- Miles de estas aves marinas pierden la vida anualmente en las redes de los barcos arrastreros del sur del continente.
- Un grupo de biólogos argentinos implementó un sistema con líneas espantapájaros para reducir las capturas incidentales. El resultado fue tan exitoso que la medida se volvió obligatoria para los buques congeladores.
Durante todo el año, decenas de buques en busca de merluza parten del puerto de Mar del Plata para internarse en las aguas argentinas. La travesía pesquera dura alrededor de un mes y en las embarcaciones más grandes y equipadas, la faena se prolonga hasta cubrir de pescado la capacidad de las bodegas, es decir, unos 70 días.
Durante esas largas semanas, a cientos de kilómetros de tierra firme, el vuelo de los albatros de ceja negra (Thalassarche melanophrys), que alcanza los 100 km por hora, acompaña la azulada postal del atlántico sur. Las bandadas sobre el mar abierto parecen no advertir riesgos. Sin embargo, al accionar las tareas de pesca, el apacible escenario puede tornarse violento sin las medidas adecuadas.
La pesca por palangre y la red de arrastre son dos artes comunes en Argentina que amenazan la supervivencia de los albatros. De hecho, son las principales causas del descenso poblacional de estas aves consideradas En Peligro hasta hace pocos años atrás por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
Cuando las naves utilizan palangre para pescar, la interacción se produce cuando el ave agarra uno de los anzuelos con carnada. Al hacerlo, se engancha y termina ahogándose en el mar. En el caso de las redes, un método usado por la mayoría de los barcos, las interacciones son diversas: los albatros suelen enredarse, sin poder escapar del enmarañado, y también pueden sufrir duros golpes con los ásperos cables de acero.
Según datos de Aves Argentinas, entre 9 y 19 mil individuos por año mueren a causa de las capturas incidentales en el mar argentino.
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Esperanza en altamar
“A fines de los 90, trabajando para mi tesis tomé conciencia de estas interacciones”, cuenta el biólogo Leandro Tamini, actual coordinador del Programa Marino de la ONG Aves Argentinas.
En aquellos viajes iniciales, el científico conoció la realidad del albatros de ceja negra, una especie característica de los mares de Argentina y Chile.
Esta ave pasa la mayor parte de su vida volando sobre el océano. Por eso, de hecho, es habitual para los hombres de mar, pero poco conocida para los costeros.
Su dieta se basa en calamares, crustáceos y peces y, según el especialista, el 75 % de la especie está asociada a las aguas del cono sur, ya que “el mar argentino es una de las plataformas con más alimentos para las aves marinas”, dice. Por eso, “incluso hay especies que anidan en Nueva Zelanda y hacen un viaje de 25 días hasta llegar a nuestro mar”, destaca.
El albatros de ceja negra suele nidificar en islas alejadas del territorio continental, como las Islas Malvinas ubicadas a 500 km de la costa argentina. Sin embargo, en 2005, los monitoreos poblacionales de las colonias de este albatros en Islas Malvinas y Georgias del Sur indicaban un decrecimiento que rondaba el 2 a 4 % anual, una tendencia que de mantenerse, hubiera ocasionado un serio problema para la especie en pocas décadas.
Los científicos encontraron que la causa del problema estaba en el medio del océano.
En 2003, Tamini y otros biólogos comenzaron a subir a distintos buques para monitorear las actividades pesqueras. Se tornaron acompañantes habituales de las tripulaciones con el objetivo de recaudar información sobre las interacciones de los albatros con las faenas de pesca.
Dentro de los barcos, los investigadores notaron que a simple vista no se podía dimensionar las pérdidas ya que recién al levantar la red desde el fondo del mar, aparecían los albatros enganchados en los cables. Los científicos comenzaron entonces a cuantificar las muertes y a anotar cuántas aves se acercaban a las embarcaciones en busca de alimento, qué maniobras hacía cada barco y cómo se producían las colisiones.
Tras sistematizar los datos recogidos a bordo y revisar experiencias en otros países, el equipo de Aves Argentinas retomó los viajes en 2008 para ver si era posible disminuir las interacciones con albatros con la ayuda de espantapájaros instalados en las redes de arrastre.
¿En qué consiste esta medida de mitigación? Inmediatamente después de haberse lanzado la red, se extiende una soga detrás del barco con una boya en la punta que la mantiene sobre la superficie. De este cordón principal cuelgan líneas secundarias de colores que se mueven como los flecos de una cortina.
Al comenzar a utilizar esta medida, los resultados aparecieron rápidamente: las aves al ver los flecos dejaron de acercarse a las redes en busca de comida.
Así, como parte del Programa Marino, se implementó en Argentina el Proyecto Albatross Task Force, una iniciativa internacional para revertir la situación crítica de albatros y petreles en el mundo. Hoy este proyecto también tiene presencia en Sudáfrica, Brasil, Chile, Uruguay, Namibia, Ecuador y Perú.
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Puesta en marcha
Rubén Dellacasa es instructor a bordo y uno de los responsables de la implementación de las medidas. Una de sus primeras tareas fue comparar lo que pasaba cuando estaban las líneas espantapájaros y cuando no. “Con las líneas colocadas evidenciamos una reducción de casi el 95 % de interacciones. Estos registros, durante varios años de viajes de pesca, nos ayudaron a estandarizar una metodología para que todos pudieran emplearla”, sostiene.
El diseño fue perfeccionándose mientras se sucedían los viajes. Encontraron que algunas veces las líneas espantapájaros, al desplegarlas sobre el mar, se enredaban con los cables de arrastre. Estos cruces reducían la vida útil de las líneas y complejizaban las tareas de la tripulación. ¿Cuál era la salida? Tamini comenta que decidieron diseñar un objeto en el extremo de la línea principal que ayudara a tensionar al resto de líneas. “Una mayor tensión permitiría mantenerlas separadas levemente de los cables”, señala.
Después de probar con diferentes materiales encontrados en los barcos, entre científicos y marineros dieron forma a un dispositivo que emula una tabla de surf. “Hace que las líneas en vez de ir en un ángulo recto con la popa del barco, como sería lo lógico de cualquier elemento que es arrastrado, tome algunos ángulos hacia la derecha e izquierda para evitar los enredos”, dice el coordinador del Programa de Aves Marinas.
El invento fue bautizado como la Tamini Tabla y siete años después de su primera prueba ya se produce en serie.
Por esta innovación, el biólogo recibió el Premio Marsh de Liderazgo en Conservación Marina en 2018. “Fue un desarrollo en equipo. Tratamos de conservar las especies y ese es un trabajo contra el reloj. Marca que vamos por el buen camino”, asegura.
Duchos en el arte del armado de las líneas espantapájaros, Dellacasa y su compañero instructor, Nahuel Chávez, se distribuyen los viajes de una flota de 24 buques congeladores que navegan en el mar argentino, para enseñar a las tripulaciones la implementación de la medida. Entre los dos cubren más de 100 días de viaje al año. A veces, los días en el mar son duros y se tornan largos ante el incierto retorno, pero “los biólogos debemos buscar las soluciones en el campo. Así sean viajes duros. Vamos mentalizados en un objetivo. Esa es nuestra motivación”, dice Tamini.
En la convivencia de los buques congeladores, los científicos recogen diversas historias marinas que amenizan la travesía y la más extendida es la que asocia los albatros con las almas de los navegantes fallecidos en el mar.
Además de la labor operativa, Dellacasa y Chávez también hacen las veces de voceros de la conservación. “Informamos a las tripulaciones sobre la historia de vida de estas aves y la problemática que enfrentan. Los albatros son sus compañeros de todos los días”, cuenta Dellacasa.
En términos económicos, la puesta en marcha de las líneas no supone una inversión costosa. Un par de tablas ronda los 200 dólares y el resto de materiales para armar las líneas son afines a las tareas de pesca: sogas, mangueras, boyas. Dellacasa destaca que es una solución económica y sencilla, que no incluye cambios drásticos en las actividades diarias de la tripulación. “La pesca sustentable es posible. Por eso la impulsamos”, sostiene.
Muchas veces el equipo es facilitado por los biólogos, a modo de posicionar el hábito. “Ya muchas empresas han comprado los elementos y les hemos dejado los manuales de armado con medidas acordes de su embarcación y ellos mismos lo instalan”, dice el instructor.
Probada su eficacia, gracias al trabajo del equipo de Albatros Task Force, en mayo de 2018 el Consejo Federal Pesquero Argentino estableció que todos los barcos congeladores merluceros utilicen, de forma obligatoria, líneas espantapájaros durante la pesca. La disposición fue celebrada por los conservacionistas, aunque Tamini sabe que deben seguir vigilantes. El director del Programa Marino asegura que “la ley no alcanza a todos los buques, porque deberían ser monitoreados por las autoridades en el 100 % de su tiempo y eso no sucede”.
Los científicos buscan que el uso trascienda la obligatoriedad de la ley. En sus intercambios diarios a bordo, Dellacasa ha encontrado algunas objeciones, como el poco interés de algunos pescadores ante una práctica que altera su rutina. Pero el instructor las toma como parte del proceso. “Cuando nos bajamos del buque ellos tienen que seguir colocándolas (las líneas espantapájaros). Una vez que se acostumbran a usarlas lo toman como parte de las maniobras diarias”, dice. Al despedirse de cada embarcación, los biólogos quedan en contacto con algún referente de la tripulación para continuar el monitoreo.
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Trabajo en tierra firme
La campaña de sensibilización no se juega solo en altamar. El programa conservacionista también se hace presente en los colegios y en los centros donde se forman los próximos capitanes pesqueros. Aun sin haberlos visto, los albatros ya son tema de conversación.
Cuando Mikaela Voullioz saca los peluches en tamaño real de los albatros y los extiende frente a los alumnos de las escuelas primarias de Mar del Plata, las aulas se llenan de murmullos. “Los chicos y las chicas no pueden creer la envergadura de estas aves”, refiere la encargada de la propuesta de educación ambiental del Programa Marino de Aves Argentinas.
El albatros de ceja negra es de tamaño mediano, no supera los 90 cm., pero sus alas extendidas pueden alcanzar 2,40 metros. Ello les permite destacar en el vuelo por planeo. Luego que la especialista cuenta que usan las corrientes de viento para volar o que incluso pueden dormir mientras están en el aire, la curiosidad de los niños deviene en múltiples preguntas. “Les encanta saber la historia de vida de los albatros. No creen que pueden llegar a vivir 60 años”, comenta.
Desde el 2016, Voullioz experimenta estos intercambios lúdicos con los estudiantes de los colegios próximos al puerto. El proyecto de educación ambiental Guardianes de las Aves Marinas busca complementar el trabajo científico hecho en el mar con propuestas que lleguen al resto de los actores involucrados.
Si bien el programa arrancó dirigido a niños entre cuarto y sexto grado, la buena acogida hizo que en pocos años se amplíe a todos los niveles educativos. Actualmente también se realizan charlas y talleres en la Escuela Nacional de Pesca, donde se forman los navegantes que comandarán las futuras tripulaciones. Dos veces al año, capitanes pesqueros en actividad también pasan por estos encuentros. “Son actores claves, ya que son quienes tienen la posibilidad de mejorar las prácticas en el mar”, afirma Voullioz.
La bióloga sostiene que además de dar a conocer la problemática de los albatros, se presentan las medidas para salvarlos. “Es importante la información, pero es fundamental la sensibilización. Nuestro primer mensaje es que son aves maravillosas”, refiere.
Bird Life International y la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) indican que las aves marinas son el grupo de aves más amenazados del mundo. De las 346 especies marinas, el 28% se encuentra globalmente amenazada y otro 10 % está próximo a esa categoría.
Pero el albatros de ceja negra, gracias al trabajo realizado por los conservacionistas, en los últimos años estabilizó su tendencia poblacional. Estos avances permitieron que la UICN actualizara el estatus de conservación de la especie. Desde 2012 evolucionó positivamente, pasando de En Peligro a Casi Amenazado, y en 2018 fue catalogado como Preocupación Menor.
El equipo de biólogos comparte estos datos en las charlas, pero también promueve conocimiento en ferias de ciencia, festivales e incluso concursos literarios. El 19 de junio del año pasado se celebró por primera vez el Día Mundial de los Albatros, instalado por el Acuerdo para la Conservación de Albatros y Petreles (ACAP). Ese día, el equipo del Programa Marino de Aves Argentinas convocó a un concurso de cuentos sobre la relación entre los albatros y los hombres de mar, y recibió 60 trabajos de escolares, vecinos y marineros. “Fue hermoso”, describe Voullioz.
Esos originales textos fueron reunidos en una publicación que también está disponible para descarga virtual. No fue el único lanzamiento del 2020. Las restricciones de movilidad y encuentros dictados para contener la pandemia del Covid-19 posibilitó que el grupo se concentrara en cerrar deudas pendientes. Una de ellas era “Emilia guardiana”, un libro ilustrado sobre la importancia del albatros dirigido a niños en edad preescolar. Voullioz comenta que esperan donar cerca de 1000 copias a los diversos jardines y bibliotecas públicas de Mar del Plata.
También se materializó un libro de capacitación para que los marineros pudieran encontrar toda la información en un solo lugar y una publicación dirigida a docentes con propuestas para trabajar en el aula.
El equipo de Aves Argentinas es consciente que resulta difícil llegar a la población total de marineros, por ello considera que los niños y niñas son aliados importantes para la divulgación y comprensión del mensaje conservacionista. Desde la implementación del programa educativo, el mensaje llegó a 45 colegios y a más de 200 docentes de Mar del Plata. Ello ha generado situaciones insospechadas como que los instructores sean interceptados por marineros anónimos para contarles que sus hijos les hablaron de su trabajo. “En ese tipo de encuentros vemos que el círculo se cierra”, concluye Voullioz.
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