Cuando se le pregunta a funcionarios internacionales, trabajadores de organizaciones de la sociedad civil y empleados estatales quién es Noemí Gualinga, muchos dicen no conocerla. Identifican con claridad a sus hijas, Nina y Helena, y a su hermana, Patricia, como defensoras de los derechos de su gente, el pueblo kichwa de Sarayaku, en la Amazonía de Ecuador.Pero cuando se pregunta en su comunidad, en la selva y en los pueblos indígenas, quién es la persona a la que se debe buscar para pedir ayuda, todos conocen la respuesta: Noemí Gualinga. *Este artículo es una colaboración periodística entre Mongabay Latam y GK de Ecuador. Sentada en un escalón de su antigua casa Noemí Gualinga solía esperar a que llegaran desconocidos a pedir que los ayude. Una de las líderes del pueblo kichwa Sarayaku ponía su mirada en la puerta de su casa que se abría a un patio grande y a un bosque de frondosos árboles de guayaba. Madres sin trabajo o víctimas de violencia llegaban a pedir arroz, fideos, huevos o lo que Noemí Gualinga les pudiera ofrecer. Había enfermos que llegaban a pedir medicinas. En agosto de 2020 dejó esa casa y se cambió a otra, también en el Puyo, una ciudad en la Amazonía ecuatoriana de calles desordenadas, de casas de arquitectura improvisada y que reverbera de calor en el día y tirita de frío por las noches. En su nueva casa, Noemí Gualinga —la piel pintada por el sol amazónico, el cabello negro brillante tan largo como las raíces de los árboles cruzado por unos pequeños riachuelos canosos—, se sigue preguntando dónde se necesita ayuda: sea mirando el horizonte doméstico o viajando a donde la necesiten, especialmente ahora que el COVID-19 y una violenta inundación pusieron en grave peligro a su pueblo.