- El herpetólogo ecuatoriano ha descrito más de 30 especies nuevas para la ciencia, muchas de las cuales las dedicó a las personas que más quiere y admira.
- En esta entrevista con Mongabay Latam, Cisneros-Heredia habla de cómo desde niño se apasionó por los animales, un interés que fue llevándolo por el mundo de la ciencia.
A los cinco años, Diego Cisneros-Heredia ya andaba siguiendo ‘bichos’, como él mismo dice. Sus recuerdos están llenos de historias relacionadas a las aves, los insectos y la naturaleza que lo fueron llevando por el camino de la ciencia.
Su curiosidad infantil y conocer a las personas indicadas lo convirtieron en uno de los herpetólogos más reconocidos de Ecuador que tiene más de 30 especies de anfibios y reptiles en su lista de nuevas para la ciencia.
Varias de estas especies están dedicadas a las personas que más quiere y más admira. Así, hay una ranita para su mamá y otra para su abuela, también una dedicada al herpetólogo Roy McDiarmid y otra a Jean-Marc Touzet. También describió cinco especies de serpientes con nombres dedicados a conservacionistas importantes de Ecuador, una en honor a Alexander von Humboldt y hace once años dedicó especies a Charles Darwin y a Alfred Russel Wallace. Tiene otras para los conservacionistas ecuatorianos Lou Jost y Pancho Sornoza, que trabajaron por la declaración de áreas protegidas.
“Cuando tenía 12 o 13 años encontré el libro La guía del naturalista, que tenía ilustraciones preciosas. Posiblemente fue el libro que más influyó en mí. Y fue escrito por dos esposos: Gerald Durrell y Lee Durell”, cuenta Cisneros-Heredia al referirse a la pareja a la que dedicó otro de sus hallazgos.
Hace un par de años, Cisneros-Heredia participó en la elaboración de la Lista roja de aves de Ecuador y recientemente hizo lo mismo con la Lista roja de anfibios de Ecuador. Dentro de sus planes próximos está también la lista roja para reptiles. Se trata de un trabajo intenso en el que busca no solo continuar con sus investigaciones sobre biodiversidad, sino también impulsar la creación de comunidades científicas en su país. Esta es su historia.
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¿Cuándo empezó su interés por la ciencia?
A ver, tanto como tengo memoria. Yo siempre quise dedicarme a trabajar con la naturaleza desde muy pequeñito. Estoy hablando de cuando tenía cuatro o cinco años y una de las cosas que más me gustaba era estar viendo animales, buscando lagartijas, buscando escorpiones. Mi familia me apoyaba, aunque, a veces, se llevaba algunos sustos. Tengo una historia que me encanta contar de cuando tenía cinco años: era el cumpleaños de mi mamá y le regalé una cajita que tenía dentro una lagartija. Mi mamá, entre el susto y la alegría, me acompañó al jardín para liberarla. De niño incluso empecé a hacer pequeñas colecciones científicas. Aún tengo algunos insectos que he guardado desde que tenía siete u ocho años y hasta tengo los cuadernos de campo, con datos, notas y dibujos.
Prácticamente nació siendo científico.
Sí, se podría decir que, prácticamente, toda mi vida quise ser lo que soy: naturalista, científico, biólogo.
¿Así llegó a su especialidad?
Eso también fue supertemprano. A los ocho años hice pequeñas expediciones de campo y me uní a un club de observadores de aves, un hobbie que hasta ahora conservo. Era de las personas que torturaba a mi familia, pues cuando salíamos siempre llevaba binoculares para buscar aves. Entonces, a los 10 años estuve en un campamento de montaña y aprendí cómo escalar y trabajar en las montañas. Y como mi mamá siempre buscaba que estuviera ocupado en los veranos me convertí en voluntario en Fundación Natura. Estuve ahí todos los veranos hasta que tuve doce años. Trabajé con ellos, por ejemplo, en lo que hoy es el Refugio de Vida Silvestre Pasochoa; también lo hice en la biblioteca que era uno de mis lugares favoritos, porque leía tanto y de todos lados.
Después pasé de voluntario a la Fundación Ornitológica del Ecuador, que hoy en día se llama Aves Conservación y es partner de Birdlife International, la organización mundial más grande del mundo de conservación de aves. Les ayudé a organizar el primer club de observadores de aves y fui voluntario en el programa de conservación del cóndor. A los 13 o 14 años era guía para aves en el Parque Metropolitano de Quito. Así que mi primera gran pasión fueron las aves.
¿En qué momento decidió dedicarse a la herpetología?
Mi trabajo con anfibios y reptiles empezó cuando ingresé a la Universidad San Francisco de Quito. Y un día, vi un anuncio de un profesor de biología que estaba buscando un asistente. Así pase a ser asistente de Jean-Marc Touzet, un herpetólogo que además fue fundador del Vivarium de Quito con una colección principalmente de serpientes, pero también con otros tipos de reptiles y anfibios. Primero fui asistente de clases y él tenía una biblioteca gigantesca enfocada en herpetología. Además, me enseñó a trabajar con serpientes, porque él era especializado en serpientes venenosas. Algunas de mis primeras publicaciones fueron sobre serpientes venenosas en Ecuador. Eventualmente, el director de biología me invitó, en el año nuevo de 1997 o 1998, para ir a la Estación de Biodiversidad Tiputini, una estación científica de la Universidad de San Francisco de Quito en pleno Yasuní. Me dijo anda y ve si quieres estudiar algo de lo que hay ahí. Eso fue espectacular. Mi tesis de licenciatura la terminé haciendo con los anfibios y reptiles de Tiputini, donde descubrí mis primeras especies de anfibios y reptiles. De hecho, las dos primeras especies de anfibios que describí, que eran ranas arbóreas, fueron las que encontré en Tiputini.
¿Fueron nuevos hallazgos para la ciencia?
Sí, eran especies que nunca habían sido vistas por la ciencia. Por ejemplo, en la Amazonía, cuando se buscan ranas y reptiles, en general, vas caminando. Pero cuando ves árboles que suben hasta 40 metros sobre el nivel del suelo, te preguntas qué habrá allá arriba. La estación de biodiversidad de Tiputini tiene un sistema de torres de dosel, es decir, torres que te llevan hasta esos 40 metros. En esa época tenía una una línea continua de puentes de casi 300 metros conectados entre las copas de los árboles. Así que una noche dije: ‘ya estuve caminando lo suficiente en el bosque y ahora me voy arriba’. Tuve que conseguir los mil permisos, porque nadie podía subir ahí en la mitad de la noche. Lo hice con todas las seguridades y el nerviosismo del mundo, acompañado por un guía. Y claro, la ranita tenía que estar en la rama más alta y más lejos de la última plataforma. Así, en la mitad de la noche y con alguien sosteniéndome, logré colectar a una rana cutin de diadema dorada (Pristimantis aurolineatus), una de las primeras especies que describí.
¿Cuántas nuevas especies ha descubierto?
En total son 29 especies nuevas de anfibios y 9 especies nuevas de reptiles, todas nunca antes vistas y la gran mayoría de ellas ecuatorianas. Pero también he descrito especies de otros países de los Andes tropicales, principalmente Perú y Chile. Uno de los grupos en los que más trabajo dentro de los anfibios son las ranas de cristal. Empezó también al azar, como otras cosas que de repente me capturan. En el verano de 2002 gané una beca del Instituto Smithsoniano, para el Museo Nacional de Historia Natural de los Estados Unidos, en Washington. Era un programa de internado en ciencias y una de las cosas que el programa pedía es que se seleccione posibles tutores que eran grandes científicos. Entonces, enviaban nuestro perfil a esos científicos para que escojan con quién trabajar.
Yo tuve la suerte de que me eligió Roy McDiarmid, quien era el curador de la colección de anfibios y reptiles de la División de Anfibios de Reptiles del Museo Nacional de Historia Natural de los Estados Unidos. Con él he trabajado desde esa época, casi veinte años continuos. El día que llegué, me dijo: ‘tú dime qué quieres hacer, porque tengo todas estas nuevas especies que un día colecté en Ecuador, así que empezamos con lo que quieras’. Elegí una ranita que había encontrado en los años 70, en el occidente del Ecuador y era una rana de cristal.
Eventualmente, juntos hemos descrito varias especies nuevas de ranas de cristal. También describimos una nueva especie de sapo amazónico. Ha sido casi mi padrino en el mundo de la herpetología. Recuerdo que pidió que sea invitado a la reunión mundial de herpetología y ahí conocí a sus amigos, que eran todas esas personas de las que había leído sus libros y sus artículos científicos. Gracias a él se me abrieron muchísimas puertas. Cuando regresé a Ecuador tenía un montón de contactos y apenas tenía 20 años. Había investigadores de Alemania, de Estados Unidos, de Perú, que me contactaban y empecé a figurar en el mapa de los científicos mundiales. Ese ha sido uno de los pilares del desarrollo de mi carrera.
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Un nuevo rumbo de la ciencia en Latinoamérica
Ahora usted forma parte de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y ha colaborado con la última revisión de las especies en riesgo en Ecuador.
Sí, en efecto. Desde hace una década, más o menos, soy lo que se conoce como autoridad de la Lista roja para Ecuador. Soy contacto de la UICN para la evaluación de las especies de anfibios que habitan en Ecuador y para conocer su estado de conservación y de riesgo de extinción a nivel global. En el año 2003 empecé a colaborar con la UICN y, para esa época, posiblemente ya había recorrido dos tercios del Ecuador. Pero hoy en día estoy orgulloso de decir que mi trabajo no es solo mío, sino el trabajo con mis colegas, porque uno de los mejores resultados de la Lista roja de los anfibios del Ecuador es que un total de 33 personas que trabajamos con anfibios del Ecuador logramos un hito súper grande. Fue un trabajo titánico que nos tomó años, pero también nos ayudó a construir comunidad. Este trabajo fue liderado por Mauricio Ortega de la Universidad de Ikiam y Mario Yañez Muñoz del Instituto Nacional de Biodiversidad (Inabio).
¿Con ese trabajo colaborativo lograron determinar el nivel de amenaza que tienen los anfibios en Ecuador?
Sí, y ese es el valor. Porque claro, si es que vemos las iniciativas durante todo el siglo XX, la mayor parte eran conducidas por científicos y conservacionistas del norte global. Y la razón es porque había muy pocas personas trabajando en el sur global. Es lo lindo de estos trabajos colaborativos, que se hace desde las bases. Las personas que trabajamos en Ecuador con anfibios vimos la necesidad de que podamos actualizar nosotros mismos la información. Había suficientes ecuatorianos y también extranjeros que trabajaban con anfibios en Ecuador que habían recogido suficiente información para llenar esos vacíos del siglo XX. Lo que estamos viendo hoy en Ecuador, Brasil ya lo hizo hace algún tiempo y Colombia está empezando.
La Lista roja indica que alrededor de 350 anfibios están en riesgo en Ecuador. Con relación a la anterior evaluación, ¿ha aumentado el peligro para estas especies?
Es una respuesta mixta. Por un lado sí, debido a diferentes aspectos que hemos estado viviendo, y no es solamente en Ecuador sino en toda Latinoamérica. Un incremento significativo en la destrucción de los hábitats. Está pasando en Brasil, en México, en Colombia, tal vez con diferentes causales, pero los hábitat están siendo destruidos. Proyectos gigantes de desarrollo, llámense hidroeléctricas, minería, están entrando a sitios que antes no lo habían hecho y en lugares que considerábamos prístinos con alta biodiversidad.
Aquí en Ecuador, por ejemplo, tenemos problemas gigantescos con minería, son concesiones oficiales que se han dado en los sitios más biodiversos del país y posiblemente entre los más biodiversos de los países andinos. Pensemos en la Cordillera del Cóndor, básicamente casi todas las endémicas terminaron en alguna categoría de peligro de extinción. ¿Por qué? pues estaban dentro de una concesión minera. Hay muchas especies que se descubren cuando se hacen las evaluaciones ambientales. Entonces, por un lado, estamos viendo que la situación de conservación y el riesgo de extinción de algunas especies ha empeorado.
Entre los anfibios evaluados, ¿cuáles son los que están en mayor riesgo?
Hay grupos grandes de anfibios que están en riesgo de extinción. Uno de los grupos corresponde a las ranas o sapos arlequín, que pertenecen al género Atelopus, principalmente altoandinas, aunque también había algunas especies en la costa del Pacífico y la Amazonía. Estas especies pasaron de ser, en algunos casos, muy comunes, como por ejemplo el Jambato de Quito (Atelopus ignescens), con descripciones de que en algunos sitios podía llegar hasta una densidad de 50 individuos por metro cuadrado y hoy en día, en todo Ecuador, que es el único país donde donde existe esta especie, solo se conoce una población pequeñita en una quebrada de una provincia del centro del Ecuador. Entonces, pasó de ser una de las especies más comunes del país a una al borde de la extinción. De hecho, en algún momento se pensó que podía estar extinta, pero menos mal se pudo descubrir una población. Y no solo pasa esto en Ecuador, por ejemplo, hace poquito se acaba de describir una nueva especie del género Atelopus de Panamá, pero que posiblemente ya está extinta. Es decir, recibió el nombre después de que, quizás, desapareció.
Aquí en Ecuador, hace unos diez años se describieron cuatro o cinco nuevas especies, pero solamente utilizando especímenes de laboratorio y nadie ha visto nuevamente una de ellas viva. Hay otras ranas denominadas Telmatobius que nunca fueron abundantes en Ecuador, donde había solamente tres especies, pero es diferente en Perú y en Chile. En Perú, por ejemplo, son bastante conocidas porque son las ranas que se usan en los licuados en los mercados. Por tanto, los cambios en el hábitat y la captura de una gran cantidad de ranas para los licuados las pone en peligro. Eventos vinculados con el cambio climático que provocaron variaciones en la vegetación pueden haber provocado que las especies disminuyan sus poblaciones y las pocas que quedaron son altamente vulnerables a enfermedades.
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La destrucción de los hábitats
¿Por qué le interesan mucho las ranas de cristal y cuál es la situación de este grupo?
No han desaparecido todas, pero definitivamente una de las cosas que hemos visto es que los números y los tamaños poblacionales actuales de ranas de cristal versus la cantidad que los investigadores reportaban en los años setenta no es para nada igual. Ellos reportaban que al caminar en un riachuelo unos 200 metros, encontraban 20 a 30 ranas en una sola noche. Actualmente, vamos a las mismas localidades y encontramos dos, tres o cuatro. Hay algunas especies que han desaparecido en el grupo de las ranas de cristal. Por ejemplo, la rana de cristal gigante, que fue descrita en base a especímenes ecuatorianos en el siglo XIX por la Comisión Científica del Pacífico, era una especie que vivía en Colombia y Ecuador, sin embargo, ha desaparecido. No se ha vuelto a ver ni en Colombia ni en Ecuador. Era una rana preciosa. Yo tuve la triste suerte de haber hecho el último registro de esta ranita en una localidad en el noroccidente de Ecuador. Lastimosamente esa población desapareció al año siguiente y nunca más se ha encontrado.
También existe el problema de especies introducidas como la trucha, que se comen los huevos de anfibios. Sabemos ahora que más del 50 % de los anfibios ecuatorianos están en riesgo de extinción. Y es innegable que el primer gran riesgo es la destrucción de los hábitats.
¿Cuáles son las causas de la destrucción de esos hábitats?
Principalmente por deforestación para la ganadería, para abrir pastizales. También los monocultivos como la palma africana, que aquí en Ecuador están provocando muchísimos problemas, tanto en los bosques tropicales del Chocó como en la Amazonía. Actualmente es más difícil encontrar sectores grandes de bosque bien conservados en esas zonas. En los mapas que sacamos en La lista roja vemos las zonas donde hay gran cantidad de especies amenazadas, esto es un indicativo de que si los anfibios están en problemas, otros grupos de biodiversidad también están en problemas. Lo mismo se sabe para los reptiles. Como también soy autoridad de la UICN para reptiles del Ecuador, esperamos empezar a trabajar en la Lista roja de reptiles del Ecuador el próximo año. Y anteriormente trabajé en la Lista roja de aves del Ecuador. Cuando comparamos los datos de aves, anfibios y reptiles, podemos ver que hay lugares donde hay más riesgo para ciertos grupos. Donde está mal uno de ellos, también están mal los otros. Por ejemplo, el occidente de Ecuador es un sitio problemático para muchísimas especies.
¿Qué otros lugares tienen problemas?
Justamente ahora, en Ecuador, estamos en un caso superserio por concesiones mineras que, lastimosamente, se han dado incluso en áreas protegidas públicas y privadas. Un caso conocido es el de la Reserva Los Cedros, una de las últimas que mantiene grandes extensiones de bosque tropical del Chocó, donde en los años 2018 y 2019 encontramos nuevas especies extremadamente raras, pero si uno ve el mapa de concesiones mineras, toda esa área está concesionada. La minería no solamente destruye la montaña donde se ejecuta el proyecto, también contamina el aire, el agua, abre carreteras que incrementan el nivel de invasiones. Actualmente hay un juicio ante la Corte Suprema de Justicia para que se defina su aprobación y ojalá que no se apruebe el permiso, porque en caso contrario vamos a perder los últimos remanentes de bosque primarios bien conservado del occidente del Ecuador. Otra de las grandes causas de pérdida de especies es el uso de pesticidas, que se aplica de manera indiscriminada e incluso prohibidas en otros países. Sabemos que la gran cantidad de pesticidas está afectando cultivos de papa del norte del Ecuador y hemos podido detectar deformidades en las patas de anfibios que viven en esas zonas. Hay un sapito que ha soportado el recorte de la vegetación nativa y vive entre las papas, pero los pobres terminan sin patas. Hemos encontrado que hasta al 25 por ciento de los individuos les faltan dedos, parte de una pata o en lugar de la pata tienen solamente un muñón. Y eso está relacionado con los pesticidas.
¿Considera que sus investigaciones y las listas rojas tienen algún impacto en las decisiones de gobierno?
Eso es lo que esperamos. Y hemos tenido por lo menos un buen aliciente, pues cuando empezamos a trabajar con las listas rojas tuvimos apoyo del Ministerio del Ambiente y Agua de Ecuador y logramos que se transformen en documentos oficiales. Entonces la lista de aves y la lista de anfibios están oficialmente reconocidas por este ministerio. Eso facilita muchísimo el trabajo de los fiscales.
Usted ha formado parte del equipo que elaboró la lista roja de aves, luego de anfibios y ahora continúa con reptiles. ¿Qué otras investigaciones está haciendo?
Tengo proyectos de investigación con aves de ecología urbana y ecología agrícola, tanto en Ecuador continental como en Galápagos. Investigo cómo los cambios en los hábitats en las ciudades están provocando estrés sobre las aves. Estudio el comportamiento, pero también la parte genética y bioquímica de las aves para poder entender qué les está pasando. Hemos visto que las aves que viven en ciudades están más estresadas que aquellas de ambientes naturales. Actualmente estoy casi todo el tiempo trabajando con aves, en ambientes urbanos y zonas agrícolas. También estoy trabajando con especies introducidas de reptiles en Galápagos. Estamos estudiando los geckos, porque en Galápagos cada isla tiene al menos una especie endémica, pero en los últimos años se ha incrementado la cantidad de geckos asiáticos introducidos o que han llegado del continente. Estamos estudiando la dinámica entre las especies endémicas y las introducidas para conocer qué efectos puede haber.
Hace unos diez años también empecé a trabajar con arañas. Como no había nadie que trabajara en la biodiversidad de arañas, con una de mis estudiantes empezamos a investigar y hoy tengo tres estudiantes dedicados a ese tema. Hace dos años, en la puerta de mi casa encontré una araña introducida desde Europa. A veces, incluso en el jardín de mi casa hay cosas interesantes y nuevas. Y también hace unos cinco años empecé a trabajar con escarabajos a los que llaman mariquitas. Básicamente estoy trabajando con especies introducidas. El planeta se está volviendo cada vez más urbano, casi la mitad de las personas a nivel mundial vivimos en zonas urbanas o periurbanas, así que eso me llamó muchísimo la atención hace algunos años y decidí trabajar con aves, arañas y mariquitas en ambientes urbanos.
Imagen principal: Diego Cisneros: Foto: Archivo personal.
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