veces, no son nativas. “Son especies que como no son de acá, no se dan tan fácilmente. Solo un 30 % sobrevive; el resto se seca”, resalta el ejidatario Cándido Vera.
Y, además, se planta en zonas de pastizales o llanos inundables, donde no había bosques en el pasado. Sembrar pinos en esas áreas genera un daño en la biodiversidad que solo se encuentra en esas áreas.
Para evitar las consecuencias de reforestaciones mal realizadas, los ejidos y comunidades de esta región han optado por propiciar la recuperación natural del bosque.
En las zonas donde en el pasado se reforestó en forma inadecuada, ahora retiran los árboles que están demás y se trabaja para que esos terrenos se transformen en bosques en donde crezca una diversidad de plantas y no sean solo plantaciones de una sola especie de pino.
En una de las zonas donde se realizan trabajos de aclareo, Cándido Vera comenta: “aquí más o menos había tres mil 100 árboles por hectárea. Estamos dejando la mitad, como unos mil 600”.
El ingeniero forestal Eusebio Roldán Félix, encargado del área forestal del CCMSS en Amanalco, explica que para que un árbol crezca en forma adecuada no debe estar muy pegado a otro. El espacio ideal de separación depende de cada especie, pero lo recomendable es que existan tres metros de distancia entre cada árbol; es decir, 1100 árboles por hectárea. “Pero de mil cien árboles tienes que estar quitando conforme van creciendo. Si quieres tener árboles con una copa frondosa, tendrías que llegar de 250 a 300 árboles por hectárea”, comenta el ingeniero forestal.
Los lugares reforestados sin tomar en cuenta el espacio ideal entre árboles son muy diferentes a un bosque natural: parecen plantaciones de una o dos especies de pinos, no crecen otros tipos de plantas.
En los terrenos donde se realizó aprovechamiento maderable y hoy se impulsa la regeneración natural del bosque, los ejidatarios realizan trabajos de escarificación de los suelos, una técnica que se usa para ayudar al crecimiento de árboles en forma natural. Cándido Vera explica en qué consiste: “removemos la tierra con un azadón, quitamos el exceso de ocochal, para que la semilla caiga en la tierra y pueda germinar más rápido”.
El ejidatario muestra con satisfacción cómo en ese terreno, donde hace seis meses se realizó la escarificación de suelos, ya se asoman los retoños de oyameles y encinos que comparten el lugar con otros árboles que crecen a su alrededor, como ailes, tejocotes y madroños, así como arbustos de gordolobo, cardos, salvia o la “hierba del zopilote” que en estas tierras utilizan para hacer un té que se toma cuando se tiene dolores musculares.
“Un bosque que está siendo bien manejado genera prosperidad para la gente y, al mismo tiempo se conserva la biodiversidad, los almacenamientos de carbono y brinda servicios hidrológicos; además, tiene la capacidad de regenerarse por sí mismo”, comenta Lucía Madrid.
Una muestra de que el bosque del ejido San Jerónimo (así como de otras comunidades con aprovechamiento maderable) es bien manejado son los certificados nacionales e internacionales que han obtenido; así como la presencia de fauna que han documentado con cámaras trampas, como el lince (Lynx rufus) y la gallinita de monte (Dendrortyx macroura).
Además, en los bosques de algunos ejidos es cada vez más recurrente la presencia de la mariposa monarca. En la temporada 2019-2020, por ejemplo, en el ejido El Potrero se registró una nueva colonia.
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Cuidar el territorio donde se genera el agua
A lo largo de sus diez años de existencia del PASMIT, 25 ejidos y comunidades de Amanalco —que tienen poco más de 19 mil hectáreas— han participado en el programa. Y aunque es un número importante no representa a todo el territorio de la cuenca: 60 mil hectáreas.
Es por ello que Andrés Juárez insiste en que aún hay mucho campo para que dependencias federales y estatales inviertan recursos en la gestión integral del territorio, para el desarrollo de economías locales prósperas y sostenibles.
Los ejidos y comunidades que se han sumado a este proyecto, además de conservar los recursos naturales, han logrado desarrollar empresas comunitarias.
El ejido Amanalco, por ejemplo, logró consolidar el Parque Ecoturístico Corral de Piedra y su trabajo es visto como una guía para otras ocho comunidades que, como parte del PASMIT, trabajan en el diseño de una red local de turismo alternativo.
Mientras que el ejido San Juan realiza producción de carbón sustentable, el cual se vende en tiendas locales de Valle de Bravo y próximamente se comercializará en la Tienda UNAM, como parte de Obio: Iniciativa Comercial de Comunidades Sostenibles.
Además, los ejidos y comunidades que hoy participan en el PASMIT comenzarán un nuevo proyecto para formar un corredor de manejo integrado con las áreas naturales protegidas que hay en la región: el Área de Protección de Flora y Fauna Nevado de Toluca, la Zona Protectora Forestal de Valle de Bravo, el Parque Nacional Bosencheve y la Reserva de la Biósfera de la Mariposa Monarca.
En México, solo en unas cuantas regiones —Oaxaca, Jalisco, Querétaro, Veracruz— hay proyectos que apuestan por un manejo integran del territorio. Para Andrés Juárez, estas iniciativas podrían impulsarse en otras zonas donde es imperante proteger los bosques y los servicios hidrológicos que prestan e impulsar economías locales prósperas y sostenibles.
En el caso de la cuenca de Amanalco y Valle de Bravo, algunos de los problemas ambientales que se tienen es la erosión del suelo —propiciada, entre otras cosas, por el cultivo industrial de papa—, así como la contaminación de agua de los ríos y manantiales por el uso de agroquímicos.
Además, la presa de Valle de Bravo registra un exceso de fertilizantes que propician la presencia de algas y niveles mínimos de oxígeno, lo cual provoca una disminución en la calidad del agua del lago y de los ríos. A ello hay que sumar que de las tres plantas de tratamiento de aguas que hay en la región solo funciona una.
Miembros del CCMSS han documentado que la Comisión Nacional del Agua (Conagua) gasta entre 40 y 60 millones de pesos al año, tan solo en la compra de sulfato de aluminio que se utiliza para retirar los sólidos o sedimentos del agua en la planta de Berros que potabiliza toda el agua del Sistema Cutzamala antes de que se mande a Toluca y la Ciudad de México.
Si la Conagua invirtiera esos recursos en la cuenca para impulsar aún más la agricultura orgánica y el manejo forestal —señala Andrés Juárez— se tendría un impacto positivo en la calidad del agua: “Cuesta más dinero limpiar el agua que tener territorios manejados de manera sustentable en las cuencas”.
* Imagen principal: Bosques donde se realiza manejo forestal en el municipio de Amanalco. Foto: Etienne Forcada/CCMSS.
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