- Un proyecto piloto en Golfo Dulce, en el sur del país, permitió probar técnicas de fragmentación y microfragmentación así como adquirir experiencia en el manejo de viveros de corales para replicar el modelo en Bahía Culebra, en el norte.
- El conocimiento científico previo es esencial para orientar la selección de los sitios de vivero para corales, identificar las especies a cultivar y escoger las zonas de trasplante.
Golfo Dulce es uno de los pocos fiordos —depresiones en el continente que son invadidas por el mar—, que se encuentran en el trópico. Tiene una extensión de 800 kilómetros cuadrados y sus profundidades van desde los 60 hasta los 215 metros.
A lo largo de la costa de este golfo tropical —situado en la Península de Osa, en Costa Rica— yacen arrecifes de coral, algunos de los cuales datan de hace 5000 años, aunque muchos de ellos fueron diezmados debido a la deforestación y la intensa actividad agrícola del siglo XX, que vertieron contaminantes y sedimentos en el agua marina.
Sin embargo, esa situación ha cambiado. Hoy el golfo está rodeado por áreas protegidas como la Reserva Forestal Golfo Dulce y el Parque Nacional Piedras Blancas. Se ha venido reforestando la zona, fomentando buenas prácticas agrícolas y un buen manejo de cuencas. A esto se suma que, en 2010, se declaró a Golfo Dulce como Área Marina para la Pesca Responsable, prohibiendo la incursión de la pesca de arrastre de camarón en sus aguas.
“Buscábamos un sitio que nos sirviera de laboratorio natural, donde los mismos corales nos dijeran que las condiciones que habían causado su degradación disminuyeron y así fue como llegamos a Golfo Dulce”, contó Tatiana Villalobos, investigadora de la organización costarricense Raising Coral.
Por esta razón, para los investigadores, el golfo se presentaba como un lugar ideal para instalar un proyecto piloto de restauración de corales. A esto se sumaron otras características como, por ejemplo, según explica Juan José Alvarado, investigador del Centro de Investigación en Ciencias del Mar y Limnología (CIMAR), “un mar tranquilo, fácil acceso, condiciones ideales para el manejo de vivero y especies que son emblemáticas pero han disminuido su presencia”.
Según datos del CIMAR, Golfo Dulce posee una cobertura de coral vivo que oscila entre un 18 y 20 %, y sus arrecifes están mostrando resiliencia. Pero este no es el único caso, la experiencia y técnica ganadas en los trabajos de restauración fueron clave para restaurar los corales en Bahía Culebra, al norte del país y que estaban fuertemente diezmados. ¿Qué camino siguieron los científicos para poder restaurar los arrecifes coralinos de Costa Rica?

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Golfo Dulce: la ciencia de sembrar corales
A los arrecifes de coral se les considera la base de los ecosistemas marinos ya que dan soporte a más del 25 % de la vida en el océano. No solo eso, 500 millones de personas en el mundo dependen directamente de ellos en términos de alimentación, protección e ingresos por pesca y turismo.
Sin embargo, las actividades humanas sumadas al calentamiento de los océanos están degradando y destruyendo estos ecosistemas. Es por eso que cada vez más, investigadores latinoamericanos están incursionando en la restauración coralina.
Si bien existe trayectoria en este campo en el mar Caribe, no pasa lo mismo en el Pacífico. De hecho, según un artículo científico publicado el año pasado en la revista Plos One, solo Costa Rica y Colombia tienen proyectos activos actualmente.
“Lo que hicimos fue aprender las técnicas que se estaban utilizando en el Caribe [fragmentación y microfragmentación] y adaptarlas al Pacífico”, contó Villalobos de Raising Coral.
Los investigadores de Raising Coral, asesorados por CIMAR, instalaron entonces 12 viveros donde se cultivan corales de crecimiento ramificado como Pocillopora sp y otros de crecimiento masivo como Pavona frondifera, Pavona y Porites sp.
Como aplican técnicas de reproducción asexual, buscaron además colonias que sirvieran de donantes. En estos puntos, los investigadores toman muestras, no más del 10 % para evitar poner en peligro la colonia natural, y luego las someten a fragmentación y microfragmentación, es decir, extraen pequeños pedazos para sembrarlos luego en los viveros de corales.
Posteriormente, se colocan esos fragmentos en dos estructuras que yacen en el vivero: una asemeja a un tendedero de ropa y la otra es parecida a las antenas UHF que utilizaban los televisores antiguos. Por su parte, los microfragmentos se pegan en discos de cerámica que se colocan en una rejilla plástica.
“El objetivo del vivero es brindar condiciones más favorables para que el coral solo se preocupe por crecer”, detalló Villalobos y agregó: “los corales cuando están chiquitos, al igual que pasa con los árboles, tienen el problema de que todo compite con ellos. Lo que hacemos en el vivero es darles cuidados para que alcancen un tamaño que, cuando los llevemos al sitio de restauración, les permita competir y no sean depredados fácilmente”.

Los corales permanecen en el vivero entre 9 y 12 meses, y cuatro veces al mes los investigadores realizan labores de mantenimiento. “Los corales no se tocan, pero las estructuras sí se limpian. Lo que se busca es remover cualquier cosa que esté compitiendo por espacio con el coral o que esté atentando contra su salud. Hemos removido macroalgas, esponjas que están muy cerca, etc. Es como hacer jardinería; uno va y quita malezas”, explicó Villalobos.
Todos los meses se hacen trasplantes en cinco puntos del arrecife ubicado en Punta Islotes, dentro del Golfo Dulce. “Jorge Cortés [investigador del CIMAR que estudia corales desde 1980] indicó que, en su momento, este era el arrecife más extenso del golfo, pero lamentablemente perdió el 80 % de los corales. Una parte se viene recuperando, la más profunda, y es ahí donde nosotros hemos estado trabajando”, señaló la investigadora de Raising Coral.
Los trasplantes también tienen su ciencia, ya que la idea es dotar de tridimensionalidad al arrecife. “En el caso de los corales ramificados, a veces se pegan rama con rama y esto resulta ser importantísimo para los macroinvertebrados que los utilizan como refugio”, comentó Villalobos.
Además, las colonias se colocan a distancias que pueden ir desde los 20 centímetros hasta un metro, dependiendo del diseño pensado por los investigadores, siempre previendo que sean genéticamente diferentes para que poco a poco se fusionen. Incluso, se ubican sobre la estructura de un coral muerto para que el tejido vivo vaya apropiándose de ella.
El siguiente paso es el monitoreo, donde se observa la salud, la tasa de sobrevivencia de los trasplantes, su crecimiento y cómo está cambiando la dinámica ecológica en los sitios intervenidos.

A nivel mundial la supervivencia suele ser de entre 30 % y 50 %. En Golfo Dulce, según Raising Coral, ese porcentaje es de 80 % tanto en viveros como en los puntos de restauración. El crecimiento también ha sido bueno y, en cuanto a interacciones ecológicas, se han visto gran diversidad de peces y cangrejos utilizando los corales ramificados.
Actualmente, el proyecto está incursionando en una etapa más social, en la cual se capacita a ocho miembros de la comunidad de Puerto Jiménez para que asistan a los investigadores en el campo. Si bien solo los investigadores están autorizados para manipular los corales, estas personas ayudan en labores de mantenimiento y monitoreo ecológico.
“Nosotros les llamamos jardineros de coral, muchos de ellos trabajan en pesca deportiva o son amas de casa. Ha sido una experiencia muy bonita porque hemos podido acercarlos a la ciencia”, dijo Villalobos.
La experiencia y técnica ganadas en los trabajos de restauración en Golfo Dulce fueron clave para restaurar los corales en Bahía Culebra.

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El turno de Bahía Culebra
Bahía Culebra se encuentra en el Golfo de Papagayo, en la provincia de Guanacaste, al norte del país. Tiene 24 kilómetros cuadrados y una profundidad máxima de 42 metros en el sector cercano a la boca.
En la década del 2000, los alrededores de la bahía experimentaron un acelerado desarrollo turístico y urbanístico que, combinado con la actividad agrícola, empezaron a descargar sedimentos y nutrientes de origen humano en el mar, lo cual favoreció floraciones de algas nocivas o mareas rojas.

La exposición prolongada a estas mareas rojas produjo blanqueamiento y mortalidad entre los corales, además de favorecer a otros organismos, como macroalgas, que vinieron a competir con ellos por espacio, luz y alimento.
En los últimos 20 años la cobertura de coral vivo en Bahía Culebra pasó de un 80 % —tomando como referencia los registros de 1991— a solo un 5 % en la actualidad. “Bahía Culebra viene recuperándose poco a poco. Hay dos arrecifes que pasaron de 5 % a 20 %, pero no es el 80 % que había antes. Esta zona está muy necesitada de intervención”, comentó Juan José Alvarado, investigador del CIMAR.
Esa pérdida y degradación de los arrecifes motivó a varias organizaciones a unirse en un proyecto de restauración que inició en agosto de 2019. Además del CIMAR y Raising Coral, se sumaron el Sistema Nacional de Áreas de Conservación (SINAC), la empresa turística Península Papagayo y la Cooperación Alemana para el Desarrollo (GIZ).
“Un ecosistema restaurado proporciona una experiencia turística más plena, donde también existe un desborde de especies de interés comercial hacia los puntos de pesca y se promueve la educación ambiental marina de la zona”, manifestó Manuel Ardón, director de operaciones de Península Papagayo.
Al principio se instalaron tres viveros que tomaron como ejemplo a Golfo Dulce, pero no funcionaron. “Las condiciones oceanográficas son muy diferentes. Tuvimos problemas con algunos organismos que crecían en las estructuras y que no estaban presentes en el Golfo Dulce”, comentó Alvarado.

Para solucionarlo, los investigadores idearon unos armazones de acero tipo araña que se asientan en el fondo. Luego buscaron colonias de coral que sirvieran como donantes, privilegiando las especies Pavona clavus, Pavona gigantea y Pocillopora. “El foco de la restauración en Bahía Culebra es recuperar Pocillopora, porque es el principal constructor de los arrecifes”, señaló el investigador del CIMAR.
Al igual que en Golfo Dulce, todos los meses se realizan censos de peces, se toman muestras de agua y se lleva un registro de la temperatura. “Yo tenía 20 años de no ver un tiburón punta blanca en Bahía Culebra y vimos uno en la última gira [febrero-marzo 2021]. En los viveros de playa Blanca, por ejemplo, se nos están metiendo tiburones gato en las estructuras. También hemos visto pulpos, caballitos de mar y cada vez más especies diferentes de peces”, destacó Alvarado.
El proyecto inició con 500 colonias de coral en los viveros y ahora contabilizan 4000. Empezó con tres viveros y ahora cuenta con 20 en pleno funcionamiento. Comenzó en un sitio llamado Jícaro y ahora se extendió a las playas Blanca y Virador.
Precisamente, el objetivo es realizar la primera ‘siembra’ de 500 corales en la zona entre playas Blanca y Virador en diciembre de este año. Ese proceso se hará de dos maneras: la primera es pegando directamente las colonias sobre los arrecifes muertos y la segunda es colocando los armazones de acero en el fondo.
Hace un par de meses, en el marco del proyecto, se empezó a llevar turistas a los viveros, no solo para que disfrutaran del paisaje sino para colaborar con las acciones de limpieza. “Queremos que vean cómo se puede hacer un buceo con propósito”, destacó Alvarado.

Todo esto estará amparado en un Plan de Aprovechamiento Turístico, aún en formulación, que permitirá realizar un uso sostenible del recurso, asegurando las mejores prácticas para salvaguardar los ecosistemas coralinos, sin poner en riesgo su supervivencia y adecuado desarrollo.
Según Mauricio Solano, asesor técnico del programa Biodiversidad y Negocios de GIZ, la idea es que este plan sirva de modelo para otros países. Detallará el tipo de certificación de buceo que se requiere, la capacidad de carga en los viveros y hasta las actividades que pueden hacer los turistas.
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Experiencia ganada
Si bien las amenazas derivadas de la pérdida de biodiversidad y el cambio climático están empujando hacia la restauración coralina, lo cierto es que, si no se eliminan las presiones humanas que las están impulsando, toda la inversión en restauración se pierde porque las causas de la degradación persisten.
“La restauración no es la solución. Es apenas un granito de arena que tiene que venir de la mano con procesos de planificación urbano-costera, reducción de amenazas y ordenamiento espacial marino”, comentó Solano.
Como segundo punto a considerar, Alvarado fue enfático en que la decisión sobre dónde realizar las intervenciones debe escuchar a la ciencia. “Hay lugares que solitos pueden regenerarse, no requieren intervención. Más bien se puede poner a los arrecifes en riesgo si se colocan estructuras innecesarias o si estas no se cuidan”, dijo.
De allí la importancia de contar con un monitoreo sistemático de cobertura de coral vivo, pero también de invertir en investigación. “La restauración se está poniendo de moda. Hay un montón de compañías y grupos que quieren tener su vivero de coral para hacer restauración”, aseguró Alvarado. El investigador de CIMAR manifestó preocupación porque esto podría romper con el balance de los ecosistemas: “si uno hace una intervención donde no se necesita, porque nunca hubo un ecosistema ahí, puede llevar el proyecto al fracaso”.

De hecho, eso ha pasado en República Dominicana, Puerto Rico y otras islas del Caribe, donde los proyectos quedaron abandonados y nadie se hizo cargo de ellos. “Muchos quedaron como viveros fantasma”, comentó Solano. República Dominicana —con ayuda de GIZ— creó el Consorcio para la Restauración Costera, el cual tiene un convenio con el Ministerio de Ambiente para evaluar anualmente los viveros en el país. “Si estos cumplen los requisitos, entonces se les da permiso para continuar”, explicó Solano.
Aprendiendo de la experiencia caribeña, Costa Rica creó el Consejo de Corales, un grupo asesor liderado por el SINAC, donde se discuten una variedad de temas como el aval a nuevos proyectos, la selección de sitios de trabajo y la continuidad de las iniciativas actuales.
Asimismo, GIZ y Raising Coral desarrollaron el Protocolo para la restauración de arrecifes y comunidades coralinas de Costa Rica, el cual ya fue oficializado por el Sistema Nacional de Áreas de Conservación (SINAC). También se capacitó a los funcionarios del SINAC, quienes son los encargados de otorgar los permisos de restauración.
La otra experiencia positiva es la de alianzas entre gobierno, empresa privada, academia, ONG y cooperación internacional. Mientras la academia guía en cuanto a la ciencia y el gobierno en materia regulatoria, la ONG aporta su experiencia con comunidades, la empresa privada contribuye en cómo idear un modelo que brinde sostenibilidad económica al proyecto y la cooperación internacional aporta experiencias de otros países que pueden enriquecer el proceso.
“Con [la empresa] Península de Papagayo la experiencia ha sido muy positiva porque, si bien tienen un interés en que los arrecifes se recuperen para que haya turismo, han entendido que este es un proceso lento y nos han apoyado al hacer ciencia. Hemos podido hacer proyectos piloto para aprender y ver si lo que estamos haciendo es viable y sostenible en el tiempo”, destacó Alvarado.
Por ahora los ojos de los países que cuentan con arrecifes de coral están puestos en lo que Costa Rica viene haciendo en temas de restauración. Su experiencia en el Pacífico es seguida de cerca por El Salvador y México, con el fin de intercambiar conocimientos.
*Imagen principal: Ante las condiciones favorables, los corales en los viveros de Golfo Dulce crecen rápidamente. Foto: David García.
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